08 diciembre 2011

La hoguera de la matanza




En mi calle a pesar de las pocas casas que hay, (podemos juntarnos para jugar seis chavales, y si participan las chicas, cuatro o cinco más), el espectáculo siempre esta asegurado. Uno de los momentos que más disfruto es cuando mi amigo Alejandro hace la hoguera el día de la matanza.
Esta mañana han matado el cebón. Es un chancho de los de toda la vida; de piel color barro de charca, chaparro, y parecía una bola de lo gordo que estaba. Tenía los ojos hundidos, apenas visibles en unos mofletes hinchados. Lo trajeron desde el corral, cien metros andando y de puro gordo apenas podía caminar porque lo único que hacia era comer y dormir.
Había que verlo dejarse guiar; dócil, sin resoplido alguno, sin rebelarse aunque barruntase el tajo del sacrificio. Me hacia gracia sus andares cuando avanzaba cansino, cuarteando sus cuadriles, parecido al bamboleo del Perico cuando lleva unas copas de más, o el meneo de Alejandro que tanto nos hace reír cuando imita exagerando los andares culibajos de la Ramona.
Lo izaron con unas cinchas para pesarlo en una romana para animales y pesó catorce arrobas. Catorce arrobas de chicha para todo el año. Fueron necesarios seis hombres para subirlo al tajo y murió casi sin gruñir. Me dio pena verlo morir porque tenía aspecto bonachón.
Hay un grupo de personas, sobre todo mujeres, atareadas en el mondongo y todo eso; unas en la calle con las artesas limpiando y escogiendo las tripas para los embutidos, otras en casa con los barreños preparando los adobos, y el ama en la cocina esperando la asadura con la sartén a punto, cuyo olor a sofrito se esfuma hacia la calle y te abre el apetito. No se si es por la cantidad de chicha que pasa de brazo en brazo, o por la copita de aguardiente que han tomado antes de empezar para matar el frío, el caso es que todo el mundo bromea y hay mucha alegría, sobre todo cuando al Rogelio, el matachín, que es un fumador empedernido y que habla por cuatro, se le cae la ceniza del cigarro en la asadura que tiene entre las manos y le dice a la Remedios:”échale mano, anda ,jaquetona, que ya va adobada”, y se ríen todos. Lo de jaquetona lo dice porque tiene una jaca entre rubia y canosa, muy mimada y cuando le retira la albarda siempre le seca el sudor, le pasa un paño para alisarle el pelo, le da unas palmadas en las ancas y le dice:”ya estás bien guapa, mi jaquetona”. Por eso sé que es una palabra cariñosa. Antes nos hizo reír a los chavales cuando entresacó con un poco de tocino, lo que es la verga del cerdo y le dijo a uno :”Toma, es un regalo para que tu abuelo le saque brillo al cuero de las botas dentro de unos meses”.A mi me dijo cuando lo tumbaron en el tajo:”anda, échale mano al rabo del garrapo y tira de él, así te calientas, que estás engarañao , y de verdad me calenté las manos. En esto llega el tío David con la boina de lado, el grueso cigarro en la boca y acariciando la vara de roble que siempre le acompaña.
-¡Echa un trago de aguardiente!, David, le dice el Rogelio. El tío David toma una copa y hace unos mohines y aspavientos cerrando los ojos al tragarla. Cuando respira sale una bocanada de vapor como si tuviera un horno dentro. Después toma una perrunilla de una bandeja y se pone a mirar como desuellan al bicho. La helada que ha caído es de órdago y aunque el sol se ha levantado ya, aún permanecen blancos los muladares y los tejados. Pero los que desuellan al marrano no pasan frío porque además del aguardiente las chichas están calentitas aún.
-Vaya industria que habéis montado, dice el tío David, apuntando al suelo con la vara a los restos de paja de chamuscar, salpicada de sangre. Lo de industria lo dice a menudo y ya sé lo que significa porque se lo pregunté un día a mi tío Indalecio que sabe mucho y además ha estudiado en una academia. Me dijo que industria en la matanza es cuando están removiendo la sangre del gorrino para que no se cuaje y añadirla al barreño ya listo con pan para hacer la morcilla; cuando van colgando la chicha en un varal en el sobrado o en un cuarto; cuando salan los jamones, los colocan sobre unas mesas o tajos y le ponen peso encima para que se aplasten un poco; cuando adoban las carnes y las mujeres seleccionan las tripas después de lavarlas y muchas más cosas, todo eso es la industria, me dijo. Le pregunté si la cena de la matanza donde los chavales nos apipamos de chicha, castañas, higos pasos y cantamos y decimos acertijos, es también industria, y me dijo riendo que también. Entonces deduzco que los tres días que dura el mondongo es una verdadera industria. Aunque nosotros, los chavales, solo pensamos en la hoguera cuando se haga de noche. Alejandro, lleva varios meses arrastrando desde el campo zarzales secos y ya tiene enfrente de su casa un montón, dos o tres veces mi altura .Otro vecino también ha matado su cebón, y más gente en el centro, pero nosotros no nos movemos de nuestro barrio hoy porque tenemos donde disfrutar. Por fin cuando oscurece, todos los chavales nos ponemos manos a la obra: arrastramos los zarzales hasta el centro de la calle que es muy ancha, hasta formar una torre impresionante. Hay cuatro chavales, que se puede decir que son ya mozos, para participar y controlar para que no haya ninguna desgracia cuando se prenda la hoguera. Alejandro tiene dos hermanos mayores que él y se encargan de prender los zarzales. Comienzan a arder y la fogarada se empina un poco más arriba del poste de la luz. Cuando empieza a arder, las llamas crujen furiosas y se estiran con tanta fuerza que parece que toda la hoguera va a alzar el vuelo. El resplandor es tan grande que es como si hubiera cien bombillas o más encendidas como la del poste.
Todos estamos bastante alejados porque desprende un calor impresionante. –Mira, mira como restrallan las llamas, y como saltan las potricas, dice José, apuntando arriba a las llamas que se estiran haciendo culebrinas.
–No son potricas, son chispas, le replica Ventura.
-Ni potricas, ni chispas, son las hojas secas de las zarzas que salen volando, terció Alejandro, algunas ardiendo antes de caer hechas ceniza en un tejado o en el la cabeza de alguno, como en la tuya ahora.
Cuando la torre de zarzales se va hundiendo y queda como un metro de alta, empiezan entonces a saltar la hoguera los más grandes. Son muy atrevidos porque si se caen en medio de las llamas, no sé que podría pasarles. Se ponen cinco en fila india y a la carrera salta uno detrás del otro. Cuando están volando por encima de las llamas su cara se vuelve roja pero pasan tan rápido que ni se chamuscan el pelo. El hermano de Alejandro fue el primero en saltar cuando el montón era casi tan alto como el y parecía que las llamas lo tragaban. Está acostumbrado, porque cuando guarda las cabras en el campo salta las paredes de más de un metro, y sin tocarlas, es un autentico galgo .Todos lo admiramos porque es difícil y muy arriesgado. Cuando ya ha ardido casi todo y queda un montón de brasas con pequeñas llamas, saltamos los más pequeños. A mi amigo Paco se le ha prendido el talón de la zapatilla a fuerza de caer sobre las ascuas cuando sale del salto. Cuando todo se ha transformado en un montón de brasas, cogemos una piedra cada uno para sentarnos entorno a la lumbre como los indios en las películas, y con el resplandor nuestras caras se vuelven rojas. Hay tres chavalas también y cada cual hemos previsto algo para comer. Yo pincho en un palo una patata gorda y la meto entre las brasas. Casi todos asamos patatas, pero algunos han traído castañas.
-¿Quién ha metido una castaña entera en la lumbre?, le voy a pegar una leche, dice Juanito un poco enfadado. ¿Y si le salta alguna brasa o ceniza al ojo? , ¿ qué?, añadió amenazante.
Se hizo un silencio y todos acatamos la reprimenda. Ya nadie mete castañas sin morderle un trozo.
Llega Marcelo con una lata de castañas y dos membrillos.
-Aquí tenéis castañas; las reparte y mete los membrillos en la lumbre.
-Qué generoso te has vuelto, le dice Juanito.
-Es que hoy es 28 de noviembre, y es mi cumpleaños.
Rápido se armó un guirigay porque nos levantamos todos para tirarle de las orejas.
-¡Ya vale, ya vale!, se quejaba tapándoselas, y nosotros dale que te pego. Y es que en mi pueblo cuando alguien cumple años, sobre todo a los chavales, se le tira cariñosamente de las orejas, pero siempre hay alguno que se pasa de tirón. A mi el membrillo asado es como más me gusta. Marcelo saca la navaja del bolsillo, limpia el membrillo asado con un trapo, corta unos trozos y lo reparte. El cielo está estrellado, no hay luna y la helada comienza a hacerse sentir en nuestra espalda, entonces lo que hacemos de vez en cuando es darnos la vuelta hasta que se caliente y así estamos calientes por delante y por detrás.
-Vete a llamar a la hija de la maestra y a Rosa, que así hay más chicas y nos lo pasamos mejor, me dice Juanito.
-No voy porque no querrán venir- le digo, yo sé que a la maestra no le gusta que su hija ande con nosotros porque dice que algunos tienen muy malos modales.
Juanito comienza entonces a contar chistes verdes, muchos de Jaimito y las chicas dicen que es un sinvergüenza, pero no se van porque les gusta descubrir cosas de las parejas cuando se enamoran, y lo que hacen cuando pasan por callejuelas sin luz. Y cuando está contando uno de Jaimito que termina diciendo:”ni son naranjas, ni son limones que son los…” se levanta de repente María Jesús y le dice:” cállate, que ya sé lo que vas a decir”.
Se aleja un momento tapándose los oídos con las manos hasta que termine. Alejandro que está en todo, se echa hacia mí y me cuchichea al oído que no me crea que no está oyendo, porque la muy tuna tiene las manos ahuecadas. Cuando regresa para sentarse, el pillo le espeta el final del chiste y todos nos echamos a reír.
-Ya basta de chistes verdes, ¡ya está bien! parece que solo sabéis hablar de eso, dice la hermana de Alejandro .Así que acaba la chocarrería y vuelve la calma. Andrés se levanta y dice que le va a tirar la teja al vecino que ha matado también su cerdo. Le dicen que a un vecino no se le tira la teja contra la puerta, que nos está bien, aunque sea una tradición el día de la matanza. Él insiste prometiendo que cogerá un trozo pequeñito de teja solo por cumplir con la tradición, y lo hace tan suave que no se oye el golpe. Alejandro se levanta y dice que el también quiere mantener la tradición y que va a tirar la teja suave contra su propia puerta. Pero cuando no es un vecino le lanzamos un trozo grande de teja sobre la puerta y ante el estruendo sale el dueño cabreado y… patitas para que te quiero. Un día enganchó a un amigo en la carrera y le pegó unos buenos pescozones.
El borrajo se va consumiendo y ya ni te calienta la espalda así que como son las diez nos vamos levantando y llevamos las piedras junto a la pared del huerto del Tomás, y vamos desfilando cada cual a su casita donde nos espera un ladrillo o teja bien calentito a los pies de la cama. .La hoguera de la matanza de Alejandro es la mejor de todo el pueblo y es una noche que nunca olvidamos. Todos los años entre mediados de noviembre y diciembre, nos lo pasamos a lo grande con la matanza y sus hogueras. Pronto nevará y tendremos los juegos de la nieve, pero como la hoguera de la matanza no hay nada. Félix

02 diciembre 2011

Colores de Salamanca









El Tormes nos regala en su recorrido los coloridos propios del otoño, y de forma muy especial a su paso por Salamanca donde el agua parece sestear frente a la catedral, y del lado opuesto la iglesia que luce el ocre eterno de Salamanca. Félix.