Hace unos días recordábamos a Adolfo en el aniversario de su fallecimiento. También hace unos días falleció Vicente Ferrer archiconocido por su obra humanitaria en la India. Ambos fallecieron lejos del país que les vio nacer, amados por la labor que realizaron en el país de adopción.
No puedo menos de recordar el paralelismo de ambas vidas, de ambos ejemplos. Desde su primera juventud, ambos abrazaron la religión católica y ambos predicaron con el ejemplo que es el auténtico sentido de la religión.
Vicente se marchó a predicar a la India; Adolfo a Venezuela. Transcurrido un tiempo ambos formaron nueva familia en sendos países permaneciendo definitivamente en su segunda y amada patria. Cada cual, aunque de forma distinta, dedicó todo su saber, todo su esfuerzo en favor de los desheredados.
Vicente ayudando a los campesinos, Adolfo a través de la prensa impartiendo cátedra, escribiendo libros, participando en distintos foros culturales, siempre poniendo su voz crítica al servicio de los que no la tienen, al servicio de los más débiles.
Ambos pertenecieron a esa especie de seres humanos con destino predeterminado, y ya nada haría cambiar su trayectoria.
Adolfo, en su primera juventud, ya hizo escuchar su voz critica cuando se le presentó la ocasión. Corrían los años sesenta y en Madrid aprovechó la tribuna correspondiente, y ante un aforo compuesto de militares de alto rango, aristócratas y la burguesía acomodada a la dictadura, pronunció unas palabras que sentaron muy mal: ”No crean ustedes -les dijo-que el hecho de ofrecer un billete de mil pesetas (era mucho dinero entonces) como limosna en el cestillo cuando acuden a misa tienen saldado con ello su deber como cristianos. Ser un buen cristiano es algo más :es ayudar a los pobres, es denunciar las injusticias, es …” -
El mensaje estaba claro y sentó tan mal a la audiencia que pusieron en marcha todos los recursos para acallar tanta ”osadía”. Eran tiempos en que la dictadura convivía armoniosamente con la Iglesia. Un familiar con amistades en la policía le dijo a Adolfo: “No te dejes ver que van a por ti, permanece un tiempo al margen de todo esto” ; a lo que Adolfo respondió:
“Tengo la conciencia tranquila, no necesitaré abogado para defenderme ante los tribunales, tendré la ocasión de argumentar una vez más lo que dije que no es más que una reflexión sobre tanta injusticia, aunque incomode a quien no quiere oírla.”
Adolfo junto con otros jóvenes y amigos como Paxi Andión (cantautor) no desaprovechaban la ocasión para remover conciencias y enfrentarse a la falta de libertades reivindicando el derecho a opinar, entre otras cosas.
Después, durante sus vacaciones, aunque su formación estaba encaminada a la docencia, a plasmar sus reflexiones en libros etc, se enroló, sin embargo, en una fábrica, en Barcelona, para conocer de primera mano el mundo del proletariado y compartir las penas y las alegrías con ellos, enfundándose su mono de trabajo y sudando como ellos la gota gorda. Adolfo siempre predicó con el ejemplo, y su trayectoria no cambió un ápice.
Su segunda etapa ya en Venezuela, en Caracas, prosiguió con su obra, impartiendo cátedra en la universidad, escribiendo libros, incluidos algunos de docencia, participando con sus artículos en la prensa, colaborando con A.V.M. en una época prolífica, y asumiendo de la forma más serena el sufrimiento al que tuvo que enfrentarse con la pérdida de seres queridos en los últimos años.
He oído a Vicente Ferrer decir que él era el hombre más humilde del mundo, y que nada le hubiera gustado más que permanecer en el anonimato, pero su obra lo impidió.
Adolfo también quiso permanecer en el anonimato y creo que lo consiguió.
Los comentaristas en la radio y tertulias coinciden en que Vicente Ferrer ha sido un santo, y que hemos tenido la suerte de conocerlo en vida, y no necesita que la Iglesia lo canonice ya que el pueblo lo ha reconocido como tal. Adolfo, ya lo he expresado en otra ocasión, tengo para mi fuero interno que por su obra, compromiso y por su carácter donde la ira nunca tuvo cabida en su ser, y solo el amor y la paz fueron sus compañeros de viaje, ha sido por tanto también un santo.
Yo que no creo en la condición pacífica del ser humano (pues la Historia se ha escrito con sangre) admito, sin embargo que, personas como Adolfo y Vicente, por su compromiso con los que no tuvieron voz, se han empeñado en demostrar lo contrario, y han sido, sin duda, un oasis en medio de la voracidad del desierto asfixiante ávido de moribundos, pero oasis al fin y al cabo.
Eso debieron pensar ellos.
Félix.
No puedo menos de recordar el paralelismo de ambas vidas, de ambos ejemplos. Desde su primera juventud, ambos abrazaron la religión católica y ambos predicaron con el ejemplo que es el auténtico sentido de la religión.
Vicente se marchó a predicar a la India; Adolfo a Venezuela. Transcurrido un tiempo ambos formaron nueva familia en sendos países permaneciendo definitivamente en su segunda y amada patria. Cada cual, aunque de forma distinta, dedicó todo su saber, todo su esfuerzo en favor de los desheredados.
Vicente ayudando a los campesinos, Adolfo a través de la prensa impartiendo cátedra, escribiendo libros, participando en distintos foros culturales, siempre poniendo su voz crítica al servicio de los que no la tienen, al servicio de los más débiles.
Ambos pertenecieron a esa especie de seres humanos con destino predeterminado, y ya nada haría cambiar su trayectoria.
Adolfo, en su primera juventud, ya hizo escuchar su voz critica cuando se le presentó la ocasión. Corrían los años sesenta y en Madrid aprovechó la tribuna correspondiente, y ante un aforo compuesto de militares de alto rango, aristócratas y la burguesía acomodada a la dictadura, pronunció unas palabras que sentaron muy mal: ”No crean ustedes -les dijo-que el hecho de ofrecer un billete de mil pesetas (era mucho dinero entonces) como limosna en el cestillo cuando acuden a misa tienen saldado con ello su deber como cristianos. Ser un buen cristiano es algo más :es ayudar a los pobres, es denunciar las injusticias, es …” -
El mensaje estaba claro y sentó tan mal a la audiencia que pusieron en marcha todos los recursos para acallar tanta ”osadía”. Eran tiempos en que la dictadura convivía armoniosamente con la Iglesia. Un familiar con amistades en la policía le dijo a Adolfo: “No te dejes ver que van a por ti, permanece un tiempo al margen de todo esto” ; a lo que Adolfo respondió:
“Tengo la conciencia tranquila, no necesitaré abogado para defenderme ante los tribunales, tendré la ocasión de argumentar una vez más lo que dije que no es más que una reflexión sobre tanta injusticia, aunque incomode a quien no quiere oírla.”
Adolfo junto con otros jóvenes y amigos como Paxi Andión (cantautor) no desaprovechaban la ocasión para remover conciencias y enfrentarse a la falta de libertades reivindicando el derecho a opinar, entre otras cosas.
Después, durante sus vacaciones, aunque su formación estaba encaminada a la docencia, a plasmar sus reflexiones en libros etc, se enroló, sin embargo, en una fábrica, en Barcelona, para conocer de primera mano el mundo del proletariado y compartir las penas y las alegrías con ellos, enfundándose su mono de trabajo y sudando como ellos la gota gorda. Adolfo siempre predicó con el ejemplo, y su trayectoria no cambió un ápice.
Su segunda etapa ya en Venezuela, en Caracas, prosiguió con su obra, impartiendo cátedra en la universidad, escribiendo libros, incluidos algunos de docencia, participando con sus artículos en la prensa, colaborando con A.V.M. en una época prolífica, y asumiendo de la forma más serena el sufrimiento al que tuvo que enfrentarse con la pérdida de seres queridos en los últimos años.
He oído a Vicente Ferrer decir que él era el hombre más humilde del mundo, y que nada le hubiera gustado más que permanecer en el anonimato, pero su obra lo impidió.
Adolfo también quiso permanecer en el anonimato y creo que lo consiguió.
Los comentaristas en la radio y tertulias coinciden en que Vicente Ferrer ha sido un santo, y que hemos tenido la suerte de conocerlo en vida, y no necesita que la Iglesia lo canonice ya que el pueblo lo ha reconocido como tal. Adolfo, ya lo he expresado en otra ocasión, tengo para mi fuero interno que por su obra, compromiso y por su carácter donde la ira nunca tuvo cabida en su ser, y solo el amor y la paz fueron sus compañeros de viaje, ha sido por tanto también un santo.
Yo que no creo en la condición pacífica del ser humano (pues la Historia se ha escrito con sangre) admito, sin embargo que, personas como Adolfo y Vicente, por su compromiso con los que no tuvieron voz, se han empeñado en demostrar lo contrario, y han sido, sin duda, un oasis en medio de la voracidad del desierto asfixiante ávido de moribundos, pero oasis al fin y al cabo.
Eso debieron pensar ellos.
Félix.