21 octubre 2013

La lluvia

La tan ansiada lluvia por fin llegó. El campo estaba seco y reseco, el ganado apuraba las últimas hierbas trillada de de puro seca. Tres meses largos sin caer una gota de agua es mucho para un campo como el nuestro  donde la humedad desaparece rápidamente con los calores. Acabó el verano y dio paso al otoño, y aunque el cielo comenzó a nublarse, no parecía que iba en serio, porque nos había engañado varias veces. Pero se levantó el aire de abajo (Suroeste) y, como sabemos los del lugar, con él casi nunca falla el agua. Así que después del viento que arreció  durante el día y se prolongó durante la noche, dio paso a la lluvia, y ahora si era de verdad. Más de lo que anunciaba el hombre o la mujer del tiempo, porque la borrasca se iba para volver sobre sus pasos y así llovió de lo lindo. La tierra absorbió toda la caída, era mucha la sed, se formaron algunos charcos en el cuenco de algún regato, pero cuando la abundante y generosa lluvia cesó después de varios días, el viento de arriba (Noreste) evaporó el sobrante, pero la tierra había administrado sabiamente tan valioso tesoro. Y para premiar la atención del cielo, la tierra lo agradeció con flores. Al verlas, dudé por un momento si era o no primavera, pero la hierba seca no engañaba: es el otoño. Y el campo comenzó a sustituir el ocre desteñido y roñoso por el verde refulgente de hierba otoñal que, junto con el maraojo, lo cubren ya todo. Félix

23 septiembre 2013

La peña el Lagarto

                                          " Mamacabras", que me vino a saludar .Así lo llamábamos de pequeños a esta lagartija

  El título no tiene nada que ver con la célebre  y bullanguera (para bien de las fiestas en San Lorenzo), peña “El Lagarto”, que tanto se ha prodigado y tan buenos recuerdos nos ha dejado. No, mi peña es de otra índole; es rocosa, granítica  para más señas.  Aunque mirándolo bien, mi peña, algo tiene que ver con este reptil (no el de la foto) que, diezmado como tantas especies de nuestro entorno, sigue apareciendo tímidamente para decir que ahí sigue.


Así que  a finales de agosto volví a visitar el altozano de las Tejoneras para ver qué atuendo lucían ahora las peñas con las que comparto algunas soledades. Y claro que me recibieron con una vestimenta ligera, que es lo   propio  del verano; el verde oliva destacaba en su conjunto. Aunque unas porciones de amarillo  azafrán, sellaban el granito como el marchamo  inequívoco de la pureza  del aire, según los expertos en estas cosas del Medio Ambiente. Que aire puro en aquel teso rocoso es  lo que sobra.

                                             la mancha verde lagarto que cubre la peña

Pero lo que más me llamó la atención fue precisamente una mancha bastante amplia de un verde lagarto calcado. No solo el verde revelaba el mimetismo lagartero, sino que la textura adherida al granito era también idéntica a la rugosidad de la piel de dicho reptil.
“Mucho misterio tiene esto” pensé, imaginando un lagarto restregarse en la peña y, ésta, a modo de recuerdo, fijar la impronta para formar parte de su  indumentaria estival. Misterios de la Naturaleza que nos agasaja con estas bellezas tan singulares.
El mundo seguirá por los derroteros que quiera, pero las peñas de mi pueblo seguirán el curso de la historia al margen de los avatares humanos, ofreciendo belleza y paz a quien desee compartir con ellas un  rato.  Félix
                                           Cabeza decapitada de erizo sin púas.

12 julio 2013

las peñas de mi pueblo

Siempre me ha cautivado el misterio de las peñas. Sobre todo las de mi pueblo porque con ellas crecí, unas veces subido en la Peña de la Vela desde donde se oteaba el horizonte, otras veces disfrutando de la Peña Resbalina o rodeando en el centro del río a la Peña Singuilina, a la que era imposible subirse porque es lisa como un huevo.
Hay más peñas pero estas son las más famosas, de modo que ahí llevan millones de años viviendo, porque vida tienen. Y a lo largo del año se van vistiendo con distintos atuendos, con coloridos que representa cada  estación del año, y es que así viven, evolucionando como el resto de seres vivos.
Hoy me he parado a fotografiar unas peñas anónimas, de esas que nadie le presta atención porque su forma no resulta atractiva y  nada nos ofrecen de particular.
Así que yo las presento con su colorido de verano, dominando los tonos grises y pardos. Han dejado atrás los verdes primaverales y los musgos de invierno y en ellas han nacido plantas y líquenes que han estado esperando su momento. Por eso me parece a mí que las peñas sí tienen vida aunque lleven ahí quietas millones de años.
Estas peñas anónimas de mi pueblo siempre están ahí para ofrecer su encanto,
si es que alguien se para a mirarlas. Yo las he mirado y me he tumbado en ellas un rato boca arriba, mirando al cielo y recibiendo su energía en la espalda, que es otra forma de comunicar en silencio.
Félix

29 junio 2013

Recordando a mi primo Adolfo


El otro día, el veintidós de junio, hizo cinco años que nos dejaste. Ese veintidós que el azar ha querido que también mi madre nos dejara hace dos meses, aunque la separación de los seres queridos  sea solo física.
Por motivos ajenos a mi voluntad ese veintidós no pude subir este recordatorio como lo venía haciendo en años anteriores.
Ese día sí estuve contigo, leyendo ese maravilloso libro que escribiste hace treinta y cinco años, cuya historia y argumento sigue estando vigente por cuanto en el fondo la sociedad apenas ha cambiado,  y cuyo titulo es:”Va a nacer un niño”,y que recibió el segundo premio ”Trípode 79.”Ya sé que tú no perseguías los premios, pero un segundo premio, y tienes que yo sepa al menos dos, equivale al primero. Esto venía a decir Cervantes en el Quijote:” El primer premio suele estar amañado, el segundo suele ser el mejor, de modo que el segundo pasaría a ser primero, el tercero segundo, y el amañado  pasaría a ser el tercero.”Gran genio Cervantes, pues en esto  de los premios, como en tantas cosas, nada ha cambiado desde entonces, y han pasado siglos.
El caso es que me detuve en un párrafo de los muchos interesantes que podría transcribir, pero como sería muy largo, me doy al menos el gusto de transcribir este que me hace comulgar con tu pensamiento, que es otra forma de seguir unidos. Y en tú dialogo con ese niño que lleva la madre en el vientre leo esto:
 “…No creas, hijo, que estoy en contra del progreso. ¿Como voy a estarlo si, al fin y al cabo, gracias al progreso vivimos con mayores comodidades, al menos materiales? Pero creo sinceramente que no hemos sabido asimilar el progreso, que todo lo hemos vuelto progreso, y que hemos convertido el progreso en un dios disparatado y loco. ¿Quien duda de que hoy el progreso nos ha sumido en otras tantas muertes absurdas y despiadadas? Tenemos, por ejemplo, el progreso de la locomoción: nos ha ahorrado tiempo en ir y venir, pero nos está descuartizando personas. La enfermedad del automóvil atenta contra el progreso de la medicina…Lo trágico, hijo, es que necesitamos todavía el automóvil…porque la planificación de nuestro modus vivendi está en función del automóvil.

Vivir en el centro de la ciudad y trabajar en el este.
Vivir en el este y acudir al centro para cualquier trámite de certificación.
Escoger el doctor que fíjate donde tiene la consulta…
Todo lo hacemos a la inversa: el padre trabaja en el sur, el hijo acude a la universidad del este, la hermana al colegio de secundaria del norte…
¿Te parece que exagero? Pues conozco a gente que funciona así.
Y aún no hemos hablado de lo peor: la contaminación, producto inequívoco del progreso y de la estructura de la vida moderna. Y la poca cabeza de muchos de nosotros… ¿Qué pulmones infantiles podrán soportar este veneno que es el aire contaminado de las ciudades?
…-Papá quiero vivir en un jardín.

-…No podremos, hijo, ni en el campo tampoco…tendrás que vivir aquí con nosotros en la ciudad, porque estamos estructurados para vivir aquí. La ciudad es nuestra cárcel en libertad, hijo.
… ¿Y quien dice:”Puesto que una de las causas determinantes de la contaminación es el uso irracional del automóvil, yo voy a prescindir de él?”Nadie lo dice, hijo. Nadie lo hace. Porque nadie, en concreto, se siente culpable del delito de contaminación.
Acabo de tener entre mis manos un libro cuyo autor, en un capitulo que titula:” Gente, gente, gente”, se queja de que están naciendo muchas, demasiadas personas. Mira por donde, parece que tú ya eres, desde ahora, un atentador contra la vida de las personas, puesto que según el autor, eres ya un sujeto de contaminación. Mira por donde el hecho de nacer hoy se está convirtiendo en una causa de muerte. Mira hasta donde tienes  tú también la culpa de esto. El autor dice:
“-Uno de los mayores problemas al que debemos hacer frente es el que nos plantea el desorbitado crecimiento de la población. Somos muchos en este mundo, demasiados.”
Entonces… ¿Quién sobra?
Creo, hijo, que el problema no es este. No puede serlo. Simplemente estamos mal distribuidos. Imagínate nuestra ciudad: Caracas. Miles de personas se mueven diariamente por los cuatro puntos cardinales de ella.  Imagínate que un día detenemos a un transeúnte  anónimo y le decimos:
-Usted sobra en el mundo.
Pueden ocurrir varias cosas: que me llame loco, que me pegue una bofetada o que me diga:
-¡Sobrará usted!
Y comprendo, hijo que el mundo va en aumento creciente de la población. Sí: consumimos más, derrochamos más…Pero el problema es: ¿por qué derrochamos más?
 Es cierto que miles de personas se mueren de hambre, pero…por qué otros derrochamos la comida que  podría alimentar a esos millones de hambrientos? Pienso  que nadie sobra, hijo…Todavía no he oído a ninguna persona decir:
-¡Sobro yo!...

Excelentes reflexiones, primo. El libro está plagado de perlas como estas; reflexiones que deberíamos  plantearnos hoy día como hace  casi cuarenta años cuando lo escribiste, pero no es nuestro fuerte lo de reflexionar, en este país nuestro.
Así que repasando tus escritos, querido Adolfo, va pasando el tiempo, y así la vida que nos plantea cada día nuevos retos, se hará más placentera recordando tu pensamiento, que es lo mismo que caminar junto a ti.
Félix.   





















10 junio 2013

El árbol mutilado

                                      

Aquí estoy viendo pasar el tiempo como cualquier ser vivo, aunque ya no sé si pertenezco al reino de los vivos o  de los muertos.
Nací hace muchos años, ya ni me acuerdo, quizás antes de la guerra civil aunque sé que por aquí no hubo tiros pero había mucha miseria. Lo sé porque mientras yo crecía  vi desfilar toda suerte de personas: críos guardando ovejas, jóvenes y también mayores labrando la tierra con la yunta de vacas, segadores que encontraban refugio en mi sombra, todos con pantalones remendados. Unos eran adustos y solo sabían despotricar soltando tacos  al ganado que abnegado le ayudaba en la faena, pero otros cantaban arando o guardando el ganado y yo disfrutaba con ellos. Después las fincas cambiaron de dueño aunque las caras que me visitaban eran muy parecidas. De adulto proporcioné leña para la lumbre y la poda no era muy agresiva porque me quedaban ramas donde anidó alguna tórtola y algún cuco de paso dejó su huevo y se esfumó con la primavera. Durante mucho tiempo fui mimado porque había pocos como yo,  hasta que otros robles fueron naciendo y noté que ya mi sombra no valía tanto, ni mis ramas, aunque nunca me quejé de mi destino. Me acostumbré a vivir el rigor extremo del invierno y verano y disfrutaba sobremanera cuando  la primavera vestía mi esqueleto y volvía a tener el atractivo de siempre. Pasaron los años de mi juventud sin sobresaltos hasta que un día, ya cargado de años,  un nuevo propietario que no conocía  mi infancia ni le interesaba, comenzó a podarme sin piedad. Avariento debía de ser el gañán porque solo me dejó dos miserables ramas. Llenó dos carros de leña y ni siquiera me regaló una mirada agradecida. No lo volví a ver. Llegada la primavera quise reverdecer, pero no había forma de superar tal escabechina, de modo que solo pudieron brotar dos minúsculas ramas, insuficientes para que pudiera respirar, mientras una pertinaz sequía  vino a dar al traste con todas mis esperanzas.
Así que aquí estoy desde hace años como un zombi, siempre desnudo, sin saber si le intereso o no a alguien. A veces pienso que más valdría que  me rebanaran de una vez  para la lumbre, pero aunque medio muerto, siento aún las vibraciones de algún ave despistada, pienso yo, que viene a posarse y pasa un rato conmigo.
Resignado, esperando un desenlace que quizás dure aún muchos años, espero al menos que alguien se fije en mi y recuerde que todos fuimos jóvenes y fuimos útiles al servicio de los demás, y que al verme mutilado de tal forma  sirva al menos para que nadie ,en lo sucesivo, se ensañe despreciando el derecho a vivir hasta que la vejez cumpla su cometido.
Félix.

03 mayo 2013

A mi madre que tanto quise


Anunciando la primavera, llegaste al mundo,
y con ella te fuiste cubierta de flores,
porque el cielo te llamó, madre,
y entraste con todos honores.
Y una lluvia de confetis cayó del cielo
cubriendo el sendero de tu andar sereno,
arcoíris de tus noventa y una primaveras,
huellas que en mi alma perduran,
cubiertas de seda.
Aún siento el calor de aquellos jerseys, y bufandas, y calcetines,
que con tanto arte  y cariño tejiste para protegernos del invierno
en tiempo de posguerra, sin un duro en la faltriquera, 
que ese si que era un arte, madre;
el de la supervivencia, con tu sonrisa como antídoto,
a tanta miseria.
Porque había que tener mucho talento, intuición y paciencia,
para criar once hijos, con  el semblante sereno,
y con la mirada tierna.
Ya compartes el Reino de la paz con tus queridos hermanos Bernardo e Indalecio, 
que habrán salido a recibirte, y mi tío Inda, como le llamábamos, 
te habrá dado las gracias por el poema que hace trece años le dedicaste ,
y que sigue ahí enmarcado en el pasillo, del cual transcribo con devoción
estas líneas entresacadas de tu amor fraterno:
“…Vuela  palomita vuela,
Vuela hasta ese palomar
Allí nos veremos hermano,
Para toda la eternidad.
Mis oraciones hermano,
Nunca te han de faltar,
Yo siempre estoy muy cerquita,
cerquita del altar…

Corta fue tu agonía,
Y lento tú caminar,
Pues Jesús y María,
Te han salido a esperar…

Dios quiera que algún día
Nos volvamos a encontrar,
Donde reina la alegría 
Y también reina la paz.”

Sí, fue siempre la alegría, madre, tu compañera de viaje,
con tus canciones que oigo,
y con las jotas del baile 
que airosa mecías el viento,
aquel día con Salvador,
festejando San Lorenzo.
Por eso en este momento de pesares y  lamentos,
tengo el alma serena por cuanto reina en el cielo,
porque allí donde reinan la alegría y la paz, como dijiste,
Salvador al que recuerdo por su talante jovial,
habrá salido al encuentro, como en la foto que inserto,
de memorable recuerdo,
Y elegante, cual banderillero enhiesto,
con los brazos alzados al viento,
estoy seguro que te habrá dicho:
“Esperanza, ¡¿bailamos otra rosca?!”
Y tu:
“¡Cómo no, Salvador, venga, otra!”

Félix.



08 febrero 2013

El pueblo que llevo dentro



Yo soy de pueblo  y con él voy, porque su luz vi por primera vez.
Luz joven que crecía conmigo  y descubrí que su luminosidad se asemejaba también a mi estado de ánimo, o al revés: luz  plomiza o tamizada de tarde otoñal, o rosada de atardecer, o gris perla, o  luz en abril de hierba infantil. Luz  radiante y añil el día de mi Primea Comunión, divina luz del  jueves de la Ascensión; luz  de mayo de cereal verde plateado, mecido por la brisa al son  incansable del cuco; luz  dorada de mies madura de espiga rendida y de rastrojo vahído en  julio y  agosto. Luz gris plateada de nieve antes de caer, de halito soñoliento de paz; luz que maduró conmigo.
Luz de mi pueblo zarceño.
Luz.

Yo soy de pueblo y con él voy, desde que lo descubrí con mis primeros pasos, andando por su campo entre prados y tesos, entre regatos de agua cantarina y remansos espumosos, entre  peñas preñadas que levantaron el  campanario, y entre escobas siempre verdes y de olor agrio; campo de  robles rechonchos y corteza áspera, y  de álamos tiesos de sombra alargada y tupidas ramas, cobijo de aves y,  siempre, con ese donaire tan castellano apuntando al cielo; campo de espinos vestidos de blanco por Pascua Florida, que en mi alma llevo y sigo añorando.
Campo de mi pueblo zarceño. 
Campo.

Yo soy de pueblo y con él voy desde que la primera leche, la materna, cuyo sabor guardo en mi mente, espoleó el apetito de otros sabores que vinieron después: el sabor del pan de trigo, fruto del arado, el sudor y el mimo del labrador; el exquisito sabor del cordero y del cabrito de nuestra tierra, y el de los peces, sardas y cangrejos de nuestro río, y qué decir de las perdices ,conejos y liebres abundantes antaño, y cómo olvidar los embutidos y el guiso del día de la matanza, y cuando en mayo comenzaban a madurar las cerezas, y las guindas ,y después los melocotones  que en algunos casos acababan en un barreño de vino en suculenta sangría para mayor placer de los mozos. Sabores de mi pueblo que siguen llevándome por los senderos de la niñez, sacudiendo las ramas de los almendros y nogales, consentidos unas veces, furtivas otras, y cuyos frutos tenían el  sabor incomparable de lo prohibido. Sabores  de los frutos de verano; manzanas  y peras jugosas, ciruelas claudias, sandias para combatir el calor, melones perfumados, y uvas que regaban el gañote, y membrillos  que antes de comerlos adornaron el techo del comedor y perfumaban las casas, sabores que solo el pensar en ellos se me hace la boca agua.
Sabores de mi pueblo zarceño.
Sabores. 

Yo soy de pueblo y con él voy, desde que me alumbró su luz y me empapé de sus aromas.
Aromas del campo y del pueblo, a veces juntos, a veces separados, pero siempre cómplices en el destino incierto.
Olores del ganado atravesando las calles terrosas, de boñiga y cagajón,  y de cagalitas que la lluvia y el viento arrastró a la cuneta, alimento de claveles en los  balcones  rosados  por San Lorenzo.
Olor  a cabra y oveja, de requesón tierno, y queso fresco.
Olor a cerdo de pata negra, de sabroso jamón colgado en el techo de la cocina
Olor a chubasco primaveral  rociando prados y  flores, destilando  de mil fragancias el plácido viento.
Olor a paja de la era, y a melón que bajo la cama encontraba aposento, olor a huerto.
Olor a lila y a rosas, en cualquier huerto, y a tomillo y romero en cualquier sendero.
Olor estimulante a tierra mojada que traía el viento, refrescando el ambiente tórrido cuando la tormenta se acercaba al pueblo, y nos amenazaba, sin embargo, con sus rayos y truenos.
Olor a Semana Santa dentro del templo; olor a cera de velas y cirios chisporroteando serenos, olor a  naftalina que destilaban la capas de los cofrades, y de  las toquillas aireadas para tal evento; aroma del  confesionario que era el aroma de todos, porque por allí pasamos todos, peaje previo para ganarse el cielo; aroma de  discreto perfume  femenino que cubría el velo, aroma dulzón de incienso que lo envolvía todo en nuestro templo.
Olor a goma, suela, pez y cuero, que era el aroma del zapatero.
Olor a vino y tabaco, aceitunas en tomillo y boquerones en vinagre, que era el olor del tabernero.
Olor a carne, lana y sebo que era el olor del carnicero.
Olor a yerro quemado, hollín, carbón y fuego, olor del herrero
Olor a pan reciente, aroma de mi abuelo, panadero.
Olor a tienda que eran todos los aromas  juntos: del café de achicoria, del aceite de oliva a granel, del escabeche en barril, y del pimentón en el saco, y del bacalao cortado en la guillotina, y del racimo de embutidos colgados del techo, y de las naranjas de sangre de toro ,tan ricas, y de la colonia a granel que vertía la probeta en el frasco, y del olor a goma de las botas Katiuskas, y del intenso olor a esparto de las sogas y cordeles, de las alpargatas, y de los sombreros de paja. 
Y en la escuela, ¡¿qué  voy a decir de la escuela?! Si allí estábamos todos: el hijo del tendero, del herrero, del carnicero, del zapatero, del tabernero…todos conformábamos el aroma de nuestro pueblo en aquella sala con el piso de tarima chirriante de pino añejo , aroma de tinta y libros viejos, y el olor que añadía el pitillo del maestro al dar una calada, después de liarlo entre sus dedos.
Y para aroma el del río de mi pueblo, olor a musgo, hojarasca, roble y escoba mojada en invierno; olor a hierba fresca trufada de mil fragancias por Pascua Florida y, sobre todo, el intenso olor en verano donde los caozos rezumaban aquel olor penetrante a  pescado fresco que conferían los peces, ranas, tortugas y cangrejos, aunque también entonces las chirlas y mejillones que desaparecieron, tomaban el sol en la arena. Aquellos pobladores del río durante el estío nos regalaban aquel aroma único saboreado incluso cuando nos metíamos en el agua a refrescar el cuerpo, aromas que si respiro profundo los siento de nuevo. 
Aromas que impregnaron mi cuerpo y que en mi mente llevo como imborrable recuerdo.
Aromas y olores de mi pueblo zarceño.
Aromas.

Yo soy de pueblo y con él voy, desde que sentí el pecho materno, y ese primer contacto me llevó a descubrir otros y a descubrir los placeres del tacto como algo inherente a la vida. Y este sentido lo guardo con especial recuerdo desde la escuela de párvulos cuando doña Patrocinio, la maestra, que era una santa, nos hacia entrar agarrados de la mano. Y agarrados de la mano años más tarde formábamos la cadena humana  jugando al marro antes de entrar en “la escuela grande.” Caminar de la mano de la abuela y sentir sus tiernos besos  mientras recibía  de mí los  más frescos. Contactos cabalgando al lomo de la yegua, y de la ubre al ordeñar cabras, vacas y sobre todo ovejas, y del apretón de manos del saludo fraterno. Contacto perfumado y fresco el que sentía mi mano en la cintura vibrante como requesón fresco de la pareja de baile en los primeros compases, piel con piel, sueño con  sueño, cuerpo a cuerpo, separado por la distancia que ella marcaba y que la censura católica, ¡cómo no,! vigilaba con celo. Contacto renovados con la siguiente pareja, mano izquierda entrelazada con la suya y la derecha palpando su cintura, recibiendo las vibraciones que nunca engañan y el temblor de su cuerpo fresco, en cada paso del vals que se iba desvaneciendo. Contactos que cerraban la etapa de la adolescencia y abrían otra para disfrutar de otros valses nuevos. Contactos que  llevo en mis manos y recorren mi cuerpo y que albergaron tantos sueños. Contactos del beso y del abrazo con la gente buena que siempre recuerdo y que sigo queriendo.
Contactos fraternos de mi pueblo zarceño.
Contactos.  

Yo soy de pueblo y con él  voy, desde que sus sonidos me despertaron cuando nací en invierno. Fue el sonido del viento el que me acunó a buen seguro, cuando azotaba el ventanuco junto a mi lecho. Y siguieron los sonidos de la lluvia chisporroteando y hostigando los cristales del ventanuco indefenso, y aquel ulular del viento lo escuchaba más tarde con delicia, ya fuera embistiendo contra la boca de la chimenea, ya  cimbreando los finos cables de la luz entre poste y poste.
Sonidos que me siguen como el tiempo cuando la campana del reloj marcaba la hora de la comida, y la de la entrada en la escuela, y llegaba a los oídos del campesino, lejos arando con su yunta, para anunciarle la hora del almuerzo, aunque no haya mejor reloj que un estómago esperando el pan y el queso.
Sonidos de las campanas anunciando la hora de la misa, y la llegada de un día festivo de tantos, y la hora del Ángelus que era el final del día para recogerse y esperar la misma o mejor fortuna el día siguiente .Campanas anunciando los gozos o las penas;  del día del bautizo, de la boda, y el camino silencioso del cementerio murmurando un padrenuestro.
Sonidos de  taberna, y del  vals del acordeón que se esfumaba por las ventanas del salón llamando al  baile.
-¿Bailamos, Cristina? No, estoy cansada, me dice. Me lo imaginaba…, le digo.
Sonidos cuando la alguacila soplaba el cornetín para  ganarse el sustento, pregonando a los cuatro vientos el discurrir de mi pueblo. Y aquel saludo genuino que escuchaba una mañana cruda de invierno, que más que un sonido era un abrazo en la palabra llena de sentimiento:” ¡Coño rapaz, qué frío hace! ”
Sonidos de cencerros, y del cuerno, y la bulla de los chavales durante la “Chocollá” cada anochecer en el mes de enero, bajo aquella luna Llena. Sonidos de cascabeles y esquilas que anunciaba el trasiego del ganado y culminaba así la  sinfonía de luz y color que nos regalaba nuestro  campo primaveral, donde el trino de las aves ponía el contrapunto suave de  aquella sinfonía fraternal.
Y así los perros ladraban de noche ahuyentando la zorra, y el gallo cantaba  llamando al alba, y el asno rebuznaba pidiendo su almuerzo, y el cordero balaba triscando de puro contento. 
Sonidos que fueron moldeando mis sentimientos, llenándome de alegría unos, y de tristeza otros, porque ese  era el equilibrio para disfrutar de la paz tan añorada que soñaba en silencio.  
Sonidos de la naturaleza en que vivía inmerso y que viajan conmigo como  exquisito alimento.
Sonidos de mi pueblo zarceño.
Sonidos.


De pueblo humilde vengo
Y al pueblo humilde voy
Del pueblo es lo que tengo
Y al pueblo se lo doy.
No pretendo riquezas
Me basta el haber nacido
En cuna de ruda madera
Con aroma de roble y pino.
Ese es todo mi linaje 
Y mi rancio abolengo
Y mi sobrio equipaje
Llegado el momento
Del último viaje.

Félix. 

20 enero 2013

El reloj del tiempo


               

Sale el sol y avanza lentamente.
En las grandes ciudades la gente se da codazos en los andenes.
Los vehículos avanzan hasta la ciudad y generan atascos.
Los aviones despegan y aterrizan, y cubren el cielo de vías blancas que se cruzan  y se difuminan.
Seguimos avanzando.
Los gobiernos expiran y se nombran otros. A ver si el nuevo no hace una guerra como el anterior. Y la hace, por eso es el país más poderoso de la Tierra. Y volvió otro gobierno, e hizo otra guerra, y después vino la paz.
Seguimos avanzando
Cayó el Telón de Acero, y en Rusia votó la gente libremente, y en Moscú y otras ciudades aumentó el alcoholismo, y los ricos, y los indigentes, y más de un periodista fue asesinado por seguir su ideario de hombre libre, desafiando el nuevo “orden” establecido, y volvió el “orden.”
¿Seguimos avanzando?
Una marea humana desarrapada huye de la miseria, y quiere ser libre y participar del progreso en el mundo rico, y unos llegan, y otros se quedan en el camino,
Y nuevas enfermedades nos acucian, y la ciencia descubre el genoma humano, y podremos vivir más años, quizás también mejor.
Seguimos avanzando.
Los Polos se deshielan, el agujero de la capa de ozono se extiende, la masa forestal del Planeta se reduce, se desarrollan nuevas energías.
El calor produce estragos y los incendios forestales avanzan en España, y mueren personas, y las playas abarrotadas lucen cuerpos sobrados de kilos, y las terrazas hacen su agosto.
¿Seguimos avanzando? 
Habíamos producido tanta riqueza que el saco se rompió, y volvemos a intentarlo. Costará años. Y algunos no lo verán, pero otros sí.
Nuestros ingenieros buscan trabajo en Alemania, y las enfermeras, y los arquitectos…, España se vende. Nada  nuevo. Siempre nos quedará Paris, o Berlín.
Seguimos avanzando.
Hay  que escapar de este planeta, como sea, el dinero lo ha vuelto tururú. Y se envía el mensajero a Marte para ver como se puede uno instalar allí. Y habrá lista de espera para viajar en pateras espaciales. No pienso verlo.
Seguimos avanzando.
El imperio chino avanza a la chin chita  callando, y el americano le da la mano, y Europa anda renqueante. Que no cunda el pánico, el sol tiene vida para rato y nos seguirá calentando, pero ahora nos quema, ¡qué rayos! Y ¡qué!, hay crema protectora. La industria farmacéutica goza de buena salud, estamos a salvo.
¿Seguimos avanzando?
El sol se ha puesto, y es hora de bailar el tango, y en este  viaje me abrazo a él; dos pasos adelante, uno hacia atrás. 
¡Que no pare la música!
Seguimos avanzando.
Félix.























07 enero 2013

Tiempo de chorizos.

                                  
La gama de chorizos en nuestro país es casi inagotable. Ya sabíamos que este país es tierra  de chorizos, y de un tiempo a esta parte vienen  embutiéndose  en los más dispares envoltorios.
Hay chorizos varios: el de tripa  del propio cerdo, el de tripa fabricada, que más parece plástico que tripa, después está la tripa culera, esa se reserva para los chorizos más gordos, así que cualquiera sabrá distinguir, porque el chorizo gordo se ve a la legua y está muy cotizado, y se conserva muy bien, y no hay ágape que se precie sin su presencia, y es, por los tiempos que corren, casi inasequible a la clase de abajo, la que siempre mira hacia arriba a ver si cae algún chorizo; esa, esa.
Sabemos que existe el chorizo de Cantimpalo, el de Guijuelo, el de Jabugo, el de Cuenca, el de Teruel, Segovia; en fin, el chorizo por casi toda España salvo en las costas, que no es de chorizos sino de pescados. De modo que unos choricean y otros pescan. Se suele decir que en aguas revueltas ganancias de pescadores. Ganancias hay muchas y pescadores más; con red y sin ella, con barquita y sin ella, aunque lo más difícil es pescar tierra adentro, como la pesca del ladrillo, más rentable que el pez y cuyas ganancias el  banco las transforma en lingotes de oro, que es otra forma de ladrillo pero con el destello del pez, por eso  en muchos casos esos lingotes relucientes vuelven a la mar en forma de yates de lujo, llenos de chorizos,  ¡mira por donde!
Eh aquí el milagro de los peces y los panes, o los peces y ladrillos, que viene a ser  lo mismo, y que nos enseñaban en la escuela en la asignatura de Historia Sagrada. Claro que en la época de Jesús no había chorizo, que se sepa, y Jesús, por lo que tengo oído, solía predicar con el ejemplo.
El chorizo pervivirá a pesar de la crisis porque es un símbolo nacional. Hasta algún turista desconocedor del autentico chorizo, creyéndose más listo que nadie, picó, y lo choricearon, claro. Y ahora se quejan que  aquí no hay justicia, y que esto es un país de tramposos, aunque en sus países haya también tramposos pero  allí al menos arriesgan su pellejo, mientras que aquí; un apañito por aquí, una recomendación por allá y todo solucionado.
La Justicia anda revuelta. No sé si es porque no saben donde meter tanto chorizo porque la despensa se ha quedado pequeña, o es porque le tocan al bolsillo como a los de abajo que ya no necesitan bolsillos.
En fin .He tratado este tema recordando la matanza del cerdo en mi pueblo que era por estas fechas. Aquel sí que era un auténtico chorizo, porque nos sacaba del hambre y la miseria, no como el de ahora que va cargado de colorantes, saborizantes… todo para despistar, o sea, venderte gato por liebre, por eso se ha propagado tanto.
Así pues, ¡ojo avizor al chorizo! y disfrutemos del de verdad, el de cerdo de toda la vida.  
¡Buen provecho! y ¡FELIZ AÑO 2013!
Félix.