Mi abuelo me contaba, al calor de la lumbre, en estos días navideños, cómo había sido su infancia, y eso me hacía soñar. Decía que a veces realizaba tareas para conseguir alimentos, ayudando a sus padres, ayudándoles a colocar la leña cortada, o llevándoles el cubo para ordeñar, y lo hacía a modo de juego, porque casi todo en la infancia es un juego, ya lo entenderás más tarde, aunque ahora con la televisión y el internet uno se sorprende que haya niños en lugares remotos que no saben lo que es el juego, o que su juego, que no es otro que el de la supervivencia, consiste en hurgar con un palo o con la mano, desprotegida ante los objetos cortantes, en la montaña del basurero de la ciudad, basurero que son los despojos del mundo rico, indiferente, egoísta, soberbio, vanidoso y carnívoro, pero eso ya lo comprenderás más tarde, lo importante es que ahora sigas soñando, soñar con el juego para disfrutar.
Mi abuelo tenía un
rebaño de cabras, mi abuela ordeñaba, y hacía queso y requesón, todo natural,
hoy diríamos ecológico, sin conservantes ni colorantes, con sabor propio. Ese
sabor tú no has podido guardarlo en tu memoria, porque ya no se elaboran
productos de esa calidad, aunque el sabor de lo que se hace ahora sea muy agradable,
porque para eso están los químicos, para conseguir sabores a la medida del
consumidor. De hecho, tu amigo Fran, que vive en la ciudad, prefiere los huevos
de yema pálida e insípida, a los de las gallinas de corral que les da su
abuelo. Lo mismo le ocurre con el pollo de hormonas que prefiere, al buen muslo
del pollo casero. ¿Ves cómo se adueñan de nuestros gustos? Somos consumidores, hijo, nos programan para
eso: para consumir y producir, ya lo entenderás más tarde, ahora a tus diez
años, tienes que disfrutar de la infancia, que se va rápido, disfrutar como lo
hice yo, y mi abuelo, y los anteriores hasta llegar al hombre de las cavernas.
Uno
se pregunta cómo vivirían los hombres de las cavernas sin calendarios, sin
navidades, sin microondas, sin duchas ni dentistas para sacarle una muela
cuando les dolía, y así podíamos seguir enumerando todo cuanto nos rodea.
Mi abuelo tampoco conoció la ducha ni
todas las modernidades, y era feliz en su mundo. Los niños de aquellos hombres
de las cavernas, debían jugar con los pequeños huesos que sobraban tras comer
la carne, como nosotros hemos jugado a las “tabas”, y su padre debía contarles
historias de caza y los avatares del día a día, como lo hago yo al amor de la
lumbre. Así que, en el fondo, apenas hemos cambiado, o mejor dicho, hemos
aprendido a construir utensilios y artilugios, no solo para cazar mejor, como
ellos hacían, sino para matar a nuestros congéneres de forma muy aséptica, sin
dejar rastro. Esto ya lo entenderás más tarde, ahora es Navidad, es tiempo de
soñar, de contar historias observando como las llamas danzarinas se estiran y
se apagan lentamente.
Uno sigue impregnado de aquellas
adoraciones al Niño en la iglesia de la Zarza de Pumareda de mi niñez. El
templo lleno a rebosar, las jóvenes cantando, sones de panderetas y el botijo
en forma de juguete que cuando soplabas el agua hacía unos gorgoritos musicales
que nunca he vuelto a oír. Pero bueno, sabes que el mundo ha cambiado mucho, no
siempre para bien, solo la Navidad nos recuerda que nacemos para hacer el bien
y para vivir con esperanza.
Pienso mucho en aquellos hombres de la Prehistoria, que habrás estudiado en la escuela, cuando nos separamos del mono y emigraron del África hacía otros países más fríos y se protegieron con pieles, y cuando descubrieron cómo hacer fuego, seguro que pasaban largos ratos hablando al amor de la lumbre, como nosotros ahora contando historias de ahora que, en el fondo, no difieren mucho de las suyas. Lo que más me sorprende es ese misterio de la Naturaleza que hizo que la pelvis de aquellas mujeres de las cavernas —tu madre estará de acuerdo conmigo—, se ampliara para facilitar el paso, durante el parto, de la cabecita del nuevo hombre que somos, ese cráneo más grande para albergar el cerebro más voluminoso, el mayor de la especie animal en proporción a su cuerpo. ¿Cómo fue posible esto? La vida está llena de misterios, hijo, como lo es la Navidad que celebramos, ¿inventada para dominar?, tal vez, pero también con el fin de reconciliarnos con nosotros mismos y mirar el interior de nuestra alma, esto lo entenderás con los años, pero ahora es tiempo para disfrutar la Navidad.
Los herederos de aquellos hombres de las
cavernas, muchos siglos después, aprendieron a escribir y nos dejaron la
Biblia, con historias muy parecidas a las de ahora; con plagas, incendios,
guerras y reyes y, el Dios que el hombre se inventó, supervisándolo todo. Luego
vino el Nuevo Testamento y hablaron de un judío que vino a salvar al mundo del
pecado, cuyo nacimiento celebramos, a la postre, cada año por estas fechas. Ahora la prensa también escribe lo que le
conviene a unos y otros, digamos que es la nueva Biblia. Pero unas formas de
vida suplen a otras y ahora parece que Papá Noel es el nuevo Mesías; que no nos
confundan, hijo, es el Mesías del consumo, como el tal Santa Claus, otro
negociante, que no pretenden hermandad alguna, ni luchar contra las
injusticias, no, sino confundir y dividirnos, o imponerse como lo está haciendo
Halloween en el día de Todos los Santos. No hay que perder de perspectiva
quienes somos y de dónde venimos.
Yo te cuento esto, hijo, para que vayas
aprendiendo, para que no te dejes engañar. Piensa que aquellos hombres de las
cavernas mirarían a la luna nueva de hoy, que es la misma desde millones de
años, y se preguntarían por qué cambia de forma y como se podría llegar hasta
allí. Nosotros conseguimos llegar en 1969, pero ¿eso cambió algo? Nada, hijo,
nada.
En el fondo, seguimos emigrando como los
hombres de las cavernas, y matando animales para comer, y lo que es peor;
creando dolor con las guerras, y miseria que se esconde bajo las farolas
sombrías de las ciudades donde se refugian miles de personas sin hogar, despojadas
de su dignidad, con harapos que nadie quiere ver, por eso, hijo, quiero que te
des cuenta de la suerte que tenemos; por eso seguiremos cada Navidad hablando
al calor del hogar, para que estos momentos de regocijo impregnen tu alma, como
hizo mi abuelo, y el tuyo que emigró a Francia en los años sesenta y se empapó
de lo mejor de otras culturas, y me enseñó a tocar la guitarra, como yo a ti,
porque él creía, y yo también, que la música nos salvará, la música que eleva
el espíritu, eso lo irás comprendiendo poco a poco.
La Navidad ya no es lo que era, porque se
ha vuelto un gigantesco escaparate de consumo, aparcando lo que es el verdadero
espíritu navideño, inmersos ahora en ese
consumo desaforado que nos lleva al nuevo paganismo, como ocurre en la Semana
Santa de procesiones del ocio de vino y tapas y retransmisiones televisivas sin
alma. Por eso es bueno no perder nuestra tradición navideña de cuentos e
historias.
Me da mucha pena ver cómo esta sociedad
nuestra no favorece el reagrupamiento familiar —al contrario de los hombres de
las cavernas—, es desolador asistir a esa falta de sensibilidad de los
gobernantes que no propician que los miembros de una familia encuentren trabajo
en el mismo entorno, o muy próximo; matrimonios alejados por el empleo, hijos
obligados a emigrar, con el magro consuelo de reencontrarse por la Navidad.
Vamos por mal camino, hijo, por fortuna nosotros podemos disfrutar juntos el
día a día.
Me queda la esperanza de
que algún día lejano —quizás tú no lo veas, pero transmitirás esta esperanza
como yo lo hago contigo—, aparezca en el firmamento otra estrella —de David o
del nombre que quieran—, para alumbrarnos y mostrarnos el camino de la verdad, el
alumbramiento de ese Hombre Nuevo, de ese Mesías que nos despoje de la ceguera inducida
por el consumo desaforado y de neones y escaparates que son espejismos en el
desierto; para que el espíritu navideño perviva, y para que se haya erradicado
de la faz de la Tierra la explotación obscena de niños a los que les robaron la
infancia; que los vertederos inmundos de la infamia, que son los despojos de la
usura, se conviertan en montañas de libros y de pan, y que por fin seamos
libres, a ser posible reunidos en torno al calor de la hoguera, como los
hombres de las cavernas. Te preguntarás si somos mejores o no que aquellos
hombres. Reconozco, hijo, que entre ellos y nosotros media un gran abismo,
porque la ciencia y la tecnología nos ha llevado a cotas inimaginables, sin
embargo, pienso que el corazón no lo hemos elevado a semejantes cotas, al
contrario, y eso me induce a pensar, con infinita tristeza, que no hemos
avanzado nada.
Así que, vivamos en paz otra Navidad con el
mismo espíritu, con la misma ilusión, tal como nos la transmitieron nuestros
abuelos, recordando que es en el corazón de las personas donde reside la
verdadera riqueza, y no en lo material que es algo volátil. Dentro de unos días
llegarán los Reyes Magos para hacernos soñar, porque la vida también es sueño, lo
demás, hijo, lo irás aprendiendo con los años. Ahora coge la guitarra que vamos
a cantar unos villancicos.
La Zarza de
Pumareda, 25 de diciembre de 2022
¡Feliz Navidad y
próspero Año Nuevo! a todos las almas de buen corazón.