Saco a colación la “cabaña de Melquiades”, al hilo de esta
“Segunda Feria de la Piedra”, celebrada en nuestra localidad el sábado 15 de
abril, tan exitosa por las actividades, tanto culturales como gastronómicas.
Todos sabemos quién es Melquiades: quinto mío y, a modo de
presentación, diré que hicimos la mili juntos, en Salamanca, y no olvido aquel día
cuando me incorporé al cuartel donde él estaba ya , pues ingresó un reemplazo o
dos antes del mío y por lo tanto era ya un veterano:” un abuelo”, decíamos. Ese
día era costumbre hacer novatadas y, como recién llegado con los de mi
reemplazo, habíamos de sufrir dicha vejación que siempre detesté por anacrónica,
y sobre todo por lo que conlleva de humillación. Las susodichas novatadas las
hacían mientras dormíamos. Cuando nos levantamos al día siguiente, se armó un
revuelo de mil demonios: a uno le
faltaba una bota, a otro los cordones, otro se reía de su compañero al verle la
nariz tiznada…
Le dije a Melquiades: “¡Qué suerte he tenido, me he librado!”. Melquiades sonrió: “Cuando llegamos a tu cama
uno iba a tiznarte la cara y le dije: “A este, ni tocarle, que es de mi
pueblo”. Gracias, Melquiades.
Y tras este preámbulo llego a su cabaña, situada en la vertiente del
rio, nuestro rio; en el Picón del Águila. Melquiades que no era arquitecto,
como nadie en el pueblo, ideó el lugar y en su mente elaboró el proyecto para
construirla, lo mismo que habían hecho nuestros antepasados construyendo casas
y corrales de piedra, sin ser arquitectos, y ahí siguen en pie, tan jóvenes, aguantando
temporales y lo que se tercie.
En el Picón del Águila y el Picón del Corzo se reunían a diario con
sus rebaños de ovejas, Melquiades, José de la Emilia, mi hermano Isidoro y, con
las cabriada del pueblo, Alejandro, que en gloria esté porque falleció
demasiado joven.
No había cabañas en el entorno y era preciso construir una
para protegerse de la lluvia y el frio, de modo que Melquiades tomó la
iniciativa de construir una. Aprovechó un promontorio rocoso en la parte alta de
la ladera para levantarla sobre un firme sólido. Pedruscos enormes y una peña
fueron la base, pero no había piedra pequeña a la vista para seguir con la
obra.
Tenían unos quince años. Alejandro y Melquiades unos diecisiete. Buscaban
piedras más pequeñas en los alrededores, a veces a trescientos o más metros de
distancia del lugar de la obra. A Melquiades y Alejandro, le ayudaban Isidoro y
José a echarse a las espaldas las
piedras planas de entre veinte y veinticinco kilos. Estoy seguro que Melquiades
llevaba la más pesada. Después, como penitentes, dicho sea con cariño, recorrían
entre peñas y matorral la larga distancia hasta llegar a pie de obra. Así, día
tras día, hasta que la bóveda quedó magistralmente cerrada.
Ya podían refugiarse al tiempo que desde aquel lugar se divisaba
ampliamente el horizonte hasta el lecho del rio y el ganado era observado sin
problema en sus desplazamientos. Grabado en la piedra de la entrada, en un
lateral, está el año de construcción. No lo recuerdo, seguro que Melquiades sí.
En todo caso fue, que yo sepa, la última cabaña que se construyó, hace ya unos cincuenta
y tantos años.
Vamos algo maduritos ya.