29 mayo 2010

La mirada de un niño

Pocas cosas hay en la vida con tanta pureza, con tanta generosidad, con tanta ternura, tan gratificante y alentador como la mirada de un niño.
Miro a un niño que va confortablemente instalado en su silla conducida por su madre y el niño me devuelve una mirada tierna ,cariñosa ,sugestiva, habla su mirada, me dice¡hola! con su mirada,el niño no habla pero su mirada si.
Sigo caminando por la calle y miro a otro niño que su madre amamanta y me mira de reojo para no perder el ritmo en su tarea mientras sacia su estómago, trago a trago. El niño no habla, no es necesario porque su mirada lo dice todo y es fácil de interpretar.El niño es feliz.
Más tarde, otro niño en el metro está sentado confortablemente en el regazo de su madre.Lo miro. Me mira. Mirada cómplice. Espera una respuesta de mi parte.Esbozo una sonrisa y me responde con otra. Hago una mueca retorciendo mi bigote y se rie.Intenta imitarme pero no lo consigue y espera que realice de nuevo el gesto para captarlo mejor y volverlo a intentar.Lo repito y se ríe mientras una y otra vez intenta imitarme.Hemos entrado en el juego y solo lo sabemos los dos, nadie se ha percatado, ni siquiera su madre.He entrado en el juego infantil, ese juego sin trampa donde todo es puro y no se espera contrapartida alguna porque el juego, juego es. Me sigue mirando, espera que le envíe otra señal de juego; un guiño, una mueca, cualquier gesto que le permita seguir disfrutando, mientras en el vagón todo es silencio salvo el traqueteo del convoy que sigue su rumbo.El niño sigue mirándome pero desisto de jugar porque me doy cuenta que el mundo que me rodea no está para juegos o juega con cartas falsas y no quiero aparecer como un tipo raro, sospechoso, porque con los niños desconocidos¡ojo! no se juega ni de bromas.A eso lo llamamos guardar la distancia, no entrometerse en vida ajena.Pero yo soy así y no quiero desprenderme de la mirada infantil para disfrutar mejor del mundo que me rodea y conservar el niño que todos llevamos dentro.Lo llevo como puedo y cuando se tercia y un niño me ofrece su mirada pura, generosa, intento corresponderle aunque mi mirada se entrecruce con otras poco amistosas.
Porque hay personas que no han aprendido a mirar, gentes que perdieron la mirada inocente de su infancia y se acomodan a la mirada que le marcan los tiempos, es decir; pocas risas, pocas bromas, estar a la defensiva, aislarse en la muchedumbre y seguir el ritmo que va marcando el frenesí del mundo civilizado.
La mirada de un niño es la bondad por excelencia, no hace ningún distingo, no sabe lo que es eso y sonríe de igual manera a un banquero que a un obrero con su mono de trabajo.No sabe de clases porque en su universo solo hay dos clases de personas: las amables y de corazón generoso y el resto.
Un día me crucé con un joven de unos veinte años con síndrome de Daown.Era autónomo y se desenvolvía bien en el otro mundo, en el de los “normales”.Al llegar a su altura me saludó: ¡hola! me dijo al cruzarse nuestras miradas. ¿hola ,qué tal?,le contesté.Bien ,me dijo y prosiguió su camino .Aquel fugaz encuentro me llenó de satisfacción.Cuanto cariño, cuanta ternura, qué profunda humanidad en su saludo.Yo seguí un poco más animado en mi deambular y él probablemente era feliz en su particular universo, en el universo de los adultos con la mirada de niño.Miradas cómplices, sentimientos cómplices, es lo que queda, el resto se volatiliza en la atmósfera contaminada del mundo industrializado, moderno , quizás feliz, pero también voraz ,que consume vidas aunque no lo parezca .
Qué pena que perdamos tan pronto esa mirada cándida, generosa, pura, escrutadora del alma.Qué pena que pasemos la vida mirando a la defensiva, que nuestra mirada a menudo se vuelva tan egoísta y que solo intentemos recuperar la pureza de esa mirada, aunque no siempre, al final de la vida, cuando nos percatamos que lo importante es la mirada de amor porque el resto ya no importa, pero cuando ya es, como en otras tantas cosas, demasiado tarde.
La mirada de un niño es el bálsamo capaz siempre de devolver la sonrisa allí donde anida la tristeza. Félix

22 mayo 2010

La fiesta del futbol



















Hoy hace un día esplendido para estar en cualquier parte y al no poder disfrutar de La Zarza, celebro este día del futbol en Madrid. Hacia las doce me dirijo en metro hasta la Puerta del Sol y aledaños. Ya en el metro se aprecia el frenesí propio de una final de copa de Europa o Champions de futbol. En el vagón donde voy hay un ambiente cosmopolita. A mi lado dos matrimonios, supongo, y un chico hablan catalán. Me supongo que vendrán a ver el partido, pero me doy cuenta que no juega el Barcelona, o quizás se hayan equivocado. Sea cual fuere su motivo hoy merece la pena estar en Madrid por la fiesta que se ha montado, de momento pacífica; veremos que perder tienen a los que le toque. Mas adelante hay un grupo de italianos con sus camisetas y bufandas del Inter .En la siguiente estación sube un señor y comienza a entonar unas melodías italianas con una armónica. Cuando termina pide una propina: ¡para el Inter! dice. No se por que sospecho que es italiano. Y es que los italianos tienen un olfato superior para el negocio, llevando la comedia y el arte allí donde van. En la estación de la Puerta del sol, por los pasillos se entrecruzan melodías de acordeón: un tango por aquí, un “sole mío” por allá. Ya en la plaza se suceden grupos italianos y alemanes cada cual con las camisetas de su equipo. El ambiente festivo es total. La plaza está abarrotada con algunos coches y dos furgones de la policía. Los italianos son más bullangueros: entonan estrofas jaleando a su equipo. Algunos llevan pancartas. Otro se hace un sitio para blandir una enorme bandera italiana haciéndola girar y realizando unas figurinas como el baile nuestro de la bandera. Son la alegría del Mediterráneo. Me identifico más con ellos que con los alemanes que expresan sus sentimientos con menos énfasis. Lo agradable es que todo transcurre con buen humor y con respeto. En la Plaza Mayor las terrazas hacen su agosto. Dos músicos elegantemente vestidos animan con sus acordeones el ambiente frente a una terraza. Otro realiza trucos de malabarismo con unas cuerdas. Un grupo de italianos lo rodean y lo jalean amistosamente; están en su salsa .Después de haber disfrutado participando como en un teatro, le ofrecen algunas monedas. Veo otro que anima la fiesta entre la puerta del Sol y la Plaza Mayor vestido con chaqueta y pantalón negro maquillado y con el sombrero a lo “Charlot”.Se ofrece para hacerse fotos con los paseantes. La mímica que esboza es de un gran artista. Otro artista pinta en unas láminas de cristal del tamaño de una postal, paisajes y figuras preciosas, pero por poco tiempo porque se acerca un coche de la policía y la pareja, mujer y hombre, le invitan a que se marche a otro lugar. Ya estamos, que manía con los artistas, me digo. El joven policía le dice que hay mucha gente y que no es prudente que permanezca allí. El hombre como no hacia nada malo, ni se inmutó. El agente debió de llamar refuerzo porque inmediatamente llegó una furgoneta de la que bajaron cuatro policías, dos parejas, mujer y hombre. Esta bien eso de las parejas mujer y hombre en la policía. Quizás las mujeres aporten un poquito de serenidad en estas tareas, me dije. Pero bajó una de buena estatura, de cintura ancha con sus utensilios de trabajo a la cintura, y se planto como una Amazona, ojo negro avizor acostumbrado al soslayo observando el desalojo. No sé como se llevará la feminidad en esta profesión de armas, me pregunté. Llegó un compañero, con canas, y la saludó:”hola guapa” ¿que tal? Me parece el mejor saludo a una compañera y me di cuenta que la feminidad es un plus. Lo decía; hay mejor ambiente en las parejas de verdad, las de ahora. Ignoro si esto tendrá que ver con la paridad el Gobierno. El caso es que seis policías rodeaban al artista que comenzaba a darse cuenta que debía de marcharse pero decidió hacerlo sin prisa. Comenzó a echarles un discurso a los policías al estilo Gandhi, hasta convencerlos que a pesar de sus largos dos metros de estatura era un hombre que no representaba peligro de desorden. Se quedaron al final la pareja de policías del principio argumentando el porqué de su desalojo. El artista siguió pausadamente con su discurso argumentando que hay que tener sentido común y darse cuenta de quien puede o no perturbar el ambiente, que el ganaba así su sustento y que si el arte está reconocido en el articulo veinte de la Constitución, por algo será. Permanecí un largo rato escuchando su razonamiento. Me pareció acertado. Recogió sus bártulos y la policía se marchó entonces. Le apoyé por su forma de actuar y charlamos un rato. Hablaba español con un acento entre italiano y escandinavo. El arte es lo único que salvará a la humanidad, decía. Totalmente de acuerdo, le dije. Nos saludamos y le desee suerte. Mientras tanto en la plaza seguían los dos acordeonistas y el mago con sus cuerdas. A estos artistas la policía no les dijo nada. Cosas incomprensibles. Madrid se ha transformado gracias a la fiesta del futbol. A mi me gusta el futbol siempre que sea una fiesta como la de hoy, bajo un cielo azul típicamente madrileño. Es la cara buena de la ciudad. Félix.

15 mayo 2010

San Isidro Labrador y la primavera.













Hoy celebramos en Madrid la festividad de San Isidro Labrador. Salgo a la calle con mi compañera inseparable (la cámara de fotos) para celebrarlo a mi manera. El día amaneció luciendo un sol radiante invitando al paseo, pero poco a poco con la atmosfera un tanto revuelta, las nubes, aunque esparcidas, han comenzado a invadir el cielo aunque se disiparán durante la tarde para que luzca el sol durante la lidia en las Ventas .Por las calles que confluyen con la glorieta de Cuatro Caminos observo que más de la mitad de los paseantes son inmigrantes. Me paro ante un escaparate que me llama la atención para hacer una foto. Una niña de unos seis años, de rasgos amerindios, se queda mirándome mientras su madre tira del brazo para que no se pare. Finjo sacarle una foto. La niña convencida, con un semblante feliz, me da las gracias y se despide con la mano dándome de nuevo las gracias. Después le comenta a su madre que le han hecho una foto, pero su madre, que vive en otro mundo, hace caso omiso y sigue tirando del brazo. En su universo infantil ella ha disfrutado del momento porque le han hecho una foto y es feliz. Qué poco se necesita para encontrar la felicidad cuando uno es pequeño. Pero caigo en la cuenta que yo también he disfrutado como un niño de ese instante, porque precisamente esa niña me ha enviado una sonrisa cariñosa y me ha dado las gracias por la foto, como si fuéremos amigos de toda la vida. Yo voy por la calle intentando captar lo que me atrae. La niña hace lo mismo, ajena a la indiferencia y a las prisas de su madre. Hoy festejamos San Isidro como símbolo de la primavera, del esfuerzo, del sacrificio que supone labrarse el día a día en tiempos revueltos como ahora, como lo fueron en su tiempo también. Y a pesar de todo, siempre hay una flor en la primavera para alegrarte el día. Yo ya he tenido mi regalo; el de una sonrisa, el de una atención particular, el de un hasta luego. Pueden ser cosas insignificantes, o no; como todo al fin y al cabo. Todo es relativo. Tiempos revueltos; primavera revuelta que un día tras otro se empeña en demostrarnos, por si alguien lo dudara, que hay que seguir sudando la gota gorda como Isidro para ganarse el sustento, que lo otro, lo del pelotazo, es contra natura y nos aboca a situaciones imprevisibles. Pero hoy es San Isidro y toca disfrutar. Madrid se viste de chulapo, las terrazas ofrecen un espacio de descanso después de las procesiones y en la atmósfera se respira el aroma genuino mezcla de tabernas, flores y fragancias de los paseantes. Algunos veinteañeros van en camisa mientras el resto no se despoja del jersey o chaqueta. El sol sale y se esconde, y entre música y algarabía transcurre la fiesta. San Isidro descansa en su morada y da paso a la tarde que continuará con la fiesta nacional en la plaza de las Ventas, como siempre, entre toros, pasodobles, señores fumando su puro, a veces acompañados de bellas mujeres mucho más jóvenes que exhiben su belleza, mostrando sus gafas de sol, con sol y sin él, porque para eso han ido. Cada cual exhibe su poderío en ese circo moderno lleno de luz y color, de rojo y gualda, de joyas y modelos de pasarela, de escotes sugestivos,de pañuelos blancos y bocadillos,y de botas de vino engrasando la voz para responder con aplausosos ,o silvidos ,o clamando el premio para el diestro. La fiesta va por barrios y cada cual lo disfruta a su manera, como suele ocurrir en tiempos revueltos, en una primavera revuelta que amaga con calor y nos engaña con frío. Como los gobernantes que nos anunciaron primaveras prósperas y perfumadas y resulta que ahora le tenemos que devolver las flores que nos regalaron. De momento vamos para mejor tiempo, las flores siguen brotando y los frutos creciendo.
Hoy es San Isidro. Que cada cual reciba su fruto y encuentre su flor. Félix.

08 mayo 2010

Recordando...o simplemente caminando (relato final)
















Cada año la primavera parecía volver con más fuerza. Por eso siempre que puedo vuelvo para verte campo querido, para disfrutar de tus primaveras, de tus caminos, de tus fuentes, de tus cabañas, de tus pilares, de la arquitectura rural que dejaron mis abuelos y los de todos.
Retomo los caminos de antaño pero apenas se ve gente; no hay pastores, el campo se queda solo. Ya no se oye el canto del yuntero, ni el trino de los pájaros que le seguían cuando araba porque algunos ya no volvieron.
Recuerdo al tío Manuel con sus alforjas al hombro camino del río donde le esperaba el arado y un mulo que pastaba en un prado. Dos kilómetros andando, la alforja al hombro, la reja aguzada en la bolsa trasera y una piedra en la delantera para hacer contrapeso. Cuanto sacrificio. Cuantas toneladas a lo largo de su vida soportó su cuerpo por cada kilo de trigo nuevo.


El tío Manuel cuado yo era un crío él era ya viejo. No conoció el tractor pero se ganó el cielo.

Ya queda lejos, muy lejos, el chirriar de los carros, el pregón de la alguacila, y el tañir de las campanas anunciando la hora del Ángelus, o de la Noche de Difuntos, o de la Resurrección y más cosas que el viento se llevó.
Pero yo siempre que puedo vuelvo ,porque el campo me espera y yo lo espero. Sus fuentes me ofrecen agua y yo la bebo. Sin prisa recorro los tesos cercanos al río. En mi transitar por el camino de la Peña la Vela, me paro a contemplar el roble rechoncho, solitario y aún frondoso, después de que cincuenta años atrás nos hubiera albergado entre su ramaje a Alejandro y a mi. Su corteza más arrugada como también mi piel, recordaba que el tiempo había pasado para los dos. Algun pequeño gajo anunciaba su declive. Me abracé a él recordando viejos tiempos. La rama más inferior ahora la tenía a mi alcance. Sin embargo, cuando mi cuerpo aun crecía, Alejandro me empinaba hasta alcanzarla para seguir gateando hasta llegar al nido de tórtola que cada año nos ofrecía la belleza y la fragilidad de sus pichones en cañones. Allí subidos con todo el horizonte para nosotros pasábamos largos ratos. Súbitamente, al recordar a Alejandro me invadió una profunda tristeza porque ya no estaba entre nosotros. Pensé que no era el momento de llorar porque Alejandro no lo hubiera consentido y para ello hubiera empleado el recurso de sus chistes, porque era un artista del humor y un poeta innato. Y estaba seguro que empezaría cantando una de las innumerables estrofas de su repertorio que decía:
“Esta es la jotita que bailan los perros,
levantan la pata y enseñan los güevos”…Y seguiría con otras a cual más hilarante hasta hacerme llorar de risa. Porque Alejandro disfrutaba haciendo reír a los demás. Fuimos uña y carne, pasamos juntos la infancia y lo compartimos todo .Dejó su rebaño de cabras para marcharse a la ciudad, como tantos, para labrarse un futuro mejor .Cumplió la mili en Salamanca donde coincidimos, y tras licenciarnos, nos despedimos con un efusivo abrazo sin saber que seria el último. Regresó a Madrid donde se casó, pero no tuvo tiempo de realizar sus sueños y falleció; joven, demasiado joven .En mi alma llevo su sonrisa que se fundió con la mía para nuca más separarnos.
Pensando en él me abracé por última vez al árbol para empaparme de su energía, de sus vibraciones, y emprendí de nuevo el camino. Volví la vista atrás para despedirme pero pensé que era estúpido porque los árboles no hablan. Sin embargo, al darle de nuevo la espalda, sentí que me decía:”Vuelve cuando quieras, sabes donde encontrarme. Mientras tanto, seguiré, como quizás tu también, aguantando el intenso calor del estío, las tormentas y el pedrisco, el acoso de algún rayo, la ventisca, el cierzo que soplará sin piedad, las nevadas efímeras, y las cencelladas que paralizan el campo, pero siempre volverá la primavera, y me cubriré de hojas ,y tendrás sombra, y volverá anidar la tórtola y así, hasta que ya un día, inexorablemente, los dos seamos pasto del tiempo.
Intenté sacudirme el letargo que me estaba invadiendo. Alce la vista para disfrutar del horizonte y proseguí el camino respirando profundamente los aromas que me ofrecía el manto primaveral. Entre valle y quebrada el canto monocorde del cuco rompía el silencio mientras otro le respondía a lo lejos. Intenté imitarlo para comunicarme con él pero no respondía como insinuando que en aquella sinfonía primaveral él era el director de orquesta y marcaba el ritmo a su antojo.
La suave brisa moldeaba los campos de centeno en cuyo oleaje se lucían los tonos verdes .Verde, todo verde. El verde que tan magistralmente describió mi primo Adolfo en sus relatos zarceños: verde roble, verde chopo, verde pino, verde escoba, verde helecho, verde lagarto, y más verdes que conforman el verde Zarza porque esos verdes son nuestros vedes. En medio del inmenso campo chispeaban como lentejuelas matojos de plantas aisladas que con sus coloridos engalanaban el paisaje:
Escobas rubias con su intenso amarillo oropéndola, amapolas de carmín veinteañero que se cimbreaban en los trigales en una danza ritmada por el viento suave entreverado de abajo y gallego; tomillos morados de Semana Santa cuyos pétalos se tornaban plateados con el reflejo del sol. Tomillos que con su sacrificio tapizarían las calles en la procesión del Corpus y que, tras ser recogidos, pasarían a ser pasto de las llamas en la hoguera de la Noche de San Juan cuyo humo, después de ofrecer sus propiedades curativas, se esfumaría en la oscuridad de la noche dejándonos el último suspiro de su aroma.
Escobas rubias, amapolas, tomillos, esencia de mi infancia, esencia de mi pueblo. Hermosa primavera la nuestra. Hermoso campo, nunca viejo, siempre nuevo.

Desde el Teso la Madera
oteo los campos de trigo,
el viento acaricia mi frente
como el arroyo al molino.
Viento que aventó en la era
centeno cebada y trigo,
viento que la veleta
anunciaba templado o frío.
Y el viento me trae el perfume,
de un matorral con tomillos,
de un prado con margaritas,
de un arroyo con espinos,
de un lanchal con piornos frescos,
de un exuberante pino.
El viento sortea quebradas
y con él hago camino,
para escuchar su murmullo
entre los juncos del río
y seguir así soñando
como cuando yo era un niño.
Mi pueblo, mi querido pueblo, mi Zarza querida; siempre te llevo dentro.
Félix.

01 mayo 2010

Recordando...o simplemente caminando (2ª parte)














…¡Quedaos en la cama, ha nevado! Era la voz de mi padre que nos anunciaba un día feliz a las ocho de la mañana.
Brincos en la cama, jolgorio incontrolado. Éramos felices porque ese día no iríamos a la escuela. A pesar del cobertizo, la ventisca había arremolinado la nieve contra la entrada y cubría de casi un metro el quicio de la puerta.
Amaneció. La luz difusa se colaba por el único ventanuco de la casa y alumbraba los recovecos que otros días permanecían oscuros. Afuera, un resplandor uniforme fundía el cielo con la tierra y en esa metamorfosis desaparecía la perspectiva de horizonte. Blanco, todo cubierto de un manto blanco. La miseria estaba cubierta de blanco, la riqueza también. Los muladares se habían vestido de blanco. Los tejados eran todos iguales: blancos. Sin embargo, había tejados de ricos y de pobres. Los unos cubiertos de tejas nuevas o en buen estado, bien alienadas, sin goteras; los otros, con goteras, con tejas viejas, malheridas, con musgo y suciedad. Pero surgió el milagro de la nieve. Ese día todos eran iguales, de un blanco deslumbrante, de una belleza conmovedora.
El campo también se vistió de blanco, y las fincas de los ricos se fundieron con las del resto, y desapareció la propiedad privada por un día, o dos.
Y los que vivían absortos en su riqueza fueron transformados por la nieve. Los soberbios aplacaron su altanería .La pureza de la nieve iluminó sus rostros, también su mentes, y en un alarde de solidaridad se unieron al resto empuñando la pala para abrir caminos en la nieve para acceder a los corrales, a cada vivienda, a las tiendas, a la panadería, a la iglesia y fue entonces cuando surgió lo mejor de cada cual. Mientras tanto, algunos mozos se atrevían a salir al campo armados con palos para cazar conejos, pues estos al aventurarse a salir de la madriguera, dejaban en la nieve el rastro que los delataba convirtiéndolos en presa fácil.
Pero lo nuestro era jugar, crecer jugando. La nieve nos había proporcionado el elemento tan deseado. Entonces, Ventura, Paco y Alejandro, junto con otros chavales más pequeños del barrio, salíamos a la calle calzados con las botas de goma que apenas sobrepasaban los tobillos, frías como la misma nieve, vestidos con el tradicional pantalón corto de pana, con el jersey que el viento calaba a su antojo y con las manos desnudas, nos lanzábamos calle arriba y calle abajo empujando la bola de nieve que se hacia cada vez mas pesada. Al final, en medio de la calle quedaba ubicada la primera pieza del muñeco. Después las otras dos darían forma definitiva a nuestra estatua adornada con un palo de escoba y un sombrero viejo.
Aquel juego tenia su dosis de sufrimiento. Al principio las manos se quedaban congeladas. Después, debido al ejercicio se producía un intenso dolor previo al calentamiento, para permanecer después a una temperatura estable .Los pies no se calentaban y los sabañones se desarrollaban alegremente, sobre todo el dedo pequeño que era el que más sufría.
Los sabañones dormían durante el día, pero despertaban rabiosos al acostarte cuando colocabas los pies sobre el ladrillo o teja bien calientes, colocados en el fondo de la cama. Al calentarse los pies se producía un picor insufrible. Al rascarte tenias la sensación de alivio, pero el picor aumentaba de intensidad después de rascarte, de modo que pasabas un largo rato peleándote con ellos hasta que por fin, con los pies ya calientes, el picor cesaba paulatinamente y comenzaba entonces un delicioso sueño.
Eran tiempos de posguerra, de juego, de ilusiones y de sueños.
La vida es sueño, pero también juego, o debiera serlo. Crecíamos jugando, soñando, cantando. El yuntero cantaba arando, con su rebaño el pastor, en la taberna los mozos y sobre todo los quintos, y en la iglesia las mujeres. Yo también cantaba en la iglesia cuando era monaguillo, y aprendí a cantar el dies irae, y el pater noster, y más cosas en latín, porque lo importante era cantar, aunque muchas veces desconociera el significado de la letra. Y como el cura estimaba que cantaba bien, me propuso para cantar la misa de difuntos y sustituir a un compañero que según él, más que cantar una misa de difuntos entonaba una melopea de moscardón. El cura me pagaba gustoso un porcentaje de lo que cobraba por la misa, de modo que yo me embolsaba religiosamente tres pesetas y los dos tan contentos; o como solía decir él:”Aquí paz y después gloria”.
Pero también cantábamos en la escuela. La tabla de multiplicar la aprendíamos cantando. Después del cante retornábamos al juego en el recreo. Hacia 1957 llegó la ayuda estadounidense y con ella la leche en polvo, el queso de bola y más cosas útiles. La leche la preparábamos durante el recreo. El maestro colocaba un gran recipiente en medio del patio o jardín, añadía el agua y la leche correspondiente. Entonces, nosotros jugando como siempre, empuñábamos las batidoras, y dale que te pego hasta que la espuma se hinchaba, y subía y subía hasta desbordar, lo que celebrábamos con una algazara impresionante. El maestro alertado por la bulla acudía enfurecido y al primero que entallaba la endiñaba un pescozón. Calmados ya los ánimos, y en fila india, acudíamos unos con el vasito de plástico y otros de cristal para tomar la ración, pero siempre sobraba y muchos repetían.
Bienvenida fue aquella leche en tiempos de posguerra, de ilusiones y de juego.
Finalmente, cantando nos despedíamos de la jornada escolar, cuando a las cinco, el maestro nos hacia levantar y con el brazo en alto entonábamos el “Cara al Sol”.Todos ignorábamos el significado del saludo fascista. Lo mismo del contenido ideológico. Aquella secuencia suponía simplemente para nosotros el fin de la jornada escolar y la recuperación de la libertad en la calle, en nuestro espacio de juego.
Gracias al esfuerzo de nuestros padres, pudimos asistir a clase con cierta regularidad para sentar las bases de nuestro futuro.
Habíamos cumplido una etapa. Nos acercábamos al mundo laboral. Y como las cigüeñas seguían trayendo niños, y nuestro querido campo no podía alimentar más gente, comenzó el éxodo inevitable para intentar medrar en las grandes ciudades o en el extranjero. Todos, o casi todos regresamos en algún momento. Nuestro querido pueblo, como todos, se fue transformando .Las yuntas de bueyes fueron sustituidas por maquinaria agrícola. El ruido del tractor se hacia un eco en el campo. Era el progreso.
El progreso también lo encarnaban; los chicos con el pelo largo, las chicas con minifalda o pantalón, las canciones en ingles, la llegada al hogar de la lavadora, de la nevera, del televisor y muchas más cosas.
La juventud se marchaba, las fiestas perdían auge y algunas desaparecían.
Tan brusco fue el cambio que hasta el cura viendo peligrar los intereses de su parroquia, no tardó en manifestarse con su sonado lamento:”Si la juventud se marcha, no sé de que va a vivir la Iglesia; se acabarán las bodas, no habrá bautizos y, menos mal que me quedan, gracias a Dios, las misas de difuntos y los entierros, porque viejos aun quedan unos cuantos, ¡por ahora!”.Era sincero. Sabido es que por cada acto que oficiaba cobraba su minuta, lo que le permitía pagarnos una perra gorda a la semana a los monaguillos y el resto emplearlo en cosas divinas.
Al sacerdote entrado en años y con precaria salud, le llegó el relevo. Fue don Miguel quien lo sustituyó aportando un aire fresco y un nuevo concepto sobre la liturgia religiosa emanada del Concilio Vaticano II.
Don Miguel, vestido de paisano, muchas veces solo identificable por su alzacuello, dinamizó la vida social sobre todo en el ámbito juvenil, desarrollando con muy pocos medios pero con mucha ilusión, actividades culturales en la antigua casa del cura transformada en teleclub.
Dichas actividades alcanzaban su apogeo el día de San Lorenzo, cuando todas las manifestaciones culturales y lúdicas (salvo el grupo que amenizaba el baile) eran protagonizadas por gente del pueblo.
Los cambios iniciados por el nuevo párroco levantó no pocas suspicacias en algunas señoras muy mayores que consideraban extraño que no aplicara los mismos estipendios que su predecesor.”A la voluntad, señora María, a voluntad”, decía don Miguel. Pero la señora María, que por experiencia sabia que en la vida todo tiene un precio, no se fiaba demasiado, y seguía ofreciendo la limosna de siempre, a fin de asegurase que los responsos llegaran a su destino, considerando que para ello se hacia inevitable pagar un peaje.
Todo acabó normalizándose y el cambio concluyó cuando se consideró normal que el sacerdote acudiera al bar para tomar unas copas con los mozos, algo que hubiera sido un sacrilegio unos años antes.

El progreso seguía su curso, solo el campo permanecía inalterable, o casi… Félix