29 abril 2017

La primavera zarceña


 
Poco a poco ha llegado, sin agua, con sol y calor a ratos, lo que contrasta con el año pasado por estas fechas cuando la lluvia era la compañera casi diaria.
Mal asunto para el campo sediento. Las flores están ahí, pero no se gozan porque les falta la savia que abunda cuando la tierra está jarta de agua.
Esto pinta sequia para este año. Ojalá San Isidro lo remedie, pero va a tener que emplearse a fondo, ya que San Marcos no dijo ni mu, y se fue como vino: con sol y viento para remate.
Por otra parte el refranero nos recuerda que “cuando marzo mayea, mayo marcea”, y todo apunta por ahí visto el repunte del frio, con el aire de arriba que lo seca todo.
Habrá que seguir la evolución de los huertos que andan parcos y engarañaos con tanto frio; al menos, para consuelo, la muestra que lucen los árboles frutales parece decente. Comeremos cerezas, peras y manzanas, que no es poco. Está claro que nunca llueve a gusto de todos, pero es que no llueve a gusto de nadie, porque no llueve. Me cachis… qué primavera.

 











20 abril 2017

La cabaña de Melquiades



Saco a colación la “cabaña de Melquiades”, al hilo de esta “Segunda Feria de la Piedra”, celebrada en nuestra localidad el sábado 15 de abril, tan exitosa por las actividades, tanto culturales como  gastronómicas.
Todos sabemos quién es Melquiades: quinto mío y, a modo de presentación, diré que hicimos la mili juntos, en Salamanca, y no olvido aquel día cuando me incorporé al cuartel donde él estaba ya , pues ingresó un reemplazo o dos antes del mío y por lo tanto era ya un veterano:” un abuelo”, decíamos. Ese día era costumbre hacer novatadas y, como recién llegado con los de mi reemplazo, habíamos de sufrir dicha vejación que siempre detesté por anacrónica, y sobre todo por lo que conlleva de humillación. Las susodichas novatadas las hacían mientras dormíamos. Cuando nos levantamos al día siguiente, se armó un revuelo de  mil demonios: a uno le faltaba una bota, a otro los cordones, otro se reía de su compañero al verle la nariz tiznada…
Le dije a Melquiades: “¡Qué suerte he tenido, me he librado!”.  Melquiades sonrió: “Cuando llegamos a tu cama uno iba a tiznarte la cara y le dije: “A este, ni tocarle, que es de mi pueblo”. Gracias, Melquiades.
Y tras este preámbulo llego a su cabaña, situada en la vertiente del rio, nuestro rio; en el Picón del Águila. Melquiades que no era arquitecto, como nadie en el pueblo, ideó el lugar y en su mente elaboró el proyecto para construirla, lo mismo que habían hecho nuestros antepasados construyendo casas y corrales de piedra, sin ser arquitectos, y ahí siguen en pie, tan jóvenes, aguantando temporales y lo que se tercie.
En el Picón del Águila y el Picón del Corzo se reunían a diario con sus rebaños de ovejas, Melquiades, José de la Emilia, mi hermano Isidoro y, con las cabriada del pueblo, Alejandro, que en gloria esté porque falleció demasiado joven.
No había cabañas en el entorno y era preciso construir una para protegerse de la lluvia y el frio, de modo que Melquiades tomó la iniciativa de construir una. Aprovechó un promontorio rocoso en la parte alta de la ladera para levantarla sobre un firme sólido. Pedruscos enormes y una peña fueron la base, pero no había piedra pequeña a la vista para seguir con la obra.
Tenían unos quince años. Alejandro y Melquiades unos diecisiete. Buscaban piedras más pequeñas en los alrededores, a veces a trescientos o más metros de distancia del lugar de la obra. A Melquiades y Alejandro, le ayudaban Isidoro y José a echarse  a las espaldas las piedras planas de entre veinte y veinticinco kilos. Estoy seguro que Melquiades llevaba la más pesada. Después, como penitentes, dicho sea con cariño, recorrían entre peñas y matorral la larga distancia hasta llegar a pie de obra. Así, día tras día, hasta que la bóveda quedó magistralmente cerrada.
Ya podían refugiarse al tiempo que desde aquel lugar se divisaba ampliamente el horizonte hasta el lecho del rio y el ganado era observado sin problema en sus desplazamientos. Grabado en la piedra de la entrada, en un lateral, está el año de construcción. No lo recuerdo, seguro que Melquiades sí. En todo caso fue, que yo sepa, la última cabaña que se construyó, hace ya unos cincuenta y tantos años.
Vamos algo maduritos ya.