Yo fracciono la vida, nuestra existencia, en tres periodos :
el primero que va hasta los treinta años, el siguiente de los treinta a los
sesenta, y el tercer tramo hasta los noventa, edad a la que se llega ya con
mucha dificultad, siendo pocas veces superada.
No me duelen prendas decir que
ando metido ya en el tercer y último
trayecto y quizás por eso, y porque me azuza Manolo a seguir con estos relatos, me he despertado este 27 de
diciembre, con ganas de escribir esta historia de nuestros antepasados y de mí
mismo que soy el testigo de aquellos avatares.Curiosamente, esta noche he soñado con tres personajes que fueron relevantes por distintos motivos: mi tío Andrés, el tío Doroteo y el tío José Manuel.
El tío Doroteo, como sabemos los del lugar, fue un excelente albañil “arbañil”, decíamos. Ahí están algunas de sus obras talladas en piedra que enmarcan ventanas y puertas de cantería adornada a base de cincel, como la casa de mi tío Olegario, y en el local del que fue telar, con la mano de una niña tallada en la piedra, entre otros adornos ingeniosos que se inventaba el tío Doroteo. Era muy conocido por su tesón y capacidad en arrastrar y levantar sin ayuda, bloques de piedra que podían superar los cien kilos. ”Vale más la maña que la fuerza” respondía ante el asombro de quien lo observaba, con el cigarro medio apagado y vuelto a encender entre sus labios.
Era como sabemos la mayoría, de talla tirando a bajo y de complexión mediana, de ahí su mérito al maniobrar con las moles de piedra. Lo recuerdo muy afable, contándonos a los chavales chistes, adivinanzas y refranes, que no era otra cosa que aleccionarnos para la vida, un mostrar las dificultades con las que habríamos de lidiar en ella, lo que demuestra su sabiduría y bondad: enseñar a modo de juego. Era muy ingenioso y los mismo que manejaba la piedra, construía una carreta, sin ayuda, un artesano cabal, riéndose de la vida con sus obras, que es como reírse de uno mismo, como sólo saben hacer los sabios.
Esta noche soñé con él y el tío José Manuel, marido de la tía Manuela “la calera”, porque vendía la cal para barrar por dentro paredes y tabiques de adobe de las casas humildes que eran casi todas.
El tío José Manuel y el tío Doroteo, cuando llegaban los carnavales, eran los artífices de innumerables antruejos, enredos y trucos que se inventaban, adornando un carro de mulo con escobas de barrer, aperos y cacharros, calderetas, peroles, sartenes, cencerros, que iban tocando calle arriba y calle abajo para regocijo de los chavales, algunos subidos en el carro, a quienes iba dirigida la alegría de vivir y disfrutar con cualquier artilugio. Así eran ambos, ya entrados en años, en la segunda o tercera etapa, pero conservando el espíritu infantil, que a la postre, es el que más nos hace disfrutar de la vida.
Por ser vecino de Los Llanos, barrio
que compartíamos, lo recuerdo con gran afecto, siempre con el cigarro en la
boca. Provenía de Cerezal de Peñahorcada, pueblo vecino y de un gran maestro
cantero; el tío Urbano, con el que probablemente trabajó, levantando en Cerezal
el frontón de pelota de sillares de granito, sin duda el más espectacular y bello de España, que es lo mismo que decir
del mundo en este tipo de construcciones.
El tío Doroteo era un artista,
inteligente y más astuto que la zorra que no se libró de un cantazo certero y mortal en la cabeza. ¡Qué puntería!
—Ídevos a pedir con ella —nos dijo a su hijo Paco (quinto mío) y a mí.
Cogimos la raposa atada por las
patas y colgada a los hombros de un palo, y dimos la vuelta al pueblo como era
costumbre, cosechando no pocos donativos en forma de legumbres, garbanzos,
alubias, patatas etc; era la recompensa por haber acabado con semejante alimaña
que merodeaba todas las noches por los gallineros en pos de una gallina fresca.
La historia del otro protagonista de mi sueño, mi tío Andrés, creo que alargaría demasiado el relato ,de manera que lo dejaré para el año próximo, es decir la semana que viene, a fin de no atosigar al lector.