23 julio 2010

La niña de tez canela

El último domingo de junio el cielo madrileño amaneció encapotado y al calentar menos, aproveché para fundirme en la muchedumbre abigarrada y cosmopolita que deambula en torno a la glorieta de Cuatro Caminos. De pronto me crucé con un grupúsculo de niños y niñas custodiados por dos adultos jóvenes. Me percaté de que una de las niñas de unos diez años era mi vecina, que hasta hace unos días vivía con sus padres en casa de su abuela, debajo de la señora María; más atrás cerraba el grupo otra hermana de unos siete años la cual, al verme, y antes de que yo me enterase de su presencia, me dio con su mano un toquecito cariñoso en mi brazo. ¡Hola!, ¡no te había visto! , le dije sonriendo. No me contestó pero en el brillo de sus ojos se leía su respuesta:”No te digo nada, no es porque no quiera, es que algo en mi interior no me deja expresar mis sentimientos desde aquella noche en que mis padres se disputaron y rompieron la loza y unas sillas y entonces a la una de la noche, mi madre nos cogió de la mano y marchamos a dormir en la calle de al lado, en casa de unos amigos, y aunque no te diga nada me alegro de verte”. Su hermana mayor, de unos once años, arrastra en su comportamiento introvertido y huidizo el trauma ocasionado por las continuas trifulcas de sus padres y la ausencia periódica de su padre por motivos poco “católicos”…
Son inmigrantes del otro lado del charco, y vecinos desde que vivo aquí. Unos tres metros separan su ventana de la mía en el hueco del patio. He pasado infinidad de momentos charlando con las niñas de ventana a ventana, divirtiéndome tanto como ellas, pero sobre todo con la pequeña, de tez canela, que es más juguetona. La familia sigue creciendo y tienen otra hermana para seguir jugando.
¿Por qué los niños tienen que ser las victimas inocentes de la falta de sensibilidad de los adultos y de padres irresponsables? ¿Cuales son las causas de tanto desvarío? ¿Por qué las sociedades consideradas ricas y avanzadas, como la nuestra, no protegen más la fragilidad de los niños ante situaciones indeseables? Los interrogantes serian interminables al respecto. Y ocurre que en el siglo XXI y en sociedades llamadas civilizadas, no se le da una respuesta adecuada a estos problemas sociales, invirtiendo sin embargo, cantidades ingentes de dinero en temas de ocio y despilfarro, por qué no decirlo, para seguir creyendo que vivimos en un mundo maravilloso.
Vivimos en el primer mundo, otros viven en el llamado segundo o tercero o tercermundista. Da lo mismo las etiquetas. En todos hay niños que sufren, y en ninguno ellos son culpables de lo que les ocurre. En el Tercer mundo los niños pasan hambre y muchos mueren acosados por la hambruna, la explotación y las enfermedades. A la mayoría no les falta el cariño de los padres pero es insuficiente.
En el Primer mundo, el nuestro, los niños están más gorditos, a veces demasiado y, sin embargo, esta necesidad básica tampoco es suficiente ya que a muchos les falta la otra: el cariño y el equilibrio psicológico. Hambre allí, pena y trastorno aquí.
Me he alegrado esta mañana cuando me crucé con mi ex vecina, la niña de tez canela que me dio disimuladamente un golpecito cariñoso en el brazo, mientras en sus ojos brillaba una luz de esperanza.
Hay lenguajes más claros, más profundos, más expresivos, que transmiten más emociones que la mismísima palabra.

Este relato hubiera acabado aquí si no me hubiese encontrado de nuevo con la protagonista días después.
Uno de los días que prestaba mis servicios en el botiquín de una piscina municipal, próxima al domicilio, me encontré con un grupo que acudía a bañarse y me llevé una grata sorpresa cuando la niña de tez canela, acompañada de su hermana me saludó ufana. Me senté en el banco a su lado. El otro día te hablé cuando ibas con tu grupo y no me dijiste nada –le dije, para iniciar la conversación. Se quedó mirando al suelo, pensativa. Después de un largo silencio, poco a poco se fue desinhibiendo y comenzó a contarme las actividades del grupo así como otros proyectos con salidas al campo. Después de haber charlado un rato distendidamente la dejé que siguiera con sus compañeras/os disfrutando de su particular universo, y me despedí. Me dio un beso, lo que interpreté como un gesto de total confianza y cariño. Pocos días después, cerca de mi domicilio, al doblar una esquina me encontré de sopetón con ella. Alzó los brazos al cielo, y sin que me diera tiempo a reaccionar, con una rapidez felina, se lanzó a mi cuello para agasajarme con un abrazo entusiasta ante la mirada de su madre, su abuela y su hermana mayor. Reconozco que me ruboricé un tanto por tan efusivo como inesperado saludo .Acto seguido, su madre me comentaba que le había dicho que me había visto en la piscina vestido de blanco.
Si, mamá, era Félix.
¿Qué Félix?
El vecino, mamá, insistía mi hija. Y en ese plan estuvimos un momento parloteando. Nos despedimos habiendo reforzado un poco más nuestra amistad. Nos hemos vuelto e encontrar en la calle y siempre me ofrece un cariñoso abrazo.
Me alegro de que deje fluir sus sentimientos y relegue a lo más profundo de su mente esos momentos que le robaron de felicidad, aunque en realidad, haya secuelas difíciles de borrar.
Queda claro que el cariño es la medicina que todo lo cura, o mitiga al menos el sufrimiento.
Y pensar que remedio tan barato se prodiga tan poco. Es lo que creo.
Félix.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Cuantas niñas y niños, de piel canela y rubitos sufren con las situaciones de sus padres... Son los pobrecitos y principales paganos de esas situaciones. En ocasiones, se tiran a la cara unos a otros, en lugar de los platos, esos pequeñitos que sufren y sufren por muy pequeñitos que sean y por muchos regalos que de una y otra parte reciban. Una pena que un niño esté triste y por culpa de sus padres
-Manolo-

Anónimo dijo...

" Y pensar que remedio tan barato se prodiga tan poco. Es lo que creo".
Coincido de pleno en esta apreciación. Hoy nos invade la agrsevidad en muchas partes. Claro, la gente ve que en la tele se insultan y al día siguiente, pero los insultos la falta de educación están, por decirlo de algún modo, normalizándose. Es tan sencillo y tan fácil ser medianamente amable con la gente.
A veces, pocas, cae en saco roto. Otras, en cambio, una muestra de respeto te devuelve una sonrisa, que es igual de buena si te la ofrece una niña de piel canela o una abuela de arrugas marcadas. Al fin y al cabo, esbozar una sonrisa es como abrir una pequeña ventana a la felicidad escondida. Ojalá el mal trago pase pronto para tus amiguitas y tengan una adolescencia feliz.Un abrazo, Salva.