30 diciembre 2017

Una mirada retrospectiva


                                      
 
 
 


Yo fracciono la vida, nuestra existencia, en tres periodos : el primero que va hasta los treinta años, el siguiente de los treinta a los sesenta, y el tercer tramo hasta los noventa, edad a la que se llega ya con mucha dificultad, siendo pocas veces superada.
No me duelen prendas decir que ando metido ya  en el tercer y último trayecto y quizás por eso, y porque me azuza Manolo a seguir  con estos relatos, me he despertado este 27 de diciembre, con ganas de escribir esta historia de nuestros antepasados y de mí mismo que soy el testigo de aquellos avatares.
Curiosamente, esta noche he soñado con tres personajes que fueron relevantes por distintos motivos: mi tío Andrés, el tío Doroteo y el tío José Manuel.
El tío Doroteo, como sabemos los del lugar, fue un excelente albañil “arbañil”, decíamos. Ahí están algunas de sus obras talladas en piedra que enmarcan ventanas y puertas de cantería adornada a base de cincel, como la casa de mi tío Olegario, y en el local del que fue telar, con la mano de una niña tallada en la piedra, entre otros adornos ingeniosos que se inventaba el tío Doroteo.  Era muy conocido por su tesón y capacidad en arrastrar y levantar sin ayuda, bloques de piedra que podían superar los cien kilos. ”Vale más la maña que la fuerza” respondía ante el asombro de quien lo observaba, con el cigarro medio apagado y vuelto a encender entre sus labios.
Era como sabemos la mayoría, de talla tirando a bajo y de complexión mediana, de ahí su mérito al maniobrar con las moles de piedra. Lo recuerdo muy afable, contándonos a los chavales chistes, adivinanzas  y refranes, que no era otra cosa que aleccionarnos para la vida, un mostrar las dificultades con las que habríamos de lidiar en ella, lo que demuestra su sabiduría y bondad: enseñar a modo de juego. Era muy ingenioso y los mismo que manejaba la piedra, construía una carreta, sin ayuda, un artesano cabal, riéndose de la vida con sus obras, que es como reírse de uno mismo, como  sólo saben  hacer los sabios.

Esta noche soñé con él y el tío José Manuel, marido de la tía Manuela “la calera”, porque vendía la cal para  barrar por dentro paredes y tabiques de adobe de las casas humildes que eran casi todas.
El tío José Manuel y el tío Doroteo, cuando llegaban los carnavales, eran los artífices de  innumerables antruejos, enredos y trucos  que se inventaban, adornando un carro de mulo con escobas de barrer, aperos y cacharros, calderetas, peroles, sartenes, cencerros, que iban tocando calle arriba y calle abajo para regocijo de los chavales, algunos subidos en el carro, a quienes iba dirigida la alegría de vivir y disfrutar con cualquier artilugio. Así eran ambos, ya entrados en años, en la segunda o tercera etapa, pero conservando el espíritu infantil, que a la postre, es el que más  nos hace disfrutar de la vida.

Por ser vecino de Los Llanos, barrio que compartíamos, lo recuerdo con gran afecto, siempre con el cigarro en la boca. Provenía de Cerezal de Peñahorcada, pueblo vecino y de un gran maestro cantero; el tío Urbano, con el que probablemente trabajó, levantando en Cerezal el frontón de pelota de sillares de granito, sin duda el  más espectacular y  bello de España, que es lo mismo que decir del mundo en este tipo de construcciones.
El tío Doroteo era un artista, inteligente y más astuto que la zorra que no se libró  de un  cantazo certero y mortal  en la cabeza. ¡Qué puntería!

—Ídevos a pedir con ella —nos  dijo a su hijo Paco (quinto mío) y a mí.
Cogimos la raposa atada por las patas y colgada a los hombros de un palo, y dimos la vuelta al pueblo como era costumbre, cosechando no pocos donativos en forma de legumbres, garbanzos, alubias, patatas etc; era la recompensa por haber acabado con semejante alimaña que merodeaba todas las noches por los gallineros en pos de una gallina fresca.
La historia del otro protagonista de mi sueño, mi tío Andrés, creo que alargaría demasiado el relato ,de manera que lo dejaré para el año próximo, es decir la semana que viene, a fin de no atosigar al lector.

25 diciembre 2017

Aromas de mis recuerdos navideños

                   
 
Aromas que van y vienen, que se fueron y vuelven, aromas navideños que en mi alma llevo, fragancias de mi pueblo, cuando el pueblo era pueblo, de gallinas picoteando en la calle, de perros buscando una guarida en un rincón para escapar del cierzo que soplaba arisco en una noche de perros, en aquellas noches de diciembre y enero, de ventisca y escarcha, de cálida Navidad y dorados Reyes.
Todo lo envolvían los aromas en aquellos días de escaso dinero, de ilusiones permanentes, de sueños repetidos, algunos muchas veces, pero al despertar del sueño tantas veces empeñado  en hacerlo realidad, se esfumaba la ilusión vivida durante la quimera que tan feliz me hacía, en aquella noches gélidas con el embozo de la sábana y mantas cubriendo la cabeza al calor de algún hermano, acurrucados como cachorros, feliz después de  encontrar  una moneda en el camino que me llevaba a casa, y después otra, y más adelante otra, y pensaba que alguien las había perdido, o tal vez no, y sospechaba que  quizás la tía Ramona, regordeta y de tez lechosa, viuda y con muchas perritas, las iba dejando caer para que yo, que la quería mucho, las fuese recogiendo, y al final del camino estaba ella con su vejez a cuestas su sayal hasta los tobillos y la faltriquera  a la cintura y me preguntaba otra vez : “¿Cómo te llamas?”, ella sabía cómo me llamaba pero en eso consistía el juego, y el sueño, el suyo y el mío,  y cuando le decía mi nombre ,yo añadía: “ para servir a Dios y a usted”,—era lo que esperaba oír—.  Entonces ella remataba la actuación diciendo por mí: “Y si tiene una perrita que me la dé”. Metía la mano en la faltriquera y me daba una perra gorda, 20 céntimos de aluminio, oro sin embargo para mí.
Ese era el juego navideño de la tía Ramona, que viví primero, y que perduró en tantas noches de felices sueños, juego que duró siempre mientras yo fui un niño y ella viuda adinerada: sueño del dar y recibir, hecho sueño en la realidad de un tiempo de estrecheces. Ella olía a requesón y a dinero, porque sus perritas llevaban la esencia del sueño navideño.
 
Recordando aquellos días, aquellas fragancias y sueños repetidos, me he ido a cantarle a los que fueron, también a la tía Ramona, a uno de los tantos chozos de piedra de mi infancia. Allí, recogido en aquel refugio cálido y pétreo, esperaba entorno a la hoguera con Pacho (que era pastor de ovejas con sesenta años y el zurrón a cuestas),  que amainase la lluvia, y él, bromista y bonachón, me decía cuando comenzaba a escampar: “Anda, sal afuera a ver si me mojo yo”, y reía , y yo ,un chiquillo, salía y le decía: “Creo que ya no se va a mojar”.
Para todos ellos que acunaron mi infancia, también para mis amistades y gente de buena voluntad, mi canción  con aroma navideño.

 

21 diciembre 2017

El árbol de Lorenzo


No sé si el árbol de Lorenzo es manzano, peral o cerezo, por ahí anda la cosa, aunque en el fondo poco importa, lo esencial es que el árbol de Lorenzo es un árbol frutal.
Como todos los frutales de hoja caduca, ha decidido invernar, despojándose de su frondoso traje primaveral. Cada cosa a su tiempo.  Pero hete aquí que llegando la Navidad, el árbol de Lorenzo, que es un árbol zarceño por excelencia, ha decidido florecer.
No es fácil florecer con estos fríos rigurosos, pero siempre hay una excepción a las reglas.
Esta mañana lo he visto deslumbrante, acariciado por los rayos de sol que se empeñan en que lo florecido perviva, dándole calor, luz y colorido destellante.
De sus ramas penden los frutos, que son frutos navideños, frutos que invitan al regocijo, que renuevan la ilusión, que proclaman la llegada del Mesías.
Los gorriones y mirlos no asaltan estas ramas, respetan el  fruto que ha surgido de repente como algo sagrado. Y poco menos que sagrado es el árbol de Lorenzo cuando no atendiendo a las reglas de la Naturaleza se engalana para celebrar a su manera la Navidad.
El árbol de Lorenzo no es un árbol cualquiera: es el árbol navideño, es el árbol de la fraternidad que se engalana cuando los demás duermen su letargo invernal.
Larga vida, pues, a él y ¡feliz Navidad!

07 diciembre 2017


MAÑANA DE MOCO DE PAVO
Ayer,dia de la Constitución el campo de mi pueblo se vistió de gala,de novia, aunque la Carta Magna más que novia es ya abuela, así que me fui al campo a celebrarlo y capté esta imágenes para que sus Señorias, nuestros representantes,dicen ellos, se enteren de que la gente del campo tiene que sortear estas mañanas gélidas,y las ovejitas sufriendo para darnos la leche, y sin caer una gota de agua. Habrá que beber vino a falta de agua