14 diciembre 2008

Tiempo de brasero

El otro día pasé por mi calle, la que fue mía y de quienes jugábamos en ella durante la infancia. Es la más ancha, o casi, y fue la más bonita porque, aunque no tenía nombre, ni lo necesitaba, terminaba en una plaza, también sin nombre, adornada con una enorme peña en el centro que nos servía de escenario donde improvisábamos todo tipo de juegos, teatro y pantomimas al aire libre cuyas funciones se sucedían cada noche de verano bajo la luz tenue de la única bombilla que colgaba del poste de la plaza. Entonces alegrábamos la calle unos veinte chavales. Hoy sólo quedan: Agustín, Salvador y José Luis, quinto mio, y con ellos, cada día, la calle recobra su vida. Agustín nos deleita con su directo Zarza y Salvador prepara los mejores braseros.
Y a eso iba, a los braseros. Cuando llego a la Zarza, no sé por qué, siempre paso por mi antigua calle. Así que, el otro día me detuve al ver el brasero que Salvador estaba atizando con todos los bártulos necesarios para dicha tarea. Esa mañana brillaba el sol pero la temperatura era engañosa; agradable al sol y frió a la sombra, algo habitual por estos lares en noviembre. Por estas fechas el frió se mete en las casas y ya no sale hasta el verano de modo que el brasero es un elemento indispensable para combatirlo.
Me llena de satisfacción cuando descubro alguna obra de arte realizada por cualquier persona en el ámbito rural. Hay mucho arte y muchos artistas, claro, que plasman sus obras, a veces, en las cosas aparentemente más anodinas, al filo de los días, según las circunstancias. En este caso, la preparación del brasero es como tener el museo en plena calle porque los utensilios para prepararlo estaban allí, en la calle, expuestos sin pretensión alguna. Así que me paré al ver a Salvador atizando el brasero y Agustín conversando con él. Propuse a Salvador hacerle una foto en plena faena, pero rechazó mi oferta. Entonces me centré exclusivamente en los trastos que parecían estar esperándome para la foto.
Normalmente el brasero se llena de cisco y este se prende con brasas. Salvador en este caso estaba quemando unos troncos de escoba. Después de terminar la combustión las brasas forman ya parte del rescoldo uniforme y el brasero está ya listo para ocupar cualquier dependencia de la casa. Ahí están los utensilios necesarios: cubo para recoger la ceniza, badil, tenazas y la alambrera para cubrirlo y evitar que el gato se chamusque el pelo, entre otras cosas. El museo en la calle.
Gracias Salvador. Félix

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto que un simple brasero en una pequeña obra de arte, pues el hacerlo tiene su miga, su técnica; hay que entenderlo. Si solo se echa sin más el cisco sobre las brasas puede pasar que se apague ó sino quemarse en un pispás; se tiene que cubrir de ceniza para que el calor no se escape rápidamente y ayude a prender el cisco. Y luego al removerlo, si no se hace bien dura poco.
Aunque se va usando menos, es muy socorrido para templar la sala de estar, destino habitual de este accesorio.
El cisco normalmente se compra, hay todavía mercado, pero antes se hacía con zarzales, cuanto más grandes mejor y con bardas; el de zarzales duraba menos pero daba mucho calor. Tradiciones que se van perdiendo.
Agustin

Manuel dijo...

¿Dónde estaba ese brasero ayer por la tarde que no lo vi por ninguna parte? Con motivo del entierro de Anastasia, después del funeral, la comitiva se dirigió por la carretera (la calle en obras) al cementerio. ¡Qué frío!, en lucha con el calor del acompañamiento a los familiares ¡Qué aire! ¡qué frío!
No recuerdo la última vez que haya sentido un frío semejante; tendría que remontarme, quizá, a aquellos años de niño, de fríos intensos, nevadas copiosas y los niños, perdón, los muchachos en la calle en pantaloncito corto (¡qué cosas!).
Luego en casa de mi hermano, mis manos empezaron a reaccionar, en las yemas de los dedos sentía un hormigueo propio de la reacción de que aquello iba camino de la congelación. Repito que en mucho tiempo no he sentido un frío así, como aquellos días en la escuela en los que no podíamos coger el palillero de la pluma y escribir nada pues no teníamos tacto en las manos debido a la congelación.
¿Dónde estaba ese brasero?. Sin duda que en su sitio, cumpliendo su cometido, en la sala de Salvador bajo las faldillas de la camilla. Si lo hubiera sabido…

Anónimo dijo...

Agustín´siempre estás al quite,lo que es una suerte pues añades detalles fundamentales en torno al brasero que ya ni recordaba.Nunca he preparado un brasero porque siempre lo hizo y lo sigue haciendo mi padre.Lo que si recuerdo de pequeño es la lección de mi abuela:"el brsero se remueve así,hincando la badila ligeramente desde los bordes hacia el centro".Entonces se resquebrajaba y aparecian las grietas incadescentes como la lava de un volcan vista de noche,o sea, un volcan en miniatura.Todo un arte aplicado a la economia.Hacer el cisco también tenia su aquel.Tras la combustion completa de las bardas o zarzales habia que apagarlo con agua evitando que quedara húmedo al final .Nada facil Félix.

Anónimo dijo...

¡¡Pero hombre Manolo:!! ¿Cómo es que pasaste tanto frío?. ¡Pues si sólo con pensar en la foto que hizo Félix al brasero se calienta uno!. Mira: Nada mas abrir la foto, ya desprende calor…. Pero si da gana de retirarse para atrás al ver esa llama tan natural. ¡Como arden los escayabones ¡ Da gana de coger las tenazas para atizarlos.
(Paco)

Anónimo dijo...

Ya ves Félix el jugo que se le puede sacar a una instantánea. Casi un parte meteorológico de Manolo; Agustín nos alecciona con la artesanía del brasero y el calor vuelve de nuevo con Paco.
Nuestra tierra es de un frío soportable, y sano. El de aquí es húmedo. Pobre de aquel que sufra de huesos u articulaciones; por mucho balneario que haya cerca las pasa canutas
Ahí, de muchacho, al ir a escuela, metíamos una brasa y la volteábamos dentro de la bota de goma, la de patear los charcos y romper el carámbano; luego en la calle, armados con una lata de conservas a modo de brasero, sujetó a un asa grande de alambre, girábamos como un tiovivo humeante hasta que la estela roja coronaba sobre nuestras cabezas.
Dicen que la amistad no tiene edad, puedo dar fe. Kiko, rondaría cerca de los 70, pero fue un gran amigo. Me enseñó a pescar barbos y me daba sabios consejos. Un día, al otro lado de la ladera donde se encuentra hoy la Playa del Rostro, hicimos cisco. Allí, sobre un claro del paredón, acarreamos escobas y retamas de carrasco y olivo. Dimos forma piramidal a la montonera de leña. Recuerdo que la cubrimos con tierra.
Para un crío, en aquel lugar, propenso al contrabando y sus leyendas, el humo que salía en delatadoras bocanadas de rojo calcinado cargaba el ambiente con un halo de brujería. No recuerdo si el tío Kiko apartó la tierra al terminar o si la introdujimos en los sacos.
Sobre el tufo de los braseros también hay episodios interesantes. Esa agradable, y a la vez funesta, somnolencia que a más de uno-a le dio un buen susto. Hoy escuchamos que en tal o cual ciudad muere gente por el monóxido de carbono inhalado que desprenden estufas o braseros. Por tanto, a los del pueblo, me permito una sugerencia: airear bien los braseros para evitar percances sin remedio. Salva