08 diciembre 2011

La hoguera de la matanza




En mi calle a pesar de las pocas casas que hay, (podemos juntarnos para jugar seis chavales, y si participan las chicas, cuatro o cinco más), el espectáculo siempre esta asegurado. Uno de los momentos que más disfruto es cuando mi amigo Alejandro hace la hoguera el día de la matanza.
Esta mañana han matado el cebón. Es un chancho de los de toda la vida; de piel color barro de charca, chaparro, y parecía una bola de lo gordo que estaba. Tenía los ojos hundidos, apenas visibles en unos mofletes hinchados. Lo trajeron desde el corral, cien metros andando y de puro gordo apenas podía caminar porque lo único que hacia era comer y dormir.
Había que verlo dejarse guiar; dócil, sin resoplido alguno, sin rebelarse aunque barruntase el tajo del sacrificio. Me hacia gracia sus andares cuando avanzaba cansino, cuarteando sus cuadriles, parecido al bamboleo del Perico cuando lleva unas copas de más, o el meneo de Alejandro que tanto nos hace reír cuando imita exagerando los andares culibajos de la Ramona.
Lo izaron con unas cinchas para pesarlo en una romana para animales y pesó catorce arrobas. Catorce arrobas de chicha para todo el año. Fueron necesarios seis hombres para subirlo al tajo y murió casi sin gruñir. Me dio pena verlo morir porque tenía aspecto bonachón.
Hay un grupo de personas, sobre todo mujeres, atareadas en el mondongo y todo eso; unas en la calle con las artesas limpiando y escogiendo las tripas para los embutidos, otras en casa con los barreños preparando los adobos, y el ama en la cocina esperando la asadura con la sartén a punto, cuyo olor a sofrito se esfuma hacia la calle y te abre el apetito. No se si es por la cantidad de chicha que pasa de brazo en brazo, o por la copita de aguardiente que han tomado antes de empezar para matar el frío, el caso es que todo el mundo bromea y hay mucha alegría, sobre todo cuando al Rogelio, el matachín, que es un fumador empedernido y que habla por cuatro, se le cae la ceniza del cigarro en la asadura que tiene entre las manos y le dice a la Remedios:”échale mano, anda ,jaquetona, que ya va adobada”, y se ríen todos. Lo de jaquetona lo dice porque tiene una jaca entre rubia y canosa, muy mimada y cuando le retira la albarda siempre le seca el sudor, le pasa un paño para alisarle el pelo, le da unas palmadas en las ancas y le dice:”ya estás bien guapa, mi jaquetona”. Por eso sé que es una palabra cariñosa. Antes nos hizo reír a los chavales cuando entresacó con un poco de tocino, lo que es la verga del cerdo y le dijo a uno :”Toma, es un regalo para que tu abuelo le saque brillo al cuero de las botas dentro de unos meses”.A mi me dijo cuando lo tumbaron en el tajo:”anda, échale mano al rabo del garrapo y tira de él, así te calientas, que estás engarañao , y de verdad me calenté las manos. En esto llega el tío David con la boina de lado, el grueso cigarro en la boca y acariciando la vara de roble que siempre le acompaña.
-¡Echa un trago de aguardiente!, David, le dice el Rogelio. El tío David toma una copa y hace unos mohines y aspavientos cerrando los ojos al tragarla. Cuando respira sale una bocanada de vapor como si tuviera un horno dentro. Después toma una perrunilla de una bandeja y se pone a mirar como desuellan al bicho. La helada que ha caído es de órdago y aunque el sol se ha levantado ya, aún permanecen blancos los muladares y los tejados. Pero los que desuellan al marrano no pasan frío porque además del aguardiente las chichas están calentitas aún.
-Vaya industria que habéis montado, dice el tío David, apuntando al suelo con la vara a los restos de paja de chamuscar, salpicada de sangre. Lo de industria lo dice a menudo y ya sé lo que significa porque se lo pregunté un día a mi tío Indalecio que sabe mucho y además ha estudiado en una academia. Me dijo que industria en la matanza es cuando están removiendo la sangre del gorrino para que no se cuaje y añadirla al barreño ya listo con pan para hacer la morcilla; cuando van colgando la chicha en un varal en el sobrado o en un cuarto; cuando salan los jamones, los colocan sobre unas mesas o tajos y le ponen peso encima para que se aplasten un poco; cuando adoban las carnes y las mujeres seleccionan las tripas después de lavarlas y muchas más cosas, todo eso es la industria, me dijo. Le pregunté si la cena de la matanza donde los chavales nos apipamos de chicha, castañas, higos pasos y cantamos y decimos acertijos, es también industria, y me dijo riendo que también. Entonces deduzco que los tres días que dura el mondongo es una verdadera industria. Aunque nosotros, los chavales, solo pensamos en la hoguera cuando se haga de noche. Alejandro, lleva varios meses arrastrando desde el campo zarzales secos y ya tiene enfrente de su casa un montón, dos o tres veces mi altura .Otro vecino también ha matado su cebón, y más gente en el centro, pero nosotros no nos movemos de nuestro barrio hoy porque tenemos donde disfrutar. Por fin cuando oscurece, todos los chavales nos ponemos manos a la obra: arrastramos los zarzales hasta el centro de la calle que es muy ancha, hasta formar una torre impresionante. Hay cuatro chavales, que se puede decir que son ya mozos, para participar y controlar para que no haya ninguna desgracia cuando se prenda la hoguera. Alejandro tiene dos hermanos mayores que él y se encargan de prender los zarzales. Comienzan a arder y la fogarada se empina un poco más arriba del poste de la luz. Cuando empieza a arder, las llamas crujen furiosas y se estiran con tanta fuerza que parece que toda la hoguera va a alzar el vuelo. El resplandor es tan grande que es como si hubiera cien bombillas o más encendidas como la del poste.
Todos estamos bastante alejados porque desprende un calor impresionante. –Mira, mira como restrallan las llamas, y como saltan las potricas, dice José, apuntando arriba a las llamas que se estiran haciendo culebrinas.
–No son potricas, son chispas, le replica Ventura.
-Ni potricas, ni chispas, son las hojas secas de las zarzas que salen volando, terció Alejandro, algunas ardiendo antes de caer hechas ceniza en un tejado o en el la cabeza de alguno, como en la tuya ahora.
Cuando la torre de zarzales se va hundiendo y queda como un metro de alta, empiezan entonces a saltar la hoguera los más grandes. Son muy atrevidos porque si se caen en medio de las llamas, no sé que podría pasarles. Se ponen cinco en fila india y a la carrera salta uno detrás del otro. Cuando están volando por encima de las llamas su cara se vuelve roja pero pasan tan rápido que ni se chamuscan el pelo. El hermano de Alejandro fue el primero en saltar cuando el montón era casi tan alto como el y parecía que las llamas lo tragaban. Está acostumbrado, porque cuando guarda las cabras en el campo salta las paredes de más de un metro, y sin tocarlas, es un autentico galgo .Todos lo admiramos porque es difícil y muy arriesgado. Cuando ya ha ardido casi todo y queda un montón de brasas con pequeñas llamas, saltamos los más pequeños. A mi amigo Paco se le ha prendido el talón de la zapatilla a fuerza de caer sobre las ascuas cuando sale del salto. Cuando todo se ha transformado en un montón de brasas, cogemos una piedra cada uno para sentarnos entorno a la lumbre como los indios en las películas, y con el resplandor nuestras caras se vuelven rojas. Hay tres chavalas también y cada cual hemos previsto algo para comer. Yo pincho en un palo una patata gorda y la meto entre las brasas. Casi todos asamos patatas, pero algunos han traído castañas.
-¿Quién ha metido una castaña entera en la lumbre?, le voy a pegar una leche, dice Juanito un poco enfadado. ¿Y si le salta alguna brasa o ceniza al ojo? , ¿ qué?, añadió amenazante.
Se hizo un silencio y todos acatamos la reprimenda. Ya nadie mete castañas sin morderle un trozo.
Llega Marcelo con una lata de castañas y dos membrillos.
-Aquí tenéis castañas; las reparte y mete los membrillos en la lumbre.
-Qué generoso te has vuelto, le dice Juanito.
-Es que hoy es 28 de noviembre, y es mi cumpleaños.
Rápido se armó un guirigay porque nos levantamos todos para tirarle de las orejas.
-¡Ya vale, ya vale!, se quejaba tapándoselas, y nosotros dale que te pego. Y es que en mi pueblo cuando alguien cumple años, sobre todo a los chavales, se le tira cariñosamente de las orejas, pero siempre hay alguno que se pasa de tirón. A mi el membrillo asado es como más me gusta. Marcelo saca la navaja del bolsillo, limpia el membrillo asado con un trapo, corta unos trozos y lo reparte. El cielo está estrellado, no hay luna y la helada comienza a hacerse sentir en nuestra espalda, entonces lo que hacemos de vez en cuando es darnos la vuelta hasta que se caliente y así estamos calientes por delante y por detrás.
-Vete a llamar a la hija de la maestra y a Rosa, que así hay más chicas y nos lo pasamos mejor, me dice Juanito.
-No voy porque no querrán venir- le digo, yo sé que a la maestra no le gusta que su hija ande con nosotros porque dice que algunos tienen muy malos modales.
Juanito comienza entonces a contar chistes verdes, muchos de Jaimito y las chicas dicen que es un sinvergüenza, pero no se van porque les gusta descubrir cosas de las parejas cuando se enamoran, y lo que hacen cuando pasan por callejuelas sin luz. Y cuando está contando uno de Jaimito que termina diciendo:”ni son naranjas, ni son limones que son los…” se levanta de repente María Jesús y le dice:” cállate, que ya sé lo que vas a decir”.
Se aleja un momento tapándose los oídos con las manos hasta que termine. Alejandro que está en todo, se echa hacia mí y me cuchichea al oído que no me crea que no está oyendo, porque la muy tuna tiene las manos ahuecadas. Cuando regresa para sentarse, el pillo le espeta el final del chiste y todos nos echamos a reír.
-Ya basta de chistes verdes, ¡ya está bien! parece que solo sabéis hablar de eso, dice la hermana de Alejandro .Así que acaba la chocarrería y vuelve la calma. Andrés se levanta y dice que le va a tirar la teja al vecino que ha matado también su cerdo. Le dicen que a un vecino no se le tira la teja contra la puerta, que nos está bien, aunque sea una tradición el día de la matanza. Él insiste prometiendo que cogerá un trozo pequeñito de teja solo por cumplir con la tradición, y lo hace tan suave que no se oye el golpe. Alejandro se levanta y dice que el también quiere mantener la tradición y que va a tirar la teja suave contra su propia puerta. Pero cuando no es un vecino le lanzamos un trozo grande de teja sobre la puerta y ante el estruendo sale el dueño cabreado y… patitas para que te quiero. Un día enganchó a un amigo en la carrera y le pegó unos buenos pescozones.
El borrajo se va consumiendo y ya ni te calienta la espalda así que como son las diez nos vamos levantando y llevamos las piedras junto a la pared del huerto del Tomás, y vamos desfilando cada cual a su casita donde nos espera un ladrillo o teja bien calentito a los pies de la cama. .La hoguera de la matanza de Alejandro es la mejor de todo el pueblo y es una noche que nunca olvidamos. Todos los años entre mediados de noviembre y diciembre, nos lo pasamos a lo grande con la matanza y sus hogueras. Pronto nevará y tendremos los juegos de la nieve, pero como la hoguera de la matanza no hay nada. Félix

02 diciembre 2011

Colores de Salamanca









El Tormes nos regala en su recorrido los coloridos propios del otoño, y de forma muy especial a su paso por Salamanca donde el agua parece sestear frente a la catedral, y del lado opuesto la iglesia que luce el ocre eterno de Salamanca. Félix.

12 noviembre 2011

Y España se constipó.


Conocido es que España está malita, muy malita, y ahora buscan el mejor doctor para curarla, o por lo menos para que no se agrave más su estado. Pero los doctores que tratan este mal no nos dicen toda la verdad ¡Tiene narices!, somos nosotros los que pagamos las medicinas y ellos hacen y deshacen sin darnos cuentas del resultado. Lo único que sabemos es que está muy malita. Y claro su estado repercute a la vez en los más débiles, los que de verdad la sostienen y amparan, los otros son mercaderes que andan de un lado para otro, atentos a la que se cae.
Por fin, los que mandan en ella se han puesto de acuerdo para que decidamos los que no mandamos, cual de los dos doctores que nos proponen (Rubalcaba o Rajoy) debe aplicar el tratamiento.
Ocurre que ya conocemos las mañas de los dos, por consiguiente nada nuevo, pero hay que elegir. ¿Y si no se elige, qué pasaría? Simple quimera. Así que siguiendo el reparto, como aquel con el que tanto gozábamos de chavales en el pueblo al repartir las peras del árbol que habíamos asaltado:”esta pa ti, esta pa mi, esta pa ti,” y así. Pues en la política es lo mismo: ahora te toca a ti y después me tocará a mí, y después a ti, y a eso llaman democracia. Treinta años llevamos con esta cantinela, unos se lo llevan crudo y los de abajo a comer crudo. Ajo y agua dicen los más resignados.
Pero ahora hay que tratar a España urgentemente, porque está muy malita y el día 20- N se sabrá, (aunque dicen que ya se sabe) quien será el doctor o más bien cirujano porque ya se oye que si hay que meter la tijera, que si más bien el bisturí…
Parece ser que le tocará a Rajoy ser el cirujano, pues mirándolo bien lo de rajar no se le dará mal. Pero mucho ojo con el pulso, que es fundamental.
Así que ya veo a Rajoy en el quirófano, manos a la obra, sin perder tiempo, decidido y con el pulso templado.
-“Pásame la caja del instrumental, ese juego donde había algún instrumento de plata y alguno bañado en oro, ¿te acuerdas? ¡Sí hombre! , aquella con la que tan buenos resultados obtuvimos la última vez que operamos.”
-Si, lo recuerdo perfectamente. Pero por más vueltas que doy no la encuentro. No está. Solo hay material ordinario, se la habrán llevado, o vendido los anteriores gestores, ¡vete a saber!, seguro que para pagar deudas, dijo su ayudante.
-¡Joder qué tropa! , soltó el cirujano, y todos se echaron a reír.
-Mas vale tomarlo con humor dijo el anestesista, que preguntó si la operación iba a durar mucho.
-Más de lo que yo pensaba porque la cosa está jodida, peor de lo que me habían dicho los doctores salientes.
-El banco de sangre está bajo mínimos para mayor inri, añadió el anestesista.
- Bueno, pues hay que tomar medidas drásticas, avisar a la población para que se ofrezca a donar sangre, porque tengo que seguir operando.
-Ya han donado mucho, dijo el asistente.
-Ya lo sé, pero no hay otro remedio, hay que decir la verdad.
Nadie pudo aclarar cuanto tiempo iba a durar la operación, pero el cirujano dijo: “Con lo que tengo que extirpar quedará bastante disminuida, pero podrá llevar una vida normal, aunque no nos engañemos, nunca volverá a ser la de años atrás, hay tejidos muy dañados y otros simplemente irrecuperables.”
Los que gobernaban mientras se puso malita, todos ellos con buena salud, sin embargo, la miraban con tristeza y pasaban ahora su tiempo, alguno tumbado en una hamaca viendo pasar las nubes; los más debatiendo la forma de volver a gobernar pronto la que fue la dama cubierta de joyas y perlas preciosas que, a fuerza de despojarla, quedó casi desnuda, y claro, se constipó, y empeoró, y desde entonces la pobre no ha levantado cabeza. Así que volverán cuando les toque el turno, a ser posible cuando vaya mejor, porque cuando se le ha cogido el gusto a la mamandurria y al reparto, ya se sabe…”esta pa ti, esta pa mi, esta pa ti, ¡qué ricas que están esta peras!”
Félix.

01 noviembre 2011

Recordando a mi primo Adolfo



El tiempo pasa, querido primo, un año, y otro, y otro y así vamos haciendo camino. Ese camino que desde que nos dejaste sigo recorriéndolo contigo, siempre unidos por la esencia y el espíritu que indefectiblemente nos une; por tu presencia perenne en el pensamiento que día tras día reavivo al desandar el camino de un tiempo pasado que, sin embargo, sigue siendo presente.
Este día de Todos los Santos, es un día para recordar (como bien dejaste escrito) la vida, no la muerte. Y así lo contemplo yo también. Porque la vida es también una tarde de verano; aquella que disfrutábamos mientras te acompañaba en el coche de Villarino a La Zarza y me dijiste: ¡mira la espadaña de la iglesia de Pereña! cuyo campanario parecía colgado del cielo, y cuya perspectiva a contraluz, y con el horizonte bajo, le confería un tono entre nácar y pastel, casi irreal, mientras el sol, ya débil, rayaba la línea del horizonte. Ya la miro de reojo, es una maravilla, te dije, mientras conducía. Momentos fugaces y sin embargo eternos. Y poco después cuando llegamos al puente Robledino de nuestro pueblo, ese puente al que le diste vida con tu magistral pluma. El agua corría escasa y mansa por el estío de julio, con el rumor dormido, deslizándose hendida entre piedras milenarias, pulidas, que tantos años acariciaste, y que fue lo que volviste a hacer tras una pausa y un silencio casi de devoción. Y te ofrecí la mano para prevenir una caída al saltar, y nuestras manos se unieron una vez más y asi quedaron para siempre. Por eso y por tantas cosas, claro que hoy es el día de la vida, querido Adolfo.
Por aquí abajo, Adolfo, por este mundo que bien conoces, todo sigue más o menos igual que hace cincuenta años, cuando tú denunciabas la indiferencia y el olvido hacia los más débiles. Aquella miseria moral conserva todo su vigor, aunque la otra tampoco se esconde. Guardo como un tesoro aquel mensaje tuyo que nos dejaste en tu despedida:” Sed y pensad por vosotros mismos”.Personalmente, intento humildemente seguir tu lección.
Y como lección tuya, una de tantas, voy a transcribir uno de aquellos relatos que publicabas en los años sesenta, cuando compartías patria con tu querida Venezuela.:

¿Es solamente problema de niños?

Fredy un día será grande, si llega a sobrevivir. Andará solo por las calles. Asaltará a un banco. Le meterán en la cárcel. Se escapará de nuevo. Saldrá con más rabia. Con más ganas de matar. Fredy, ya de mayor, no sabe que es respetar la vida, porque nunca se la respetaron a él. No ha aprendido a trabajar, ni a vivir. Nadie le ha enseñado que la vida vale más que un disparo. Andará suelto. Y no sabrá distinguir entre inocentes y culpables. Para él todos son culpables: todos somos culpables. Para él existe una gran división en el mundo: él y los demás. Y los demás están en contra de él. Y tendrá que defenderse. Y para defenderse matará; para amar violará; para alimentarse robará.
Además, Fredy tendrá razones casi legales para hacerlo. ¿No aparece todos los días en esos periódicos que él vende, en esos programas de televisión que él escucha, que las grandes personalidades de la nación sobornan, sobornan, sobornan y nunca se aclara quien es el culpable? Fredy no puede sobornar, porque no tiene qué ni con quién, porque no es persona importante, pero sí puede robar; en menor cantidad, es cierto; con menor legalidad, es cierto; con menos picardía, es cierto. Y con más posibilidades de que le metan de nuevo en la cárcel. Porque Fredy pertenece al mundo de los otros.
-¿Y que es eso de corrupción administrativa, doctor?
-Eso es robar legalmente, Fredy.
-¿Cómo se puede robar legalmente, doctor?
-teniendo un cargo importante, Fredy.
-¿Yo podré tener un cargo importante, doctor?
-no podrás, Fredy.
-¿Entonces no podré corromperme?
-No podrás, Fredy, gracias a Dios.
-Corromperse es malo.
-Muy malo, Fredy.
Pero cuando Fredy mate, viole estafe…la ley caerá sobre él. Aparecerá su fotografía en las páginas últimas de los periódicos, una fotografía con cara de malo, despeinado, mirando de frente, con la mirada llena de odio.
-Qué cara de criminal tiene.
-Que cara de criminal le hemos pintado, amigo.

(Adolfo Carreto)

23 octubre 2011

¿Mundo civilizado?

La Gran Via madrileña


Hace unos días, en el telediario, pudimos ver una vez más, una de esas secuencias truculentas que te dejan patidifuso. Se trata del atropello de un crío de unos dos años por una furgoneta que circulaba por la calle de un mercado al aire libre, en una ciudad China. Las imágenes nos muestran como circulan motocicletas y transeúntes sin que nadie se pare a socorrer a la niña que yace ensangrentada en el suelo. Hasta que aparece una mujer de avanzada edad, de aspecto frágil y de corta estatura, probablemente no pese más de cuarenta kilos, socorre a la niña y se lo entrega a su madre. Al parecer las autoridades públicas la han premiado por dicho ejemplo con una cantidad importante de dinero que la mujer se apresuró a entregar a la madre, la cual, se puede ver junto a la cama de su hija en el hospital implorando y volcando todas sus energías a través de su voz, para intentar despertarla del coma profundo en que se encuentra.
Aquí caben miles de interrogantes: ¿Qué hace que la sociedad china (en este caso concreto) pueda actuar con tanta indiferencia? ¿Por miedo a represalias en el contexto social? ¿Cómo es posible llegar a tal deshumanización? Lo más extraordinario es que la mujer que lo recogió se sorprende, con razón, que le pregunten que por qué la socorrió. Se puede deducir que esta buena señora se ha dejado llevar simplemente por uno de los aspectos más elementales del ser humano, sin pensar en las consecuencias, como es el deber de auxilio. Lo terrible es que esto pueda tener consecuencias negativas. No nos engañemos. No hace falta mirar a la China. Miremos en casa. Si, aquí ocurre algo parecido cuando se han dado casos, y no pocos, de automovilistas que se dan a la fuga tras atropellar a una o a varias personas. Y aquí caben exactamente los mismos interrogantes que en el caso chino. Sabido es que el ser “humano” puede llegar a ser más cruel que cualquier animal. Y que personas en un alto porcentaje vergonzoso, son capaces de causar daño y dolor a otra si se lo pide una autoridad. En este caso chino quedan reflejadas perfectamente las dos caras del ser humano: La indiferencia ante una persona en peligro de muerte, y la generosidad y el amor en su estado más puro. Es también la parte positiva de la televisión que con estas imágenes nos quita la modorra y nos incita a reflexionar, la cual, como en el caso chino, nos ofrece también sus dos caras; la segunda es la manipulación y el atontamiento. Llamemos a esto progreso, regresión o como queramos. Es lo que hay.
A ver si los indignados arreglan este desaguisado. Félix.

07 octubre 2011

De la era al pajar

CAMPANA DEL RELOJ VIAJANDO CON LA LUNA ZARCEÑA

La parvas van desapareciendo en la era transformadas en paja y grano. Algunos rezagados trillan las últimas parvas mientras otros recogen el grano en la panera y la paja va llenando poco a poco el pajar para tener cama para el ganado en invierno, y alimento para las vacas y caballerías, cuando mezclada con el grano se le sirve en el pesebre, labrado a menudo en troncos de árboles, y algunas veces en piedra de granito.
Mi tío Agapito lanza la paja con la brienda por encima de los tableros del carro provisto de redes el la parte delantera y trasera para almacenar lo máximo posible de paja. Yo me cubro la espalda y la cabeza con un saco para evitar la paja que a menudo cae sobre mí. Cuando ya hay una buena cantidad dentro del carro, comienzo a encalcarla. Las personas con mucho peso la apretujan en un santiamén, pero los chavales estamos más ligeros y como monos en jaula saltamos sin parar hasta que las redes van hinchando su panza. Es una tarea muy desagradable porque debido al calor el polvo se pega en la cara sudorosa, y en los labios, y la nariz no puede filtrar todo y se traga bastante polvo, por eso se suele comenzar muy temprano, con la fresca y, antes de que el sol caliente como un condenado, ya hemos hecho media jera. Peor lo pasan los que están en el pajar donde no corre nada el aire y con el trasiego de la paja el polvo se pega hasta en las pestañas y cuando sales a respirar fuera pareces un deshollinador con una máscara ceniza. La tarea en el pajar siempre la realizan los adultos. Como mi abuelo tiene poca mies, en tres días hemos acabado la faena de la paja. En esta época del año; finales de julio y primeros de agosto, las lluvias son inexistentes, o casi. Rara vez llueve algo de tormenta, pero como es pasajero se extiende la paja y con el calor seca enseguida.
Cuando toda la paja está ya bajo techo en la pajera, me voy a dormir a la era con mi amigo Paco porque aun le queda una pequeña parva por trillar y tienen unos muelos de grano en la era de modo que tenemos previsto una cayada cada uno para ahuyentar a las caballerías que pudieran entrar durante la noche. Es la primera vez que voy a dormir al raso y por eso he aceptado la invitación de mi amigo porque además hace buena temperatura y tengo ganas de que llegue la noche. Después de cenar con la cayada en la mano nos dirigimos a la era. Tenemos que pasar delante del cementerio y eso siempre me da algo de repelús sobre todo esta noche que aún no ha salido luna. Al llegar a la altura del cementerio veo una cosa blanca en la puerta. A medida que avanzamos se aprecia mejor. Paco también la ha visto y me dice al oído: ¿Has visto eso?, es un fantasma. Yo aprieto fuerte la curva de la cayada por si acaso hay que defenderse. Paco tampoco deja de vista esa cosa blanca que está en medio de la puerta y no se mueve. Todo está en silencio. Nuestros pasos retumban. Mi corazón parece que se va a salir del pecho. No perdemos de vista lo que parece un fantasma que ahora se mueve y la cosa blanca parece que se quiere echar a volar y avanza hacia nosotros. Paco se para y me dice. Tranquilo, que como se acerque le pego un palo que lo meto otra vez en el cementerio. A mi me tiemblan las piernas y he levantado la cayada para defenderme. Avanza despacio hacia nosotros y como parece decidido a envolvernos en su manto, Paco levanta la cayada y suelta un vozarrón: Ven, fantasma, que te voy a partir la cabeza, y da unos pasos hacia él. En ese momento se descompone la sábana y se oye una voz que dice. ¡Quietos con los palos, coño, que soy Alejandro! y arrancamos a reír, soltando algún taco. Sabia que veníais a dormir a la era y quise meteros un susto, dijo Alejandro. Pues casi te llevas un palo en la cabeza dijo Paco. Anda, vente con nosotros a la era a dormir que ya tienes sábana, le dije yo. No puedo, me esperan en casa y como se entere mi hermana que he cogido una sábana del arca, me echará la bronca. Bueno, hasta mañana, que durmáis bien.
Adiós fantasma.
En la era desatamos varios manojos y preparamos un mullido como un colchón. Como hace algo de viento y aunque ahora no es frío, hacia la madrugada con el relente se notará el frescor y colocamos unos manojos como un muro para protegernos. Le digo a Paco que por qué no hacemos un túnel con los manojos, como una madriguera, y dice que es mejor ver las estrellas. A mi me gusta dormir recogido, como los reyes en su cama con techo y con cortinas, pero lo que más me gustaría es una cama dentro de un huevo a la medida ,cubierto de estrellas por dentro, como si estuviera viajando en el firmamento. De pronto veo a lo lejos junto a la cerca de piedra algo que se mueve como si fueran dos brazos que se balancean como cuando se despide a alguien. Me acerco a Paco y le digo al oído: ves aquello que se mueve, que parece que son dos brazos que nos dicen ¡hola muchachos! Si lo veo, pero como no hay luna es difícil saber qué es. Siguen los movimientos como dos brazos en alto que fingen dar una palmada, se separan vuelven a dar otra palmada, se separan y así. Estamos rodeados de fantasmas, dice Paco. ¿No será Alejandro que ha vuelto con otra de las suyas? le digo. No, puede que sea otro gracioso, o vete a saber qué es, pero no te preocupes, vamos a saberlo enseguida. Coge en una mano una piedra que llamamos rollo, que es muy dura y el maestro dice que es cuarcita, y en la otra la cayada. Yo cojo la mía .Le lanza el rollo que se estrella contra la pared haciendo saltar chispas. Salimos corriendo a la vez con las cayadas en alto hacia el fantasma y de repente se oye un rebuzno y un traqueteo raro. Cuando llegamos a la pared vemos que es el burro del Anastasio que siempre anda suelto de noche. Había olfateado el muelo de cebada y con sus grandes orejas daba palmas como diciendo ¡qué rica tiene que estar! Y volvimos riéndonos a nuestro refugio de paja.
Extendemos la manta sobre la paja y nos acostamos. Se respira un aire puro con olor a paja. Me gusta el olor a paja que es más denso por la mañana con la humedad de los huertos y se entremezcla con los aromas de las plantas que crecen junto al pilar que está cerca, y en el silencio se escucha el débil chorro del caño. Pasamos casi una hora charlando de nuestras cosas. Las estrellas relucen en el firmamento y de vez en cuando una estrella fugaz deja su llameante rastro en la oscuridad del cielo donde se aprecia con gran nitidez la Vía Láctea que mi abuela llama también el Camino de Santiago, porque se orienta hacia el oeste, y dice que ese rastro más luminoso es porque una cabra andando el camino iba derramando su leche. De pequeño yo me lo creía y me hacia soñar en un universo maravilloso pero ahora sé que es la Vía Láctea. Miro la Osa Mayor que llamamos el carro grande, porque hay otro pequeño y se desplaza según avanza la noche. El reloj da las doce, y vuelve el silencio.
De vez en cuando se oye el canto de la lechuza, que parece un grito de dolor y podría dar miedo en la oscuridad de la noche si no estuviéramos acostumbrados. Por la mañana, al despertar el sol, se oyen algunas esquilas y cencerros del ganado que se levanta como nosotros. He pasado una noche respirando el aire puro con olor a paja y volveré cuando pueda porque me ha gustado dormirme mirando las estrellas.
Al día siguiente le comento la experiencia nocturna a Pablito que es el hijo del médico y es de mi edad. En su mirada veo que le da envidia y me dice que qué suerte tenemos los pobres de poder dormir bajo las estrellas. Lo de pobres lo sabe porque un día le dije: que suerte tenéis los ricos que coméis a menudo perdices, no como nosotros los pobres, que tenemos que contentarnos con tocino y algunas veces sardinas contadas. Pero es un buen amigo, aunque su padre no lo deja jugar con nosotros más lejos del entorno de su casa porque dice que somos muy brutos y decimos palabrotas.
La recolección está a punto de terminar y volveré el año que viene a dormir en la era porque es como tener una cama en pleno campo, con el cielo por techo. Félix

09 septiembre 2011

La trilla

Durante las vacaciones escolares, uno de los lugares que más me gusta es la era porque disfruto mucho subiéndome al trillo. Primero deshacen los manojos de la parva y los desparraman creando un círculo donde las yuntas de bueyes y caballos tiran del trillo girando continuamente como en una noria. Las gavillas desparramadas forman un espesor por encima de mi rodilla con altibajos como olas y por eso las primeras vueltas con los trillos las hacen los mayores porque es peligroso y pueden volcar. Después cuando ya está bien aplanado y no hay peligro, subimos los chavales que queremos trillar. En la era hay muchas parvas de distintos dueños y somos muchos los trilliques que nos apuntamos a viajar en el trillo. El trillo tiene debajo incrustadas unas sierras y unas chinas cortantes que van triturando la paja y cuanto más calor hace mejor la cortan. La gente mayor pone una tajuela o una silla para sentarse en el trillo pero los chavales nos sentamos en el suelo y nos agarramos en la barra de hierro clavada en el centro donde atamos las riendas. En la parte delantera hay un orinal descalabrado y una lata grande de sardinas, sin sardinas, claro, para recoger las boñigas y cagajones. Hay que estar muy atento porque cuando la vaca o el caballo levanta el rabo ya sabes que la boñiga o el cagajón viene detrás. Algunas veces, como suele haber dos trillos o más girando en sentido contrario, los chavales al cruzarnos nos hacemos bromas y alguna vez un trillo se roza con el otro o salta por encima de una esquina y nos echan la bronca y nos amenazan con no dejarnos trillar. Mi abuelo dice que no pensamos más que jugar. Como andamos más pendientes del juego algunas veces cuando quiero poner el orinal ya es tarde y las boñigas han caído en la paja. Si no se han percatado de mi despiste no pasa nada porque la paja lo tapa todo en dos vueltas. Peor es cuando tienen diarrea y sale un chorro como el agua del caño, eso si que es difícil de controlar y te perdonan si no has conseguido que caiga en el orinal .De todos modos, con las boñigas hay que tener cuidado y cuando caen en la parva uno está pillado, porque cuando recogen la parva una vez trillada, en un montón estrecho y alargado para aventar, es cuando aparecen con el grano los restos de boñiga. Un día apareció un trozo de tocino y cortezas de pan que mi primo echó a la parva y no lo volvieron a dejar trillar. Como hace mucho calor nos obligan a llevar el sombrero de paja porque a un chaval le dio una insolación y casi se muere. A mí me gusta cambiar de trillo: unas veces con las vacas y otras con el caballo plateado de mi abuelo. Es distinto; las vacas van mas lentas, aunque el caballo como es viejo también es lento y tengo que darle con la vara para que se espabile. Se ve que no le gusta recibir palos porque me suelta una pedorrera de las de verdad, parece una zambomba; cada sesión dura lo de una canción; lo sé porque empezamos juntos, él con lo suyo y yo cantando “la Tarara” y acabamos a la par. Lo oye hasta el Andrés que es de otra parva vecina y se echa a reír y dice:” ya está tirando petardos el abuelo.” Después le dice a mi tío que eso es porque mi abuelo le echa demasiada cebada y me dice que por eso cuando mea huele a cerveza. Ahora ya sé por qué un burro que tiene mi abuelo, el de la tahona, le pasa lo mismo y cuando mea huele igual que la cerveza, es también dorada y en el suelo se levanta un espumarajo; como la cerveza.
Cuando a una vaca le pica la mosca, aunque mi abuelo dice que es un tábano, hay que saltar enseguida del trillo y alejarse porque se vuelven locas. Un día vi cuando le picó a una y la pareja de vacas al estar uncidas con el yugo, una tiraba de la otra como si estuvieran locas y salieron corriendo de la parva por toda la era. El Andrés salió corriendo detrás con la aguijada, se lanzo al trillo que iba dando botes y lo arrastraron. En esto salió mi tío Agapito voceando: ¡pararlas, pararlas! Y salía gente de entre las parvas corriendo con los brazos en alto con horcones, briendas y tornaderas para detenerlas. Salió también la tía Facunda, que es bastante mayor y viste toda de negro con el pañuelo en la cabeza, también negro. Iba decidida con un escobajo de piorno en alto y al verla no pude menos de echarme a reír porque me recordaba las brujas en un libro de la escuela. En esto se levanta su marido y le grita: ¡and´ irá esta mujer, échate pa´quiii´! Al final consiguieron detenerlas cuando llegaron al portillo para salir a la carretera. El Andrés furioso, le dio unos pinchazos de castigo en la nalga y le hablaba como a una persona .Primero le dijo unas palabrotas gordas, tan gordas que no me atrevo a decir, y después añadía: “Me caso con Dios, cabronas, la madre que os abataneó, os vais a enterar ahora. De mi no os reis más porque os voy a tener trillando hasta que os caguéis las patas abajo, a ver si se os quitan las ganas de respingar”. Mi primo y yo y otros chavales que nos quedamos mirando nos torcíamos de risa. El marido de la tía Facunda le echó la regañina y le decía: ¿Adonde ibas con el escobajo, a espantar pájaros, o hacer el payaso? Pues anda que tú, le respondía ella, como haya un incendio y estén esperando por ti, apañaos van. Y siguieron refunfuñando. Después todo volvió a la calma. El mejor momento es cuando mi abuela llega con la merienda hacia las seis de la tarde. Entonces paramos y nos sentamos a la sombra de una parva. Extiende un costal en el suelo y nos sentamos todos. Saca del capacho la cazuela con tocino, queso que ha estado curándose durante meses en aceite, en una tinaja de barro, y lo que más me gusta: el jamón, pero también el ciego que es un embutido grueso, como una bola, muy rico, y el tocino del jamón también. Solo el olor que desprende el capacho te dan ganas de comerlo. Nos quitamos los sombreros y mi tío Agapito cuenta algún chiste que son anécdotas que han pasado otros años en la trilla y nos reímos mucho con él. Mi abuelo y él beben vino del porrón y le dicen a los que están cerca: ¿gustáis?- ¡Que aproveche!, le responden. Nosotros solo bebemos agua del botijo. Mi abuela corta el pan que hace ella en su horno donde solo caben cuatro hogazas y está casi más rico que el que hace mi otro abuelo en su tahona. Después con el estómago alegre subimos al trillo hasta que desenganchan las vacas y el caballo para darle de comer y beber y llevarlos al prado hasta el día siguiente. Me gusta el ambiente de la era porque parecemos una gran familia y la gente se ayuda, y canta trillando, y parece una fiesta. Las mujeres, casi todas visten de negro. Los hombres calzan algunos albarcas y la mayoría alpargatas, nosotros sandalias o playeras un poco maltratadas,como las mías, con un agujero en el dedo gordo, así se ventila mejor el pie. Todos llevan pantalones de pana negra aunque no sea ya negra porque ha perdido el color y algunos tienen remiendos de pana nueva, sobre todo en el culo y las rodillas y contrasta con el resto viejo. No hay que reírse por eso como lo hizo un día el Atilano, que es un chaval al que llamamos el “Patoso”, cuando le dijo al Ruperto que llevaba más remiendos nuevos que pana vieja, que si habían llegado los carnavales. Y el Ruperto le dijo apuntándole con el dedo: “no te doy un soplamocos porque eres tonto de nacimiento, y en tu casa no lo saben”. Todos visten una camisa tirando a blanca con unas rayas negras verticales, finas como un hilo, porque solo venden ese modelo en la tienda. Siempre hay algún gracioso que nos hace reír como el Arcadio, que le dice a su prima que va sentada en el trillo en una silla bajita con el asiento de paja: “Bájate mi machorra, que te sustituya, y ándate a la sombra”. El Arcadio llama a todas las solteronas mi machorra, y nadie se enfada porque es algo ignorante. Volveré mañana porque me lo paso muy bien y ya soy un experto en conducir las vacas de mi tío y el caballo de mi abuelo. Casi prefiero el caballo porque le puedes arrear para que corra, aunque suelte pedorreras, y parece que vas en un coche girando en una curva. En tres o cuatro días habremos acabado de trillar y después a esperar que haya viento para la limpia, aunque en la limpia solo la realizan los mayores. Al final de la tarde la era se va quedando sola, cada cual arrima los bártulos a su parva y el silencio se adueña poco a poco de este lugar hasta mañana que volverá el trasiego y el bullicio y disfrutaremos de nuevo como en una feria. Yo soy de los últimos en salir y voy subido en el caballo plateado de mi abuelo que como es viejo y está cansado no hay peligro de que salga corriendo y me tire al suelo. Después de darle agua en el pilar de Fuentelejos, lo encierro en el prado, tapo el portillo y a la vuelta, paso por el huerto de mi tío Agapito, cercano a la era. Está regando los tomates, los pimientos y las cebollas con el agua que saca del pozo con la zanga que en otros lugares, no sé por qué, llaman cigoñal. Él sabe que me gusta el agua de su pozo y me saca una caldereta para que beba. Me arrodillo, meto la cara en el agua como si fuera a bucear y bebo un trago detrás de otro. Esto solo puedo hacerlo con mi tío, porque un día mientras estaba agachado bebiendo se acercó el atontado del Primitivo y me empujó la cabeza hasta el fondo, pero me levanté rápido y le tiré con el agua del cubo. Me levanto y me restriego el morro con la manga de la camisa. Que agua más rica y fresquita, le digo. Él me dice que en verano es oro, que ya lo entenderé cuando sea más grande. El sol se ha puesto y las campanas tocan el Ángelus y me santiguo porque mi abuela me ha dicho que así Dios nos protege y lo hago siempre. De regreso a casa, paso delante de la era que parece dormir y que, sin gente y ganado ahora, ya no siento los olores a sudor que el calor impone durante el día. Me apoyo con los brazos cruzados sobre la cerca de piedra para respirar, por extraño que parezca, el olor puro de la era que es el intenso olor a paja y boñigas, a los que se añaden, cada vez con más intensidad , los aromas de los huertos recién regados y los yerbajos frescos del regato de al lado. Cuando acabemos de trillar volveré a la era para encalcar la paja en el carro. No es muy divertido porque se traga mucho polvo y se te pega en los labios y en la cara sudorosa, pero merece la pena porque se come buen chorizo, buen queso y buen jamón.
Félix
.



o Relacionado: La Trilla

01 septiembre 2011

Cosas del cielo









La Zarza de Pumareda, 30 de agosto de 2011. A las ocho y media de la tarde, la temperatura es agradable, en torno a los veintidós grados. El cielo está cubierto de nubes con claros, y corre una brisa suave, lo que resulta muy estimulante para seguir el recorrido que estoy haciendo acompañado de mi perrita Mona, que es aún adolescente y juguetona como le pide su cuerpo. Como salí tarde de casa, he acortado el recorrido porque el crepúsculo se me hecha encima. En el tramo desde el Jurrero hasta la Fuente el Hoyo, que es mi recorrido, me cruzo con dos grupos de vecinos, felizmente jubilados, que viven el resto del año en la ciudad y que aprovechan la quietud que ofrece nuestro entorno para disfrutar y llevarse una buena dosis de salud a la ciudad cuando los días se acorten y aparezca el frío. De regreso, ya en las afueras del pueblo, a mi espalda, el sol en tierras portuguesas, se despide ofreciendo su último fulgor entre nubes adornadas ahora en sus resquicios y crestas con coloridos que van del fuego incandescente de la fragua, pasando por el rosa, el malva y los distintos tonos del gris. Hago una foto para inmortalizar el momento sin imaginar que enfrente de mí, avistando ya los tejados y el campanario, el cielo me iba a ofrecer una de los crepúsculos más hermosos que recuerdo. Quieta aquí, amiga, que no me quiero perder esto, le dije a Mona que seguía retozando y olfateando el suelo. Fue entonces cuando el cielo comenzó cubrirse, como premio a los que estábamos en el lugar justo, a la hora justa, de los rosas, azules, grises, rojo anaranjado o fuego, pasando por la suavidad del paso de un tono a otro que confería aquella metamorfosis. Con la cámara compacta, casi de juguete por lo pequeñita que es, y que siempre va conmigo por lo cómodo de su volumen, comencé a sacar una larga secuencia, de las cuales, algunas presento aquí. Félix



10 agosto 2011

Verano feliz



Yo voy rodando el aro por las calles de tierra de mi pueblo. Es verano.
A veces espanto las gallinas que escarban en el muladar donde el gallo que vela por ellas y protege su territorio alza un qui-qui –ri -quiiiii triunfal para advertir que es el dueño del lugar. Más lejos le responden otros gallos con idéntico mensaje: qui-qui-ri-quiiii, mientras yo sigo rodando el aro, subiendo y bajando la leve pendiente de mi calle y dando la vuelta a una peña que se alza como un escenario donde la calle se agranda formando una plazoleta. El sol calienta todo, los metales queman, y los campesinos protegen sus cabezas con sombreros de paja. Yo no tengo sombreo, pues mi tupido pelo me protege porque soy un chaval con mucho pelo, como todos mis amigos, y cuando corro veloz con mi aro el aire ventila mi cabellera. No necesito sombrero de paja, pero sé que un día lo necesitaré cuando aparezca la calva como la de los mayores porque me lo ha dicho mi abuelo, entonces compraré un sombrero en la tienda de la Eulalia, cuando ya no pueda rodar el aro porque tendré que trabajar con el sol del verano, como mi padre, como mi abuelo.
Subo al carro de mi padrino Leandro que lleva los estarujos clavados en los tableros laterales y un tirabuzón de sogas colgando de ellos para sujetar la montaña de manojos de trigo que acarrearán hasta la era. Leandro pincha con la aguijada para avivar el paso, el lomo de las vacas moruchas que tienen unos cuernos más grandes que mis brazos, y tiran del carro algo perezosas, quizás porque hace mucho calor y el sol le tuesta la cabeza sin sombrero. Algunos campesinos se han dado cuenta que ellas también sufren con el calor y le han colocado un trozo de saco en el testuz. Ya he recorrido un largo tramo subido en el carro que es mi taxi y me bajo a la salida del pueblo. A la sombra de la casa de mi amigo Paco jugamos al castro que es un cuadro que trazamos en el suelo con un palo, con cuatro líneas rectas en el interior, que van de vértice a vértice en diagonal y de centro a centro. Luego Paco coge tres chinos como si fueran fichas y yo pongo otros tres de teja y comenzamos a jugar a ver quien es el más astuto de los dos. Pasan más carros chirriando con sus ejes porque es tiempo de acarrear los manojos a la era y Andrés que guía su yunta nos dice que por qué no estamos durmiendo la siesta con el calor que hace, que ya nos daremos cuenta cuando no podamos hacerla y tengamos que trabajar pero nosotros solo pensamos en jugar. Nos cansamos de jugar al castro y llega Maruja con las tabas, ponemos un saco estirado en el suelo y comenzamos a jugar. Solo pensamos en el juego durante las vacaciones escolares porque después hay que hacer los deberes y vendrá el invierno y no disfrutaremos tanto porque las calles se ponen blandas y muchas con barro y no podré rodar el aro porque además se quedan las manos tiesas del frío. Cuando me canso de jugar me voy a las eras para ver como levantan las parvas pero antes me detengo en la fragua para mirar como aguzan una reja. El herrero tira de una cadena que pende sobre su cabeza para activar el fuelle gigante que sopla para poner al rojo el carbón. Después saca la reja del fuego, añade a su punta un trozo de hierro al rojo vivo y lo pega dándole martillazos en el yunque hasta que se enfría y vuelve a calentarla en el fuego y poco a poco consigue sacarle una punta afilada. Me gusta ver como el herrero tuerce el hierro y hace lo que quiere de él cuando está al rojo. Paso por delante de la casa de la tía Paca y le pregunto si tiene sellos de la Argentina para el Domund y me dice que no, pero que estará a llegar alguna carta, pues son muchos los que emigraron de mi pueblo a la Argentina, como un hermano de mi abuelo. Estos sellos los recoge el cura para los negritos del África. Yo le he preguntado que qué hacen con esos sellos y me ha dicho que para que coman los negritos. Yo le dije que los sellos no se comen. Se echó a reír y yo también al verlo reír, pero me contuve enseguida porque no está bien reírse de los brinquitos de su barriga que además se infla cuando se ríe fuerte y parece que va a saltarle algún botón de la sotana. Me dijo que son los misioneros quienes sacan dinero con ellos y luego compran comida y más cosas para los necesitados. Eso si lo comprendo y seguiré pidiendo sellos por cada casa sobre todo de la Argentina, Venezuela y Cuba porque los de Franco apenas le interesan ya que hay muchos y no valen nada. Me gustan sobre todo los de Argentina que son muy variados y puedes ver al general San Martín, el Libertador, con un traje que nunca había visto, y las torretas de los pozos de petróleo,
y la Casa Rosada, y también los hay con el retrato de Eva Perón con el pelo recogido hacia atrás y es tan guapa como la Virgen Inmaculada que nos mira siempre desde su aposento en el centro del retablo de la iglesia.
Un día me dijo el maestro que cómo sabia lo del General San Martín y lo de los pozos de petróleo y todo eso si no lo dábamos en clase. Yo le dije que lo sabía a través de los sellos; arrugó una ceja y me miró con un aire raro.
Llego a la era donde está mi amigo Alejandro esperando que descarguen los manojos del carro. Ahora ya sé como hacen una parva. En el suelo van colocando los manojos en una hilera redonda hasta cerrar el círculo con las espigas mirando al centro. Dentro de esa hilera hacen otra, y otra, cada vez más pequeña y así hasta tupir el centro. Desde el carro, con un horcon, le van tirando los manojos hasta vaciarlo. Y así va creciendo la parva hasta tres veces o cuatro veces mi estatura. Después, arriba, la cierran formando una especie de cucurucho. Los manojos ahora los colocan inclinados con las espigas hacia fuera y queda inclinada como un tejado, pero de paja, así cuando llueva de tormenta el agua resbala y las espigas se secan enseguida cuando sale el sol y la parva nunca se moja por dentro. Las parvas que hace el Andrés son las mejor hechas porque le gusta mucho la albañilería y desde lejos se notan las suyas entre las demás de la era. Mi abuelo como no es rico solo tiene tres parvas: una muy pequeñita que parece de juguete porque puedo subir en ella y es de cebada, otra de centeno y la de trigo es algo más grande.
Cosecha lo justo para alimentar el caballo, las gallinas y un cerdo. El grano lo sube al sobrado, separado en tres montones, y en el de trigo mete las mejores manzanas del huerto porque dice que así no le entran gusanos y duran hasta el invierno, y es verdad. Yo he metido la mano para sacar alguna en invierno y dentro esta calentito y se conservan bien.
El reloj da las nueve y el sol acaba de ponerse. Me voy a casa a cenar y a preparar la merienda para mañana porque voy con mi amigo Alejandro al río donde guardan el rebaño de cabras sus hermanos. Allí en la balsa de Singuilina, junto al molino, nos subimos en unos haces de bayón y jugamos en la orilla, y atrapamos cangrejos, aunque a mi me da miedo desde el día en que uno me pescó un dedo con su pinza y las pasé canutas, pero nos lo pasamos muy bien. Pronto empezarán a trillar en la era y me lo pasaré aun mejor subido en el trillo. Estoy deseándolo.
Félix

01 agosto 2011

Lo primero es la salud



Estoy viajando cómodamente en el tren. Se yuxtaponen imágenes de paisaje que alternan con otras imágenes raras que no consigo definir. Una pareja se baja del tren. Son los príncipes o lo que sean, de Gales o algo así, que hemos visto en la tele no hace mucho. No me dicen adiós ni nada, y yo tampoco; ¡que les den! Me doy media vuelta en la cama y me despierto porque llevo desde que me acosté sufriendo los efectos de un resfriado infernal. La nariz es una fuente, los ojos me lloran, toso sin cesar y al toser parece que va a reventar la parte izquierda del cráneo, así que tengo ya en la cabecera una toalla bien espurreada. No es un resfriado cualquiera, es uno de primera. Son las dos de la madrugada y pronto serán las tres. Llevo dos horas así, aunque la verdad sea dicha, no sufro demasiado porque estoy un poco zombi; deduzco que el cerebro ha puesto en marcha la fábrica de endorfinas para que la realidad sea más llevadera.

Me siento al borde de la cama y me digo que debería escribir los sueños tan fantásticos que me acompañan, que tienen su aquel. Pero no tengo ganas ni fuerza, así que me vuelvo a tumbar y a seguir aguantando esta tormenta, porque están a punto de ser las tres y es justo el momento álgido de la noche. Y a partir de las seis la cosa se suavizará algo. Lo sé por experiencia.
Las tres, hora en que el cuerpo flaquea.
Trabajé durante cinco años en un centro hospitalario en Paris, en servicio de noche. Doce horas de trabajo, aunque trabajo, decir trabajo, no era; más bien era vigilancia, pero la noche es muy dura aunque se pase sentado. Una tarde- noche de tantas llegaba a las ocho, la enfermera me pasaba el relevo y me advertía, en este caso, que monsieur Chevalier había aguantado sorprendentemente todo el día pero que de la noche no pasaba. En efecto, a eso de las tres, monsieur Chevalier se despedía de este mundo y dejaba la habitación libre para otro. Pude comprobar que la mayoría de los fallecimientos se producían en torno a las tres, y sobre todo entre las tres y las seis. El hecho de trabajar doce horas nos daba derecho, por ley o convenio, a descansar tres horas en una habitación con una o dos camas plegables .Normalmente trabajábamos tres personas por servicio. La hora de descanso la repartíamos en dos turnos: uno de doce a tres y el otro de tres a seis .El primer turno era el preferido de todos, porque cuando te levantabas a las tres, te lavabas y te desperezabas enseguida. Sin embargo, el de tres a seis, el sueño era mas profundo y el despertar más pesado, más lánguido y tardabas más en recuperar el tono. Estaba claro que los ciclos te inducían a un estado u otro en función de la hora y que el organismo está sometido a esas vibraciones cósmicas de la noche. A mí que me gusta hurgar en el porqué de las cosas me puse a elucubrar sobre este fenómeno. Pensé que esto se debía, llegada la noche, a cambios del campo electromagnético donde gravita la tierra y a un sinfín de fenómenos cósmicos que sin duda influyen en la regulación de los ciclos en el organismo. Puede parecer una teoría fantasiosa, y quizás lo sea, no sé, pero tengo claro que hay algo que desconocemos. De todos modos, a nadie le interesará estudiar estos fenómenos porque morir a la una, a las tres o a las seis, supongo que da igual.
Quizá lo que escribo no interese mucho, porque todo el mundo sabe lo que es un resfriado aunque sea uno tremebundo como el mío.
Pero yo sigo ahí peleándome con él y son ya las seis y a partir de ahora aflojará algo. Como tengo fiebre y aunque soy reacio a tomar medicamentos, no queda más remedio que tomar un Paracetamol. Leo el prospecto, aunque casi mejor es no leerlo porque meten miedo los efectos secundarios. Este puede afectarte al hígado y te puede provocar una hepatitis que te deja patitieso. Sé que el médico me mandará antibióticos porque me huele que esto va camino de una bronquitis aguda, y esos sí que son de cuidado. Te pueden provocar mareos, vómitos, problemas psiquiátricos, convulsiones, diarreas, infarto, y muchas más cosas y te puede dar un telele que te manda sin contemplaciones para el otro barrio. A pesar de que el antibiótico es como una bomba de relojería, me lo tomaré porque no hay más remedio. Lo que dice el prospecto es verdad, y los laboratorios se curan en salud, primero ellos, por si acaso, aunque no conozcamos a nadie que haya palmado debido a los medicamentos, pero haberlos hailos.
La culpa de que lo que estoy contando la tiene el aire acondicionado de los autobuses de línea Madrid -Salamanca, Salamanca - Vitigudino y viceversa.
Días atrás, un domingo de madrugada, a las ocho, salí de Madrid con destino Salamanca en un autobús de línea regular. Viajábamos cuatro gatos, menos de la mitad de las plazas. Pasando Ávila me dice mi hermano Jose: ¿no sientes frío?
Si, me estoy quedando engarañado, le dije, sin advertir que engarañado es una palabra local de la infancia que significa más o menos encogerse de frío; pues vestía pantalón corto y camisa y el aire acondicionado empezaba a enfriar demasiado.

Voy a decirle al chofer que no lo ponga tan frío, le dije.

Disculpe, señor, el aire acondicionado enfría demasiado. Tocó con la mano derecha unos botones sin decir nada. Regresé a mi asiento pensando que todo estaba solucionado. Parecía que se atenuaba el frío. Pero media hora después, de nuevo comenzó a enfriar demasiado. Voy a volver a decírselo.
No merece la pena, me dijo José, en menos de veinte minutos estamos en Salamanca. Es igual, José, no me da la gana soportar este descontrol del aire, ni veinte minutos ni tres, y me levanté para volver a recordárselo.
El aire es demasiado frío otra vez, señor.
Está a treinta y un grados, dijo.
¿Treinta y un grados de qué? eso es la temperatura exterior, le dije. Volvió a tocar unos botones mientras seguía a lo suyo como si estuviera tocado de un golpe de luna; ni me veía ni me escuchaba.
No quise discutir más por no distraerlo. Al regresar a mi asiento observé que buen número de pasajeros se cubría el cuerpo con una chaquetilla o lo que tenían a mano.
¡Comodones, que sois unos comodones, no levantáis el culo del asiento así os quedéis congelados, que protesten los demás, que todos nos beneficiaremos, comodones!
Al bajar en Salamanca le pedí el libro de reclamaciones. No lo tengo, me dijo, pídalo en la taquilla donde expenden los billetes. Así lo hice. Expuse lo sucedido y me quedé con el resguardo.
A los pocos días recibí una carta de la empresa:”Aunque no nos encontrábamos presentes al ser atendido por el conductor, le rogamos no obstante nos disculpe, y con los datos que nos facilita procedemos a pasarlo al responsable y a la Dirección de Recursos Humanos…
Agradecemos que nos haya puesto en conocimiento estos hechos afín de actuar como procede…Atentamente.”
¿Quién ha dicho que no sirve de nada protestar? ¡Comodones!

En el 93 trabajaba en Salamanca. Me disponía a viajar hasta Ponferrada en un autobús de línea regular y antes de subir se me ocurrió comprobar el estado de los neumáticos. No creo que fuera por curiosidad, pues recuerdo que por aquel entonces hubo varios accidentes de autobuses, siempre con viajeros del Imserso, en todo caso jubilados: uno porque reventó un neumático, otro porque volcó en una curva, y en ese plan. Una de dos: o le ponían autobuses changados o chóferes zumbados. El caso es que muchos pobres jubilados dejaron de cobrar la pensión para siempre .

En mi ronda particular descubrí un neumático liso, completamente gastado, y los muy pillos lo habían colocado en la parte trasera donde lleva un par de ruedas de cada lado, pero en la parte interior para que no se viera. Reconozco que subí al autobús no sin canguelo y rogando a San Cristóbal. Esto no puede quedar así, me dije. Lo puse en conocimiento de la policía en Salamanca. A los pocos días me contestaron que el asunto estaba ya en manos de la Conserjería de Transporte de Castilla y León .Como pasaba, por razones de trabajo, delante de la estación de autobuses, pude comprobar con cierta alegría, pues conocía el número de la matricula, que habían cambiado la rueda peligrosa.
¿Que no merece la pena protestar? Comodones, que sois unos comodones, que no levantáis el culo del asiento así os congeléis, que protesten los demás, es más cómodo. Así nos luce el pelo.

Me libré del resfriado en el viaje Madrid -Salamanca pero a la vuelta ya no me escapé. El autobús de Vitigudino a Salamnca, a las cuatro de la tarde, hacia gala de su potente aire acondicionado. No le di mucha importancia. Me confié demasiado. Una hora después, en Salamanca empalmé con el enlace de Madrid. También me confié, pues ahora había previsto una chaquetilla, por si acaso, y no creí necesario protegerme. Craso error, pues hubo un momento en que sentía frio y vi como una señora de unos sesenta y muchos años se dirigía al conductor para advertirle del frío. ¡Menos mal! , ya somos dos a protestar. ¡Comodones!
Veo que andan por ahí los del 15 M; ¡indignez-vous ¡ Siempre vamos a la zaga de los gabachos. Nada, unos románticos que volverán a su guarida cuando llegue el invierno con el frío. A estos los políticos los torean bien.
Yo, en cambio, estoy más que indignado por el mal uso del aire acondicionado que te puede llevar a pasarlas canutas, como ahora que son ya las diez de la mañana y me quedaran tres o cuatro días ,como mínimo, para recuperar.
A pesar de estos calores, en lo sucesivo viajaré con la chaquetilla bajo el brazo para protegerme del frío en los autobuses, porque está claro que, lo primero es la salud. Félix.



19 julio 2011

Tiempos de siega

Cada tarde cuando se acaba de poner el sol, me siento en el poyo de la puerta para ver pasar los segadores que regresan del campo. Trabajan de sol a sol y al rachisol como dice mi abuelo. Pasan con los sombreros y la hoz en la mano, envuelta en unas tiras de paño para no cortarse; con el botijo, la camisa remangada; uno lleva unos dedales de cuero rígido que se enfundan en los dedos para evitar cortarse con la hoz, y parece que vienen contentos porque no paran de charlar. El Arcadio que es vecino, saca la palangana a la calle. La llena de agua fresca. Se quita la camisa para lavarse. Se chapuza hasta la cabeza como los pájaros en las fuentes. Lo que más gracia me hace es que tiene los brazos hasta por encima del codo color café tostado y de ahí para arriba y hasta el cuello la piel es blanca como la cal. El cuello y la cara también están tostados pero de media frente para arriba, hasta donde le cubre el sombrero, la piel es lechosa. Pero yo sé que cuando pase el verano la piel se vuelve del mismo color. La siega es el trabajo más duro de todos los del campo; eso dice mi abuelo .Yo soy aun pequeño y ni siquiera mi abuelo me ha llamado para entresacar de la mies los largos tallos del centeno con el que forman el vencejo para atar los manojos en la siega, tarea que hacen algunas veces las mujeres. Un día que segaban cerca del pueblo, acompañé a mi abuelo, a mi tío Agapito, y a mi tío Indalecio. Mi abuelo que es muy precavido, lleva en una petaca unas bolitas que llamamos” pedo o peo de zorra”, que es una especie de bola blanca gruesa como una cereza que aparece en el campo como las setas en época húmeda. Yo cuando las veo entre la hierba las recojo y se las entrego a mi padre. Con el paso del tiempo la famosa bolita se vuelve color pardo, la piel se arruga y la carne de dentro se vuelve polvo pardusco, y es ese polvo con el que se curan los cortes. Mi padre cuando se corta al afeitarse se lo aplica y santo remedio. Un día el Inocencio, se metió un tajo en la pierna con la hoz. Le aplicaron el “peo de zorra”, le ataron un pañuelo y regresó a casa tan campante. El médico, que usa palabras raras, dice que ese polvo es hemostático y antiinfeccioso porque lleva antibiótico. Yo me digo que el labrador que lo descubrió era un genio y sin estudiar sabía más que el médico. Mi tarea es llevarles a mi abuelo y tíos el botijo de agua fresca que cojo en el pilar de Fuente Lejos, que es muy buen agua. Mi tío Indalecio no tiene dedales pero tiene una zoqueta que coloca en la mano izquierda para no cortarse con la hoz. Me dice que hay que dosificar el agua. Dice que dosificar es beber poquito a poco, sin abusar, porque con el calor cuanto más se bebe más sudas, y más agua te pide el cuerpo, y eso no es bueno, que por eso se comen embutidos y queso bastante salados, porque la sal retiene el agua en el cuerpo y así siempre hay una reserva, así que el ha dicho: cada cuatro surcos segados, un trago de agua, y yo estoy al tanto y le llevo el barril; él calcula todo muy bien. Yo admiro a mi tío Indalecio porque además de ser un pedazo de pan, como dice mi abuela, me parece que lo sabe todo y aprendo con él casi tanto como en la escuela. Sé que es un trabajo duro porque hay que estar con todo el espinazo doblado, mirando al suelo y respirando el calor que desprende la tierra. El Arcadio se queja que al final del día está baldado de los riñones de estar agachado. Él que es muy alto, dice que lo pasa peor que el Emilio que es muy bajito porque al doblar el espinazo si se es bajito se sufre menos. Entonces deduzco que todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes: para segar mejor es ser bajito. Quizás para apañar la fruta de los árboles sea mejor ser alto. Yo soy muy bajito, y mi abuelo, el alto, me ha dicho que estudie para no tener que segar, que la mejor empresa es el Estado, y que muchos se jubilan a los cincuenta años o poco más y me lo estoy pensando. Pero yo no daré la talla para ser ni policía ni guardia civil aunque ser eso no me gusta nada. Mi abuelo quiere que me quede en el ejército cuando vaya a la mili que allí no exigen ser alto. No había caído yo que para algunos trabajos es peor ser muy alto, lo contrario de lo que creía, además mi otro abuelo, que es muy bajito, me ha dicho que no me preocupe, que los hombres no se miden por la estatura sino por la frente. Pero yo veo que los altos presumen de ello como mi amigo Esteban, que estira el pescuezo como un gallo cuando está entre amigos. A mi me da igual no ser alto. Lo que si quisiera es ser fuerte, aunque sea bajito, como el Nicolás, que le ha zumbado más de una vez al Esteban por muy alto que sea. A mi me gustaría ser como él para darle un par de puñetazos al Mateo que cuando lanza la peonza y es la mía la que está en el suelo dice que a ver si me la puede desganchar y abrir en dos, el muy canalla. Un atardecer cuando salíamos de la iglesia en una novena, empezaron el y otros a buscar pelea: los del barrio de abajo que eran ellos contra nosotros, del barrio de arriba. Me persiguió hasta la tienda de la Eulalia, allí le planté cara porque estaba con mi hermano, más pequeño. Lo tenia casi en el suelo pero se enderezaba, entonces le dije a mi hermano ¡que estás mirando, échame una mano, hombre! Y entre los dos lo doblamos hasta el suelo. No volvió a fastidiarme. Por la mañana no veo a los segadores porque salen al romper el día. Algunos días pasa la Margarita que es casadera y está de rechupete, aunque Ventura, el hijo de Alonso el carnicero, me porfía que no es como yo la veo sino que está entrada en carnes, que de eso sabe más que yo, y le respondo que qué más quisiera él, que el único culo que ha palpado es el de las ovejas machorras que le venden a su padre, y se troncha de risa. Margarita siempre va sentada en la albarda a mujeriegas, con un paño sobre las rodillas porque dice que solo pensamos en mirar sus piernas cuando va en el burro. Lleva una cesta de mimbre con el cocido para los segadores de su padre que tiene muchas fincas. Después de comer, hacia las dos, se tumban entre los surcos a la sombra de un roble, que en mi pueblo hay muchos, y duermen la siesta hasta las cuatro de la tarde porque el calor es insoportable a esa hora y es la única forma de combatir la galbana. Las mujeres, cuando pueden, ayudan a juntar los manojos en hacinas. Todo el mundo se pone contento cuando ha terminado la siega, porque es muy duro. Mi abuela, como la demás gente, reserva los mejores quesos, chorizos, jamón y otros embutidos para la época de la recolección y dice que hay que alimentarse muy bien para aguantar. Yo siempre ando rondando su casa a la hora de la merienda porque sé que siempre cae algún trozo de jamón.
Ahora nos han dado vacaciones en la escuela y tengo todo el tiempo para jugar y andar buscando nidos hasta que empiece la trilla. Me voy a la charca de Vallito Redondo que está secándose y con mis amigos metemos la mano en el agua fangosa y sacamos renacuajos. Después cogemos barro y apostamos a ver quien hace mejor un nido de golondrina en la pared del prado junto a la charca. Como no dejamos secar lo suficiente el barro, al final se cae. Le he preguntado a mi abuela que cómo saben las golondrinas que el mejor barro para el nido es el de la charca. Me ha dicho que son aves sagradas y que nunca hay que perseguirlas y menos matarlas, que están bendecidas y guiadas por Dios porque le quitaron la corona de espinas a Jesús en la cruz. Mi abuela sabe mucho de eso porque siempre que puede está leyendo el misal y quiere que yo lo lea también para ser bueno y ganarme el cielo. Yo le digo que ya he sido monaguillo y me sé el Pater Nóster y otras letanías en latín, y que creo que ya me he ganado el cielo, y ella se pone muy contenta. Me da un trozo de jamón y después me largo a jugar con mis amigos hasta el oscurecer. Félix.

o
Relacionado: La Siega

03 julio 2011

Bodas de Platino


Hace unos días estuve charlando en el pueblo con nuestro ilustre y apreciado vecino don Cesar que, como es sabido, comparte patria con Paraguay, como otros zarceños que se aposentaron al otro lado del Atlántico. Recuerdo perfectamente el pregón de tus padres, me dijo. Como se sabe el pregón precede en unas semanas la celebración del matrimonio. Hago un ejercicio de imaginación para situarme en esa primavera de 1946, fecha de la boda de mis padres, por eso viene a cuento esta celebración de las Bodas de Platino. ¿Como se viviría el día a día en nuestro pueblo seis años después de terminada la terrible guerra civil que dejo como un erial este país? Difícil de imaginar, aunque para mi no tanto, porque tengo recuerdos de principios de los años cincuenta, de cuando el racionamiento, la miseria y el hambre para unos, y la poca jartura ,como se decia,para la mayoría. De cuando acudía a la tienda y tras meter en el capacho los garbanzos, el aceite y el resto de la compra le decía.”Que ha dicho mi madre que lo apunte en la libreta, que ya se lo pagará”.Y transcurrido un tiempo, la que me despachaba me decía:” Dile a tu madre que me vaya pagando algo que la libreta ya está más que llena”. Y esto se conjugaba con los recuerdos que tengo de ver gente alegre, con ilusión, gentes que se divertían, que cantaba ordenando la casa, arando en el campo, o lavando, gentes que cantaban y bailaban sin tregua durante las fiestas. Sesenta y cinco años han transcurrido y parece que han pasado varios siglos, pues la guerra relegó al campesino a realizar las labores como en siglos pasados, y sin embargo, han bastado sesenta y cinco años para que la tecnología haya transformado para mejor el mundo inmediato que nos rodea. Pero hay aspectos que increíblemente parecen anclados en los años cuarenta, como si el destino se empeñara en reavivar la parte más innoble y cruel del ser humano. Por aquel entonces; comedores populares para ayudar a quienes no podían satisfacer una de las primeras necesidades básicas y, ¿ahora? Lo mismo. Estas son algunas de las maldades que el ser humano consigue infligir a sus congéneres sesenta y cinco años después.

Pero hoy no se trata de abordar ese aspecto sino de algo que me llena de alegría y satisfacción como es la celebración, a nuestra manera, de las Bodas de Platino de mis padres.
Digo a nuestra manera, porque el lugar idóneo fue la terraza del huerto de mis padres. Ese trozo del supuesto Edén del que nos habla la Biblia .Así lo interpreto al menos yo. Ese huerto que mi padre lleva desde que se prejubiló, más de treinta años, cultivando y mimándolo cada primavera y después recogiendo los frutos hasta octubre. No se podrían entender los noventa años de mi padre sin el huerto .El huerto es él y, en parte nosotros, por eso el lugar para celebrarlo no podía ser otro que ese vergel que nos ha regalado el sabor, el color y el aroma de sus frutos, lo más granado que la tierra puede regalarnos, lo más sabroso de la vida. Entonces, acudí a la tienda y pedí una tarta, y no le dije que lo apuntara en la libreta, porque ya no era necesario, por eso es un motivo más para celebrarlo con la alegría correspondiente.


Y así lo celebramos los tres hermanos de los once (cinco varones y seis hembras) que nos encontrábamos en ese momento en casa. La tarde era muy calurosa, demasiado, pero poco a poco se formó una maraña de nubes qu se iban pegando al cielo como una densa polvareda gris ,dejando unos resquicios para que el sol de plomo dejara colar unos rayos por encima del Torreón, lo que confería un decorado de fondo similar a los que nos mostraban los libros en la escuela, del supuesto Paraíso Terrenal de Adán y Eva.
Así, de la forma más sencilla transcurrió la tarde para celebrar los sesenta y cinco años de matrimonio; noventa años, mi padre, ochenta y nueve, mi madre, con once hijos nacidos, criados y a los que la Providencia nos ha preservado con salud. Gracias por tanto a mis padres, y a la vida. Félix.
Relacionado: Bodas de Diamante

22 junio 2011

Recordando a mi primo Adolfo.



EN EL METRO HABIA UNA VIEJA

Manos de fotografía impar. Frente arrugada. Ojos metidos en sus órbitas vejas, profundas, analizando sin mirar la pantalla de la vida con el único interés de que no se escape.
La vida: una mesa con diez globos de colores, barras de regaliz, cajetillas de “celtas cortos” mal alienados, chicle para masticar angustias, malos pensamientos y esa rabia que se apodera de uno cuando no ha acudido la cita que esperabas.

-Aguarda. Tengo que comprar tabaco.
-¿A la vieja?
-A la vieja.
-Se nos escapa el Metro.
-Otro habrá.
Me gustaba el tabaco de la vieja. Me gustaba la mesa pobre y gastada, de tablas mal ajustadas, con aquella vida encima, con aquella ilusión que no era sino un seguir aguantando el aire, el frío, la nieve, el calor, el viento, los insultos y las personas que entraban en el Metro.
-Celtas, por favor.
-¿De estos?
-No, cortos.
Me gustaba la voz de la vieja: cansada, triste, insatisfecha. Me parecía que cada vez que hablaba se le iba parte de la vida.
Le ponía las cinco pesetas en la mano y me largaba. Nunca le dije nada. Solo: Celtas, por favor.
Yo deseaba ver el brillo que sin duda no era brillo de sus ojos. Quizá en su mirada pudiera descubrir algo de la vida. Jamás logré penetrar la mirada de la vieja. La escondía como un perro asustado, temerosa de que alguien pudiera descubrir algo en sus pupilas. Era solo ella: ella dentro de si y nadie más.

-¡Por qué compras tabaco a la vieja? está más caro.
-Por eso.
-Explícate.
Yo no quería explicar. ¿Para qué decir que era para darle cincuenta céntimos de ganancia? Ni yo mismo lo sabía. Me gustaba comprárselo a ella, eso era todo.
-Porque me gusta.
-Eso no es una explicación.
-Según como se mire.
Yo deseaba en el Metro ver más caras como aquella, otras arrugas, distintas manos alargadas y tiesas, ojos hundidos pero que pudieran mirarme. ¿Por qué lo deseaba? También lo ignoro. El Metro era cosa ajena: más color, más egoísmo y, sobre todo, más calor.

Entró una señora anciana, vieja también, con su cesta y sus cosas ocultas en la cesta, con su delantal de abuela y sus manos gastadas. Manos de sol y viento en otro tiempo: manos que han acariciado, han soñado y quizá han sido soñadas.
Manos que ahora son huesos tiesos con arrugas.
-Por fin- pensé.
Pero no. Me di cuenta que no cuando me levanté para que se sentara y dijo:
-Gracias, hijo.
No era su voz, las manos eran otras. Y hasta me miró. No percibí nada en aquella mirada, no era aquello que yo perseguía en los ojos de una vieja; no vi vida, ni cosa escondida alguna, ni rostro de intranquilidad. Aquella era una persona gastada, pero no una vieja consumida; y mi vieja de la entrada del Metro era consumida, extraña y sin luz en los ojos.
Deseé quitarle el asiento, me hubiera atrevido incluso a golpearla si la gente fuera neutra. Pero allí había ojos que podían acusarme de insultar a una vieja. Yo no quería que nadie robara la imagen de mi vieja en la entrada del Metro; no quería que me quitara su estampa muerta y el frío de su mano cuando se la tocaba al darle las cinco pesetas de los “celtas”.Yo no quería que nadie usara su disfraz .Porque yo estaba seguro que aquella mujer escondía dentro de su cesta diez globos de colores desinflados,
pastillas de chicle, cajetillas de tabaco y barras de regaliz. Y esto no lo podía consentir .incluso su vejez no era suya; la había robado también. Solo existe una máscara para cada persona y el robar una máscara es tanto como robar parte de la vida. Pensé si mi vieja no tenia la mirada limpia y la escondía porque otra mujer andaba por el Metro con su máscara a cuestas. Lo pensé. Si yo pudiera robarle la cesta, arrojarla a los raíles del Metro, gozarme con los globos destrozados, las barras de regaliz manchando los colores de los globos, los cigarrillos partidos como colillas sin estrenar, pisoteadas de antemano con las ruedas del tren…pisoteadas por el hierro…hierro sobre hierro…¡Si yo pudiera…!
Las miradas de las personas eran para mí un juicio que estaba dictaminando a mi pensamiento. Un juicio hipócrita y sin sentido, sin apoyarse en la verdadera esencia del hecho, tal y como las cosas eran. Un juicio que no fuera sentimentalismo .Un juicio. Por eso. Porque ellas no sabían que en la entrada del Metro yo conocía a una vieja a quien otra vieja le ha robado su máscara.
Se levantó. Me miró de nuevo. Me hirió su mirada. Y su mano sobre mi hombro, apoyándose. Y su voz.
-Gracias hijo.
¿Por qué? Yo no he hecho nada. Yo no he querido hacer lo que he hecho, que es igual que si no lo hubiera realizado. Yo no deseo contribuir a su hurto, a lucir su maldito disfraz robado, a ocultar lo que esconde en su cesta de mimbre. Yo no quiero. Yo no quiero que manche mi hombro con su mano arrugada que no es suya…
Se alejó. Suspiro hondo y vivo para mí. Aquello era mejor que salir del Metro, mejor que el despertar del sol en la tarde entoldada por nubes cenizas. Mucho mejor…
La muerte se alejaba y yo podía respirar. Quedé tranquilo. El asiento permaneció vacío. No me senté. La gente me miraba como si fuera un héroe, como si aquella mujer hubiera impuesto con toda su ceremonia macabra una medalla en mi solapa. Pero no me senté porque no quería mancharme con el hurto de aquella vieja mujer.
(Existen ladrones que la gente jamás pintará su cara.)Pero aquella vieja no se me olvidará. Sé que ella había robado algo que yo tenia por mío.

Seguí comprando “celtas” a la entrada del Metro; seguí tocando aquella mano alargada y tiesa, me gustaba ver sus globos, siempre diez. ¿No son globos para niños? ¿No hay nadie que piense que aquellos globos no son de adorno?
Un día la vieja no estaba. Pensé que alguien había terminado de robarle la mirada. Y de nuevo vino a mi mente la mujer que me dijo:”Gracias, hijo” en el Metro. Quise saber algo de los otros, pero no había otro: no había mesa raída, con tablas mal alineadas, manos frías, ojos hundidos, chicle,
globos ni regaliz. No había mi vieja.
Llegó de nuevo. Creí que yo renacía también. A la entrada, otra vez los diez globos de colores. Fui a comprar “celtas.”
-Celtas, por favor.
-¿De estos?-
-No, cortos.
Y me miró. Me dio asco que me mirara. En realidad yo temía la mirada de la vieja. Me miró…y vi que no era ella. Alguien había ocupado su puesto.
-¿Y la señora de antes?-le pregunté. ¿Ha muerto?
Me enfadó su mirada burlona, y su tono de voz y su envidia.
-¿Muerto? Le ha tocado la lotería.
No volví a comprar más “celtas” a la entrada del Metro.
(Adolfo Carreto.)





RECORDANDO A MI PRIMO ADOLFO

Quería estar contigo en esta cita, y la mejor manera es escucharte en este relato que escribiste hace más de cuarenta años, en lo más florido de tu juventud.
Tenia una cita contigo en este día, y la cita se ha cumplido porque este relato es tu voz, siempre viva, más viva que nunca incluso; porque este relato es de ayer, y de hoy y de mañana; este relato es eterno, como tu, que te has eternizado, (por emplear una palabra tuya), en quien te seguiremos queriendo.
Tenia esta cita contigo y no quería perdérmela porque he podido escucharte y comprobar que sigues siendo el mismo de hace cuarenta años, y cincuenta, y así lo seguirás siendo por la eternidad porque ese alma del relato es tu alma en su máximo esplendor, ese alma que es también el alma del abuelo Ángel que tanto querías, y la voz perenne de la familia.
Por eso he querido recordarte en este día veintidós de junio, que es ya verano, que deja atrás la primavera, nuestras primaveras, llenas de aventuras y de sueños, muchos cumplidos, otros no, y que siempre abría las puertas de las vacaciones que eran sinónimo de encuentro, de charlas, de felicidad en suma. Van pasando los años y seguiremos encontrándonos en ese camino que supiste trazar en tu recorrido y que no es otro que el camino del amor y de la paz en este mundo eternamente revuelto.
Yo sé que sigues velando por nosotros desde tu universo
donde solo habita la paz.
Por eso he querido recordarte,
Para seguir unidos un verano más.
Para escuchar contigo cada mañana la alondra cantar.
Para disfrutar contigo del vuelo de tu águila perdiguera,
Y recorrer los campos de Castilla,
Y mirar la Luna, tu Luna que dormida va,
En ese sueño eterno ya de felicidad.
Querido Adolfo del alma.
Pasarán los años y así siempre será.
Félix.




11 junio 2011

Buscando morada

Érase una pareja de cigüeñas que el año pasado se criaron en lo alto de la espadaña de la iglesia de la Zarza de Pumareda. Sus abuelos les contaron que hubo un tiempo atrás, aun cercano, bastante revuelto; que las quisieron echar de allí; que hubo partidarios también a favor de que se quedaran y que fue tal el revuelo que hasta la televisión se hizo eco y fueron protagonistas sin quererlo. Se empecinaron en preservar la morada a pesar de estar destruida cuando volvieron de sus largas vacaciones, y con el visto bueno de algunos vecinos ,poco a poco la reconstruyeron y son ya tres generaciones las que gozan de la cedula de nacimiento, y por tanto de vecindad en La Zarza. Tanto ha sido el cariño y el apego al lugar donde se criaron que, este año, quizás por la crisis que afecta a la vivienda, decidieron a toda costa quedarse en casa de los padres, pero estos les dijeron que no había espacio para dos familias. Así que decidieron inspeccionar otras atalayas para construir su morada.
Mira, el Torreón seria un lugar donde podríamos intentar aposentarnos, le sugirió la hembra a su pareja, mientras volaban bajo una nube negra que amenazaba chuzos o pedrisco. Ella se posó primero haciendo equilibrio en uno de los cuatro boliches puntiagudos para demostrar que era posible disfrutar de la panorámica que ofrecían las cuatro esquinas.

Pero él no lo veía tan claro. Sobrevoló varias veces el lugar sin mucho convencimiento.


Pero ella utilizó sus recursos de seductora con cantos y arrumacos para animarle a posarse hasta que por fin, él accedió sin mucha convicción. ¿Qué te parece?, preguntó ella. Hay mucho espacio, cuatro esquinas para airearse y desde aquí vemos la morada de nuestros padres.
No lo convenció. Este no es el lugar adecuado para construir la vivienda, dijo él .No se puede construir sobre un asiento plano porque cuando llueva el agua penetrará en la morada y la humedad será permanente.




Pondremos plásticos alrededor, que en los vertederos hay muchos, dijo ella con afán de convencerlo. No te empecines, dijo él, este no es el lugar adecuado; si no ¿por qué te crees que se construye en las esquinas de las torres y en los árboles? Precisamente para evitar la humedad de modo que cuando llueve el agua escurre y el viento orea todo en un pispás, argumentó él, persuadido de que sus argumentos convencerían a su pareja.


Pero ella no quería dejar el pueblo y se obstinaba en convencerlo a toda costa. Dónde vamos a encontrar mejores condiciones que aquí, replicó. Aquí tenemos mucho espacio, los hijos podrán pasearse y ensayar el vuelo libremente, sin peligro, además, tenemos el reloj para estar al tanto de la hora, tenemos wifi, y unas puestas del sol magníficas, ¿qué más quieres?
Todo eso es accesorio, lo fundamental son los cimientos y aquí no es el lugar apropiado, así que está todo decidido. Me marcho a buscar otro lugar mejor, dijo él.
Ya sé que a todos nos gusta quedarnos donde hemos nacido, pero eso no es posible, somos muchos y hay que buscarse la vida y la vivienda en otro lugar, y tendremos que emigrar, como lo han hecho otros antes de nosotros, añadió antes de emprender el vuelo.

Ella permaneció un instante en el mismo lugar para ver si se arrepentía pero él lo tenia claro, de modo que no tardó en alzar el vuelo para seguirlo. Cuando se alejaban, ella realizo varios giros, hacia atrás, arriba, abajo, y en el dibujo de su vuelo se podía leer:” ¡Adiós pueblo que me vio nacer, adiós!”, y se perdieron en el horizonte. Félix.