08 noviembre 2025

LA ZARZA DE PUMAREDA EN MI CORAZÓN

A veces me pregunto cómo pasó el tiempo, ese tiempo que se escurre entre los dedos de la mano, ese tiempo que tiñó de blanco el pelo que fue negro, o castaño; mi pelo, tu pelo, el de todos que por este pueblo querido pasamos.

Cada amanecer era una nueva esperanza. Cuando el sol asomaba por el Cotorro, uno comenzaba a tejer el quehacer cotidiano, los sueños que irían conformando nuestro transitar por las calles terrosas, por las tierras abiertas donde allá por julio, perseguíamos a los perdigones en el rastrojo, y a los “santigallos” (saltamontes) que disfrutaban con cabriolas espectaculares de este campo en barbecho generoso y ceniciento, “santigallos” cazados con la mano y guardados en el fardel para alimentar la perdiz enjaulada, tan bonita ella, con su corbata adornando su pescuezo, y con su canto lleno de luz y del aire fresco donde se crio.




















Luego, el sol se acostaba por los Navazos, camino de Portugal, en crepúsculos rosados las más de las veces, al tiempo que las campanas tocaban a oración y las señoras se santiguaban en la calle al oírlas, como un agradecer a la vida el mismo hecho de seguir viviendo, con humildad y devoción, tenazmente, abrazando a los suyos, compartiendo pan y vino, chorizo y jamón, risas y llantos. 

Uno iba creciendo sin darse cuenta que el paso del tiempo era el escultor que iría conformando nuestra personalidad, nuestras ilusiones y nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestras frustraciones, porque esa era la manera de ir aprendiendo a transitar por los caminos pedregosos, o arenosos o embarrados, o floridos de escobas rubias, según fuera invierno, primavera o verano.















Todo parecía estar diseñado por el Creador para que nuestro pueblo, nuestro campo, nuestras nubes y nuestros cielos azules, conformaran las secuencias más sublimes de la película de nuestra vida para, en su momento, darle a la moviola y revivir aquello que uno amó y  que se esfumó entre los dedos como el grano limpio trillado en la era.

Por todas partes que anduve, por todas las ciudades que transité, vi en el cielo las nubes de mi pueblo, los cielos azules, las nubes de pedrisco, la nieve que caía mansamente del cielo cuando de muchachos abríamos la boca para sentir los copos y su caricia en la lengua. Por todos lugares honré la acogida cálida con que recibíamos a un familiar o un foráneo el día de la fiesta del patrón, San Lorenzo, o el día de las Madrinas, y en todas partes hallé la respuesta cálida al devolverme la misma acogida, porque cuando uno ha hecho de la amistad una forma sana y generosa de convivencia, la respuesta suele ser el pago con la misma moneda, o sea el saludo cariñoso, la sonrisa y el abrazo.

Todo ha ido marchitándose entre primaveras frondosas de amapolas mecidas por la brisa en los trigales, el canto del cuco por abril, el crotorar de las cigüeñas en el campanario por San Blas, el siseo de las golondrinas por mayo, como el canto del ruiseñor que nos alegraba el paseo por los caminos, y hasta en el silencio de la media noche mientras la hembra incubaba, al tiempo que el canto monocorde del búho autillo en el chopo de enfrente de casa, velaba nuestro sueño. Aves diurnas para alegrarnos con su vistoso plumaje; aves nocturnas para acunar el silencio de la noche. La naturaleza había desplegado una sinfonía para deleite de los cinco sentidos.

Todo se fue yendo, pero todo volvía para recordar nuestra infancia en nuestro pueblo; para recordar a los que se fueron para nunca volver, a los que dejaron su impronta en las paredes de piedra tosca y eterna , a los que nos enseñaron a leer y escribir y a calcular lo que es calculable, y a los que nos enseñaron las oraciones para hallar un sueño feliz, o simplemente una forma serena de vivir hasta llegar a la última estación del camino,  cuando ya todo se haya esfumado y escurrido entre los dedos como trigo limpio trillado en la era.

Así llevo conmigo todas las sensaciones de mi pueblo, todas las canciones que volaron, todos los bailes acompasados a la música de acordeón y trompeta, todos los sonidos de cencerros y esquilas del ganado que regresaba al pueblo con el crepúsculo, al toque de las oraciones; las cabras con las generosas ubres llenas de leche de nuestro campo, las ovejas con el cordero recental que representaba la esperanza de conseguir unos cuartos y también un sabroso manjar por la Navidad, y así fue definitivamente escurriéndose el tiempo entre las manos, como trigo limpio trillado en la era de mis sueños.  

                                                                                                                      Félix Carreto

La Zarza de Pumareda

Noviembre de 2025

1 comentario:

Manuel dijo...

"Tempus fugit" JO! y cómo y a qué velocidad, cada vez más acelerado. Esto de la velocidad ¿es cosa de la edad; de la nuestra... ?