En La Zarza hubo tres bares, hoy ya desaparecidos, en la época de su mayor esplendor, a finales de los cincuenta y sesenta, durante la construcción del Salto de Aldeadávila.
Los tres eran sabiamente administrados por la amas de casa que, como se sabe, en temas de negocios y hacer cuadrar las cuentas, nadie como las mujeres para gestionar los recursos de puertas para adentro, sobre todo en tiempos difíciles de posguerra. No es que los maridos no ayudaran, que lo hacían, y contribuían a la estabilidad del negocio, pero tenían otro papel más de "guardián" de los buenos modales para que cada cual supiera donde estaba el límite, incluso con una copita de más. De modo que todo transcurría de forma natural.
Pero en este asunto lo que más me llama la atención es la función predestinada en relación con sus nombres de pila de las personas citadas. Ni los más avispados publicistas de hoy hubieran imaginado tal cosa para captar clientela. Porque yo estoy seguro que, aunque fuera de forma subliminal, esto surtió su efecto y de ahí que los tres bares gozaran de clientela similar, si bien, el que tenia más espacio acogía a más gente.
Los conocíamos como el bar de la Esperanza, el de la Salvadora, y el de la Luzdivina, o a la inversa, en el orden que se quiera.
De modo que con estos nombres el éxito estaba asegurado. Y así fue.
Atendían a sus respectivos clientes con sumo agrado, como demuestra el hecho de que los más allegados pasaran a la cocina para tomar el café que bullía en el puchero al calor de la leña de la lumbre, atención muy agradecida, sobre todo en invierno cuando hacia un frió a cortar el aliento o caían chuzos. Cierto es que en aquella época no había depresiones, que yo sepa, esto es una cosa más moderna, más de países ricos; pero no podía haberlas, ni por asomo, porque cuando acudías al bar, está claro, desaparecían. Porque igual daba acudir al de la Esperanza, que el nombre lo dice todo, lo mismo al de la Salvadora, y qué decir del de la Luzdivina de donde salía uno casi canonizado. Se supo que uno de sus hijos, en edad de hacer la Primera Comunión, se dirigió a su madre que estaba cosiendo en la calle con otras vecinas, y ufano le soltó: "madre, no le eche agua al vino que ya se lo eché yo". Claro, como el crío era muy aplicado en religión quiso imitar a Jesús, según el Nuevo Testamento, en las bodas de Canaan. O sea, convertir el agua en vino para que hubiera para todos los invitados, que es lo que hizo el chaval con la mejor fe, y el milagro se produjo. Me imagino a la señora Luzdivina levantando los brazos al cielo y exclamándose: "pero qué hijo más trabajador me ha salido ¡Dios mio!. Lo más curioso es que la dinastía de nombres con tanta carga humanitaria estaba asegurada. La señora Salvadora tenía una hija, de mi edad, que aprecio mucho, llamada Fe. O sea... Y la señora Esperanza otra llamada Piedad, que también aprecio mucho, no solo por tener vínculos familiares, sino porque me atendía muy bien. "Félix, como tu no bebes alcohol, tómate un vinito de quina Santa Catalina, que sienta muy bien y abre el apetito", me decía. Y era cierto, y regresaba a casa tan contento. Quién no recuerda aquella publicidad que se escuchaba en la radio dirigida a las madres de niños con poco apetito y que decía algo así: "Si su hijo tiene problemas para comer, dele vino quina Santa Catalina, y acto seguido se escuchaba a un niño alegre que decía: "dan unas ganas de comerrr.. "Qué imaginación la de aquellos publicistas.
Supongo que la falta de apetito en los críos sería algo exclusivo de las familias pudientes, que las había, y muchas, en la ciudad, pero en los pueblos comíamos lo que nos pusieran y más.
Me imagino a la doncella de los marqueses dándole la cucharadita de ese vino y reprochándole al niño después: "No cojas la cuchara al revés, tonto, y apunta bien a la boca, ¡qué crió más pesado! ¡sí, te abre el apetito pero me preparas unos fregaos! Y el niño a lo suyo, dale que dale, haciendo música con la cuchara golpeando el borde del plato, y así. Eran los milagros como sabemos del vino quina Santa Catalina.
Lo cierto es que a pesar de los pesares, en aquel tiempo nos divertimos mucho en los tres bares: el de la Esperanza, el de la Salvadora y el de la Luzdivina, de los que guardo gratos recuerdos. Félix.
Los tres eran sabiamente administrados por la amas de casa que, como se sabe, en temas de negocios y hacer cuadrar las cuentas, nadie como las mujeres para gestionar los recursos de puertas para adentro, sobre todo en tiempos difíciles de posguerra. No es que los maridos no ayudaran, que lo hacían, y contribuían a la estabilidad del negocio, pero tenían otro papel más de "guardián" de los buenos modales para que cada cual supiera donde estaba el límite, incluso con una copita de más. De modo que todo transcurría de forma natural.
Pero en este asunto lo que más me llama la atención es la función predestinada en relación con sus nombres de pila de las personas citadas. Ni los más avispados publicistas de hoy hubieran imaginado tal cosa para captar clientela. Porque yo estoy seguro que, aunque fuera de forma subliminal, esto surtió su efecto y de ahí que los tres bares gozaran de clientela similar, si bien, el que tenia más espacio acogía a más gente.
Los conocíamos como el bar de la Esperanza, el de la Salvadora, y el de la Luzdivina, o a la inversa, en el orden que se quiera.
De modo que con estos nombres el éxito estaba asegurado. Y así fue.
Atendían a sus respectivos clientes con sumo agrado, como demuestra el hecho de que los más allegados pasaran a la cocina para tomar el café que bullía en el puchero al calor de la leña de la lumbre, atención muy agradecida, sobre todo en invierno cuando hacia un frió a cortar el aliento o caían chuzos. Cierto es que en aquella época no había depresiones, que yo sepa, esto es una cosa más moderna, más de países ricos; pero no podía haberlas, ni por asomo, porque cuando acudías al bar, está claro, desaparecían. Porque igual daba acudir al de la Esperanza, que el nombre lo dice todo, lo mismo al de la Salvadora, y qué decir del de la Luzdivina de donde salía uno casi canonizado. Se supo que uno de sus hijos, en edad de hacer la Primera Comunión, se dirigió a su madre que estaba cosiendo en la calle con otras vecinas, y ufano le soltó: "madre, no le eche agua al vino que ya se lo eché yo". Claro, como el crío era muy aplicado en religión quiso imitar a Jesús, según el Nuevo Testamento, en las bodas de Canaan. O sea, convertir el agua en vino para que hubiera para todos los invitados, que es lo que hizo el chaval con la mejor fe, y el milagro se produjo. Me imagino a la señora Luzdivina levantando los brazos al cielo y exclamándose: "pero qué hijo más trabajador me ha salido ¡Dios mio!. Lo más curioso es que la dinastía de nombres con tanta carga humanitaria estaba asegurada. La señora Salvadora tenía una hija, de mi edad, que aprecio mucho, llamada Fe. O sea... Y la señora Esperanza otra llamada Piedad, que también aprecio mucho, no solo por tener vínculos familiares, sino porque me atendía muy bien. "Félix, como tu no bebes alcohol, tómate un vinito de quina Santa Catalina, que sienta muy bien y abre el apetito", me decía. Y era cierto, y regresaba a casa tan contento. Quién no recuerda aquella publicidad que se escuchaba en la radio dirigida a las madres de niños con poco apetito y que decía algo así: "Si su hijo tiene problemas para comer, dele vino quina Santa Catalina, y acto seguido se escuchaba a un niño alegre que decía: "dan unas ganas de comerrr.. "Qué imaginación la de aquellos publicistas.
Supongo que la falta de apetito en los críos sería algo exclusivo de las familias pudientes, que las había, y muchas, en la ciudad, pero en los pueblos comíamos lo que nos pusieran y más.
Me imagino a la doncella de los marqueses dándole la cucharadita de ese vino y reprochándole al niño después: "No cojas la cuchara al revés, tonto, y apunta bien a la boca, ¡qué crió más pesado! ¡sí, te abre el apetito pero me preparas unos fregaos! Y el niño a lo suyo, dale que dale, haciendo música con la cuchara golpeando el borde del plato, y así. Eran los milagros como sabemos del vino quina Santa Catalina.
Lo cierto es que a pesar de los pesares, en aquel tiempo nos divertimos mucho en los tres bares: el de la Esperanza, el de la Salvadora y el de la Luzdivina, de los que guardo gratos recuerdos. Félix.