20 junio 2023

LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CRISTI

 













Así decíamos en La Zarza, Corpus Cristi, cuando llegaba ese jueves que era uno de los tres del año que alumbraban más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y Jueves de la Ascensión. El de la Ascensión subió tan alto, que lo han dado por perdido. En cuanto al Corpus ha pasado del jueves al domingo.

Así pues, el domingo pasado, y con retraso, debido a la agenda archirrepleta del párroco que tiene que atender a varios pueblos, celebramos por fin, nuestro Corpus Cristi.

Como se puede observar en la procesión, pocos son los fieles interesados en dicha celebración; es la España vaciada, que dicen. Los pueblos se quedan sin gente, las viviendas se llenan solo en verano, porque son casas frescas, porque se gasta menos dinero que en viajes, porque estamos en crisis, porque nos gusta pasear por las calles de nuestra infancia y porque se huye del ajetreo agobiante de la ciudad.

Esta vez solo ha habido un altar. En mi infancia las calles eran de tierra y el recorrido de la procesión daba la vuelta al pueblo. Había numerosos altares, con decorados ingeniosos, vírgenes, ángeles, algún niño vestido de blanco junto al altar. Las calles por donde pasaba la procesión estaban tapizadas con tomillos, básicamente, que desprendían un aroma que neutralizaba el olor a terruño de ganado en las cuadras. Todo olía bien ese día.

 Los tomillos, el aromático “cantueso” que cubría las calles, era recogido y guardado para ser pasto de las llamas en la hoguera de San Juan. Esa fogata cuyo humo tenía poderes mágicos, pues no en vano los tomillos estaban bendecidos, así, pues su humo tenía la propiedad de curar muchas enfermedades, o dolencias.

Para tal menester, sobre todo los viejos, se desliaban la faja en torno a la cintura para que el humo le bañara la zona lumbar y así hacer desaparecer la reuma, como decían. Cada cual llevaba el humo a su parte dolorida del cuerpo. De modo que aquel remedio era natural, sin efectos adversos y sin gastos para el Gobierno.

El día 24 próximo, al anochecer, cuando prendan la hoguera, allí estaré para rociarme de ese humo celestial a ver si me desaparece esta reuma del codo, y de la rabadilla, y de las cervicales, y del dedo gordo del pie, y del oído que me zumba, y a ver si me sale un poco de pelo en la cabeza y menos en las orejas. Eso espero, aunque debería haber al menos un San Juan al mes, para renovar este esqueleto que he abandonado un poquito a su suerte. Yo sigo confiando en lo que mis antepasados creían con profunda fe. Ahí está el misterio.

Aún no se ha perdido todo. Nos queda la esperanza. Que cada quien lo disfrute a su manera.