29 septiembre 2009

Los bares de mi pueblo.

En La Zarza hubo tres bares, hoy ya desaparecidos, en la época de su mayor esplendor, a finales de los cincuenta y sesenta, durante la construcción del Salto de Aldeadávila.
Los tres eran sabiamente administrados por la amas de casa que, como se sabe, en temas de negocios y hacer cuadrar las cuentas, nadie como las mujeres para gestionar los recursos de puertas para adentro, sobre todo en tiempos difíciles de posguerra. No es que los maridos no ayudaran, que lo hacían, y contribuían a la estabilidad del negocio, pero tenían otro papel más de "guardián" de los buenos modales para que cada cual supiera donde estaba el límite, incluso con una copita de más. De modo que todo transcurría de forma natural.
Pero en este asunto lo que más me llama la atención es la función predestinada en relación con sus nombres de pila de las personas citadas. Ni los más avispados publicistas de hoy hubieran imaginado tal cosa para captar clientela. Porque yo estoy seguro que, aunque fuera de forma subliminal, esto surtió su efecto y de ahí que los tres bares gozaran de clientela similar, si bien, el que tenia más espacio acogía a más gente.
Los conocíamos como el bar de la Esperanza, el de la Salvadora, y el de la Luzdivina, o a la inversa, en el orden que se quiera.
De modo que con estos nombres el éxito estaba asegurado. Y así fue.
Atendían a sus respectivos clientes con sumo agrado, como demuestra el hecho de que los más allegados pasaran a la cocina para tomar el café que bullía en el puchero al calor de la leña de la lumbre, atención muy agradecida, sobre todo en invierno cuando hacia un frió a cortar el aliento o caían chuzos. Cierto es que en aquella época no había depresiones, que yo sepa, esto es una cosa más moderna, más de países ricos; pero no podía haberlas, ni por asomo, porque cuando acudías al bar, está claro, desaparecían. Porque igual daba acudir al de la Esperanza, que el nombre lo dice todo, lo mismo al de la Salvadora, y qué decir del de la Luzdivina de donde salía uno casi canonizado. Se supo que uno de sus hijos, en edad de hacer la Primera Comunión, se dirigió a su madre que estaba cosiendo en la calle con otras vecinas, y ufano le soltó: "madre, no le eche agua al vino que ya se lo eché yo". Claro, como el crío era muy aplicado en religión quiso imitar a Jesús, según el Nuevo Testamento, en las bodas de Canaan. O sea, convertir el agua en vino para que hubiera para todos los invitados, que es lo que hizo el chaval con la mejor fe, y el milagro se produjo. Me imagino a la señora Luzdivina levantando los brazos al cielo y exclamándose: "pero qué hijo más trabajador me ha salido ¡Dios mio!. Lo más curioso es que la dinastía de nombres con tanta carga humanitaria estaba asegurada. La señora Salvadora tenía una hija, de mi edad, que aprecio mucho, llamada Fe. O sea... Y la señora Esperanza otra llamada Piedad, que también aprecio mucho, no solo por tener vínculos familiares, sino porque me atendía muy bien. "Félix, como tu no bebes alcohol, tómate un vinito de quina Santa Catalina, que sienta muy bien y abre el apetito", me decía. Y era cierto, y regresaba a casa tan contento. Quién no recuerda aquella publicidad que se escuchaba en la radio dirigida a las madres de niños con poco apetito y que decía algo así: "Si su hijo tiene problemas para comer, dele vino quina Santa Catalina, y acto seguido se escuchaba a un niño alegre que decía: "dan unas ganas de comerrr.. "Qué imaginación la de aquellos publicistas.
Supongo que la falta de apetito en los críos sería algo exclusivo de las familias pudientes, que las había, y muchas, en la ciudad, pero en los pueblos comíamos lo que nos pusieran y más.
Me imagino a la doncella de los marqueses dándole la cucharadita de ese vino y reprochándole al niño después: "No cojas la cuchara al revés, tonto, y apunta bien a la boca, ¡qué crió más pesado! ¡sí, te abre el apetito pero me preparas unos fregaos! Y el niño a lo suyo, dale que dale, haciendo música con la cuchara golpeando el borde del plato, y así. Eran los milagros como sabemos del vino quina Santa Catalina.
Lo cierto es que a pesar de los pesares, en aquel tiempo nos divertimos mucho en los tres bares: el de la Esperanza, el de la Salvadora y el de la Luzdivina, de los que guardo gratos recuerdos. Félix.

25 septiembre 2009

Las campanas de mi pueblo












Las campanas de mi pueblo
solo son dos;
la pequeña suena tinnn
y la grande suena tooong,
sonidos que abraza el viento
cuando tocan a oración.
tinnn -tooong.

Hoy ya se escuchan menos
¿será menos el fervor?
la campanas están tristes,
triste es el tinnn y el tooong.

Solo repican ya un día
el día del Santo Patrón
y al voltear las campanas
se torna alegre su son
cuando en andas San Lorenzo
inicia la procesión,
tilinnn -tilinnn
tolooong -tolooong.

Y un día triste de tantos
con su lastimero son,
anuncian la muerte de un ser
llamando a la reflexión
tinnn -tooong.

Camino del cementerio
gime el tinnn,
llora el tooong
y todo queda en silencio
tras la última oración

Pero siempre en San Lorenzo
al salir la procesión
voltean la campana chica
y vuelve el tilinnn -tilinnn
y alegra el tolooong -tolooong.

Las campanas de mi pueblo
solo son dos;
la pequeña suena tinnn
y la grande suena toooong
tilinnn -tolooong.

12 septiembre 2009

La música o la melodía del alma.











Ya de pequeño me gustaba la música y el cante y siempre soñaba con tener una guitarra, pero había otras necesidades básicas que atender en tiempos de posguerra. Cuando llegué a Paris con veinte años, seguía con esa idea y, a la par que ayudaba a mi familia,c omo todos los emigrantes, conseguí unos pequeños ahorros, de modo que cuando regresé de vacaciones , por fin, la guitarra tan añorada pude comprarla en Salamanca, donde eran más baratas que en Paris.
Pensaba aprender a tocarla solo o con ayuda de amigos pero el progreso era lento, de modo que decidí inscribirme en un conservatorio municipal asequible a todos los bolsillos, cerca de mi lugar de trabajo.
El profesor de guitarra, un enamorado de España, casado con una española, por cierto, me dijo que tenia que aprender solfeo; dos días a la semana de solfeo y uno de guitarra. Trabajaba entonces en un pequeño centro hospitalario, en el área de quirófano, donde además de la jornada diurna hacia guardias de noche tres días a la semana y aprovechaba la excelente sonoridad del quirófano para trabajar los ejercicios, lo que hizo reír a grandes carcajadas al profesor cuando se lo dije. A los dos años abandoné(craso error que lamento), ya que consideraba tener suficiente base para bandearme solo o con algún grupo.
En la sala de esterilización del material, entre dos quirófanos, escuchaba música en el radio-cassette, lo que no era del agrado del cirujano jefe, un puritano del oficio a la antigua usanza, o sea, un semi-dios; pero con la ayuda de su instrumentista, conseguí con paciencia, que las melodías suaves se expandieran en el silencio del quirófano mientras se operaba.
Cambié de centro para hacer unas practicas en el hospital Corentin Celtón, siempre en Paris. Se realizaba poca cirugía alli. La inmensa mayoría de los servicios lo ocupaban personas mayores con pocos recursos o sin familia. Habia por tanto muchas actividades culturales para entretener a las personas válidas. Aparte de las pequeñas actividades, celebraban una gran fiesta anual, a la cual ,sabiendo que tocaba la guitarra fui invitado previo pago por la actuación. En un gran espacio acondicionado al aire libre participamos, un grupo de folclore rumano, un cantante con su piano electrónico y yo con mi guitarra, entre otros. Canté unas canciones en español, otras en francés y algún solo de guitarra como la ”malagueña” de Lecuona. Al final las felicitaciones y los parabienes se sucedían en un ambiente distendido, casi familiar. Se acercó a mi un señor de unos setenta años, con buen aspecto físico, elegantemente vestido, y tras felicitarme me dijo con su acento andaluz: ”Soy de Granada, exiliado de la Guerra Civil y no he vuelto a España. No tengo familia y terminaré mi vida en este hospital. Cuando escuché la ”malagueña” reviví mis años joven, volví a sentir el aroma de Granada, a sentir en mi piel el cante jondo, la soleá, la seguiriya, a saborear un manzanilla con los amigos; tantas y tantas cosas pasaron por mi mente que me emocioné y no pude menos de llorar. Se lo digo para agradecerle de todo corazón este gran momento”. Aquellas palabras me emocionaron porque yo también sabía lo que se siente al estar lejos de los tuyos, de tu tierra, aunque mi situación no fuera la misma. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos deseándonos suerte mutuamente.
La música a través de mi guitarra, sería para mi definitivamente un medio de comunicación extraordinario que me procuró momentos inolvidables.
Tiempo después trabajé en el hospital Foch, en turno de noche, pues me gustaba el ambiente nocturno por el silencio y la calma que se respiraba.
Una vez más la guitarra fue mi aliada, pues siempre que celebrábamos los cumpleaños del equipo, a eso de las diez, cuando los pacientes dormían tranquilamente, en la sala donde nos servían la cena, esta se alargaba entre pasteles, una gotita de champán y melodías discretas que reforzaban la unión del equipo y donde siempre participaban las dos supervisoras.
Tenia como compañero un enfermero alemán, gran melómano, que despertaba a los pacientes cantando. Un día me sugirió que llevase la guitarra para despertarlos con música, en lugar de entrar bruscamente en la habitación y decirle en voz alta ”venga, arriba, hay que despertar, se acabó la noche, vamos, vamos…”. El servicio lo ocupaban personas mayores con patologías propias de la edad: parkinson etc, y había que estimularlas para que reaccionaran y se levantaran. Me presenté pues con la guitarra y cuando habíamos terminado el trabajo, a eso de las siete y media, esperando el relevo, me sentaba en una silla en el pasillo y comenzaba a tocar unas melodías, siempre apropiadas y suaves, que se expandían por lo pasillos largos y de techo alto, amplificando el sonido como por encanto.
Los pacientes reaccionaron bien. Pero un buen día, la supervisora del turno de mañana llegó antes de lo previsto y nos sorprendió con nuestro invento. Apareció en el fondo del pasillo, acelerando el paso, dirigiéndose hacia nosotros excitada, con los brazos en alto, haciendo aspavientos. Comprendimos que no le agradaba. Cesó la música, pero ella, a lo lejos, seguía vociferando: ” ¿Os creéis que esto es el Rastro?, qué respeto es este a los pacientes… si queréis tocar la guitarra iros al metro…” y furiosa desapareció camino de su despacho. Alli acabó nuestro empeño en ofrecer a los pacientes el despertar de un nuevo día con música.
La pobre desconocía los beneficios de la música, y como tantas otras personas viven ancladas en la rutina del día a día que, además, pretenden imponer al resto.
Muchos años después regresé a España y estuve trabajando en un hospital, en Madrid, en el área de quirófano una vez más. Me llevé una grata sorpresa al ver que un equipo de cirugia cardiaca operaba escuchando la música elegida por el cirujano jefe.
Pero lo más curioso era otro equipo de cirugia máxilofacial, que realizaba grandes intervenciones de cirugia reparadora en la cara y cuello tras extirpar tumores, etc ,cirugía que requería muchísimas horas. Cuando se vislumbraba el final de la intervención, algunos miembros del equipo comenzaban a cantar a pleno pulmón, a veces temas de ópera, para liberarse de la gran tensión y estrés acumulados. Cuando los oíamos cantar desde nuestra sala sabiamos que la intervención tocaba a su fin y acudiamos entonces para recoger el material. Pero estas prácticas tan saludables no eran lo más habitual. Aunque en algunos hospitales, en España, en determinados servicios, se aplica ya la musicoterapia, pero la evolución es muy lenta y queda aún mucho terreno por andar.
Sin embargo el momento que más me conmovió lo viví en mi última etapa parisina, en el hospital Foch, citado anteriormente.
Dentro del hospital había un anejo recién construido para dedicarlo al tratamiento oncológico. Los afectados de cáncer acudían allí después de haber fracasado en otros hospitales la quimioterapia convencional, para someterse a un tratamiento novedoso puesto a punto por el profesor y director del servicio. Las curaciones completas eran escasas, pero las hubo, y los pacientes acudían como último recurso para intentar salvar la vida.
Muchos pacientes, en su mayoría menores de cincuenta años, acudían el fin de semana para someterse a un ciclo de tratamiento de dos o tres días.
En el servicio reinaba una calma que contrastaba con el drama que cada cual vivía. Todo estaba estudiado para conferir ese sosiego: la luminosidad, los tonos de la pintura, las plantas que decoraban los pasillos, el decorado en general, el conjunto armonioso de la arquitectura, todo inspiraba paz y quietud. Como trabajaba en turno de noche, por los motivos ya explicados, pensé que encajaría bien con el silencio reinante en los pasillos tan acogedores unas melodías de guitarra como ”María Elena” entre otras.
Un domingo esperando el relevo a las siete y media de la mañana, me senté con mi guitarra en una especie de mini hall al lado de unas plantas. Comencé a tocar la guitarra, como de costumbre, melodías suaves. La pureza del sonido parecía irreal al propagarse en aquel silencio. Sonó un timbre y la auxiliar de enfermería acudió a la habitación. De regreso se dirigió a mi.”Un paciente me ha preguntado que si es posible hablar con el músico”. Por supuesto, le dije, mientras acudía a la habitación con mi guitarra. Estoy escuchando su música y es una maravilla, me dijo entusiasmado el paciente; un señor de unos cincuenta años, elegante sereno, nada en su aspecto externo dejaba entrever el estadio terminal de su enfermedad.
¿Conoce usted la “malagueña”?, preguntó.
A la “malagueña salerosa” se refiere, le dije
Si, exactamente, esa misma. ¿Y me la podría cantar usted?
Cómo no, la tengo en mi repertorio y es una de mis favoritas. Me concentré y como si estuviera en un escenario se la canté.
¿Desea escuchar alguna más?, le propuse al terminar.
No, es suficiente.
Estaba visiblemente emocionado y esperé que volviera a la convesación. Soy ejecutivo de una empresa y he viajado mucho por Latinoamérica, dijo. Hablo algo de español y siempre cuando acudía a cenar en algún restaurante típico con mi mujer y amistades, pedía a los músicos esta canción… Observé que de repente sus ojos se humedecieron. Se hizo un silencio. Y tras una breve pausa prosiguió… Estoy aquí este fin de semana para someterme a los ciclos pero sé que mis días están contados; por eso quiero agradecerle este momento que acaba de regalarme y puedo decirle que he vuelto a ser inmensamente feliz gracia a usted. Nos despedimos con un apretón de manos prolongado mientras seguía agradeciéndome con una voz entrecortada por la emoción. Salí de la habitación apenado porque aquella despedida suponía, probablemente para él, sin temor a equivocarme, el adiós a la felicidad en este mundo.
Regresé a casa, desayuné como de costumbre y me acosté para descansar. Por mi mente desfiló de nuevo aquel momento tenso, profundamente emotivo.
Y con el alma ya serena me dormí en paz, sabiendo que una persona poco antes de morir, gracias a la música, había vuelto a ser feliz. Félix

04 septiembre 2009

Historia de la rana Asunción.











Vivía yo junto al resto de la comunidad en una charca, en Cerezal de Peñahorcada, donde abrevaba el ganado. Saliamos del agua para tomar el sol a la orilla, sobre el lodo medio seco que nos servia de confortable colchón. Cuando llegaba el ganado, de un salto estaba a salvo en medio de la charca. Pero un buen día, después de saltar al centro para esquivar el morro de un vaca, acto seguido se oyó un extraño zumbido y cual morro gigante, se fue hundiendo en medio de la charca. Hubo un desconcierto y no sabíamos hacia donde huir. Cada cual tomó la dirección que pudo pero yo me vi atrapada en el extraño artilugio. Senti que se elevaba y buscaba desesperada una salida, sin éxito. El balanceo al que estaba sometida me resultaba extraño pero no incómodo. El viaje fue efímero; unos minutos. Al momento me vi precipitada al vacío preguntándome cual sería mi nuevo destino. Entre el chorro de agua sucia que caía pude ver que me dirigía hacia unas llamas que se empinaban cada vez mas alto. Afortunadadmente el enorme chorro de agua que me precedía se estrelló antes que yo sobre el suelo y todo quedó transformado en una humareda. Al llegar al suelo envuelta en agua salí despedida y de dos saltos esquivé aquel infierno de humo y vapor caldeado yendo a parar a un chaleco fluorescente de un trabajador que extinguía el fuego. Asustada por lo que me rodeaba preferí permanecer allí antes que saltar del erial al suelo carbonizado. Allí al menos me sentía segura. Al momento otro compañero se percató de mi presencia. ¡mira, Andrés, una rana en tu chaleco! ¡Pero coño! ¡De donde viene esta tia! No ofrecí resistencia, pues el instinto de supervivencia me hacia confiar en ellos, y me capturaron. Andrés me sujetaba por las patas. Pepe, mira que ancas mas ricas tiene, le decía a su compañero. Por un momento me vi aderezada y guisada en una cazuela, pero Pepe dijo: "a cada tiempo su cosa, ahora la metemos en el cubo con agua, más tarde ya veremos”. Andrés decia: ”No se porqué no es una rana el símbolo de los bomberos. Pues no es mala idea, decía el otro. Cuando se enteren los compañeros del hallazgo van a reír un rato. Habrá que bautizarla, agua ya tiene pero falta el nombre, dijo Pepe. Yo escuchaba atenta aquella conversación pues mi futuro dependía de ellos. Como hoy es el quince de agosto, día de la Asunción, dijo Andrés, la llamaremos Asunción. Al oír esto me dije: esta es buena gente, son buenos católicos, y con este nombre, de aquí al cielo. Arrancaron el auto y entre bamboleos salimos del camino a la carretera. Al poco rato llegamos a un pueblo que Miguel llamó la Zarza de Pumareda donde hay un pilar al lado de la carretera. Allí paró el auto y le dijo a Pepe: voy a refrescarme la cara con el agua de este caño y después entramos en el bar Las tres Columnas para tomar unas cervezas. Sin alcohol, le recordó Pepe. Se bajó y fue en ese momento cuando olfateé el agua del pilar y en aquel descuido, al dejar la puerta abierta, pensé que era mi última ocasión de poder fugarme y estar a salvo. Di el salto más grande que pude y caí al borde del pilar pero dentro del agua. Miguel se enfadó con su compañero por no haber estado atento. Lo sentí por ellos porque la historia que iban a contar a sus colegas terminaba allí, pero para mi empezaba otra más halagüeña.
Días después vi a un tipo subido en la piedra del pilar para hacer unas fotos a lo lejos, después, me vio y también me hizo una. ¿Sabría él que yo soy la rana Asunción? Félix.

02 septiembre 2009

Pilotos anónimos, gracias














En esta zona nuestra del Parque Natural de las Arribes del Duero, en el tramo salmantino, a partir de mediados de agosto, los helicópteros nos han visitado casi a diario para apagar los incendios originados de un lado y otro del cañón del Duero; tan pronto en Portugal, tan pronto en España.
En nuestro pueblo de Zarza de Pumareda, el día quince, a media tarde, el fuego originado en la raya con Cerezal, avanzaba hacia nuestro término amenazando al ganado presente en la zona.
Fue un alivio cuando vimos llegar al completo una dotación para sofocarlo: varios aviones y helicópteros que, posterior el reconocimiento, se redujeron a; un hidroavión, dos helicópteros, una avioneta que coordinaba las maniobras y un equipo a tierra.
Todos y cada uno de los componentes tienen su mérito, pero lo que realmente llamaba la atención era el trabajo a destajo de los helicópteros que cargaban de agua en las charcas cercanas lanzándola después con suma precisión para atajar el avance de las llamas.
Es digno de resaltar la destreza, la pericia y el arrojo de esos pilotos, anónimos para nosotros, anónimos siempre ante el peligro, enfrentándose a los imprevistos de las corrientes de aire como fue el caso, días después, en la escarpada y profunda ladera del Duero en la vertiente portuguesa .
Dificultades y riesgos que se comprenden mejor después de haber leído la lección resumida y magistral de Paco en un comentario sobre aeronáutica ,en el blog de Salva.
Ellos saben que el agua es un bien escaso en estas fechas y la administran
con buen criterio eligiendo, antes de lanzarla, el lugar y el momento preciso para sacarle el máximo partido.Después de terminada la tarea regresan a su lugar de destino sin posibilidad para nosotros de agradecerle su extraordinaria y encomiable labor.
Las tres fotografías pretenden mostrar el tino y acierto nada fácil del piloto, y la eficacia demostrada en una secuencia que bien podría titularse: ”Antes, durante y después”.
Confiando en la magia de la red que llega a todos los destinos, a esos pilotos anónimos les envío este mensaje de apoyo, de admiración y de agradecimiento. Félix.