A FRANCISCO MOYA “EL CHUPALIGAS”
Nuestro
amigo escritor, Salva Vicente Carretero, escribió en su blog “Mi rincón
literario”, una entrañable historia sobre Francisco Moya “El Chupaligas”, que
recomiendo leer. Tanto Salva como yo queríamos tener noticias de Francisco pero
su teléfono no respondía, de modo que me acerqué a su pueblo, Cabeza del
Caballo, a unos ocho kilómetros del mío por el camino vecinal, pero a unos
veintidós por carretera. Nada más aparcar el coche sale un vecino:”¿Busca a
Francisco?”.
—Sí, señor.
—Pues no está, se cayó de la moto, hace más
de un mes, regresando del rio por el camino y se dañó una rodilla y el tobillo,
le han escayolado y está con un hijo.
—¡Vaya por Dios! ¿Y es grave?
—No parece que lo sea, es cuestión de
tiempo, en diez días le quitan la escayola —me tranquiliza—.De todos modos le
doy su teléfono si quiere contactarlo.
—Sí, por favor, me gustaría hablar con él.
Muchas gracias —le digo al despedirnos.
—Francisco Moya, de nombre
artístico “El Chupaligas, es una persona íntegra, afable, no sabe lo que es el
malhumor, entre otras cosas porque nació para hacer felices a los demás. Es un
hombre elegante, de físico consistente, con un tórax amplio, diseñado para
almacenar aire y llevar el sonido de la trompeta a sus límites .Adorna su
rostro terso un bigote a lo Django
Reinhardt o a lo Clark Gable, según se
prefiera, en todo caso bigote impoluto de artista porque Francisco lo es por
los cuatro costados. No le importa que lo llamen “Chupaligas”.”Desde los diez
años me han llamado así cariñosamente y es lo mismo que si me dices Paco o
Francisco”, me asegura. Yo prefiero llamarlo Francisco.
La puta, con perdón, Guerra
Civil, lo dejo huérfano ya que mientras sus padres alegraban a las gentes con
su circo ambulante, una bomba del bando
franquista cayó en el circo matando a todos los artistas mientras ensayaban,
sus padres entre ellos. De modo que a los diez años se hizo hombre para
sobrevivir sin padres y enseguida comprendió que la trompeta que le habían
regalado seria el instrumento imprescindible e inseparable para su
supervivencia. Le arrancó los sonidos más conmovedores y en sesenta kilómetros
a la redonda todos los pueblos bailaron, yo también, al son de la trompeta del
“Chupaligas,” acompañado de su mujer al bombo o redoblante. Fueron un
matrimonio inseparable, amantes de la música como nadie, que es lo mismo que
decir amantes sin reservas del prójimo. Lo demostraron el día de su boda, en
tiempos de posguerra, a finales de los cuarenta.