El crepúsculo invitaba a la oración y era entonces cuando las campanas entonaban el sonido que se expandía por las calles, por los prados, y hasta donde el campo lo acogía invitando al recogimiento a quienes estiraban la jornada laboral .Era el toque del Ángelus. En mi llevo el son de las campanas anunciando el ángelus porque su tañido, hoy mudo, son otras tantas escenas cotidianas que sellaron en mi mente el ajetreo, el trasiego, la alegría o la tristeza, el lamento, la esperanza, la resignación, la ilusión, la lucha por la supervivencia, la amistad, la solidaridad, la satisfacción del deber cumplido de las gentes que compartíamos el universo que nos identificaba como habitantes de un mismo lugar.
Y un atardecer de tantos, al sonar las campanas, mi tío Indalecio paraba la yegua jabonera y se santiguaba, porque mi tío fue un santo y como tal murió; después volvía a lanzarla al galope hasta entrar en el pueblo, mientras yo dando botes a la grupa, agarrado con todas mis fuerzas a su cintura, disfrutaba de la velocidad cortando el viento en un atardecer de verano.
Bueno, Andrea, me marcho porque ya suena el ángelus y tengo que preparar la cena, se exclamaba la señora María que se había detenido un momento en la calle para chismorrear los aconteceres del día.
Vamos a cerrar la panadería que ya toca el ángelus, me decía mi abuelo Ángel, que no por eso era más creyente porque él tenía sus propias creencias.
Con el toque del ángelus regresaban al pueblo los labradores tras una jornada agotadora, con su hoz aun caliente empuñada o en las alforjas, con el sombrero en la mano para ventilar el pelo sudoroso y soñando con un buen chapuzón de agua fresca.
El rebaño de cabras regresaba del campo y cada cual se apresuraba a ordeñar la suya procurando no derramar ni una gota porque era nuestro oro. La piara de cerdos también regresaba del campo y cada cual volvía a su cuadra.
Otra señora María, porque Marías eran casi todas, como descubrí el día que bautizaron a una de mis hermanas cuando el cura dijo: yo te bautizo con el nombre de Teresa, es decir María Teresa, y mis padres aceptaron su sugerencia, y así fue durante su mandato. Decía que la señora María, vecina de mi tía Casiana, porque conviene decir que,Mría a secas ,solo habia dos o tres,se detuvo para santiguarse al son del ángelus y proseguir su camino hacia la tienda . Aunque la vi de espaldas ,sabia que era ella porque desde bien pequeños habíamos desarrollado la capacidad de identificar las personas en la penumbra de la noche, por su silueta, sus andares, la cadencia de la marcha, características inconfundibles de cada persona.
El ángelus era la hora en que el tío Arcadio cumplía con su ritual liberando al burro de su albarda, y al mulo de su collera, y se despedía con una palmadita en el lomo :a descansar amigos que mañana nos espera otra vez el campo.
Era la hora en que las gallinas se acomodaban en el palo del gallinero y me sorprendía verlas dormir de pie sin caerse, apoyadas sobre el palo, algunas en equilibrio sobre en una sola pata.
Era la hora en que se encendían en la calle las luces mortecinas que alumbraban no más que la luna Llena.
Era la hora en que los adolescentes esperábamos cruzarnos con la chica deseada porque entre dos luces la timidez se diluía.
Era la hora de todos: de los presentes y de los ausentes, de la meditación, de la plegaria, del recuerdo, y a menudo el cielo se unía con su explosión cromática ofreciendo con el último fulgor las pinceladas de nubes densas o deshilachadas, desvaneciéndose en una estela rosa anaranjada, o malva, o violeta, o púrpura, o color ceniza o color berenjena, hasta fundirse el la oscuridad cuando ya las campanas descansaban también.
Por eso en cualquier lugar que me encuentre, cuando el crepúsculo me regala esa sinfonía de colores que son otros tantos estados de ánimo por los que uno puede pasar, oigo las campanas de mi pueblo y todas sus gentes que fueron haciendo camino al son del ángelus.
El Ángelus era sobre todo mi abuela Pepa, devota a cual más, y buena como el pan, cuando siempre al primer toque, en el umbral de la puerta, se santiguaba, me invitaba a imitarla, abría su libro de rezos, recitaba una antífona, me tomaba de la mano y comenzaba la oración que repetía con ella:
El Ángel del Señor anunció a María.
Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve María…
Después de terminar me decía: conviene siempre estar en paz con Dios y limpio de pecado, hijo, porque no sabemos cuando nos llegará la hora final.
Tenia más fe en sus consejos que en los del cura. Quizás tuviera algo que ver, cuando en invierno, cada mañana llamaba a su puerta y salía casi a hurtadillas con el regalito bajo el delantal como quien protege un tesoro: Toma ,hijo ,el pucherito de leche para que desayunéis. Y Quizás por eso, la hora del Ángelus me evoca siempre el alma de mi abuela Pepa, que en gloria esté. Félix.
Bueno, Andrea, me marcho porque ya suena el ángelus y tengo que preparar la cena, se exclamaba la señora María que se había detenido un momento en la calle para chismorrear los aconteceres del día.
Vamos a cerrar la panadería que ya toca el ángelus, me decía mi abuelo Ángel, que no por eso era más creyente porque él tenía sus propias creencias.
Con el toque del ángelus regresaban al pueblo los labradores tras una jornada agotadora, con su hoz aun caliente empuñada o en las alforjas, con el sombrero en la mano para ventilar el pelo sudoroso y soñando con un buen chapuzón de agua fresca.
El rebaño de cabras regresaba del campo y cada cual se apresuraba a ordeñar la suya procurando no derramar ni una gota porque era nuestro oro. La piara de cerdos también regresaba del campo y cada cual volvía a su cuadra.
Otra señora María, porque Marías eran casi todas, como descubrí el día que bautizaron a una de mis hermanas cuando el cura dijo: yo te bautizo con el nombre de Teresa, es decir María Teresa, y mis padres aceptaron su sugerencia, y así fue durante su mandato. Decía que la señora María, vecina de mi tía Casiana, porque conviene decir que,Mría a secas ,solo habia dos o tres,se detuvo para santiguarse al son del ángelus y proseguir su camino hacia la tienda . Aunque la vi de espaldas ,sabia que era ella porque desde bien pequeños habíamos desarrollado la capacidad de identificar las personas en la penumbra de la noche, por su silueta, sus andares, la cadencia de la marcha, características inconfundibles de cada persona.
El ángelus era la hora en que el tío Arcadio cumplía con su ritual liberando al burro de su albarda, y al mulo de su collera, y se despedía con una palmadita en el lomo :a descansar amigos que mañana nos espera otra vez el campo.
Era la hora en que las gallinas se acomodaban en el palo del gallinero y me sorprendía verlas dormir de pie sin caerse, apoyadas sobre el palo, algunas en equilibrio sobre en una sola pata.
Era la hora en que se encendían en la calle las luces mortecinas que alumbraban no más que la luna Llena.
Era la hora en que los adolescentes esperábamos cruzarnos con la chica deseada porque entre dos luces la timidez se diluía.
Era la hora de todos: de los presentes y de los ausentes, de la meditación, de la plegaria, del recuerdo, y a menudo el cielo se unía con su explosión cromática ofreciendo con el último fulgor las pinceladas de nubes densas o deshilachadas, desvaneciéndose en una estela rosa anaranjada, o malva, o violeta, o púrpura, o color ceniza o color berenjena, hasta fundirse el la oscuridad cuando ya las campanas descansaban también.
Por eso en cualquier lugar que me encuentre, cuando el crepúsculo me regala esa sinfonía de colores que son otros tantos estados de ánimo por los que uno puede pasar, oigo las campanas de mi pueblo y todas sus gentes que fueron haciendo camino al son del ángelus.
El Ángelus era sobre todo mi abuela Pepa, devota a cual más, y buena como el pan, cuando siempre al primer toque, en el umbral de la puerta, se santiguaba, me invitaba a imitarla, abría su libro de rezos, recitaba una antífona, me tomaba de la mano y comenzaba la oración que repetía con ella:
El Ángel del Señor anunció a María.
Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve María…
Después de terminar me decía: conviene siempre estar en paz con Dios y limpio de pecado, hijo, porque no sabemos cuando nos llegará la hora final.
Tenia más fe en sus consejos que en los del cura. Quizás tuviera algo que ver, cuando en invierno, cada mañana llamaba a su puerta y salía casi a hurtadillas con el regalito bajo el delantal como quien protege un tesoro: Toma ,hijo ,el pucherito de leche para que desayunéis. Y Quizás por eso, la hora del Ángelus me evoca siempre el alma de mi abuela Pepa, que en gloria esté. Félix.