Durante unas vacaciones, en las que disfruté con la presencia de Adolfo le mostré unas fotos que quería presentar en el “Certamen sobre Cultura Popular”. Le pedí un texto para dichas fotografías. Me lo envió con el titulo: ”el camino de la cruz”. El texto me pareció sublime, pero las fotos no estaban a la altura del texto y no fueron elegidas. Al año siguiente realicé otra serie de cruces con otro enfoque y lo titulé “el símbolo de la cruz”, siendo esta vez seleccionadas; tema ya expuesto en este blog.
Las cruces que alude en el texto están ubicadas en el pueblo de Cardeñosa (Ávila) cruces que conforman para mí el calvario más bonito de España.
Él conocía bien este pueblo. Varios compañeros de estudios eran de Cardeñosa, con los que compartió los últimos años de formación académica.
Quiero recordarle una vez más con estas fotos en distintos momentos y épocas del año, añadiendo el texto que escribió y que es sin duda parte de su alma; ese alma que como nadie plasmó en su ”Castilla en el alma”. Félix.
EL CAMINO DE LA CRUZ
El camino de la cruz no es el camino de la muerte, es el camino que recorren todas las primaveras, todos los veranos, otoños e inviernos los pasos nunca cansados de las almas y los cuerpos de Cardeñosa, en Ávila, geografía de piedras y de cruces, pero también de lluvias y carámbanos, también de mies y amapolas, también de chopos verdeantes por el arroyo, también de vientos amansando el camino, de nieves regando las piedras, de nubes espantando los fantasmas, de flores silvestres tan peregrinas como los pasos de caminantes sin reposo que siempre avanzan hacia el infinito de las tres cruces encaramadas en el teso pedroso.
Este calvario de Cardeñosa que van caminando todas las cruces marcando el sendero de la Cruz no cansa pero tampoco es liviano. Los recodos que tiene son otros tantos caminos para otros tantos cuerpos y almas que van en procura del milagro de la resurrección. Una primavera de tantas, las cruces, ayudadas por los pasos, alzan vuelo, florecen a la intemperie, se estremecen con el trueno, refulgen con la luz, y otra primavera de tantas vuelven a descender, se aposentan sembradas en su propio camino, porque su sino es la perennidad seriamente castellana para continuar viviendo.
Yo he recorrido este camino y el camino me sigue recorriendo. Yo he muerto y resucitado en este camino de la mano de mi amigo, ya muerto, siempre vivo. Yo veo a todos los cuerpos, a todas las almas de las edades de Cardeñosa labradas en este camino de cruces, de Cruz. Yo me he agostado en este camino y he vuelto a verdecer, porque hasta en este camino de cruces hubo recovecos para el amor.
Cada cruz de este camino de cruces es un misterio enterrado en cada alma. Cada musgo sembrado en la piedra es la semilla de lo eterno. Cada pájaro que ha tenido a bien crucificarse en cada cruz ha vuelto a aletear hasta donde el cielo se esconde. Cada estación de este camino son todas las estaciones juntas, todas las primaveras, veranos, otoños e inviernos abrazados entre tierra y cielo, entre suelo y vuelo.
Este camino del calvario castellano de Cardeñosa de Ávila no es un camino cualquiera: es mi camino, nuestro camino, el de todos y para todos. En él hay vida y muerte, más vida que muerte porque la muerte, aunque parezca, no es eterna. Este camino material, terroso y pedregoso, es inmaterial, y anda por la vida de cada cual cuando cada cual se estremece en la vida. Cuando uno transita este camino queda transitado y ya no puede desprenderse de él. Aunque sea de piedra, no pesa. ¿No ven cómo las cruces se alzan sobre sí mismas porque su destino es estar siempre alzadas?. ¿No ven cómo no es muerte sino florecimiento de lo eterno? ¿No ven cómo es austeridad viva castellana, y sin copla, aunque Machado se la hubiese inventado y nosotros, paso a paso, cada primavera, la hubiésemos entonado?
Este es el camino de cruces castellanas sembradas en el suelo desde el cielo.
Adolfo Carreto, Caracas, 2004
Las cruces que alude en el texto están ubicadas en el pueblo de Cardeñosa (Ávila) cruces que conforman para mí el calvario más bonito de España.
Él conocía bien este pueblo. Varios compañeros de estudios eran de Cardeñosa, con los que compartió los últimos años de formación académica.
Quiero recordarle una vez más con estas fotos en distintos momentos y épocas del año, añadiendo el texto que escribió y que es sin duda parte de su alma; ese alma que como nadie plasmó en su ”Castilla en el alma”. Félix.
EL CAMINO DE LA CRUZ
El camino de la cruz no es el camino de la muerte, es el camino que recorren todas las primaveras, todos los veranos, otoños e inviernos los pasos nunca cansados de las almas y los cuerpos de Cardeñosa, en Ávila, geografía de piedras y de cruces, pero también de lluvias y carámbanos, también de mies y amapolas, también de chopos verdeantes por el arroyo, también de vientos amansando el camino, de nieves regando las piedras, de nubes espantando los fantasmas, de flores silvestres tan peregrinas como los pasos de caminantes sin reposo que siempre avanzan hacia el infinito de las tres cruces encaramadas en el teso pedroso.
Este calvario de Cardeñosa que van caminando todas las cruces marcando el sendero de la Cruz no cansa pero tampoco es liviano. Los recodos que tiene son otros tantos caminos para otros tantos cuerpos y almas que van en procura del milagro de la resurrección. Una primavera de tantas, las cruces, ayudadas por los pasos, alzan vuelo, florecen a la intemperie, se estremecen con el trueno, refulgen con la luz, y otra primavera de tantas vuelven a descender, se aposentan sembradas en su propio camino, porque su sino es la perennidad seriamente castellana para continuar viviendo.
Yo he recorrido este camino y el camino me sigue recorriendo. Yo he muerto y resucitado en este camino de la mano de mi amigo, ya muerto, siempre vivo. Yo veo a todos los cuerpos, a todas las almas de las edades de Cardeñosa labradas en este camino de cruces, de Cruz. Yo me he agostado en este camino y he vuelto a verdecer, porque hasta en este camino de cruces hubo recovecos para el amor.
Cada cruz de este camino de cruces es un misterio enterrado en cada alma. Cada musgo sembrado en la piedra es la semilla de lo eterno. Cada pájaro que ha tenido a bien crucificarse en cada cruz ha vuelto a aletear hasta donde el cielo se esconde. Cada estación de este camino son todas las estaciones juntas, todas las primaveras, veranos, otoños e inviernos abrazados entre tierra y cielo, entre suelo y vuelo.
Este camino del calvario castellano de Cardeñosa de Ávila no es un camino cualquiera: es mi camino, nuestro camino, el de todos y para todos. En él hay vida y muerte, más vida que muerte porque la muerte, aunque parezca, no es eterna. Este camino material, terroso y pedregoso, es inmaterial, y anda por la vida de cada cual cuando cada cual se estremece en la vida. Cuando uno transita este camino queda transitado y ya no puede desprenderse de él. Aunque sea de piedra, no pesa. ¿No ven cómo las cruces se alzan sobre sí mismas porque su destino es estar siempre alzadas?. ¿No ven cómo no es muerte sino florecimiento de lo eterno? ¿No ven cómo es austeridad viva castellana, y sin copla, aunque Machado se la hubiese inventado y nosotros, paso a paso, cada primavera, la hubiésemos entonado?
Este es el camino de cruces castellanas sembradas en el suelo desde el cielo.
Adolfo Carreto, Caracas, 2004