Estamos a últimos de noviembre de 2009 y la mañana en Madrid se presenta soleada y algo fresca. Voy a meterme bajo el suelo, no para hibernar como una marmota, aunque no me disgustaría, sino para desplazarme en el metro. Ahi abajo a las diez de la mañana, aunque no es hora punta, hay gente que sigue con cara somnolienta, otros soñando de verdad, otros con tanta prisa que no tienen tiempo de soñar, y así va moviéndose esa masa humana que da vida al mundo suburbano.
Subo al metro y me siento, procurando encontrar el ritmo que requiere la nueva jornada. De pronto se oye una voz: ”buenos días, voy a cantarles una canción esperando no molestarles y deseándoles que pasen un buen día”. El chico aparenta unos veinticinco años. Con una gorra visera gris y su guitarra, entona una canción melódica, muy relajante. La he escuchado muchas veces en una cinta de Roberto Carlos. En el vagón fluye la calma, la música se adueña del ambiente. Una señora prepara una moneda para ofrecérsela cuando acabe de cantar. El convoy entra en la siguiente estación y el chico, bruscamente, interrumpe la música. Nos ha dejado con la miel en la boca. Raro, todo muy raro. Se para el metro y como por arte de magia en el andén, frente a la puerta donde está el músico, aparece una agente de una empresa de seguridad con su uniforme color café, con unas esposas de niquel destellante que cuelgan de su cinturón por encima de sus posaderas y otros artilugios de ”defensa” acarician sus muslos. Por un momento pienso que los servicios secretos españoles han recibido un chivatazo y dieron con el objetivo. La agente conmina al chico a salir. El chico sale resignado y sin mediar palabra, con su guitarra y su canción sin terminar. Me fijo bien en su guitarra pensando que podría ser una falsa guitarra hecha de algún producto peligroso, prohibido, que su armazón conllevara algo ilegal. Pero no. Es una guitarra de madera barata, usada y con grietas, como cualquier guitarra vieja. ¿Y si fuera un arma peligrosa diseñada por el agente James Bond? Pues tampoco lo parece, ni sus cuerdas ni su mastil, nada. Se trata simplemente de una guitarra que, como todas, puede hacernos más llevadera la vida agitada en la que estamos inmersos.
¿Entoces? ¿Tanto molesta la música? Parece que si. Ya he presenciado otros episodios parecidos en el metro. Bueno chico, pues buena suerte, le digo sin que me oiga, cuando se marcha cabizbajo delante de la agente, probablemente orgullosa de cumplir órdenes. Y es que ahí andamos unos y otros; cumpliendo órdenes, algunas muy desordenadas y otras sin sentido, pero son los nuevos tiempos. Te tienden la trampa haciéndote creer que puedes acceder a todo: a una vivienda, a un coche, a un televisor de plasma y cuando te das cuenta que no es cierto, ya es demasiado tarde, los créditos te aprietan y solo te queda ya la posibilidad de acatar ordenes, cumplir órdenes, andar a la pesquisa del músico en el metro, o lo que sea menester. Ordenes, órdenes, que hay que comer, hay que poner “orden”, así lo ordena quien manda.
La señora del metro se quedó con la moneda en la mano y cambió su destino altruista; pienso yo. Y todos en el vagón nos quedamos sin música. El metro sigue su rumbo ajeno a estos avatares. La gente continua por los pasillos con su frenesí; corriendo, mirando el reloj, esperando; ¡ojo con la cartera!, que nadie se apriete mucho por si acaso, aquí cada cual va a lo suyo, y así hasta salir a la superficie. Arriba, en la calle, las luminarias anuncian la Navidad, el alcalde asegura que se ahorrará energía con las bombillas de bajo consumo y se despliega ya toda la parafernalia comercial, todo estará listo para que seamos felices en estas fiestas navideñas. A mi y a otros cuantos nos birlaron ya un momento de felicidad. No necesito que me ofrezcan la Navidad para tal cosa. La felicidad puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar.
¡Que no me la quiten! Félix.
Subo al metro y me siento, procurando encontrar el ritmo que requiere la nueva jornada. De pronto se oye una voz: ”buenos días, voy a cantarles una canción esperando no molestarles y deseándoles que pasen un buen día”. El chico aparenta unos veinticinco años. Con una gorra visera gris y su guitarra, entona una canción melódica, muy relajante. La he escuchado muchas veces en una cinta de Roberto Carlos. En el vagón fluye la calma, la música se adueña del ambiente. Una señora prepara una moneda para ofrecérsela cuando acabe de cantar. El convoy entra en la siguiente estación y el chico, bruscamente, interrumpe la música. Nos ha dejado con la miel en la boca. Raro, todo muy raro. Se para el metro y como por arte de magia en el andén, frente a la puerta donde está el músico, aparece una agente de una empresa de seguridad con su uniforme color café, con unas esposas de niquel destellante que cuelgan de su cinturón por encima de sus posaderas y otros artilugios de ”defensa” acarician sus muslos. Por un momento pienso que los servicios secretos españoles han recibido un chivatazo y dieron con el objetivo. La agente conmina al chico a salir. El chico sale resignado y sin mediar palabra, con su guitarra y su canción sin terminar. Me fijo bien en su guitarra pensando que podría ser una falsa guitarra hecha de algún producto peligroso, prohibido, que su armazón conllevara algo ilegal. Pero no. Es una guitarra de madera barata, usada y con grietas, como cualquier guitarra vieja. ¿Y si fuera un arma peligrosa diseñada por el agente James Bond? Pues tampoco lo parece, ni sus cuerdas ni su mastil, nada. Se trata simplemente de una guitarra que, como todas, puede hacernos más llevadera la vida agitada en la que estamos inmersos.
¿Entoces? ¿Tanto molesta la música? Parece que si. Ya he presenciado otros episodios parecidos en el metro. Bueno chico, pues buena suerte, le digo sin que me oiga, cuando se marcha cabizbajo delante de la agente, probablemente orgullosa de cumplir órdenes. Y es que ahí andamos unos y otros; cumpliendo órdenes, algunas muy desordenadas y otras sin sentido, pero son los nuevos tiempos. Te tienden la trampa haciéndote creer que puedes acceder a todo: a una vivienda, a un coche, a un televisor de plasma y cuando te das cuenta que no es cierto, ya es demasiado tarde, los créditos te aprietan y solo te queda ya la posibilidad de acatar ordenes, cumplir órdenes, andar a la pesquisa del músico en el metro, o lo que sea menester. Ordenes, órdenes, que hay que comer, hay que poner “orden”, así lo ordena quien manda.
La señora del metro se quedó con la moneda en la mano y cambió su destino altruista; pienso yo. Y todos en el vagón nos quedamos sin música. El metro sigue su rumbo ajeno a estos avatares. La gente continua por los pasillos con su frenesí; corriendo, mirando el reloj, esperando; ¡ojo con la cartera!, que nadie se apriete mucho por si acaso, aquí cada cual va a lo suyo, y así hasta salir a la superficie. Arriba, en la calle, las luminarias anuncian la Navidad, el alcalde asegura que se ahorrará energía con las bombillas de bajo consumo y se despliega ya toda la parafernalia comercial, todo estará listo para que seamos felices en estas fiestas navideñas. A mi y a otros cuantos nos birlaron ya un momento de felicidad. No necesito que me ofrezcan la Navidad para tal cosa. La felicidad puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar.
¡Que no me la quiten! Félix.
4 comentarios:
Imagino que esos momentos de felicidad, a mi me consta, muchos de ellos te llegan en tus estancias en La Zarza. Atisbos de Felicidad, QUE NO TE LOS QUITEN, Que no nos los quiten.
-Manolo-
26.11.09
Séneca dijo...
Gracias Felix por tu visita y tu comentario.
Tu si que vales! me gusta tu blog y lamento no conocer bien esa zona, menos mal que poco a poco, a través de lo que escribes la voy conociendo.
Comentario para Félix en blog de Manolo, entrada: Vistas a pie de calle.
Félix, completamente de acuerdo. Dicen que la música amansa a las fieras. Por lo que cuentas, muy bien por cierto, no fue así esa mañana.
Me fijo en una cosa que no encuentro lógica y parece normal.
La gente puede ir embutida como sardinas enlatadas pero la comunicación escasea y cada cual lleva la feria como buenamente puede.
Porqué nadie salió en defensa del músico. Eso es preocupante, todos parecemos extraños y nadie se implica. ¿Cobardía?,¿Pasotismo?.
Sea por la razón que sea la reacción de cada individuo se ha de respetar. Sin embargo yo pregunto:¿Qué daño hacia el músico si aportaba unos instantes de felicidad?.
Supongo que deberán pagar alguna tasa para poder actuar, y el músico no tendría ese permiso, sin embargo que diferentes sensaciones habría dejado ese incidente si hubiera terminado su canción porque el guardia tuvo a bien permitirse ese día un poco de flexibilidad.
Saludos. Salva
Momentos de felicidad en La Zarza¡cómo no!Para mi es uno de los paisejes más bonitos del entorno aunque despues de la concentración parcelaria haya perdido parte del encanto salvaje de antaño.Dices Salva ,que nadie protesta;pues no.La sociedad nuestra está bastante acomodada,
anestesiada,amordazada,y no existe la cultura de la protesta.En cierta ocasión presencié el desalojo del vagon de un músico rumano que tocaba magistralmente el acordeón,por nada menos que tres de estos que llamamos guardas
que lucen algunos muy presuntuosos su uniforme.Le pregunté a uno que qué habia de malo que tocase en el metro y se despachó con un argumento peregrino:"es que esta gente roba"No sé quien roba más en este pais,le dije,y ahi acabó todo.
Tu protestas y te quedas solo con la gente mirándote como si fueras un extraterrestre.
En Paris,desde hace ya muchos años hay que solicitar una autorización para tocar en el metro.Supongo que será para controlar el tema y que no haya abusos.Hay auténticos artistas que te hacen disfrutar de su talento, por la voluntad.
En cierta acosión,cuando aun se podia tocar sin autorizacion en
Paris,no pude menos de matar el gusanillo de tentar esa experiencia.Con un amigo de León,Antonio,al que he perdido de vista,nos presentamos en una estación importante donde habia varias correspondencias.Nos ubicamos en un pasillo cercano al andén del metro.Tú toca,me decia que yo te echo la primera moneda.
Comencé a cantar ,no muy suelto,unas canciones españolas.Serian las cinco de la tarde.Llegó el primer aluvión de gente que salia del metro y se dirigia presurosa para hacer trasbordo o salir a la calle.
Cayeron las primeras monedas.Inmediatamente comprobé un fenómeno que se repetia con la gente que bajaba del metro.Habia tres grupos bien diferenciados:El primero compuesto por gente que salia del vagón escopetada,corriendo para enlazar con otra dirección.el segundo,el más numeroso,por gente que iba a buen ritmo pero sin prisa,y el tercero,el menos numeroso,los rezagados que no tenian prisa alguna.Los segundos y sobre todo los terceros eran los que disfrutaban de la música y los que te daban la propina.La secuencia se repetia de forma calcada a cada llegada del metro.Curisidades.Un joven elegantemente vestido,recuerdo sus zapatos beis casi blancos,me dio una moneda equivalente a cinco centimos de euro,y estuvo un ratito escuchando.Otra joven elegante a cortar el hipo se colocó al lado,abrio su libro y permaneció un rato alli leyendo.Un japonés de los rezagados me dio una buena propina,y finalmente unos turistas de Granada me dieron la mejor propina.Creo que era un lugar idoneo para hacer un estudio social sobre el comportamiento de las masas en el metro.Fue una experiencia fantástica. Félix
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