29 junio 2013

Recordando a mi primo Adolfo


El otro día, el veintidós de junio, hizo cinco años que nos dejaste. Ese veintidós que el azar ha querido que también mi madre nos dejara hace dos meses, aunque la separación de los seres queridos  sea solo física.
Por motivos ajenos a mi voluntad ese veintidós no pude subir este recordatorio como lo venía haciendo en años anteriores.
Ese día sí estuve contigo, leyendo ese maravilloso libro que escribiste hace treinta y cinco años, cuya historia y argumento sigue estando vigente por cuanto en el fondo la sociedad apenas ha cambiado,  y cuyo titulo es:”Va a nacer un niño”,y que recibió el segundo premio ”Trípode 79.”Ya sé que tú no perseguías los premios, pero un segundo premio, y tienes que yo sepa al menos dos, equivale al primero. Esto venía a decir Cervantes en el Quijote:” El primer premio suele estar amañado, el segundo suele ser el mejor, de modo que el segundo pasaría a ser primero, el tercero segundo, y el amañado  pasaría a ser el tercero.”Gran genio Cervantes, pues en esto  de los premios, como en tantas cosas, nada ha cambiado desde entonces, y han pasado siglos.
El caso es que me detuve en un párrafo de los muchos interesantes que podría transcribir, pero como sería muy largo, me doy al menos el gusto de transcribir este que me hace comulgar con tu pensamiento, que es otra forma de seguir unidos. Y en tú dialogo con ese niño que lleva la madre en el vientre leo esto:
 “…No creas, hijo, que estoy en contra del progreso. ¿Como voy a estarlo si, al fin y al cabo, gracias al progreso vivimos con mayores comodidades, al menos materiales? Pero creo sinceramente que no hemos sabido asimilar el progreso, que todo lo hemos vuelto progreso, y que hemos convertido el progreso en un dios disparatado y loco. ¿Quien duda de que hoy el progreso nos ha sumido en otras tantas muertes absurdas y despiadadas? Tenemos, por ejemplo, el progreso de la locomoción: nos ha ahorrado tiempo en ir y venir, pero nos está descuartizando personas. La enfermedad del automóvil atenta contra el progreso de la medicina…Lo trágico, hijo, es que necesitamos todavía el automóvil…porque la planificación de nuestro modus vivendi está en función del automóvil.

Vivir en el centro de la ciudad y trabajar en el este.
Vivir en el este y acudir al centro para cualquier trámite de certificación.
Escoger el doctor que fíjate donde tiene la consulta…
Todo lo hacemos a la inversa: el padre trabaja en el sur, el hijo acude a la universidad del este, la hermana al colegio de secundaria del norte…
¿Te parece que exagero? Pues conozco a gente que funciona así.
Y aún no hemos hablado de lo peor: la contaminación, producto inequívoco del progreso y de la estructura de la vida moderna. Y la poca cabeza de muchos de nosotros… ¿Qué pulmones infantiles podrán soportar este veneno que es el aire contaminado de las ciudades?
…-Papá quiero vivir en un jardín.

-…No podremos, hijo, ni en el campo tampoco…tendrás que vivir aquí con nosotros en la ciudad, porque estamos estructurados para vivir aquí. La ciudad es nuestra cárcel en libertad, hijo.
… ¿Y quien dice:”Puesto que una de las causas determinantes de la contaminación es el uso irracional del automóvil, yo voy a prescindir de él?”Nadie lo dice, hijo. Nadie lo hace. Porque nadie, en concreto, se siente culpable del delito de contaminación.
Acabo de tener entre mis manos un libro cuyo autor, en un capitulo que titula:” Gente, gente, gente”, se queja de que están naciendo muchas, demasiadas personas. Mira por donde, parece que tú ya eres, desde ahora, un atentador contra la vida de las personas, puesto que según el autor, eres ya un sujeto de contaminación. Mira por donde el hecho de nacer hoy se está convirtiendo en una causa de muerte. Mira hasta donde tienes  tú también la culpa de esto. El autor dice:
“-Uno de los mayores problemas al que debemos hacer frente es el que nos plantea el desorbitado crecimiento de la población. Somos muchos en este mundo, demasiados.”
Entonces… ¿Quién sobra?
Creo, hijo, que el problema no es este. No puede serlo. Simplemente estamos mal distribuidos. Imagínate nuestra ciudad: Caracas. Miles de personas se mueven diariamente por los cuatro puntos cardinales de ella.  Imagínate que un día detenemos a un transeúnte  anónimo y le decimos:
-Usted sobra en el mundo.
Pueden ocurrir varias cosas: que me llame loco, que me pegue una bofetada o que me diga:
-¡Sobrará usted!
Y comprendo, hijo que el mundo va en aumento creciente de la población. Sí: consumimos más, derrochamos más…Pero el problema es: ¿por qué derrochamos más?
 Es cierto que miles de personas se mueren de hambre, pero…por qué otros derrochamos la comida que  podría alimentar a esos millones de hambrientos? Pienso  que nadie sobra, hijo…Todavía no he oído a ninguna persona decir:
-¡Sobro yo!...

Excelentes reflexiones, primo. El libro está plagado de perlas como estas; reflexiones que deberíamos  plantearnos hoy día como hace  casi cuarenta años cuando lo escribiste, pero no es nuestro fuerte lo de reflexionar, en este país nuestro.
Así que repasando tus escritos, querido Adolfo, va pasando el tiempo, y así la vida que nos plantea cada día nuevos retos, se hará más placentera recordando tu pensamiento, que es lo mismo que caminar junto a ti.
Félix.   





















10 junio 2013

El árbol mutilado

                                      

Aquí estoy viendo pasar el tiempo como cualquier ser vivo, aunque ya no sé si pertenezco al reino de los vivos o  de los muertos.
Nací hace muchos años, ya ni me acuerdo, quizás antes de la guerra civil aunque sé que por aquí no hubo tiros pero había mucha miseria. Lo sé porque mientras yo crecía  vi desfilar toda suerte de personas: críos guardando ovejas, jóvenes y también mayores labrando la tierra con la yunta de vacas, segadores que encontraban refugio en mi sombra, todos con pantalones remendados. Unos eran adustos y solo sabían despotricar soltando tacos  al ganado que abnegado le ayudaba en la faena, pero otros cantaban arando o guardando el ganado y yo disfrutaba con ellos. Después las fincas cambiaron de dueño aunque las caras que me visitaban eran muy parecidas. De adulto proporcioné leña para la lumbre y la poda no era muy agresiva porque me quedaban ramas donde anidó alguna tórtola y algún cuco de paso dejó su huevo y se esfumó con la primavera. Durante mucho tiempo fui mimado porque había pocos como yo,  hasta que otros robles fueron naciendo y noté que ya mi sombra no valía tanto, ni mis ramas, aunque nunca me quejé de mi destino. Me acostumbré a vivir el rigor extremo del invierno y verano y disfrutaba sobremanera cuando  la primavera vestía mi esqueleto y volvía a tener el atractivo de siempre. Pasaron los años de mi juventud sin sobresaltos hasta que un día, ya cargado de años,  un nuevo propietario que no conocía  mi infancia ni le interesaba, comenzó a podarme sin piedad. Avariento debía de ser el gañán porque solo me dejó dos miserables ramas. Llenó dos carros de leña y ni siquiera me regaló una mirada agradecida. No lo volví a ver. Llegada la primavera quise reverdecer, pero no había forma de superar tal escabechina, de modo que solo pudieron brotar dos minúsculas ramas, insuficientes para que pudiera respirar, mientras una pertinaz sequía  vino a dar al traste con todas mis esperanzas.
Así que aquí estoy desde hace años como un zombi, siempre desnudo, sin saber si le intereso o no a alguien. A veces pienso que más valdría que  me rebanaran de una vez  para la lumbre, pero aunque medio muerto, siento aún las vibraciones de algún ave despistada, pienso yo, que viene a posarse y pasa un rato conmigo.
Resignado, esperando un desenlace que quizás dure aún muchos años, espero al menos que alguien se fije en mi y recuerde que todos fuimos jóvenes y fuimos útiles al servicio de los demás, y que al verme mutilado de tal forma  sirva al menos para que nadie ,en lo sucesivo, se ensañe despreciando el derecho a vivir hasta que la vejez cumpla su cometido.
Félix.