27 enero 2017

Recordando a mi primo Adolfo


Prácticamente cada mañana me acuerdo de él, y salgo al encuentro abriendo  esta página web, que para mí es como una Biblia porque ahí están los aconteceres de la vida, entre ellos estos maravillosos relatos de Adolfo que plasmó en su libro” El día de mi santo”. Y como hoy bien podía ser santa Patrocinio, nuestra particular santa, como lo explica muy bien Adolfo, ahí va el relato con el que me he desayunado esta mañana.

   Angela, la siempre niña (27 de enero)

Autor: Adolfo Carreto  

 Aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” lo tradujo al femenino una mujer nacida en Italia, en el ya lejano año de 1474. Ahora las estampas nos muestran a esta dama vestida de monja rodeada siempre de niñas, ella con libreta de primaria en la mano, las muchachas con libreta de aprendices. Se me antoja mucho a mi primera maestra, a la que me enseñó a leer, escribir, contar primero con los dedos y luego con un ábaco de bolitas de madera que todavía perduran en mi tacto. Tengo que decirlo: se llamaba doña Patrocinio, para nosotros doña Patro y para mí siempre santa, aunque nunca vistiera de monja, pero casi. Conservo el recuerdo de doña Patro prendido como la estampa que de ella nunca he podido conservar. Así es que, para mí, mi maestra primera es mi primera santa de las letras, y también de las oraciones, pues no había lección que no comenzara con el Ave María y en el nombre del Padre...

Así es que ya sé cómo fue esta Ángela de Mérici, italiana, y por qué llegó a santa. Me cuentan que era de baja estatura, como doña Patro, y a veces he llegado a sospechar que se trata de la misma, si no fuera por el tiempo y por el lugar. De Italia a Salamanca, en mi época, había demasiado trecho. Lo que tampoco es impedimento, porque en eso de enseñar lo primero que hay que aprender, y que te sostiene luego en la vida, el tiempo no existe.

Esta Ángela quedó huérfana de padre y madre muy temprano, lo que es, sin duda, motivo para su vocación: que las niñas, a aquellas edades, no perdieran lo que ella perdió tan de madrugada. Quedarse sin padre y sin madre cuando uno comienza los primeros pasos por la vida no es un percance, es una desnudez, es quedarte a la intemperie. Me dicen que, cuando ya era jovencita, este mismo reproche se lo lanzó a Dios, aunque luego se arrepintió por la osadía.

He llegado a entender que durante el trayecto de la vida de uno, de cualquiera de nosotros, vamos topándonos con todos los santos habidos y por haber, pero no nos percatamos de que lo son porque están hechos de nuestro mismo material. Me he referido ya a algunos de mis santos vitales, esos que de verdad me pusieron la mano sobre la cabeza, de muchacho, o me enmendaron las intenciones, de joven, o me empujaron en el camino hacia delante, cuando era de necesidad defenderse por uno mismo. A todos esos santos habrá que canonizarlos algún día, cada cual a los suyos. Yo, a los míos, ya los tengo en mi altar.

Esta Ángela de Mérici, de extracto campesino, tuvo la osadía de fundar una congregación, que fue la primera, exclusivamente para educar a las muchachas, para no dejarlas al borde del camino, para adelantarse a que alguien, que siempre son los demonios con los que también nos topamos, les diera el primer desafortunado empujón. Me dicen, igualmente que, además de pequeña, era simpática, agradable en el trato y de buena conversación. No es para menos. Y que solamente alcanzó honores de educación primaria. ¡Hay que ver con qué tan pocos diplomas didácticos se puede ser tan doctor o doctora!. Porque a esta mujer acudían, ¡asómbrense! gobernantes, obispos, hombres de letras, sacerdotes... para pedirle consejo. Dicen que siempre acertaba recomendando lo que se debía hacer en un momento de conflicto y lo que se debía evitar. Y claro, estos consejos de alerta nunca caen mal ni a gobernantes, ni a obispos, ni a doctores ni a sacerdotes.
Es decir, que esta mujer fundó a las Hermanas Ursulinas y con eso está dicho todo.

 

17 enero 2017

La cabaña o el palacio rústico

En mi pueblo las llamamos cabañas, en Aldeadávila, casitas, y del otro lado del Duero, en Portugal, casonas. Se las conoce más comúnmente como “chozos de piedra”. Piedra sobre piedra, sin argamasa, piedra sobre piedra, desnuda, ajustada como corsé que ciñe el cuerpo con amor, porque con amor las levantó y dio forma esa mano anónima, manos callosas de labrador, manos de pastor, mano que las acarició una a una para darle consistencia pétrea.
Ahí están sobreviviendo al paso del tiempo, desafiando al crudo invierno de la meseta por estos lares de las Arribes del Duero y su entorno, ahora Parque Natural.

Hoy están tristes y abandonadas a su suerte porque se fueron sus visitantes a buscar otra vida mejor y, sin embargo, cuanto cariño procuraron dando cobijo a amores confesados o inconfesables.
Ellas guardan sus secretos: desde lágrimas de amores no correspondidos hasta alborozos para contentos inesperados, desde el fardo del contrabandista hasta sueños soñados en la soledad de una siesta o una noche pastoril.
Siempre dispuesta a ofrecer cobijo: que la escarcha congelaba hasta las piedras, ahí estaba al quite la cabaña con su lumbre: que venía una nube con pedrisco; ahí estaba la cabaña: que la ventisca y el aguacero arreciaban; ahí estaba ella: que abrasaba el sol del estío; ahí estaba la cabaña para que el labrador o el pastor comieran su merienda al fresco: que el viajero pedía una tregua en su largo caminar; ahí estaba la cabaña para ofrecerle asilo.
Con amor las levantaron y amor ofrecieron.
Así son las cabañas de La Zarza de Pumareda; mi pueblo.










 

 

 

02 enero 2017

Año Nuevo puro y blanco.


El día de Año Nuevo quiso complacernos con una cencellada de las de antes. Amaneció, pues todo de blanco. El frio hasta siete u ocho grados bajo cero que hacía, cuando los más jóvenes regresaban a casa después de tomar las doce uvas y brindar por lo alto, hizo que al salir el sol nuestro campo brillara con luz propia. Una buena forma de felicitar a los Manueles, a los que felicito, pues tenía la costumbre de hacerlo cuando mi abuelo Manuel vivía, y no era excepcional encontrarse con una cencellada de estas.

El campo de nuestro pueblo muestra su belleza a través de estas fotos y otras muchas que capté en una mañana memorable por lo excepcional en estos tiempos de cambio climático.