07 abril 2021
AL RITMO DEL CREPÚSCULO
Hoy podía ser un día cualquiera, y de hecho los es; un primer martes después de Pacua, uno de tantos, ¡cómo pasa el tiempo!, decimos cuando nos guiamos por referencias, como la Pascua, por ejemplo, porque sin ellas, seríamos como las aves, como la fauna en general.
Pero hay momentos fugaces que despiertan a uno de la modorra cotidiana, como acaba de ocurrirme hace un rato, y por eso me he puesto a escribir estas sensaciones que de súbito me invadieron.
El día ha sido soleado, casi caluroso en las horas centrales, los árboles frutales han desplegado su flor para ser preñada por los insectos que se dedican a esos menesteres. Queda en el ambiente un aroma cálido de toda esta flora ( en los pueblos es muy perceptible por la pureza del aire), aroma que va decayendo, aunque no tanto, a medida que el sol se esconde en el horizonte, para despertar súbitamente y dar entrada a la noche con algarabía de perfumes. Es en ese cambio de tercio bajo el empuje del crepúsculo cuando nada es igual que antes. La esencia de la naturaleza se yergue para dormitar poco después.
Luego de cenar salgo al huerto (en mi pueblo), huerto amplio alejado de las viviendas, escoltado por un pequeño regato que solo corre en invierno cuando llueve mucho, y prados donde asoman margaritas. Al abrir la puerta trasera de casa que comunica con el huerto, siento una bofetada muy agradable de aire fresco que te avisa para ponerte una chaquetilla, ojo con los resfriados primaverales. Sigo avanzando en el huerto. Las fosas nasales se dilatan para dejar pasar el máximo de esa fragancia tibia, un relativo frescor aromático.
Me detengo para sentir mejor esa sensación que es propia y única en ese cambio, en esa línea invisible, pero perceptible en el olfato, que separa el día de la noche. Respiro hondo las fragancias de las cuales predominan ( y eso es la primera vez que lo percibo) el aroma de la hierba quinceañera, podría decirse, muy joven, llena de vitalidad, que empuja desde abajo con ímpetu para hacerse valer en medio de otras plantas que la superan en aroma, pero a esta hora precisa de las 21:30, ella es la reina, no cabe duda.
Entonces recapacito sobre ese amplio abanico de fragancias que posee la hierba, según el
lugar, la época del año y la hora del día. Me parece fantástico esta llamada de atención de la hierba fresca y pujante a esta hora concreta. Y a medida que avanzo se mezclan otros olores, como el de la tierra mullida que espera la siembra de las patatas. La tierra también respira a esta hora y se suma a ese elenco de aromas. Doy la vuelta al huerto y me entretengo cual sumiller experto en captar los aromas a cada paso. Todos a cual más intenso a esta hora. Paso delante del peral en flor que sembré, (una joven me dijo en Facebook que no se dice sembrar, sino plantar, y su razón tenía), pero soy de los que va sembrando por la vida, al menos lo intento, pero bueno, digamos “plantar”. Más adelante un manzano también en flor, que también planté hace más de treinta años (ya vais viejos, los acaricio, y perecen decirme, “pues juntos vamos, colega”), y me ofrecen su aroma, fresco también. Al lado un avellano que también planté en esa época que me dio por plantar además dos almendros y un nogal; más adelante vuelve el olor fuerte y denso de la hierba, como para recordarme “¿Y yo, qué? Sí hueles de maravilla. Pero claro al lado del perejil y la planta resucitada de tomillo aromático que estuvo a punto de morir, el perejil a dos metros, al lado el laurel… ¡Hummm! qué densidad de aromas, cada cual dominando en su aposento hermanados esta hora.
Las farolas se han encendido, el claro del día ha casi desaparecido, el frescor agradable penetra por la nariz con la fuerza de un Vick vaporub. Permanezco en medio del huerto, cierro los ojos y venteo como un perro perdiguero el vuelo de la perdiz. Y sí, van desfilando por la pituitaria la hierba fresca, la tierra calentada por el sol, las plantas aromáticas que emergen como la melisa, la flor del cerezo, del manzano, del peral, los repollos de berza, el laurel, el perejil y el tomillo y en esa atmósfera culinaria propia del maestro Arguiñano, doy las gracias a la naturaleza por haberme regalado un momento único del día a esta hora precisa entre dos luces que es cuando los aromas compiten entre ellos, antes de que ya, todo sea un placentero acostarse bajo las estrellas, o bajo las sábanas, como dios manda, con el deber cumplido y los aromas en el recuerdo.
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1 comentario:
Creo que ya te dije en una ocasión que el título de tu blog tendrías que cambiarlo. Mejor dicho ampliarlo. Así: “Colores, olores y amores de mi tierra”
Por un momento, Félix, me has transportado a tu huerto, al pueblo, y hasta aquí han llegado esos matices de olores, esos que se intensifican a ciertas horas. En primavera nacen muchas sensaciones; los sonidos son otra de esas sensaciones, que unas y otras llevamos guardadas en nuestra memoria-recuerdo. Por este motivo me ha dado la sensación que llegaban esos perfumes.
¿Sembrar o plantar?... Puede que efectivamente sembraras el frutal; o lo plantaras. Según, si colocaste en el suelo-tierra, el pequeño arbolito (plantaste), o al contrario colocaras en el suelo la semilla (sembraste).
Que sigas disfrutando la primavera con sus sensaciones y perfumes, respirando profundamente en la tranquilidad de tu huerto.
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