15 diciembre 2009

Navidad,mi dulce Navidad.












Navidad, mi dulce Navidad/ de zambombas y mazapanes/de aguinaldos y polvorones/de turrones duros y blandos/de higos y de uvas pasas/ y de castañas pilongas/ y de tejados nevados/ y de cuentos aprendidos/ al calor del hogar.
Navidad, mi dulce Navidad/de un tiempo ya marchitado/de sueños perdidos en la lejanía/de ilusiones fraguadas en la esperanza/de tener el pan cada día.
Navidad, mi dulce Navidad/cuando se vivía sin prisa/saboreando lo escaso
y valorando lo ausente.
Hay otra Navidad/ aséptica y comercial/pero yo sigo caminando
con mi dulce Navidad.
Félix.

¡FELICES FIESTAS!

12 diciembre 2009

Tiempos de crisis y de esperanza

En las calles frías de Madrid, desde hace unas semanas veo estirarse más y más las colas de personas que esperan algo, que desean algo: son las colas en el INEM y en las administraciones de lotería (sobre todo las más emblemáticas de la ciudad).Signo inequívoco de tiempo de crisis.
Es la otra cara de la ciudad, en estos días de luminarias y neones, de mazapanes y turrones.
A todos deseo que en su larga espera encuentren al menos el calor humano tan necesario en este tiempo frío para que se reavive la llama de la ilusión.

Félix.

04 diciembre 2009

El salón del Tio Aquilino












En La Zarza hubo dos salones de baile que alcanzaron su máximo apogeo, como el resto de actividades, a finales de los cincuenta y principio de los sesenta, debido a la construcción del embalse o Salto de Aldeadávila como se denominó al conjunto de la obra hidroeléctrica.
Uno era el salón del “Tío Aquilino” o Salvadora, el otro el de Luciano o Esperanza, parientes mios. Ya cerrados, ambos forman parte de nuestra historia, y es un poco lo que voy contar, sobre todo a los que no vivieron aquel tiempo. La estructura de ambos era muy similar: salon de baile, sala de juego y bar, dentro de la distribución de la propia vivienda.
En este caso me centraré exclusivamente en el salón del tío Aquilino por ser el que más frecuenté en mi infancia-adolescencia; el disfrute en el otro fue en una edad más tardía y abarcaría otro capítulo.
El salón situado frente al pilar, junto a la carretera, donde siempre paraba y para el coche de línea, conserva su estructura original aunque algunas de las ventanas están cerradas a cal y canto, para que nada salga o para que nada entre.
Se accedía al bar y salón por un amplio tramo de calle sin salida, lo que resultaba idóneo para nosotros, pues al no haber tránsito de animales y solo de quienes acudían al bar, nos ofrecía así una amplia zona de juego, disfrutando del trajín de gente que entraba y salía; a veces cantando, a veces con una copa de más con el puro farias en la boca, a veces con cara mohína por haber perdido en el juego de cartas, pero siempre satisfechos por disfrutar plenamente de una jornada de descanso.
Como decía, en la época del Salto, el pueblo había doblado sus habitantes y los domingos y festivos los bares estaban abarrotados, entremezclándose gente del pueblo y foráneos, obreros del Salto afincados en el pueblo, la mayoría gente joven, alegre como el vino de la Ribera que fluía en torno al mostrador, como la jarra de cerveza con gaseosa que se pasaban una y otra vez de mano en mano para echar un trago entre cante y cante, cada miembro de la cuadrilla y, después de terminada: ¡otra jarra Salvadora!
A lo largo del año, por distintos motivos, la máxima actividad de los bares y salón se desarrollaba en invierno y verano.
Por aquel entonces, las estaciones del año estaban bien marcadas, como en toda la meseta castellana; agua, nieve, frío y calor no fallaban en su debido momento.
Los domingos y festivos, tanto el bar como el salón del tío Aquilino se convertían en nuestro refugio de forma casi furtiva en las tardes de invierno. Aunque no era de su gusto ver a chavales en el bar, a fuerza de insistir, poner cara de frio y a condicion de ser “buenos”, el tío Aquilino hacia la vista gorda.
El pavimento de las calles era la propia tierra de modo que cuando llovía
en otoño e invierno se embarraban con facilidad. Entonces para acceder al bar, había un tramo enlodado de unos dos metros junto a la carretera que había que salvar saltando sobre unas pequeñas piedras colocadas para la ocasión.
Recurría al bar del tío Aquilino en aquellas tardes de domingo, gélidas o lluviosas y grises, para disfrutar con algún amigo del ambiente calido y alegre que reinaba en el interior. En la sala de juego donde varios grupos jugaban al tute o a la subasta, los braseros calentaban el ambiente; el vino y el coñac hacían el resto.
Había un gran sentido de la elegancia y el domingo, cada cual, después del afeitado riguroso se vestía con la mejor ropa: camisa blanca y corbata, abrigo, gabardina o pelliza, y sobre todo con el pelo reluciente de brillantina. El humo de los puros y cigarrillos planeaba en la atmósfera cuyo aroma se mezclaba con el olor del vino, el coñac, el café, las aceitunas, los berberechos y mejillones y la colonia de siempre que vendían a granel en la tienda. Mi abuelo Ángel que era un asiduo, me invitaba siempre a una ración de cacahuetes o de aceitunas de la zona, perfumadas con el aderezo de tomillo y otras hierbas aromáticas.
Cuando la lluvia se adueñaba de la tarde y el cielo plomizo lo invadía todo, solo los más jóvenes se atrevían a deambular de bar en bar, el resto permanecía quieto en uno, y era entonces cuando se gozaba del mejor ambiente: unos jugando a la rayuela, otros a los chinos, una voz que desentonaba cantando una ranchera por aqui, otro haciendo reír con sus chistes por allá, otros comentando con vehemencia las peripecias del día a día. Mi amigo Ventura y yo éramos simples espectadores, pero también deseábamos participar de aquel ambiente. Sabedores que el tío Ismael nos atendía bien, pues era una persona afable, bastante culta y con mucho sentido del humor, dispuesto siempre a demostrar sus dotes de actor, le pediamos que nos cantara el célebre chotis del“Pichi”. No hacia falta pedírselo dos veces. Se plantaba tieso como un torero brindando al público y con su chato de vino en la mano y marcando los pasos del baile, paso adelante y paso atrás cantaba: ”Pichi, es el chulo que castiga/del portillo a la Arganzuela/ porque no hay una chicuela/que no quiera ser amiga/de un seguro servidor. ¡Pichi! ...anda que te ondulen con la “permanen”/y si te sofocas¡tómalo con seltz!” y terminaba alzando la copa y echando un trago. ¡Qué! ¿Habéis quedado satisfechos? No, otra vez, tío Ismael, repetíamos. Más tarde, más tarde, concluía.
Buscaba entonces la distracción que me proporcionaba el juego de la rayuela. Este juego, en mi pueblo, se refiere concretamente al que se juega sobre una mesa. Es preciso una mesa camilla con el tablero de madera circular.Se traza una línea en el centro quedando éste divido en dos semi circulos. En el centro sobre la línea trazada se dibuja un pequeño rectángulo como una minúscula portería de futbol. El otro elemento del juego son unas monedas grandes de cobre de la época de Alfonso XII Y XIII, que hay que lanzarlas desde unos cinco metros intentando que caigan sobre la raya o dentro del rectángulo. Sobre la raya vale dos puntos, dentro del rectángulo sin tocar las lineas,cuatro. Si ninguna pisa la raya,ni entra en el rectángulo,gana la que más se acerque a la raya. La mesa estaba situada en un rincón del bar dejando un espacio entre la mesa y el muro para poder recoger las monedas que se caían. Precisamente en el rincón me colocaba yo, donde no estorbaba, y recogía las monedas que se caían para entregárselas al judador, asi me ganaba la estima y el derecho a permanecer como espectador. Una partida memorable me quedó grabada para siempre por los protagonistas en juego y el vibrante desenlace. Matias, era un jugador acérrimo de la rayuela; buen tirador y perspicaz, dominaba al adversario psicológicamente con sus bravatas y desafíos amistosos consiguiendo sacarle el máximo partido. Era un animador innato. Procedente de San Felices de los Gallegos, trabajaba en el Salto como capataz de barrenistas. Rondaba los cuarenta años. Tenía un aire quijotesco: alto, seco, con un bigote más largo que espeso, culto y dicharachero, utilizaba palabras y expresiones con las que me quedaba porque nunca las habia oído en La Zarza. Fumaba como una coracha y bebía lo justo para dominar el juego con temple y cordura. La partida tocaba a su fin y en la última jugada podía ganar cualquiera de los dos equipos compuestos de tres jugadores cada uno. La estrategia de Matías, como líder de los suyos, consistía en lanzar la moneda el último, para poder incidir mejor sobre el desenlace. A Matías le faltaban cuatro puntos para alcanzar los veintiuno y ganar la partida, pero a sus contrincantes solo le faltaban dos.
Comenzaron a lanzar uno de cada equipo. Las monedas de sus adversarios estaban más cerca de la raya y ganaban hasta el momento. Lanzó el último del equipo contrario y la moneda cayó sobre la raya consiguiendo así los dos puntos para ganar, pero quedaba por lanzar Matias. Como siempre, antes de lanzar, iniciaba su ritual: se atusaba el bigote, chupaba una larga calada del pitillo, pero esta vez se le habia apagado. Tranquilos, dijo, hay que tomar esto con calma. Cogió el mechero chiscándolo sin parar, pero no pudo encenderlo por falta de gasolina. Sacó una moneda del bolsillo, se dirigió al pequeño surtidor de gasolina para mecheros colgado en la pared a la altura del hombro, introdujo la peseta por la ranura, apretó el botón y la dosis de gasolina salió por el pitorro empapando el algodón del reservorio del mechero.Encendió con parsimonia el cigarrillo, dio una calada y sin retirarlo de la boca; se atusó de nuevo el bigote, se colocó en el lugar del lanzamiento, flexionó la rodilla derecha varias veces balanceando a la vez de atrás adelante el brazo para templar el pulso, se hizo un silencio expectante y lanzó la moneda. Esta fue a golpear la de su adversario que estaba sobre la raya desplazándola con tanta fortuna para él, que la suya cayó dentro del cuadro consiguiendo de una tacada los cuatro puntos necesarios para ganar. Se hizo una explosión de voces, risas, lamentos, felicitaciones, jolgorio incontrolado, tanto, que apareció el tío Aquilino detrás del bar en lo alto de los cinco escalones que comunicaban con la cocina, llamando a la calma a Matías y a los suyos. La euforia fue decayendo al tiempo que Matias lanzaba: ¡Salvadora, otra ronda de mejillones y vino, que pagan estos! Los adversarios pedían el desquite.
Se abrió la puerta y entró aire frío con un grupo de jóvenes con la gabardina mojada mientras alguno maldecía a la lluvia y secaba su pelo con el pañuelo. El agua que caía de los canales repicaba con fuerza en las losas de la entrada. Al poco rato la lluvia amainó. El reloj de péndulo colgado en la pared marcaba las siete y media. Tenía que regresar a casa. Salí del bar corriendo carretera arriba, sorteando los baches llenos de agua y los cantos sueltos de la carretera ya que las luces mortecinas no alumbraban todo el camino. Nada más entrar en casa, mi madre me decía: ”¡No hace falta que jures de donde vienes, traes el bar contigo!”. Era cierto. El fuerte aroma del bar impregnaba la ropa y el olor duraba al menos tres días; olor que llevo dentro por lo agradable que siempre me ha resultado; probablemente porque representa esos momentos de felicidad imborrables; olores y aromas distintos sin embargo en cada bar.
Juan Carreto, pariente de nuestro amigo Macario, de Mieza, trajo el cine a La Zarza. Si no llovía, cargaba los artilugios (proyector cintas) al lomo de la mula y nos traía el cine. Tiempo después acudía en un coche negro tipo Chicago años treinta. Había una sesión el sábado por la noche para adultos y otra el domingo por la tarde para todos, pero los chavales disuadíamos a los adultos con nuestro incesante parloteo. Yo era monaguillo entonces y la perra gorda que me daba el cura cada semana, no me alcanzaba de modo que seguía a mi abuelo Ángel de bar en bar hasta que al final caía una peseta. ”Toma, anda al cine”. ” ¡Gracias abuelo!”. Y ufano con mi peseta apretada en el puño iba carretera abajo, enseñándosela a mis amigos y repitiendo ”voy a ver el cine sonoro, cine sonoro”. Cierto es que no sabia el significado de “sonoro” pero me resultaba melódico y simplemente repetía lo que pregonaba la Tía Petra, la alguacila: ”Esta noche, en el salón de Aquilino, cine sonoro, se titula: la Duquesa De Benameji”
El proyector colocado sobre una mesa en el bar, lanzaba sus haces de luz sobre la pantalla a través de una ventanilla abierta en el tabique que separaba el bar del salón. Detras de la pantalla (una sábana blanca colgada) colocaban el altavoz y comenzaba la pelicula.
En el salón nos sentábamos en unos bancos largos sin respaldo. A ser posible las chicas evitaban ser incordiadas por los chavales pero aun así siempre se generaban suspicacias. Era imposible mantener el silencio total.
“Mira, mira se van a besar”, comentaba uno. Callaros, respondía alguna chica, y así de continuo. De vez en cuando se cortaba la cinta. Se formaba un griterío de protesta. Acudia el tío Aquilino para apaciguar el ambiente. Reparada la cinta seguia la sesión, más pendientes de descubrir un escote, un beso, una caricia, que de seguir el propio argumento. En alguna ocasión se cortaba la luz. Otra vez guirigay y protestas. Acudia entonces el tío Aquilino con una linterna para calmarnos.” No os movais que el ventarrón ha cruzado los hilos de la luz en la calle”. Salía con un largo varal para desenredarlos, lo que solía producirse casi siempre en mismo lugar. ¡Llegó la luz, llegó la luz! A ver si os calláis, replicaban las chicas. Reanudada la sesión, los traviesos seguían provocando. ”Pepe, no te arrimes tanto a mi prima”. ¡Callaos de una vez! respondía otra chica enfadada. Pero desde atrás se alzó otra voz que decía: ”Pepe, anda, saca tu mano que meta la mía”. De repente estalló una algazara impresionante. Se encendió la luz. Se abrió la puerta. Apareció el tío Aquilino con su sombrero y el puro en la boca.
A ver, tú, ¡a la calle!
Yo no he hecho nada, tío Aquilino.
Si, eres el alborotador de siempre, replicó enfadado el tío Aquilino.
Yo no he sido.
¿Pues quién ha armado este follón?
Al final delató a su compañero.
¡Hala!, a la calle los dos, y la próxima, si no cambiáis, no entráis más. Y no quiero volver a oír ni una mosca, ¿entendido?
La película prosiguió por primera vez en silencio.
Estos era los ingredientes necesarios para que una sesión de cine fuera para nosotros divertida.
Por aquel entonces, en pleno invierno, unos gitanos que llamábamos los “húngaros” por su procedencia del Este de Europa, recorrían los pueblos ofreciendo un espectáculo circense muy divertido. Vivian en unas carrozas de madera bastante amplias tiradas por caballos, acompañados de animales para el espectáculo y permanecían bastantes días en el pueblo.
El salón del tío Aquilino era una vez más el lugar donde se desarrollaban los números que las personas y animales nos ofrecían.
De nuevo el domingo por la tarde podíamos asistir al espectáculo. Comenzaba una chica de unos diez años haciendo contorsiones y doblándose hacia atrás hasta tocar el suelo con la cabeza. Los chavales asistíamos boquiabiertos el desarrollo de los distintos ejercicios de gimnasia . Después le tocaba el turno a un mono que obedecía las órdenes de su amo.”Siéntate en la silla” y se sentaba, ”da unos saltos hacia atrás” y los daba ,” besa a esa chica” y ante el rechazo previsible de los presentes, su amo le decía: ”adonde vas atrevido,…¡ vuelve aquí!” , y se quedaba mirando a su amo ante las risas de todos. Le ofrecía unos cacahuetes , se comía el fruto y nos tiraba con la cáscara. Despues pasaba el turno a la cabra. El señor desplegaba una escalera de tijera, no mas alta que su hombro. En la plataforma del último peldaño fijaba un artilugio de la circunferencia de un cenicero donde la cabra debía colocar sus cuatro patas . Subía peldaño a peldaño y comenzaba colocando una pezuña, después la segunda y cuando parecía que no quedaba espacio conseguía colocar las cuatro, ante la sorpresa de los chavales. ¡Que cabra mas lista! comentaba uno. ”Que se la compre tu abuelo” contestaba otro, y así en un ambiente festivo.
Después cerraba la sesión el caballo blanco. Abre la puerta y mete al caballo “Reverte “, le ordenaba a un chaval de unos doce años que tocaba un redoblante para animar algún número. Colocaba un periódico abierto en el suelo. El señor le decía al caballo. ”A ver, Reverte, anda, léeme eso:” Y el caballo arrimaba el hocico al periódico girando la cabazada de un lado a otro. ¿Ven ustedes como lee?
“Pues si que lee” replicaba un chaval con cierta guasa. Calma chavales, pedía el señor.
Después en voz alta, le decía al caballo; “Averigua ahora cual es la moza más guapa de aquí”. El señor se dirigía a una que no lo era, y el caballo giraba la cabeza en signo negativo. ¿Y esa? Misma respuesta. El caballo acertaba siempre. Asi hasta cuatro veces. A la quinta el señor eligió a Dolores que era una belleza y entonces el caballo respondió moviendo la cabeza de arriba abajo, afirmativamente.
¡Ha acertado! ¡que listo! Comentábamos sorprendidos unos, mofándose otros. Y cuando todo eran risas y comentarios el caballo levantó el rabo y el chaval del redoblante tuvo el reflejo de colocar a tiempo el tambor bajo el rabo, llenándose de cagajones. El pestilente olor invadió el salón, las mozas y chicas salieron pitando, abrieron las ventanas para ventilar, y apareció el tío Aquilino.
¡Que pasa! dijo sorprendido por lo que veía.
Nada, ya ve usted, el caballo que anda un poco suelto, dijo disculpándose su amo.
Lo peor es que al domingo siguiente volvió a producirse la misma faena y una vez más el chico con el redoblante salvó la situación. Entonces apareció de nuevo el tío Aquilino, muy cabreado, interrogando al dueño del caballo: “Oiga, si su caballo es tan listo que sabe leer y reconocer a las chicas guapas, y a las feas, ¿por qué antes de meterlo al salón no le pregunta si tiene ganas de cagar?”
Sí, se lo pregunto, señor, pero el muy pícaro se lo calla.
Pues en este salón no entra más, ni su cabra, ni su mono, ni su caballo, ni la madre que lo parió. ¡Búsquese otro lugar! Algunos chavales comentaban que lo tenía amaestrado para acabar la función antes.
Y así transcurrieron aquellos días fríos y lluviosos, entre títeres, cine y baile en el salón del tío Aquilino.

Invierno tras invierno íbamos creciendo y ya, adolescentes maduritos, el salón del tío Aquilino era el centro de nuestras andanzas, pero como actores o protagonistas de trastadas que urdíamos en las fiestas llegado el verano. Se abrían entonces las ventanas del salón de par en par, para que entrara aire fresco, y mientras caía la tarde, la música de la gramola se expandía entre los huertos y la alameda del Pozo Airón.
Cuando la pista de baile estaba vacia, Alfonso, alto y bien plantado, abría con su pareja el baile al ritmo de un vals frenético de acordeón, y como un torero dando la vuelta al ruedo, completaba un sinfín de vueltas al salón.
Salvador, el hermano de María, era el especialista en tangos; del resto nadie me llamó particularmente la atención.
El día de San Lorenzo, nuestra gran fiesta, la esperábamos para disfrutar a nuestro aire. Eran tiempos con ganas de bailar, y se bailaba. Recuerdo la orquesta que amenizaba el baile: tres músicos venidos de Ledesma que tocaban la batería, el acordeón y el saxofón y trompeta. Hacia calor y las ventanas permanecían abiertas mientras el salón se llenaba de parejas, muchas de pueblos limítrofes.
Las mujeres mayores y los chavales nos agolpábamos a las ventanas para disfrutar del ambiente y cada cual satisfacía sus curiosidades o sus deseos insatisfechos. Los chavales más pendientes del coqueteo de las parejas, de si se arrimaban mucho o poco, o si se miraban con ojos pícaros y los seguíamos hasta perderlos de vista. Las mujeres más atentas al comportamiento de los suyos, observando las buenas maneras de las chicas, descubriendo o imaginando el nacimiento de un noviazgo, pues de allí se alimentarían gran parte de los chismes aireados en los lavaderos públicos pasada la fiesta.
Nuestra trastada elegida consistía en lanzar a las chicas la semilla de un cardo, gruesa como un hueso de aceituna y con unos pelos o filamentos idénticos al velcro, que al alcanzar el cabello se enredaba diabólicamente.
Pero los que rondaban los veinte años hasta que no consumaban su gamberrada no cejaban. Habia una ventana grande en la trasera del salón que daba a un callejón oscuro. El tío Aquilino hacia rondas porque sabia que por allí podía llegar la “sorpresa”·. Pero como no podía estar en todas partes al final ocurría lo inevitable. En una ocasión vi como los chavalotes aparecían con un saco de paja que lanzaban por la ventana, en pleno apogeo del baile. Salieron mozos del salón ,después el tío Aquilino, para intentar atraparlos, pero los alborotadores corrían como galgos y desaparecieron en la oscuridad de la noche. Se retiró la paja y el baile continuó sabiendo que no volvería a ocurrir nada, pues el acto tan deseado por unos cuantos, ávidos de sensaciones fuertes, se bahía consumado.

Fue durante el verano, aun pequeño, cuando asistí por primera vez a una obra de teatro en el salón que nos ofrecían los artistas de la farándula. Montaron un escenario en el fondo del salón con el decorado del interor de una vivienda. Debia de tratarse de una comedia dramática porque recuerdo al matrimonio discutiendo acaloradamente, cuando súbitamente el marido empuñó una escopeta de caza como la de mi abuelo, bajó unas escaleras como saliendo de casa y se oyó un disparo. Supuse que se había pegado un tiro. Terminada la sesión, aparecieron todos los actores saludando radiantes incluido el señor de la escopeta. Me quedé tranquilo al comprobar que no se habia matado.
Y un verano de tantos, ya con veinte años, regresé de Paris por primera vez de vacaciones.
El día de San Lorenzo nos juntamos Ventura, Abelardo con otros amigos y amigas en la sesión de baile antes de comer. El tío Aquilino habia modernizado su discoteca. Le pedimos que nos pusiera un Twist. Entonces Abelardo que era el más hábil en este tipo de baile, daba la vuelta al salón con su pareja, agachado girando y girando rodillas y cadera ante la mirada de las personas mayores que no entendían la diversión con un baile tan raro o ridículo. Era el relevo generacional de Alfonso y de Salvador. Eran nuevos tiempos. Bailábamos entusiasmados el Rock, el Twist y otros bailes sueltos que poco a poco irían imponiéndose. El cura de nuestra infancia hubiera bendecido la llegada de tales bailes, más alejados de la carne y por tanto del pecado. Tuvimos la suerte de ser la generación que disfrutó de los bailes clásicos y modernos a la vez.
Fueron los últimos estertores del salón porque no tardó en cerrar
definitivamente.

El salón del tío Aquilino cumplió una función social muy importante, y los chavales de los años 50 y 60 fuimos creciendo al ritmo de la tabla de multiplicar en la escuela, al ritmo de la trilla en la era y al ritmo de la música de acordeón en el salón del Tío Aquilino.

Félix.

30 noviembre 2009

Protejamos nuestro patrimonio.


















Por tercer año consecutivo me han seleccionado unas serie de fotografías en el ”Certamen de fotografía sobre cultura popular“ organizado por el Ministerio de Cultura. Primero fueron los “Potros de herrar”, después las cruces bajo el titulo: ”El símbolo de la cruz”. Esta vez han sido las cabañas y lo que nosotros llamamos los “cañizos” que son esas puertas construidas, a menudo con mucho arte, para acceder a las fincas y huertos, bajo el titulo: ”Los chozos de piedra” y “ Puertas en el campo”. Cada serie se compone de cinco fotografias. En los chozos o cabañas tres son de La Zarza, y una de las “puertas en el campo”
Es un orgullo para mi, no por ser el autor, sino porque por primera vez, que yo sepa, la arquitectura que legaron nuestros antepasados en nuestro pueblo, será incluida en los documentos oficiales, en un libro editado a ese fin.
Formarán parte con otras muchas obras seleccionadas de todo el territorio español, en el museo sobre cultura popular que se inaugurará en la ciudad de Teruel. Es sin duda, la recompensa al empeño por resaltar, con el fin de que sean protegidas, estas obras de arte, historia escrita en piedra que hemos recibido como legado y que a menudo despreciamos o simplemente ignoramos. Aprovecho para sugerir que se adecue un espacio a ser posible en el Ayuntamiento u otro lugar para que las obras relevantes de los zarceños sean conocidas al menos por los del propio pueblo. O sea, tener nuestro propio museo.
Se dice que los pueblos se distinguen esencialmente por su cultura; no tengo la menor duda. Divulguémosla y protejamos lo nuestro, seria el
justo reconocimiento que se merecen nuestros antepasados. Con la concentración parcelaria se destruyeron paredes y puertas como las elegidas en el certamen, solamente por recuperar la piedra, y en algunos casos para enterrarla. Cabe sin embargo, felicitar a los que se han esmerado para restaurar cabañas en mal estado últimamente.

Quisiera resaltar a propósito de las cabañas, un extracto del texto que mi primo Adolfo le dedicó:

“….Son construcciones extremadamente originales, como se aprecia. Piedra sobre piedra, sin argamasa, sin nada que las una, sólo una pétrea consistencia.
Están hechas pera estar ahí, esperando, sin que sepas cuando llegas. Pero siempre eres bien llegado, carecen de la fama de las catedrales, pero ni importa ni la necesitan; carecen del embrujo de los monasterios, pero para qué; carecen de la majestuosidad de los castillos que tanto abundan pero cumplen una función parecida, aunque anónima.
Nadie sabe quien las construyó, pero ahí están, esperándonos, eternamente esperándonos contra viento, aguaceros y calores.”
Félix.

26 noviembre 2009

Canción sin terminar.

Estamos a últimos de noviembre de 2009 y la mañana en Madrid se presenta soleada y algo fresca. Voy a meterme bajo el suelo, no para hibernar como una marmota, aunque no me disgustaría, sino para desplazarme en el metro. Ahi abajo a las diez de la mañana, aunque no es hora punta, hay gente que sigue con cara somnolienta, otros soñando de verdad, otros con tanta prisa que no tienen tiempo de soñar, y así va moviéndose esa masa humana que da vida al mundo suburbano.
Subo al metro y me siento, procurando encontrar el ritmo que requiere la nueva jornada. De pronto se oye una voz: ”buenos días, voy a cantarles una canción esperando no molestarles y deseándoles que pasen un buen día”. El chico aparenta unos veinticinco años. Con una gorra visera gris y su guitarra, entona una canción melódica, muy relajante. La he escuchado muchas veces en una cinta de Roberto Carlos. En el vagón fluye la calma, la música se adueña del ambiente. Una señora prepara una moneda para ofrecérsela cuando acabe de cantar. El convoy entra en la siguiente estación y el chico, bruscamente, interrumpe la música. Nos ha dejado con la miel en la boca. Raro, todo muy raro. Se para el metro y como por arte de magia en el andén, frente a la puerta donde está el músico, aparece una agente de una empresa de seguridad con su uniforme color café, con unas esposas de niquel destellante que cuelgan de su cinturón por encima de sus posaderas y otros artilugios de ”defensa” acarician sus muslos. Por un momento pienso que los servicios secretos españoles han recibido un chivatazo y dieron con el objetivo. La agente conmina al chico a salir. El chico sale resignado y sin mediar palabra, con su guitarra y su canción sin terminar. Me fijo bien en su guitarra pensando que podría ser una falsa guitarra hecha de algún producto peligroso, prohibido, que su armazón conllevara algo ilegal. Pero no. Es una guitarra de madera barata, usada y con grietas, como cualquier guitarra vieja. ¿Y si fuera un arma peligrosa diseñada por el agente James Bond? Pues tampoco lo parece, ni sus cuerdas ni su mastil, nada. Se trata simplemente de una guitarra que, como todas, puede hacernos más llevadera la vida agitada en la que estamos inmersos.
¿Entoces? ¿Tanto molesta la música? Parece que si. Ya he presenciado otros episodios parecidos en el metro. Bueno chico, pues buena suerte, le digo sin que me oiga, cuando se marcha cabizbajo delante de la agente, probablemente orgullosa de cumplir órdenes. Y es que ahí andamos unos y otros; cumpliendo órdenes, algunas muy desordenadas y otras sin sentido, pero son los nuevos tiempos. Te tienden la trampa haciéndote creer que puedes acceder a todo: a una vivienda, a un coche, a un televisor de plasma y cuando te das cuenta que no es cierto, ya es demasiado tarde, los créditos te aprietan y solo te queda ya la posibilidad de acatar ordenes, cumplir órdenes, andar a la pesquisa del músico en el metro, o lo que sea menester. Ordenes, órdenes, que hay que comer, hay que poner “orden”, así lo ordena quien manda.
La señora del metro se quedó con la moneda en la mano y cambió su destino altruista; pienso yo. Y todos en el vagón nos quedamos sin música. El metro sigue su rumbo ajeno a estos avatares. La gente continua por los pasillos con su frenesí; corriendo, mirando el reloj, esperando; ¡ojo con la cartera!, que nadie se apriete mucho por si acaso, aquí cada cual va a lo suyo, y así hasta salir a la superficie. Arriba, en la calle, las luminarias anuncian la Navidad, el alcalde asegura que se ahorrará energía con las bombillas de bajo consumo y se despliega ya toda la parafernalia comercial, todo estará listo para que seamos felices en estas fiestas navideñas. A mi y a otros cuantos nos birlaron ya un momento de felicidad. No necesito que me ofrezcan la Navidad para tal cosa. La felicidad puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar.
¡Que no me la quiten! Félix.

20 noviembre 2009

Cosas de los medios de comunicación

Los medios de comunicación nos sirven una buena dosis de imágenes truculentas a diario; la televisión nos muestra la cara más cruel de la violencia, uno desayuna, come y cena mientras el telediario nos muestra niños hambrientos, pateras a la deriva, cadáveres arrastrados hasta la playa, cuerpos mutilados en contenedores de basura, ajustes de cuentas, por doquier; es el menú diario. Da la impresión que a fuerza de repetir ese tipo de imágenes nos vamos inmunizando y nos volvemos insensibles.
De un tiempo a esta parte son las llamadas victimas de la violencia doméstica, machista, o de género o como se las quiera denominar, quienes acaparan la atención de todos los medios ofreciendo minuciosamente los detalles de dichos sucesos. Se percibe pues la sensación de que esto es algo nuevo y se abre el debate: ¿Los hombres están más desquiciados que en otro tiempo?, ¿se han vuelto más violentos? ¿las penas no son lo suficientemente duras y por eso ocurre? ¿o es que antes no nos llegaba toda la información y ahora si? Cada cual sacará sus conclusiones y cabe pensar también que maltratos y asesinatos los hubo antes igual que ahora, como algo inherente a las estructuras sociales.
Recuerdo en los años cincuenta, cuando era un crío, escuchar una copla a un ciego que mendigaba de pueblo en pueblo, (mensajero sustituido por la televisión) sobre un asesinato acaecido en Tardáguila (Salamanca) donde una mujer asesinó a su marido. La mujer le asestó un golpe mortal en la cabeza y ayudada por su criado lo enterraron en la cuadra. Los vecinos comenzaron a sospechar de la ausencia del marido y el criado desde Madrid envió a la señora un telegrama fingiendo ser su marido. Comenzaron las pesquisas y el criado que ejercía apasionadamente todas las funciones del marido infundió no pocas sospechas; se descubrió el embrollo, y mujer y criado fueron a parar a la cárcel. Por cierto, ¿esto es violencia feminista? Cierto es que resulta excepcional que una mujer emplee la fuerza para asesinar a su marido, pareja, etc. Entonces ¿los asesinatos a la pareja es solo cosa de hombres? Eso parece a tenor del eco reflejado en los medios.
Conoci personalmente a un hombre victima de la silenciada violencia ¿feminista?; en todo caso victima de su esposa. El hombre, enfermo, ingresaba a menudo en el servicio de urgencias. Cuando se recuperaba volvía a su casa, pero de nuevo enfermaba y cada vez ingresaba más grave. Los médicos se afanaban por diagnosticar tan misteriosa enfermedad que no detectaba ninguna de las pruebas realizadas. Ingresado en la unidad de cuidados intensivos su estado se deterioraba progresivamente y los médicos temían por su vida. Un buen día, el medico estaba junto al enfermo interesándose por su estado cuando el paciente vomitó abundantemente manchándole toda la manga de su bata. El médico se la quitó y pidió a la enfermera que la llevaran al laboratorio para analizar el contenido del vómito esperando encontrar alguna pista. Y la encontró. Como su esposa pasaba largos momentos con su marido, la enfermera le confió la alimentación que habia de introducir por la sonda naso gástrica, con una gruesa jeringa, lo que pacientemente cumplía la esposa esperando que surtiera los “efectos deseados”. Pues lo que apareció en el vomito fue una buena dosis de lejía y se demostró que fue obra de la esposa. Su marido habia recibido ocho millones de pesetas de indemnización por cierre de la empresa. Es un dato… El marido dejó de hablar a su familia por calumniar a su mujer y nunca admitió el asesinato fallido de su esposa. ¡Cosas del amor!
No hace mucho escuché en una emisora de radio, de las no dominantes, al presidente de la ”Asociación de hombres victimas del maltrato femenino” o algo asi, y me quedé boquiabierto cuando afirmó, con datos oficiales, que los hombres asesinados por su pareja femenina se acerca al 30% siendo el 44% del total de la violencia doméstica. Resulta sorprendente que esto no trascienda en los medios. Y añadía: ”probablemente haya muchos más que van a la tumba, al no realizarse autopsias en muchos casos”.
De todos modos, yo creo que la igualdad tan cacareada comienza por tratar todos los casos de violencia por igual; no solo la violencia que resulta más” impactante”
Existen pues los asesinatos que saltan a los medios y los otros; los que parece que a casi nadie le interesan. Félix

14 noviembre 2009

A mi amigo Ismael que, E .P. D.

El sol brillaba esa tarde
era una tarde serena
pero se cruzó el rayo en tu camino
¡qué pena!
Inmersos en su tristeza
dejas hermanos y amigos,
tierras que arando mimaste,
caminos que oyeron tus pasos
donde crecia mansa la hierba,
ovejas balando en tu ausencia,
y perro que sigue aullando
tambien su pena.

De buen humor siempre estabas
con buena o mala cosecha,
trabajaste de sol a sol
y con estrellas.
Y cuando alegre seguías
en esa tarde serena
se cruzó el rayo maldito
querido Isma, tan joven
¡qué pena!

Félix.
(relacionado)

10 noviembre 2009

El verde maraojo












El verde maraojo, ya se ha comentado en esta página, es un verde que nos identifica. Mi primo Adolfo lo resaltó en sus comentarios, y unos y otros hemos hablado de él. Es en este momento cuando ese verde tan nuestro está en su mayor esplendor.
Cuando nace, y apenas despunta de unos centímetros, deslumbra su verde claro, joven, ávido de luz; no es extraño que a las ovejas se le vayan los ojos detrás, y al menor descuido hayan acabado con él. Despues, cuando alcanza el ecuador de su crecimiento que es por estas fechas, tumbado sobre los surcos, ofrece los tonos más variados en función de la luz. Más tarde cuando llegan las heladas se torna cobrizo, y si llueve en demasía, comienzan a resaltar, como canas entre el pelo negro, los tonos amarillentos. De modo que nuestro verde maraojo es el verde por excelencia de nuestro lugar; es el verde Zarza de de Pumareda. Félix.

01 noviembre 2009

Siempre con mi primo Adolfo.

































Un año más, Adolfo, vuelvo a recordar lo que tu decías en este día de Todos los Santos: ”hoy no es el día de la muerte sino de la vida” y por eso lo recuerdo. Como bien decías, no necesitamos un día para recordar porque cada cual lleva el recurdo, su recuerdo, en su caminar, en su reposo, en su labrar el día a día, y con él vamos haciendo camino. Este día es por tanto un alto en nuestro tansitar, para reflexionar y proseguir la vida con nuevas esperanzas, no para entristecernos, aunque a veces nos pueda el desaliento. Así lo considero yo y por eso te recuerdo, para seguir con el ánimo alto porque a ti te gustaría vernos así, porque de ti lo aprendí, porque aprendí de tu ejemplo que lo más importante de la vida lo tenemos a nuestro lado, en nuestros seres queridos; padres, hermanos y, que al final, por muchas vueltas que demos al mundo en pos de una felicidad superior ,al final, nada supera a lo cotidiano que vivimos bajo la protección de los padres, a los abrazos, también a las regañinas necesarias y así fuimos creciendo hasta comprender que eso es lo verdaderamente importante sobre todo cuando ese cariño prevalece hasta el final.
Por eso y por muchas cosas más, quiero recordarte en este día, y quiero hacerlo con tu palabra, que es la forma más bonita de estar contigo.

Y decías así: ”Cuando me queda la palabra, me queda todo. Me queda el suspiro, que es pasado y futuro, y la palabra se encarga de hacerlo presente.
Me queda el recuerdo que es tu presente en cada presente. Me queda lo bueno y lo no tanto, lo hecho y lo por hacer, lo vivido y lo que me falta.
Porque me queda la palabra, me quedas tú, para escucharla; me queda tu mirada para verla y tu sonrisa para aceptarla. Y así, con la palabra que me queda, me iré haciendo día a día, té iré haciendo día a día, eternamente nos iremos haciendo.

Me quedas tú, la palabra, dos palabras en una, una palabra en dos, dos emociones en una, una eternidad en dos tiempos, uno ya cumplido, el otro por cumplirse. Por eso me sigue quedando la palabra que va significándose a sí misma hasta que la rubrique del todo”

Esto lo decías tu, palabras de amor a tu hija que muy temprano nos dejó, palabras que las hago mías hoy, recojiendo esa palabra tuya, tan clara y tan limpia, tan generosa y profunda.
Por eso seguiremos unidos, porque cuando leo una frase tuya, estoy contigo, porque en cada frase hay un gesto que veo, una satisfacción o un descontento que se expresa y un recorrido en el tiempo que sigue vivo, porque nada podrá romper ni eclipsar los momentos que compartimos.
Por eso lo recuerdo hoy en este día de Todos los Santos, en este día de la vida, en este caminar donde los muros no existen mientras exista la palabra, tu palabra.
Y para que florezca siempre tu palabra, para que se eternice en quienes te llevamos dentro y para que tu mensaje siga tan fresco y tan vivo, he recogido estas flores que compartimos antaño y que seguiremos compartiendo, estas flores que son nuestros pasos, el color y el perfume de nuestra tierra, el fruto de los campos que labraron nuestros abuelos y que cada primavera el campo lo agradece así; con el color y el perfume de la propia vida.

Estas flores peregrinas
entre la tierra y el cielo
son primavera perenne
son tu alma y mi consuelo.

Quiero que estas flores silvestres
de nuestro campo zarceño,
que tuviste entre tus manos,
que albergaron tantos sueños
te acompañen para siempre
en ese mundo sereno
que con tu amor alcanzaste
aquí en la Tierra
hoy ya en el Cielo.
Querido Adolfo del alma
Querido Adolfo nuestro.

Félix.

25 octubre 2009

Pelea de gallos sin gallos.

Recuerdo cuando era pequeño, en La Zarza, las peleas de gallos en las calles para adueñarse del muladar donde escarbaban las gallinas buscando alimento, porque para ellas también eran tiempos de posguerra. El vencedor para demostrar que era el dueño y señor del lugar solía lanzar tres cantos al viento. Ignoro por qué tres. Supongo que uno sería para anunciarlo al resto de gallos, el segundo para que la cohorte de gallina se dieran por enteradas y el tercero para que los vecinos lo tomaran en cuenta. Era el ganador. De ahí proviene quizás el dicho: ”creerse un gallito”
La política española me recuerda mucho aquellas peleas. Puede que siempre haya sido así; lo que ocurre es que antes invadía menos los medios de comunicación, que a la postre, son para los políticos lo que Sancho a Don Quijote. Decia pelea de gallos, aunque también podría parecerse a un combate de boxeo, amañado, trucado, o sea con tongo. Los púgiles, amagan, fingen recibir golpes, pero no se dan de veras, el combate se ganará a los puntos y se repartirán la bolsa. Después los medios de comunicación intentarán sacar tajada porque de eso se trata. Durante el combate, abajo en torno al ring, los espectadores, viven los golpes fingidos y, excitados los azuzan voceando o emulando con sus brazos un golpe o un gancho a la mandíbula. Nadie quiere perder la apuesta y quiere que su preferido gane. Hay que ganar. Terminado el combate unos habrán ganado su apuesta y otros la habrán perdido.
En la politica española ocurre algo parecido. De un tiempo a esta parte los medios de comunicación (radio, televisión, periódicos) se hacen gran eco de los debates entre dirigentes políticos (partido que gobierna y el de la oposición) Como en el boxeo, los partidarios de uno u otro están ya animados por los medios que no cejan con su publicidad. Cada cual apostará por el suyo, porque lo que se trata es de pertenecer a uno u otro, esperando que gane el suyo. Siempre en términos de ganar, es lo que importa.
Al día siguiente los medios anunciarán en grandes titulares al ganador que suele ser el que más medios de difusión tiene a su alcance. Y es lo que queda del debate: quien ganó. ¿Pizarro o Solbes? ¿ Zapatero o Rajoy? ¿Rajoy o Salgado? Y así. El resto, el contenido, se difuminará en el discurrir del día a dia. Estos debates anunciados a bombo y platillo ¿sirven para cambiar algo? ¿Alguno obligó al otro a cambiar o a rectificar en sus propuestas, en sus planteamientos para que el currito de a pie vea mejorar su situación? ¿sirvió para mejorar algo? Pasados unos días ya nadie se acordará del fondo del debate; solo quedará lo que los medios se empeñan y quieren transmitir que es: quien ganó. Ganar, ganar es el valor supremo.
Los tuyos, los míos. Ganar parece ser la consigna en debates estériles, porque todo sigue igual: en Barcelona se seguirá temiendo las largas sequías porque el agua escaseará, cada día son más los indigentes que duermen en la calle, los comedores de Cáritas no dan abasto, el paro hace estragos. Pero el espectáculo sigue para ver quien será el ganador mañana, y pasado mañana, ya en el hemiciclo del Congreso, anfiteatro distinguido; en un plató de televisión con los contrincantes en liza, en un mitin en una plaza de toros o en cualquier lugar.
Si los gobernantes romanos, los de verdad, los de hace dos mil años volvieran, podrían exclamarse con toda naturalidad: “¡coño, Augusto, como se parece esto a nuestro circo! “ En versión moderna, claro. Félix

20 octubre 2009

El dia de San Miguel

En la Zarza tuvimos durante algún tiempo dos Patronos al menos los chavales: San Lorenzo, el diez de agosto y San Miguel, el veintinueve de septiembre. San Miguel era el Patrón de la empresa que se instaló en La Zarza a un kilómetro del pueblo, durante la construcción del Salto de Aldeadávila, a finales de los años cincuenta. La empresa se llamaba “La Ibérica”. En el gigantesco taller se montaban todo tipo de estructuras metálicas destinadas en gran parte al complejo de la central hidroeléctrica.
A unos cien metros del taller se ubicaban una docena de barracones donde se alojaba gran parte del personal de la empresa, esencialmente solteros; El jefe de la empresa disponía de una vivienda amplia con su jardín en un extremo del recinto. En esta empresa firmaron su primer contrato de trabajo varios vecinos del pueblo, y en el taller aprendieron el oficio de soldador, calderero y otras artes del montaje. El director o jefe del taller, lo recuerdo como una persona muy peculiar: rechoncho, de aspecto bonachón, tranquilo y buen padre de familia, aunque para algún empleado pasara por ser demasiado autoritario y rezongón, como escuché en alguna ocasión. Terminada la escuela a los catorce años, me presenté un día en su despacho para solicitar empleo como pinche, o ayudante de algo. Me miró de arriba abajo, sorprendido supongo por mi escasa talla. Me puso la mano sobre el hombro y con un tono paternalista me dijo: ”estudia todo cuanto puedas, ya tendrás tiempo de trabajar”. Me parecía un hombre muy humano. Cada domingo y festivo, con su Renault cuatro cuatro, acompañaba a su mujer e hijos hasta la puerta de la iglesia para asistir a misa, pero él se quedaba fuera, en el coche, esperando que salieran de la iglesia. Se comentaba que era ateo, en todo caso no era católico, y era respetuoso con los demás.
Por otra parte, sorprendía que el párroco hubiera trabado gran amistad con él, pues no solía perdonar a quien no asistiera a misa, dado que ejercía de dueño y señor y no dudaba en señalar con el dedo a los infieles. Asi, cuando la techumbre del templo amenazaba desplomarse, el cura consiguió de él que le fabricara unas vigas de hierro que colocaron sus obreros y todo a cargo de la empresa. El cura era un excelente negociador y sabia conjugar a la perfección los asuntos de la fe y del dinero. Supongo que bendeciría mil veces al susodicho personaje, ateo él, cada vez que en la misa se topara con las vigas al alzar la mirada al cielo para implorar amor y paz. Aunque no lo parezca, estos detalles y comportamientos de personas venidas de otros lugares tenían un efecto catalizador y, a través del taller y sus gentes comprendíamos que había otra forma de vida fuera de nuestro entorno. Asi lo comprendimos los chavales cuando al llegar el día de San Miguel, siempre con un tiempo radiante y apacible, el jefe del taller nos invitaba a un convite. Todos los chavales emprendíamos con gran alborozo el camino que llevaba al pequeño poblado. Entrabamos en el amplio comedor por cuyos grandes ventanales se divisaba todo el ancho del paisaje vestido del ocre dominante por el largo estío, y con las ventanas abiertas por donde se colaba el sol y el aroma del campo, comenzábamos a degustar los manjares colocados en varias mesas en el centro del comedor. Lo que aun pervive en mi memoria olfativa fue la impresión que me causó al entrar en el inmenso comedor donde todo olía a comida de la buena. Toda la atmósfera estaba impregnada de ese aroma: las paredes, el mobiliario, los manteles todo, absolutamente todo, abría el apetito, aunque en aquella época, para qué engañarnos, no necesitábamos tal estimulo. Había en el fondo colgado en la pared sobre una palomilla, un televisor; el primero que veíamos, y aunque la señal no se emitía con suficiente nitidez, el famoso U.H.F nos permitía disfrutar de los dibujos animados y personajes reales entre interferencias y ruidos que invadían la pantalla. Alli descubrí que los obreros no se lavaban en palanganas sino en lavabos que tenían dos grifos; uno por donde salía agua fría como la del cántaro de mi casa, y otro que al abrirlo salía el agua ya caliente como por encanto, y descubrí también los retretes y otras cosas de la modernidad que solo el medico del pueblo disfrutaba porque se le construyo una casa con tales comodidades, aunque por ser privado yo las desconocia. Hacia 1963 concluyó la misión de la empresa y se desmanteló todo, volviendo aquel lugar, maravilloso por un tiempo, a recobrar su estado original. La esplanada del taller fue transformada en campo de futbol, donde hoy se alzan tristes y solitarias las porterías porque ya nadie juega. Una nave de ganado ocupa el llano del poblado y las ovejas de Jesús pacen tranquilamente en aquel lugar. Aquella tarde de San Miguel, nuestro segundo patrón mientras funcionó el taller, fue el descubrimiento de ese otro mundo que existía más allá de nuestro lugar y, sin duda, con el paso del tiempo, llegada la edad adulta, casi todos iríamos en su procura para descubrir a la postre, que no todo era tan maravilloso, que también había un precio que pagar para conseguir progresar y aspirar a vivir en un mundo mejor. Pero el día de San Miguel, quedará para los chavales de mi época grabado en la memoria para siempre, como uno de los días más felices de nuestra adolescencia.
Félix.

14 octubre 2009

Como agua de octubre











Habría que añadir al refranero: ”esperando como agua de octubre”, si es que no existe ya, lo que podría aclararnos Agustín que es un experto en estos asuntos. Llegó por fin el agua tras unos largos meses de estío que secó las fuentes, que destiñó el ocre brillante que había cubierto los campos hasta quedar todo raído y polvoriento mientras el sol implacable, fuera del verano, ponía a prueba la paciencia del agricultor que sabe esperar porque lo suyo es esperar siempre. Y llovió por fin durante dos días, mucho para dos días pero poco para saciar la sed del campo. El agua es milagrosa como sabemos cuando aparece en su justo momento. Lo comprobamos este verano con los incendios y ahora cuando todo parecía ya perdido. Pero surgió el milagro: el labrador sembró el campo polvoriento, los granos de cebada o de centeno con su color pastel del verano esperaron bajo la tierra y entonces la lluvia produjo el milagro; el fruto se transformó y se abrió paso emergiendo del suelo transformando y llenando de vida el paisaje , dibujando las líneas del arado con ese color verde que con el paso de los días tapizará toda la superficie y el verde se tornará por fin en ese color majestuoso que tan bien describió mi primo Adolfo en sus relatos zarceños: el verde maraojo.
Y el verde maraojo, hoy más que nunca, es sobre todo para el labrador, el verde esperanza. Félix.

06 octubre 2009

Los olvidados

En Madrid a partir de los años sesenta, la urbanización de los barrios periféricos se expandió sin cesar y allí encontraron acomodo las clases obreras en unos pisos de mediana calidad, lo que redundaba también en un precio más asequible, llegando a ser propietarios en su inmensa mayoria. Estos municipios Vallecas, Carabanchel, Moratalaz, unos con más de cien mil y otros doscientos mil habitantes se incorporaron en su día a la ciudad de Madrid, en esa rivalidad con Barcelona para ver cual era más grande.
Me presenté un día en uno de esos pisos que abundan en Vallecas para atender a una persona mayor de setenta y cinco años. La señora podía deambular en su piso pero no podía bajar las escaleras y aun menos subir los cuatro pisos al carecer de ascensor, como todos los pisos de esta categoria. Me entretuve un momento charlando con el matrimonio, haciendo un poco de terapia a la vez que hacían un repaso del tiempo vivido, de lo mucho que habían trabajado y el sacrificio que conllevó la adquisición del piso donde vivían desde los años setenta. Mire usted, me dijo el marido; yo estuve trabajando de obrero en la construcción y construimos todos los pisos de la zona; este mismo, donde vivimos. Horas y horas extras llevan mis espaldas, subiendo y bajando material y aquí estamos ahora viviendo el día a día con el reuma a cuestas y otros achaques de la edad. Mi mujer no volverá a ver la calle y el día menos pensado a mi me ocurrirá lo mismo. Algunos amigos de nuestra época han marchado a sus pueblos pero la inmensa mayoría acabaremos nuestra vida aquí.
El hombre parecía resignado por el tono de voz y, consciente de su situación, asumía el destino que, como añadía: al menos tenemos el pisito y la asistencia médica que no nos falta. Me despedí de ellos mientras seguían insistiendo que tomara una cerveza o un refresco. Es un detalle que caracteriza la humanidad de aquellos que saben de verdad lo mucho que cuesta ganarse la vida honradamente.
Con el paso del tiempo descubrí otros casos similares; personas muy mayores con obesidad y otros problemas condenadas a permanecer en sus reducidos sesenta metros cuadrados. ¿Esto es calidad de vida?
Pensé durante mucho tiempo; ¿está esto de acorde con el artículo 47 del Capitulo Tercero de la Constitución? ¿y con la definición de la salud según la O.M.S? ¿Se pueden remediar estas situaciones? ¿Soluciones?, muchas, y sin apenas coste para el erario público. Se me ocurre un canjeo por ejemplo; que el Ayuntamiento aloje a esta gente en el bajo de los de nueva construcción y que los jóvenes accedan a estos pisos sin ascensor por un módico precio. Pienso en el señor que construyó lo que llegaría a ser su vivienda sin sospechar que la vejez los confinaría a vivir como el pájaro en una jaula de oro pero jaula al fin y al cabo, sin poder disfrutar de la calle, como el ave del viento.
Acabo de leer en un periódico, que en Madrid, 651 personas duermen en la calle, según el censo del Ayuntamiento. El 23% terminaron los estudios de Secundaria y el 10 % tienen una carrera.
Se han gastado cientos de millones de euros, de nuestro dinero, en promocionar la candidatura de Madrid para organizar los Juegos Olímpicos. Sin duda se volverá a intentar como si nos fuera la vida en ello y, a tenor de las encuestas, según los medios, la gente lo ve bien. Pues adelante con los faroles. Los gobernantes lo tienen muy facil. Nadie protesta. Perdón, sí, se protesta. La gente sale a la calle por motivos de futbol.
Y últimamente jóvenes asaltaron una comisaría por cosas del botellón.
Yendo al fondo del la cuestión, sigo sin ver el verdadero reparto de la riqueza y la auténtica justicia social. Félix

29 septiembre 2009

Los bares de mi pueblo.

En La Zarza hubo tres bares, hoy ya desaparecidos, en la época de su mayor esplendor, a finales de los cincuenta y sesenta, durante la construcción del Salto de Aldeadávila.
Los tres eran sabiamente administrados por la amas de casa que, como se sabe, en temas de negocios y hacer cuadrar las cuentas, nadie como las mujeres para gestionar los recursos de puertas para adentro, sobre todo en tiempos difíciles de posguerra. No es que los maridos no ayudaran, que lo hacían, y contribuían a la estabilidad del negocio, pero tenían otro papel más de "guardián" de los buenos modales para que cada cual supiera donde estaba el límite, incluso con una copita de más. De modo que todo transcurría de forma natural.
Pero en este asunto lo que más me llama la atención es la función predestinada en relación con sus nombres de pila de las personas citadas. Ni los más avispados publicistas de hoy hubieran imaginado tal cosa para captar clientela. Porque yo estoy seguro que, aunque fuera de forma subliminal, esto surtió su efecto y de ahí que los tres bares gozaran de clientela similar, si bien, el que tenia más espacio acogía a más gente.
Los conocíamos como el bar de la Esperanza, el de la Salvadora, y el de la Luzdivina, o a la inversa, en el orden que se quiera.
De modo que con estos nombres el éxito estaba asegurado. Y así fue.
Atendían a sus respectivos clientes con sumo agrado, como demuestra el hecho de que los más allegados pasaran a la cocina para tomar el café que bullía en el puchero al calor de la leña de la lumbre, atención muy agradecida, sobre todo en invierno cuando hacia un frió a cortar el aliento o caían chuzos. Cierto es que en aquella época no había depresiones, que yo sepa, esto es una cosa más moderna, más de países ricos; pero no podía haberlas, ni por asomo, porque cuando acudías al bar, está claro, desaparecían. Porque igual daba acudir al de la Esperanza, que el nombre lo dice todo, lo mismo al de la Salvadora, y qué decir del de la Luzdivina de donde salía uno casi canonizado. Se supo que uno de sus hijos, en edad de hacer la Primera Comunión, se dirigió a su madre que estaba cosiendo en la calle con otras vecinas, y ufano le soltó: "madre, no le eche agua al vino que ya se lo eché yo". Claro, como el crío era muy aplicado en religión quiso imitar a Jesús, según el Nuevo Testamento, en las bodas de Canaan. O sea, convertir el agua en vino para que hubiera para todos los invitados, que es lo que hizo el chaval con la mejor fe, y el milagro se produjo. Me imagino a la señora Luzdivina levantando los brazos al cielo y exclamándose: "pero qué hijo más trabajador me ha salido ¡Dios mio!. Lo más curioso es que la dinastía de nombres con tanta carga humanitaria estaba asegurada. La señora Salvadora tenía una hija, de mi edad, que aprecio mucho, llamada Fe. O sea... Y la señora Esperanza otra llamada Piedad, que también aprecio mucho, no solo por tener vínculos familiares, sino porque me atendía muy bien. "Félix, como tu no bebes alcohol, tómate un vinito de quina Santa Catalina, que sienta muy bien y abre el apetito", me decía. Y era cierto, y regresaba a casa tan contento. Quién no recuerda aquella publicidad que se escuchaba en la radio dirigida a las madres de niños con poco apetito y que decía algo así: "Si su hijo tiene problemas para comer, dele vino quina Santa Catalina, y acto seguido se escuchaba a un niño alegre que decía: "dan unas ganas de comerrr.. "Qué imaginación la de aquellos publicistas.
Supongo que la falta de apetito en los críos sería algo exclusivo de las familias pudientes, que las había, y muchas, en la ciudad, pero en los pueblos comíamos lo que nos pusieran y más.
Me imagino a la doncella de los marqueses dándole la cucharadita de ese vino y reprochándole al niño después: "No cojas la cuchara al revés, tonto, y apunta bien a la boca, ¡qué crió más pesado! ¡sí, te abre el apetito pero me preparas unos fregaos! Y el niño a lo suyo, dale que dale, haciendo música con la cuchara golpeando el borde del plato, y así. Eran los milagros como sabemos del vino quina Santa Catalina.
Lo cierto es que a pesar de los pesares, en aquel tiempo nos divertimos mucho en los tres bares: el de la Esperanza, el de la Salvadora y el de la Luzdivina, de los que guardo gratos recuerdos. Félix.

25 septiembre 2009

Las campanas de mi pueblo












Las campanas de mi pueblo
solo son dos;
la pequeña suena tinnn
y la grande suena tooong,
sonidos que abraza el viento
cuando tocan a oración.
tinnn -tooong.

Hoy ya se escuchan menos
¿será menos el fervor?
la campanas están tristes,
triste es el tinnn y el tooong.

Solo repican ya un día
el día del Santo Patrón
y al voltear las campanas
se torna alegre su son
cuando en andas San Lorenzo
inicia la procesión,
tilinnn -tilinnn
tolooong -tolooong.

Y un día triste de tantos
con su lastimero son,
anuncian la muerte de un ser
llamando a la reflexión
tinnn -tooong.

Camino del cementerio
gime el tinnn,
llora el tooong
y todo queda en silencio
tras la última oración

Pero siempre en San Lorenzo
al salir la procesión
voltean la campana chica
y vuelve el tilinnn -tilinnn
y alegra el tolooong -tolooong.

Las campanas de mi pueblo
solo son dos;
la pequeña suena tinnn
y la grande suena toooong
tilinnn -tolooong.

12 septiembre 2009

La música o la melodía del alma.











Ya de pequeño me gustaba la música y el cante y siempre soñaba con tener una guitarra, pero había otras necesidades básicas que atender en tiempos de posguerra. Cuando llegué a Paris con veinte años, seguía con esa idea y, a la par que ayudaba a mi familia,c omo todos los emigrantes, conseguí unos pequeños ahorros, de modo que cuando regresé de vacaciones , por fin, la guitarra tan añorada pude comprarla en Salamanca, donde eran más baratas que en Paris.
Pensaba aprender a tocarla solo o con ayuda de amigos pero el progreso era lento, de modo que decidí inscribirme en un conservatorio municipal asequible a todos los bolsillos, cerca de mi lugar de trabajo.
El profesor de guitarra, un enamorado de España, casado con una española, por cierto, me dijo que tenia que aprender solfeo; dos días a la semana de solfeo y uno de guitarra. Trabajaba entonces en un pequeño centro hospitalario, en el área de quirófano, donde además de la jornada diurna hacia guardias de noche tres días a la semana y aprovechaba la excelente sonoridad del quirófano para trabajar los ejercicios, lo que hizo reír a grandes carcajadas al profesor cuando se lo dije. A los dos años abandoné(craso error que lamento), ya que consideraba tener suficiente base para bandearme solo o con algún grupo.
En la sala de esterilización del material, entre dos quirófanos, escuchaba música en el radio-cassette, lo que no era del agrado del cirujano jefe, un puritano del oficio a la antigua usanza, o sea, un semi-dios; pero con la ayuda de su instrumentista, conseguí con paciencia, que las melodías suaves se expandieran en el silencio del quirófano mientras se operaba.
Cambié de centro para hacer unas practicas en el hospital Corentin Celtón, siempre en Paris. Se realizaba poca cirugía alli. La inmensa mayoría de los servicios lo ocupaban personas mayores con pocos recursos o sin familia. Habia por tanto muchas actividades culturales para entretener a las personas válidas. Aparte de las pequeñas actividades, celebraban una gran fiesta anual, a la cual ,sabiendo que tocaba la guitarra fui invitado previo pago por la actuación. En un gran espacio acondicionado al aire libre participamos, un grupo de folclore rumano, un cantante con su piano electrónico y yo con mi guitarra, entre otros. Canté unas canciones en español, otras en francés y algún solo de guitarra como la ”malagueña” de Lecuona. Al final las felicitaciones y los parabienes se sucedían en un ambiente distendido, casi familiar. Se acercó a mi un señor de unos setenta años, con buen aspecto físico, elegantemente vestido, y tras felicitarme me dijo con su acento andaluz: ”Soy de Granada, exiliado de la Guerra Civil y no he vuelto a España. No tengo familia y terminaré mi vida en este hospital. Cuando escuché la ”malagueña” reviví mis años joven, volví a sentir el aroma de Granada, a sentir en mi piel el cante jondo, la soleá, la seguiriya, a saborear un manzanilla con los amigos; tantas y tantas cosas pasaron por mi mente que me emocioné y no pude menos de llorar. Se lo digo para agradecerle de todo corazón este gran momento”. Aquellas palabras me emocionaron porque yo también sabía lo que se siente al estar lejos de los tuyos, de tu tierra, aunque mi situación no fuera la misma. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos deseándonos suerte mutuamente.
La música a través de mi guitarra, sería para mi definitivamente un medio de comunicación extraordinario que me procuró momentos inolvidables.
Tiempo después trabajé en el hospital Foch, en turno de noche, pues me gustaba el ambiente nocturno por el silencio y la calma que se respiraba.
Una vez más la guitarra fue mi aliada, pues siempre que celebrábamos los cumpleaños del equipo, a eso de las diez, cuando los pacientes dormían tranquilamente, en la sala donde nos servían la cena, esta se alargaba entre pasteles, una gotita de champán y melodías discretas que reforzaban la unión del equipo y donde siempre participaban las dos supervisoras.
Tenia como compañero un enfermero alemán, gran melómano, que despertaba a los pacientes cantando. Un día me sugirió que llevase la guitarra para despertarlos con música, en lugar de entrar bruscamente en la habitación y decirle en voz alta ”venga, arriba, hay que despertar, se acabó la noche, vamos, vamos…”. El servicio lo ocupaban personas mayores con patologías propias de la edad: parkinson etc, y había que estimularlas para que reaccionaran y se levantaran. Me presenté pues con la guitarra y cuando habíamos terminado el trabajo, a eso de las siete y media, esperando el relevo, me sentaba en una silla en el pasillo y comenzaba a tocar unas melodías, siempre apropiadas y suaves, que se expandían por lo pasillos largos y de techo alto, amplificando el sonido como por encanto.
Los pacientes reaccionaron bien. Pero un buen día, la supervisora del turno de mañana llegó antes de lo previsto y nos sorprendió con nuestro invento. Apareció en el fondo del pasillo, acelerando el paso, dirigiéndose hacia nosotros excitada, con los brazos en alto, haciendo aspavientos. Comprendimos que no le agradaba. Cesó la música, pero ella, a lo lejos, seguía vociferando: ” ¿Os creéis que esto es el Rastro?, qué respeto es este a los pacientes… si queréis tocar la guitarra iros al metro…” y furiosa desapareció camino de su despacho. Alli acabó nuestro empeño en ofrecer a los pacientes el despertar de un nuevo día con música.
La pobre desconocía los beneficios de la música, y como tantas otras personas viven ancladas en la rutina del día a día que, además, pretenden imponer al resto.
Muchos años después regresé a España y estuve trabajando en un hospital, en Madrid, en el área de quirófano una vez más. Me llevé una grata sorpresa al ver que un equipo de cirugia cardiaca operaba escuchando la música elegida por el cirujano jefe.
Pero lo más curioso era otro equipo de cirugia máxilofacial, que realizaba grandes intervenciones de cirugia reparadora en la cara y cuello tras extirpar tumores, etc ,cirugía que requería muchísimas horas. Cuando se vislumbraba el final de la intervención, algunos miembros del equipo comenzaban a cantar a pleno pulmón, a veces temas de ópera, para liberarse de la gran tensión y estrés acumulados. Cuando los oíamos cantar desde nuestra sala sabiamos que la intervención tocaba a su fin y acudiamos entonces para recoger el material. Pero estas prácticas tan saludables no eran lo más habitual. Aunque en algunos hospitales, en España, en determinados servicios, se aplica ya la musicoterapia, pero la evolución es muy lenta y queda aún mucho terreno por andar.
Sin embargo el momento que más me conmovió lo viví en mi última etapa parisina, en el hospital Foch, citado anteriormente.
Dentro del hospital había un anejo recién construido para dedicarlo al tratamiento oncológico. Los afectados de cáncer acudían allí después de haber fracasado en otros hospitales la quimioterapia convencional, para someterse a un tratamiento novedoso puesto a punto por el profesor y director del servicio. Las curaciones completas eran escasas, pero las hubo, y los pacientes acudían como último recurso para intentar salvar la vida.
Muchos pacientes, en su mayoría menores de cincuenta años, acudían el fin de semana para someterse a un ciclo de tratamiento de dos o tres días.
En el servicio reinaba una calma que contrastaba con el drama que cada cual vivía. Todo estaba estudiado para conferir ese sosiego: la luminosidad, los tonos de la pintura, las plantas que decoraban los pasillos, el decorado en general, el conjunto armonioso de la arquitectura, todo inspiraba paz y quietud. Como trabajaba en turno de noche, por los motivos ya explicados, pensé que encajaría bien con el silencio reinante en los pasillos tan acogedores unas melodías de guitarra como ”María Elena” entre otras.
Un domingo esperando el relevo a las siete y media de la mañana, me senté con mi guitarra en una especie de mini hall al lado de unas plantas. Comencé a tocar la guitarra, como de costumbre, melodías suaves. La pureza del sonido parecía irreal al propagarse en aquel silencio. Sonó un timbre y la auxiliar de enfermería acudió a la habitación. De regreso se dirigió a mi.”Un paciente me ha preguntado que si es posible hablar con el músico”. Por supuesto, le dije, mientras acudía a la habitación con mi guitarra. Estoy escuchando su música y es una maravilla, me dijo entusiasmado el paciente; un señor de unos cincuenta años, elegante sereno, nada en su aspecto externo dejaba entrever el estadio terminal de su enfermedad.
¿Conoce usted la “malagueña”?, preguntó.
A la “malagueña salerosa” se refiere, le dije
Si, exactamente, esa misma. ¿Y me la podría cantar usted?
Cómo no, la tengo en mi repertorio y es una de mis favoritas. Me concentré y como si estuviera en un escenario se la canté.
¿Desea escuchar alguna más?, le propuse al terminar.
No, es suficiente.
Estaba visiblemente emocionado y esperé que volviera a la convesación. Soy ejecutivo de una empresa y he viajado mucho por Latinoamérica, dijo. Hablo algo de español y siempre cuando acudía a cenar en algún restaurante típico con mi mujer y amistades, pedía a los músicos esta canción… Observé que de repente sus ojos se humedecieron. Se hizo un silencio. Y tras una breve pausa prosiguió… Estoy aquí este fin de semana para someterme a los ciclos pero sé que mis días están contados; por eso quiero agradecerle este momento que acaba de regalarme y puedo decirle que he vuelto a ser inmensamente feliz gracia a usted. Nos despedimos con un apretón de manos prolongado mientras seguía agradeciéndome con una voz entrecortada por la emoción. Salí de la habitación apenado porque aquella despedida suponía, probablemente para él, sin temor a equivocarme, el adiós a la felicidad en este mundo.
Regresé a casa, desayuné como de costumbre y me acosté para descansar. Por mi mente desfiló de nuevo aquel momento tenso, profundamente emotivo.
Y con el alma ya serena me dormí en paz, sabiendo que una persona poco antes de morir, gracias a la música, había vuelto a ser feliz. Félix

04 septiembre 2009

Historia de la rana Asunción.











Vivía yo junto al resto de la comunidad en una charca, en Cerezal de Peñahorcada, donde abrevaba el ganado. Saliamos del agua para tomar el sol a la orilla, sobre el lodo medio seco que nos servia de confortable colchón. Cuando llegaba el ganado, de un salto estaba a salvo en medio de la charca. Pero un buen día, después de saltar al centro para esquivar el morro de un vaca, acto seguido se oyó un extraño zumbido y cual morro gigante, se fue hundiendo en medio de la charca. Hubo un desconcierto y no sabíamos hacia donde huir. Cada cual tomó la dirección que pudo pero yo me vi atrapada en el extraño artilugio. Senti que se elevaba y buscaba desesperada una salida, sin éxito. El balanceo al que estaba sometida me resultaba extraño pero no incómodo. El viaje fue efímero; unos minutos. Al momento me vi precipitada al vacío preguntándome cual sería mi nuevo destino. Entre el chorro de agua sucia que caía pude ver que me dirigía hacia unas llamas que se empinaban cada vez mas alto. Afortunadadmente el enorme chorro de agua que me precedía se estrelló antes que yo sobre el suelo y todo quedó transformado en una humareda. Al llegar al suelo envuelta en agua salí despedida y de dos saltos esquivé aquel infierno de humo y vapor caldeado yendo a parar a un chaleco fluorescente de un trabajador que extinguía el fuego. Asustada por lo que me rodeaba preferí permanecer allí antes que saltar del erial al suelo carbonizado. Allí al menos me sentía segura. Al momento otro compañero se percató de mi presencia. ¡mira, Andrés, una rana en tu chaleco! ¡Pero coño! ¡De donde viene esta tia! No ofrecí resistencia, pues el instinto de supervivencia me hacia confiar en ellos, y me capturaron. Andrés me sujetaba por las patas. Pepe, mira que ancas mas ricas tiene, le decía a su compañero. Por un momento me vi aderezada y guisada en una cazuela, pero Pepe dijo: "a cada tiempo su cosa, ahora la metemos en el cubo con agua, más tarde ya veremos”. Andrés decia: ”No se porqué no es una rana el símbolo de los bomberos. Pues no es mala idea, decía el otro. Cuando se enteren los compañeros del hallazgo van a reír un rato. Habrá que bautizarla, agua ya tiene pero falta el nombre, dijo Pepe. Yo escuchaba atenta aquella conversación pues mi futuro dependía de ellos. Como hoy es el quince de agosto, día de la Asunción, dijo Andrés, la llamaremos Asunción. Al oír esto me dije: esta es buena gente, son buenos católicos, y con este nombre, de aquí al cielo. Arrancaron el auto y entre bamboleos salimos del camino a la carretera. Al poco rato llegamos a un pueblo que Miguel llamó la Zarza de Pumareda donde hay un pilar al lado de la carretera. Allí paró el auto y le dijo a Pepe: voy a refrescarme la cara con el agua de este caño y después entramos en el bar Las tres Columnas para tomar unas cervezas. Sin alcohol, le recordó Pepe. Se bajó y fue en ese momento cuando olfateé el agua del pilar y en aquel descuido, al dejar la puerta abierta, pensé que era mi última ocasión de poder fugarme y estar a salvo. Di el salto más grande que pude y caí al borde del pilar pero dentro del agua. Miguel se enfadó con su compañero por no haber estado atento. Lo sentí por ellos porque la historia que iban a contar a sus colegas terminaba allí, pero para mi empezaba otra más halagüeña.
Días después vi a un tipo subido en la piedra del pilar para hacer unas fotos a lo lejos, después, me vio y también me hizo una. ¿Sabría él que yo soy la rana Asunción? Félix.

02 septiembre 2009

Pilotos anónimos, gracias














En esta zona nuestra del Parque Natural de las Arribes del Duero, en el tramo salmantino, a partir de mediados de agosto, los helicópteros nos han visitado casi a diario para apagar los incendios originados de un lado y otro del cañón del Duero; tan pronto en Portugal, tan pronto en España.
En nuestro pueblo de Zarza de Pumareda, el día quince, a media tarde, el fuego originado en la raya con Cerezal, avanzaba hacia nuestro término amenazando al ganado presente en la zona.
Fue un alivio cuando vimos llegar al completo una dotación para sofocarlo: varios aviones y helicópteros que, posterior el reconocimiento, se redujeron a; un hidroavión, dos helicópteros, una avioneta que coordinaba las maniobras y un equipo a tierra.
Todos y cada uno de los componentes tienen su mérito, pero lo que realmente llamaba la atención era el trabajo a destajo de los helicópteros que cargaban de agua en las charcas cercanas lanzándola después con suma precisión para atajar el avance de las llamas.
Es digno de resaltar la destreza, la pericia y el arrojo de esos pilotos, anónimos para nosotros, anónimos siempre ante el peligro, enfrentándose a los imprevistos de las corrientes de aire como fue el caso, días después, en la escarpada y profunda ladera del Duero en la vertiente portuguesa .
Dificultades y riesgos que se comprenden mejor después de haber leído la lección resumida y magistral de Paco en un comentario sobre aeronáutica ,en el blog de Salva.
Ellos saben que el agua es un bien escaso en estas fechas y la administran
con buen criterio eligiendo, antes de lanzarla, el lugar y el momento preciso para sacarle el máximo partido.Después de terminada la tarea regresan a su lugar de destino sin posibilidad para nosotros de agradecerle su extraordinaria y encomiable labor.
Las tres fotografías pretenden mostrar el tino y acierto nada fácil del piloto, y la eficacia demostrada en una secuencia que bien podría titularse: ”Antes, durante y después”.
Confiando en la magia de la red que llega a todos los destinos, a esos pilotos anónimos les envío este mensaje de apoyo, de admiración y de agradecimiento. Félix.

30 agosto 2009

¿Agosto frío al rostro?














Ignoro si en el refranero existe otro proverbio que contradiga el de “agosto frío al rostro”, pues este se ajusta muy bien a la meseta castellana, al menos en la segunda mitad del mes. Pero este año ha sido todo lo contrario; calor y fuego han atizado nuestra comarca después de nuestra fiesta, el diez de agosto. Probablemente este calor tan sostenido durante dos semanas bata algún récord. La primavera fue muy ruin en lluvias y ahora sufren las plantas dicha escasez como lo muestra en la foto nuestra planta emblemática, la zarza, con sus moras escasas, madurando un tanto raquíticas, con las hojas que no aguantan la embestida del fuerte calor. Lo mismo ocurre con los robles que cubren nuestros campos. Si uno no conociera estos parajes pensaría que es el otoño al ver infinidad de robles con las hojas secas como el de la foto, lo que es propio del mes de noviembre. Observando esta anomalía provocada por la falta de agua y el calor, vemos que los robles que no resisten son precisamente los más jóvenes, independientemente de su ubicación (zona pedregosa o valle)
Los más veteranos han sufrido otras “guerras” y están curtidos, y contrasta su verdor y frondosidad con el resto. La Naturaleza es implacable con sus leyes y como siempre son los novatos los que pagan el pato. El sol ya no calienta, quema, de modo que agujeros debe haber, y muchos, por ahí arriba en la capa de ozono.
Y para rematar esta quincena, el fuego no ha dado tregua de un lado y otro de la frontera, en el cañón del Duero, de modo que los helicópteros llegados para apagarlo comenzaban a formar parte del paisaje.
Una de las fotografías muestra los destrozos del fuego del otro lado del río en tierras portuguesas, frente a Mieza y Vilvestre. Precisamente la foto es muy elocuente y nos muestra como las tierras labradas y bien cuidadas están a salvo como ese grupo de olivos que fueron cercados por las llamas y solo los de la orilla sufrieron inevitablemente el acoso y quedaron chamuscados.
En un país como España, con gran riesgo de desertificación, yo no veo políticas encaminadas a prevenir este riesgo y nos limitamos a apagar fuegos y después a plantar árboles y poco más.
Esperemos que el invierno sea, al menos, prodigo en lluvias para reparar tanto desaguisado, y que San Lorenzo nos proteja. Félix

23 julio 2009

Pan y circo

Los Emperadores romanos descubrieron muy pronto dos de los componentes básicos de la existencia humana: el alimento y la distracción o el ocio, para tener así al pueblo controlado y evitar grandes revueltas ofreciéndole pan y circo para que el pueblo estuviera entretenido. Esta fórmula mágica sigue totalmente vigente a pesar de los dos los mil años transcurridos. Los gobernantes pueden dormir tranquilos. Cierto es que las formas han cambiado porque ya no existen gladiadores ni anfiteatros para tal uso, pero han sido sustituidos por otros elementos que conforman el espectáculo de masas, siendo el futbol el dios de la era moderna; es el Becerro de Oro. Las masas pues siguen ancladas en el “pan y circo“ sustituido por ”cerveza y futbol”. El tenis es hoy también deporte de masas y en él voy a centrarme en primer lugar para tratar el fenómeno del “pan y circo”.
En 1972 nuestro compatriota Andrés Gimeno ganó el torneo de tenis de Roland Garros en Paris, tras ganar en la final al francés Patrick Proissy.
Recuerdo perfectamente aquel día con un sol espléndido y una temperatura casi veraniega de primeros de junio. Los parisinos aprovecharon el fin de semana para disfrutar en las playa de Normandia, o descansar es sus residencias secundarias en el ámbito rural, o simplemente disfrutar de los frondosos bosques que rodean la capital. A pesar de disputar la final un francés, el estadio registraba poco más de media entrada. Cuando terminó el partido el público francés se marchó rápidamente y yo bajé saltando las gradas hasta el terreno de juego para felicitar a Gimeno. Eso si que era libertad de movimiento algo impensable hoy ya que decenas de policías y escoltas velan por la ”paz“ de todos.
Este año, Rafael Nadal, 37 años después de Gimeno, defendía por quinta vez el titulo en el mismo escenario, pero todo había cambiado: el estadio estaba abarrotado, (las entradas para la final se venden todas de un año para otro) y el público había restaurado el ”pan y circo” Ya el otoño pasado Nadal fue pitado en Paris al retirarse por lesión, sin embargo no pitaron a Federer cuando también abandonó. Jugaba pues Nadal los octavos de final con el sueco Robin Soderling, poco amigo de Nadal por las desavenencias entre ambos. El público o la masa que asistió al partido no fue a ver tenis, fue al circo romano, a jalear, a propiciar el desenlace deseado: la muerte simbólica de Nadal. Nada importaba lo que hiciera: bueno, excelente jugada genial, nada seria aplaudido. Solo un reducido grupo de personas imparciales o españoles le aplaudían. La masa le silbaba, aplaudía sus errores, vociferaba con agresividad, querían que ”mordiera” el terreno de juego, la arena del circo, ese Conquistador de nuevo cuño que se atrevió a ganar cuatro veces consecutivas en una tierra que no era la suya. Nadal tuvo un mal día, con muchos problemas físicos. El sueco, al contrario hizo el partido de su vida. Didificilmente le volverá a salir un partido tan perfecto, siendo llevado en volandas por el público para que acabara con Nadal. Habia que consumar el acto final y así sucedió. Nadal perdió y se despidió caballerosamente. El público no. La masa jaleadora era feliz, había vivido su tarde de “pan y circo”. El jugador sueco jugó la final contra Federer al que no ofreció ni la misma resistencia, ni la misma combatividad, ni tuvo la misma suerte; simplemente le había servido el titulo en bandeja al suizo,y se le veía pletórico, más si cabe que el campeón. Un asunto interesante para los expertos en temas freudianos.
El otro deporte que encarna por antonomasia el “pan y circo“es el fútbol
Los gobernantes, como los Emperadores romanos, siguen entreteniendo las masas a través del futbol. Se han puesto todos los medios para globalizarlo, potenciando e introduciéndolo en Asia, donde se ha celebrado ya un Campeonato del mundo. El mismo planteamiento se lleva a cabo en África con su Campeonato Mundial el año próximo. En Norteamérica sigue en auge y poco a poco llegará a los países que aun se resisten. En España ya nacimos con el “pan y circo”. Durante la dictadura eran los toros y el fútbol; ahora es la ”cerveza y futbol” y se ponen todos los medios para que no decaiga.
El presidente del Barcelona, Laporta, acudió al Congreso de los Diputados, repartió carnets del club y se hizo la foto con los ministros y diputados forofos del Barca. El presidente del Real Madrid tira de talón y compra los mejores jugadores del mundo por cantidades astronómicas, y hay gran euforia entre los miles o millones de seguidores. El portero, Iker Casillas, viaja a África en misión humanitaria (cosa que le honra) y es recibido con entusiasmo por los niños que, ¡oh milagro! conocen todos los nombres de las estrellas del Madrid (Raúl, Casillas) y otros jugadores celebres de otros equipos, el circo les está servido, el pan vendrá después, o no. En el estadio Bernabeu cuarenta mil personas asisten para recibir al nuevo jugador Kaká, más del doble días después para recibir a Ronaldo. Andalucia registra un veinte por ciento de desempleados y en Sevilla salen a la calle entre cuarenta y sesenta mil personas para manifestarse contra el presidente del Betis Club de futbol. El diario más vendido es un diario deportivo, y asi. La liga comenzará, los lunes se hablará de futbol en espacios radiofónicos varias veces al día, se hablará en el trabajo, en el mercado, en el bar, en el quirófano, los jubilados, los ujieres, etc., etc.
Un personaje célebre dijo que la religión era el opio del pueblo. Me da la impresión que el futbol lo ha superado siendo las dos cosas a la vez.
A mi me gusta el futbol y si se tercia veo en la tele un partido de los llamados interesantes, lo mismo que veo tenis o motociclismo.
Lo que realmente me preocupa es que yo sin quererlo, tenga que participar en esta orgia de gasto desmesurado de compra y venta de jugadores porque al final, el dinero saldrá de algún lado. Mucho me temo que será como siempre; del bolsillo de todos. Por eso pido que me borren de este circo.
Félix.