27 mayo 2012

La puerta florida


Decía Oscar Wilde que los escogidos son aquellos para quienes las cosas bellas solo significan belleza. Lo que está claro es que no se necesita tener alma de artista para comprender la belleza de las flores, porque mirando esta puerta, la belleza salta a la vista.
Y esta flores llegan con la primavera para adornar esta puerta donde ya nadie entra ni sale. La puerta se ha quedado bloqueada y como tal morirá, pero las flores se empeñan en darle ánimo, aroma y colorido.
Estas flores tiesas y orgullosas de estar donde siempre soñaron estar, parecen decirle a la puerta trancada, rígida y muda:”Aguanta cuanto puedas que la primavera próxima volveremos.”
Flores y puerta, puerta y flores, seguirán abrazándose cada primavera como los amantes que un día se casaron prometiéndose fidelidad hasta que el destino los separe. ¡Que así sea! 
Félix.

07 mayo 2012

El sentido del tacto


Sabemos que se puede vivir sin ver, también sin oír, tampoco la ausencia de olfato nos impide vivir y probablemente sin el sentido del gusto lo mismo, pero ¿y el sentido del tacto?, ¿se podría  vivir sin él? Yo creo que seria imposible, si consideramos que es el centinela y guardián del organismo.
Sea como fuere, sospecho que el sentido del tacto es al menos tan  importante  como los cuatro restantes, y vital  para el equilibrio integral de la salud del cuerpo como un todo. Sentimientos y sensaciones fluyen pues sin cesar a través de las manos como máximo vector de este sentido
Es conocido la imposición de manos en infinidad de culturas y de ritos desde los más remotos tiempos. Quien no recuerda durante su infancia la mano de la madre sobre la frente para calibrar la fiebre, o tras un golpe sufrido para atenuar el dolor, o realizar unas friegas par aliviar, por citar solo tres ejemplos.
Mi experiencia en el ámbito profesional puede corroborar la importancia y  cualidades de este sentido a menudo ignorado o minusvalorado.
Cuando desembarqué en Paris sin conocer una pizca de francés, comencé a trabajar en un quirófano como celador, es decir que conducía los pacientes  en la camilla desde su habitación hasta el quirófano y viceversa. Con el paso del tiempo aprendí francés y subí en el escalafón profesional encargándome ahora de preparar todo lo necesario para cada intervención quirúrgica.
Ante una intervención quirúrgica  a todos, en mayor o menor medida, nos asedia un cierto nerviosismo o ansiedad como humanos que somos. Lo sé por experiencia ya que me tocó pasar por la mesa del quirófano por crisis de apendicitis. En el quirófano siempre me colocaba en la cabecera del paciente intentando animarle con unas palabras mientras el anestesista inyectaba en vena el anestésico. Casi siempre, los pacientes, a pesar de habérsele administrado previamente un tranquilizante, su mirada reflejaba una cierta y lógica inquietud. Pensé que las palabras de ánimo eran insuficientes y opté, desde que el anestesista se disponía a inyectar el anestésico hasta que  el paciente se dormía, tomarle la mano, mientras sus brazos permanecían  estirados sujetos a la mesa mediante muñequeras para que no se movieran durante la intervención. Pero no las tenía todas conmigo, pues mi gesto podía ser malinterpretado, básicamente por algún hombre que podía tomarlo como un gesto de tocamiento. De modo que debía ser cauto y tener mucho tacto para no importunar. Con las mujeres no era lo mismo,  ninguna expresaba el mínimo rechazo, más bien todo lo contrario.
De modo que cuando le tomaba la mano antes de  dormirse, a menudo me devolvían una mirada de agradecimiento, otras veces su propia mano me transmitía este sentimiento apretando la mía. Recuerdo que en más de una ocasión era tanta la tensión acumulada que la paciente me apretaba y apretaba  hasta no poder más. A las que notaba con mayor angustia, sobre todo cuando se sometían a una intervención de mama por algún tumor maligno, le  colocaba la otra mano sobre la frente hasta que se dormía, Pude comprobara que en estos casos era muy importante pues  siempre se despertaban  según el estado de ánimo con que se habían dormido, y no era extraño ver como en algunos casos se despertaban llorando. Yo sabía que mi gesto las reconfortaba y no esperaba nada a cambio. Sin embargo, un buen día,  una señora me llamó a su habitación. Me acerqué a su cama. Me tomó la mano y me dijo:” no puede imaginarse  cuanto me ayudó a superar la angustia al tomar mi mano, vi el cielo abierto, es una sensación difícil de expresar con palabras lo que le agradezco de todo corazón”.Le dije que no tenia que agradecerme nada, que era una actitud normal y que no era ningún mérito. Cuando se marchó me regaló una  caja de chocolates exquisitos. Fueron muchas las anécdotas y manifestaciones de agradecimiento por este gesto. ¿Como se puede permanecer impasible y dejar a una persona sola con su angustia en ese viaje a lo desconocido mientras  mira al techo o a la enorme lámpara encendida, descubriendo a su alrededor una parafernalia de utensilios listos para explorar sus entrañas?
En otra ocasión, pletórico de juventud y de fuerza, cogi en mis brazos a una paciente de unos cincuenta años recién operada, para pasarla de la camilla a su cama. En ese preciso instante abrió los ojos y se despertó. Ayudado por la enfermera la colocamos confortablemente y me marché. Ya casi recuperada pasé por su habitación con la enfermera y bromeando sobre su intervención intestinal ,bastante compleja, aprovechó para decir:”He tenido el despertar más feliz de mi vida viéndome en brazos de un joven con ojos azules que  me atendió y me reconfortó  con su mano sobre mi frente para decirme que todo había salido bien”.Se trataba de una famosa pintora de cuadros con un pasado fantástico, pues en su adolescencia había sido sirvienta .Más tarde con el salario conseguido se inició en la academia de Bellas Artes donde se licenció. Nos invitó a cenar en su casa; un lujoso piso céntrico en Paris. Me pidió que eligiera un regalo. Le comenté que me gustaría que me pintara una rosa amarilla con un fondo oscuro en un cuadro pequeño. Un buen día acudió al centro hospitalario para regalármelo. Lo guardo como una reliquia  fruto de un pasado compartido con personas extraordinarias.
No tuve la misma experiencia en los hospitales de Madrid cuando regresé a España; el ambiente era distinto. Intenté hacer lo mismo en el quirófano pero yo percibía miradas oblicuas cuando estaba junto a la paciente, mientras ella escuchaba sin embargo:”Preparar la aspiración, calentar los sueros, sacar las tijeras largas ¡oye, qué paliza le dimos al Atlético!, risas…” y la paciente sola, en medio del mundo, pero sola. No frecuento los quirófanos desde hace  más de quince años, y espero que todo haya cambiado para mejor.
Tengo claro que el sentido del tacto, objeto de este relato, uno de los sentidos  más extraordinario por la inmensa capacidad  que atesora para procurar el bien, es el único capaz de prescindir de todas las palabras del mundo para conseguir con un simple gesto transmitir lo más profundo del ser humano que es el respeto y el amor hacia el otro.   Félix.

06 mayo 2012

Las fotos del día.

En una ciudad como Madrid, siempre hay algo donde dirigir la mirada y distraerse con lo que desfila en cada momento y, si uno se encuentra en el momento justo en el lugar adecuado, pues estupendo. Así que esta mañana me encontré con estas imágenes que subo al blog y, otras muchas, que quedan para el archivo. Espero que disfrutéis tanto como yo.  Félix

05 mayo 2012

El tema del día


Esta mañana de sábado me he acercado a comprar el pan en una tienda al lado de mi casa, muy concurrida porque sus productos, también de pastelería, son de  muy buena calidad. Me pongo a la cola y el señor que está detrás, de unos setenta años me toca en el brazo, sin duda porque tenia ganas de charlar con alguien y me dice:” en mi pueblo...Le corto enseguida para preguntarle de qué pueblo es. De Valverde de la Vera, provincia de Cáceres. Buena tierra, le digo….” Bueno, como le decía, en mi pueblo los labradores sufrían cuando había sequía o algún contratiempo climatológico porque temían por la cosecha, por el trigo, sobre todo, porque si no había trigo no había pan. Y mire usted, ahora cuando veo tanto surtido de pan de mil formas en las estanterías yo me digo, de donde viene tanta harina, porque con sequía o sin ella el pan no falta. ¡Que tiempos aquellos, cuanta miseria! ,dijo con tristeza como si estuviera viviéndolo. A mi lo del campo, sequia o no, apenas me afectaba porque era zapatero. Ahora veo que sobran zapatos por todos lados. 
-Pero aquella materia prima con que hacia los zapatos, era de excelente calidad, no como ahora que mucha es derivada del petróleo, le digo. Mucha cantidad pero calidad no tanta, añado.
-Tiene usted razón. Yo compraba la goma y el cuero y tenia cuatro empleados, o sea que trabajo no faltaba. Pero el dinero no circulaba y muchos tuvieron que emigrar a Alemania y a otros lugares, yo mismo me vine a Madrid.
-¿Y por qué se vino si tenia mucho trabajo?
-Mire usted, porque la gente pagaba a plazos, pagaba mal .Hice muchos botos camperos, de todo y tardaba en cobrar, y mientras tanto tenía que comprar el material para trabajar. Nada, una miseria, todo. Mire, muchos se marcharon a Alemania y me dejaron a deber setecientas pesetas, otro más, otros menos. Lo que estoy esperando es que después de regresar de vacaciones estos emigrantes, que muchos ya han jubilado y están en el pueblo me digan:”Joaquín, toma las setecientas pesetas que te dejé de deuda”.Nada, para eso nadie aparece. ¡Que las setecientas de entonces son unos miles de ahora! Pero ni una perra chica volví a ver.
Me quedo pensativo, y le digo: Joaquín, han pasado cincuenta años largos de  aquella, ¿verdad? Y mire usted, seguimos en la misma. Hay miles de españoles que vuelven a Alemania y miles  de cara duras que no pagan las deudas, ni las empresas públicas ,ni privadas ,y muchos pierden los negocios y sus ahorritos y están al verlas venir. Que ahora tiene más delito, porque entonces se debía por pura supervivencia, pero ahora es por pura avaricia ¿Que le parece ,Joaquín?
Se queda pensativo y me dice: ¡Cuantas cosas tiene uno que ver  en este mundacho!               Félix.