25 octubre 2009

Pelea de gallos sin gallos.

Recuerdo cuando era pequeño, en La Zarza, las peleas de gallos en las calles para adueñarse del muladar donde escarbaban las gallinas buscando alimento, porque para ellas también eran tiempos de posguerra. El vencedor para demostrar que era el dueño y señor del lugar solía lanzar tres cantos al viento. Ignoro por qué tres. Supongo que uno sería para anunciarlo al resto de gallos, el segundo para que la cohorte de gallina se dieran por enteradas y el tercero para que los vecinos lo tomaran en cuenta. Era el ganador. De ahí proviene quizás el dicho: ”creerse un gallito”
La política española me recuerda mucho aquellas peleas. Puede que siempre haya sido así; lo que ocurre es que antes invadía menos los medios de comunicación, que a la postre, son para los políticos lo que Sancho a Don Quijote. Decia pelea de gallos, aunque también podría parecerse a un combate de boxeo, amañado, trucado, o sea con tongo. Los púgiles, amagan, fingen recibir golpes, pero no se dan de veras, el combate se ganará a los puntos y se repartirán la bolsa. Después los medios de comunicación intentarán sacar tajada porque de eso se trata. Durante el combate, abajo en torno al ring, los espectadores, viven los golpes fingidos y, excitados los azuzan voceando o emulando con sus brazos un golpe o un gancho a la mandíbula. Nadie quiere perder la apuesta y quiere que su preferido gane. Hay que ganar. Terminado el combate unos habrán ganado su apuesta y otros la habrán perdido.
En la politica española ocurre algo parecido. De un tiempo a esta parte los medios de comunicación (radio, televisión, periódicos) se hacen gran eco de los debates entre dirigentes políticos (partido que gobierna y el de la oposición) Como en el boxeo, los partidarios de uno u otro están ya animados por los medios que no cejan con su publicidad. Cada cual apostará por el suyo, porque lo que se trata es de pertenecer a uno u otro, esperando que gane el suyo. Siempre en términos de ganar, es lo que importa.
Al día siguiente los medios anunciarán en grandes titulares al ganador que suele ser el que más medios de difusión tiene a su alcance. Y es lo que queda del debate: quien ganó. ¿Pizarro o Solbes? ¿ Zapatero o Rajoy? ¿Rajoy o Salgado? Y así. El resto, el contenido, se difuminará en el discurrir del día a dia. Estos debates anunciados a bombo y platillo ¿sirven para cambiar algo? ¿Alguno obligó al otro a cambiar o a rectificar en sus propuestas, en sus planteamientos para que el currito de a pie vea mejorar su situación? ¿sirvió para mejorar algo? Pasados unos días ya nadie se acordará del fondo del debate; solo quedará lo que los medios se empeñan y quieren transmitir que es: quien ganó. Ganar, ganar es el valor supremo.
Los tuyos, los míos. Ganar parece ser la consigna en debates estériles, porque todo sigue igual: en Barcelona se seguirá temiendo las largas sequías porque el agua escaseará, cada día son más los indigentes que duermen en la calle, los comedores de Cáritas no dan abasto, el paro hace estragos. Pero el espectáculo sigue para ver quien será el ganador mañana, y pasado mañana, ya en el hemiciclo del Congreso, anfiteatro distinguido; en un plató de televisión con los contrincantes en liza, en un mitin en una plaza de toros o en cualquier lugar.
Si los gobernantes romanos, los de verdad, los de hace dos mil años volvieran, podrían exclamarse con toda naturalidad: “¡coño, Augusto, como se parece esto a nuestro circo! “ En versión moderna, claro. Félix

20 octubre 2009

El dia de San Miguel

En la Zarza tuvimos durante algún tiempo dos Patronos al menos los chavales: San Lorenzo, el diez de agosto y San Miguel, el veintinueve de septiembre. San Miguel era el Patrón de la empresa que se instaló en La Zarza a un kilómetro del pueblo, durante la construcción del Salto de Aldeadávila, a finales de los años cincuenta. La empresa se llamaba “La Ibérica”. En el gigantesco taller se montaban todo tipo de estructuras metálicas destinadas en gran parte al complejo de la central hidroeléctrica.
A unos cien metros del taller se ubicaban una docena de barracones donde se alojaba gran parte del personal de la empresa, esencialmente solteros; El jefe de la empresa disponía de una vivienda amplia con su jardín en un extremo del recinto. En esta empresa firmaron su primer contrato de trabajo varios vecinos del pueblo, y en el taller aprendieron el oficio de soldador, calderero y otras artes del montaje. El director o jefe del taller, lo recuerdo como una persona muy peculiar: rechoncho, de aspecto bonachón, tranquilo y buen padre de familia, aunque para algún empleado pasara por ser demasiado autoritario y rezongón, como escuché en alguna ocasión. Terminada la escuela a los catorce años, me presenté un día en su despacho para solicitar empleo como pinche, o ayudante de algo. Me miró de arriba abajo, sorprendido supongo por mi escasa talla. Me puso la mano sobre el hombro y con un tono paternalista me dijo: ”estudia todo cuanto puedas, ya tendrás tiempo de trabajar”. Me parecía un hombre muy humano. Cada domingo y festivo, con su Renault cuatro cuatro, acompañaba a su mujer e hijos hasta la puerta de la iglesia para asistir a misa, pero él se quedaba fuera, en el coche, esperando que salieran de la iglesia. Se comentaba que era ateo, en todo caso no era católico, y era respetuoso con los demás.
Por otra parte, sorprendía que el párroco hubiera trabado gran amistad con él, pues no solía perdonar a quien no asistiera a misa, dado que ejercía de dueño y señor y no dudaba en señalar con el dedo a los infieles. Asi, cuando la techumbre del templo amenazaba desplomarse, el cura consiguió de él que le fabricara unas vigas de hierro que colocaron sus obreros y todo a cargo de la empresa. El cura era un excelente negociador y sabia conjugar a la perfección los asuntos de la fe y del dinero. Supongo que bendeciría mil veces al susodicho personaje, ateo él, cada vez que en la misa se topara con las vigas al alzar la mirada al cielo para implorar amor y paz. Aunque no lo parezca, estos detalles y comportamientos de personas venidas de otros lugares tenían un efecto catalizador y, a través del taller y sus gentes comprendíamos que había otra forma de vida fuera de nuestro entorno. Asi lo comprendimos los chavales cuando al llegar el día de San Miguel, siempre con un tiempo radiante y apacible, el jefe del taller nos invitaba a un convite. Todos los chavales emprendíamos con gran alborozo el camino que llevaba al pequeño poblado. Entrabamos en el amplio comedor por cuyos grandes ventanales se divisaba todo el ancho del paisaje vestido del ocre dominante por el largo estío, y con las ventanas abiertas por donde se colaba el sol y el aroma del campo, comenzábamos a degustar los manjares colocados en varias mesas en el centro del comedor. Lo que aun pervive en mi memoria olfativa fue la impresión que me causó al entrar en el inmenso comedor donde todo olía a comida de la buena. Toda la atmósfera estaba impregnada de ese aroma: las paredes, el mobiliario, los manteles todo, absolutamente todo, abría el apetito, aunque en aquella época, para qué engañarnos, no necesitábamos tal estimulo. Había en el fondo colgado en la pared sobre una palomilla, un televisor; el primero que veíamos, y aunque la señal no se emitía con suficiente nitidez, el famoso U.H.F nos permitía disfrutar de los dibujos animados y personajes reales entre interferencias y ruidos que invadían la pantalla. Alli descubrí que los obreros no se lavaban en palanganas sino en lavabos que tenían dos grifos; uno por donde salía agua fría como la del cántaro de mi casa, y otro que al abrirlo salía el agua ya caliente como por encanto, y descubrí también los retretes y otras cosas de la modernidad que solo el medico del pueblo disfrutaba porque se le construyo una casa con tales comodidades, aunque por ser privado yo las desconocia. Hacia 1963 concluyó la misión de la empresa y se desmanteló todo, volviendo aquel lugar, maravilloso por un tiempo, a recobrar su estado original. La esplanada del taller fue transformada en campo de futbol, donde hoy se alzan tristes y solitarias las porterías porque ya nadie juega. Una nave de ganado ocupa el llano del poblado y las ovejas de Jesús pacen tranquilamente en aquel lugar. Aquella tarde de San Miguel, nuestro segundo patrón mientras funcionó el taller, fue el descubrimiento de ese otro mundo que existía más allá de nuestro lugar y, sin duda, con el paso del tiempo, llegada la edad adulta, casi todos iríamos en su procura para descubrir a la postre, que no todo era tan maravilloso, que también había un precio que pagar para conseguir progresar y aspirar a vivir en un mundo mejor. Pero el día de San Miguel, quedará para los chavales de mi época grabado en la memoria para siempre, como uno de los días más felices de nuestra adolescencia.
Félix.

14 octubre 2009

Como agua de octubre











Habría que añadir al refranero: ”esperando como agua de octubre”, si es que no existe ya, lo que podría aclararnos Agustín que es un experto en estos asuntos. Llegó por fin el agua tras unos largos meses de estío que secó las fuentes, que destiñó el ocre brillante que había cubierto los campos hasta quedar todo raído y polvoriento mientras el sol implacable, fuera del verano, ponía a prueba la paciencia del agricultor que sabe esperar porque lo suyo es esperar siempre. Y llovió por fin durante dos días, mucho para dos días pero poco para saciar la sed del campo. El agua es milagrosa como sabemos cuando aparece en su justo momento. Lo comprobamos este verano con los incendios y ahora cuando todo parecía ya perdido. Pero surgió el milagro: el labrador sembró el campo polvoriento, los granos de cebada o de centeno con su color pastel del verano esperaron bajo la tierra y entonces la lluvia produjo el milagro; el fruto se transformó y se abrió paso emergiendo del suelo transformando y llenando de vida el paisaje , dibujando las líneas del arado con ese color verde que con el paso de los días tapizará toda la superficie y el verde se tornará por fin en ese color majestuoso que tan bien describió mi primo Adolfo en sus relatos zarceños: el verde maraojo.
Y el verde maraojo, hoy más que nunca, es sobre todo para el labrador, el verde esperanza. Félix.

06 octubre 2009

Los olvidados

En Madrid a partir de los años sesenta, la urbanización de los barrios periféricos se expandió sin cesar y allí encontraron acomodo las clases obreras en unos pisos de mediana calidad, lo que redundaba también en un precio más asequible, llegando a ser propietarios en su inmensa mayoria. Estos municipios Vallecas, Carabanchel, Moratalaz, unos con más de cien mil y otros doscientos mil habitantes se incorporaron en su día a la ciudad de Madrid, en esa rivalidad con Barcelona para ver cual era más grande.
Me presenté un día en uno de esos pisos que abundan en Vallecas para atender a una persona mayor de setenta y cinco años. La señora podía deambular en su piso pero no podía bajar las escaleras y aun menos subir los cuatro pisos al carecer de ascensor, como todos los pisos de esta categoria. Me entretuve un momento charlando con el matrimonio, haciendo un poco de terapia a la vez que hacían un repaso del tiempo vivido, de lo mucho que habían trabajado y el sacrificio que conllevó la adquisición del piso donde vivían desde los años setenta. Mire usted, me dijo el marido; yo estuve trabajando de obrero en la construcción y construimos todos los pisos de la zona; este mismo, donde vivimos. Horas y horas extras llevan mis espaldas, subiendo y bajando material y aquí estamos ahora viviendo el día a día con el reuma a cuestas y otros achaques de la edad. Mi mujer no volverá a ver la calle y el día menos pensado a mi me ocurrirá lo mismo. Algunos amigos de nuestra época han marchado a sus pueblos pero la inmensa mayoría acabaremos nuestra vida aquí.
El hombre parecía resignado por el tono de voz y, consciente de su situación, asumía el destino que, como añadía: al menos tenemos el pisito y la asistencia médica que no nos falta. Me despedí de ellos mientras seguían insistiendo que tomara una cerveza o un refresco. Es un detalle que caracteriza la humanidad de aquellos que saben de verdad lo mucho que cuesta ganarse la vida honradamente.
Con el paso del tiempo descubrí otros casos similares; personas muy mayores con obesidad y otros problemas condenadas a permanecer en sus reducidos sesenta metros cuadrados. ¿Esto es calidad de vida?
Pensé durante mucho tiempo; ¿está esto de acorde con el artículo 47 del Capitulo Tercero de la Constitución? ¿y con la definición de la salud según la O.M.S? ¿Se pueden remediar estas situaciones? ¿Soluciones?, muchas, y sin apenas coste para el erario público. Se me ocurre un canjeo por ejemplo; que el Ayuntamiento aloje a esta gente en el bajo de los de nueva construcción y que los jóvenes accedan a estos pisos sin ascensor por un módico precio. Pienso en el señor que construyó lo que llegaría a ser su vivienda sin sospechar que la vejez los confinaría a vivir como el pájaro en una jaula de oro pero jaula al fin y al cabo, sin poder disfrutar de la calle, como el ave del viento.
Acabo de leer en un periódico, que en Madrid, 651 personas duermen en la calle, según el censo del Ayuntamiento. El 23% terminaron los estudios de Secundaria y el 10 % tienen una carrera.
Se han gastado cientos de millones de euros, de nuestro dinero, en promocionar la candidatura de Madrid para organizar los Juegos Olímpicos. Sin duda se volverá a intentar como si nos fuera la vida en ello y, a tenor de las encuestas, según los medios, la gente lo ve bien. Pues adelante con los faroles. Los gobernantes lo tienen muy facil. Nadie protesta. Perdón, sí, se protesta. La gente sale a la calle por motivos de futbol.
Y últimamente jóvenes asaltaron una comisaría por cosas del botellón.
Yendo al fondo del la cuestión, sigo sin ver el verdadero reparto de la riqueza y la auténtica justicia social. Félix