10 agosto 2022

¡LLUEVE EN LA ZARZA DE PUMAREDA!

 







Si anduviera entre nosotros la Tía Petra, la alguacila de mi infancia, es muy probable que alguien la hubiera animado para, cornetín en mano, anunciar por las calles la buena nueva ¡Alegría, zarceños, está lloviendo! Y su voz cálida hubiera volado de casa en casa, de  teso en teso, de huerto en huerto, de tomatera en tomatera. Y es que acaba siendo insoportable este calor asfixiante de todo el mes de julio y lo que llevamos de agosto, y lo que te rondaré morena. Las plantas sufren, como las personas, sus flores se achicharran con el sol del mediodía y caen desfallecidas sin lograr superar la siguiente fase para ofrecer su fruto “¡Llueve en La Zarza de Pumareda”. Y es que siempre se ha dicho que lo poco agrada, pero lo mucho cansa. Este calor tórrido afecta a todo ser viviente, ensañándose con los más débiles, como siempre.

Anoche creí que soñaba cuando a eso de las dos, más o menos, escuché, a través de la ventana abierta, como un ventarrón y, al poco, un par de truenos y acto seguido el tintineo de la lluvia. Agucé el oído para cerciorarme y, sí, no era un sueño, era un sueño real.

Desde el primer piso del Ayuntamiento, en la sala de la exposición fotográfica, a eso de las once de la mañana, observo con deleite después de mucho tiempo, cómo el agua golpea las tejas de un local bajo la ventana.  ¡Qué gusto!, qué sensación casi olvidada, ese repique del agua, esos espejos en el suelo. La carretera luce su azabache plateado. Hay un silencio dulce en la atmósfera. El agua corre mansamente sobre el cemento. Desde lo alto con una panorámica envidiable, observo dos personas en el quicio de la puerta contemplando la lluvia, otras personas miran a través de la ventana, todas las miradas están puestas en la calle, se ha apagado el fuego de la cocina donde chisporrotea la sartén pasa salir a ver llover. Nunca llueve a gusto de todos, es cierto, pero hoy es una excepción, hasta ahora, pues si persevera, alterará los programas festivos al aire libre. Aceptamos el canjeo; lluvia por acto lúdico. 

Escampa, salgo a la calle. Enfrente del Ayuntamiento, bajo un cobertizo y a modo de terraza, una niña rubita de apenas un año, sonríe  sobre el regazo de su tía, que es joven y podía ser su madre. Unas plantas en sus macetas han recibido el agua salpicada y sus hojas tienen el lustre de la felicidad. La niña sonríe cuando la solicitas. Ella no sabe que la lluvia es vida, que no hay vida sin agua. Ella vive el momento de felicidad, como los demás cuando fuimos niños en brazos firmes y seguros y cálidos. Ella es como la lluvia en esta mañana festiva de San Lorenzo, nuestro Patrón: un remanso de paz y de esperanza en este mundo tan revuelto y disparatado, pero también alegre cuando nos empeñamos.

Por un momento, la lluvia nos ha alegrado y la buena nueva nos trae la esperanza: resistir entre la mediocridad, entre el sofoco estival: La Tía Petra, nuestra alguacila seguiría soplando el cornetín para anunciarnos la buena nueva:  “¡LLueve en la Zarza de Pumareda!”