01 agosto 2011

Lo primero es la salud



Estoy viajando cómodamente en el tren. Se yuxtaponen imágenes de paisaje que alternan con otras imágenes raras que no consigo definir. Una pareja se baja del tren. Son los príncipes o lo que sean, de Gales o algo así, que hemos visto en la tele no hace mucho. No me dicen adiós ni nada, y yo tampoco; ¡que les den! Me doy media vuelta en la cama y me despierto porque llevo desde que me acosté sufriendo los efectos de un resfriado infernal. La nariz es una fuente, los ojos me lloran, toso sin cesar y al toser parece que va a reventar la parte izquierda del cráneo, así que tengo ya en la cabecera una toalla bien espurreada. No es un resfriado cualquiera, es uno de primera. Son las dos de la madrugada y pronto serán las tres. Llevo dos horas así, aunque la verdad sea dicha, no sufro demasiado porque estoy un poco zombi; deduzco que el cerebro ha puesto en marcha la fábrica de endorfinas para que la realidad sea más llevadera.

Me siento al borde de la cama y me digo que debería escribir los sueños tan fantásticos que me acompañan, que tienen su aquel. Pero no tengo ganas ni fuerza, así que me vuelvo a tumbar y a seguir aguantando esta tormenta, porque están a punto de ser las tres y es justo el momento álgido de la noche. Y a partir de las seis la cosa se suavizará algo. Lo sé por experiencia.
Las tres, hora en que el cuerpo flaquea.
Trabajé durante cinco años en un centro hospitalario en Paris, en servicio de noche. Doce horas de trabajo, aunque trabajo, decir trabajo, no era; más bien era vigilancia, pero la noche es muy dura aunque se pase sentado. Una tarde- noche de tantas llegaba a las ocho, la enfermera me pasaba el relevo y me advertía, en este caso, que monsieur Chevalier había aguantado sorprendentemente todo el día pero que de la noche no pasaba. En efecto, a eso de las tres, monsieur Chevalier se despedía de este mundo y dejaba la habitación libre para otro. Pude comprobar que la mayoría de los fallecimientos se producían en torno a las tres, y sobre todo entre las tres y las seis. El hecho de trabajar doce horas nos daba derecho, por ley o convenio, a descansar tres horas en una habitación con una o dos camas plegables .Normalmente trabajábamos tres personas por servicio. La hora de descanso la repartíamos en dos turnos: uno de doce a tres y el otro de tres a seis .El primer turno era el preferido de todos, porque cuando te levantabas a las tres, te lavabas y te desperezabas enseguida. Sin embargo, el de tres a seis, el sueño era mas profundo y el despertar más pesado, más lánguido y tardabas más en recuperar el tono. Estaba claro que los ciclos te inducían a un estado u otro en función de la hora y que el organismo está sometido a esas vibraciones cósmicas de la noche. A mí que me gusta hurgar en el porqué de las cosas me puse a elucubrar sobre este fenómeno. Pensé que esto se debía, llegada la noche, a cambios del campo electromagnético donde gravita la tierra y a un sinfín de fenómenos cósmicos que sin duda influyen en la regulación de los ciclos en el organismo. Puede parecer una teoría fantasiosa, y quizás lo sea, no sé, pero tengo claro que hay algo que desconocemos. De todos modos, a nadie le interesará estudiar estos fenómenos porque morir a la una, a las tres o a las seis, supongo que da igual.
Quizá lo que escribo no interese mucho, porque todo el mundo sabe lo que es un resfriado aunque sea uno tremebundo como el mío.
Pero yo sigo ahí peleándome con él y son ya las seis y a partir de ahora aflojará algo. Como tengo fiebre y aunque soy reacio a tomar medicamentos, no queda más remedio que tomar un Paracetamol. Leo el prospecto, aunque casi mejor es no leerlo porque meten miedo los efectos secundarios. Este puede afectarte al hígado y te puede provocar una hepatitis que te deja patitieso. Sé que el médico me mandará antibióticos porque me huele que esto va camino de una bronquitis aguda, y esos sí que son de cuidado. Te pueden provocar mareos, vómitos, problemas psiquiátricos, convulsiones, diarreas, infarto, y muchas más cosas y te puede dar un telele que te manda sin contemplaciones para el otro barrio. A pesar de que el antibiótico es como una bomba de relojería, me lo tomaré porque no hay más remedio. Lo que dice el prospecto es verdad, y los laboratorios se curan en salud, primero ellos, por si acaso, aunque no conozcamos a nadie que haya palmado debido a los medicamentos, pero haberlos hailos.
La culpa de que lo que estoy contando la tiene el aire acondicionado de los autobuses de línea Madrid -Salamanca, Salamanca - Vitigudino y viceversa.
Días atrás, un domingo de madrugada, a las ocho, salí de Madrid con destino Salamanca en un autobús de línea regular. Viajábamos cuatro gatos, menos de la mitad de las plazas. Pasando Ávila me dice mi hermano Jose: ¿no sientes frío?
Si, me estoy quedando engarañado, le dije, sin advertir que engarañado es una palabra local de la infancia que significa más o menos encogerse de frío; pues vestía pantalón corto y camisa y el aire acondicionado empezaba a enfriar demasiado.

Voy a decirle al chofer que no lo ponga tan frío, le dije.

Disculpe, señor, el aire acondicionado enfría demasiado. Tocó con la mano derecha unos botones sin decir nada. Regresé a mi asiento pensando que todo estaba solucionado. Parecía que se atenuaba el frío. Pero media hora después, de nuevo comenzó a enfriar demasiado. Voy a volver a decírselo.
No merece la pena, me dijo José, en menos de veinte minutos estamos en Salamanca. Es igual, José, no me da la gana soportar este descontrol del aire, ni veinte minutos ni tres, y me levanté para volver a recordárselo.
El aire es demasiado frío otra vez, señor.
Está a treinta y un grados, dijo.
¿Treinta y un grados de qué? eso es la temperatura exterior, le dije. Volvió a tocar unos botones mientras seguía a lo suyo como si estuviera tocado de un golpe de luna; ni me veía ni me escuchaba.
No quise discutir más por no distraerlo. Al regresar a mi asiento observé que buen número de pasajeros se cubría el cuerpo con una chaquetilla o lo que tenían a mano.
¡Comodones, que sois unos comodones, no levantáis el culo del asiento así os quedéis congelados, que protesten los demás, que todos nos beneficiaremos, comodones!
Al bajar en Salamanca le pedí el libro de reclamaciones. No lo tengo, me dijo, pídalo en la taquilla donde expenden los billetes. Así lo hice. Expuse lo sucedido y me quedé con el resguardo.
A los pocos días recibí una carta de la empresa:”Aunque no nos encontrábamos presentes al ser atendido por el conductor, le rogamos no obstante nos disculpe, y con los datos que nos facilita procedemos a pasarlo al responsable y a la Dirección de Recursos Humanos…
Agradecemos que nos haya puesto en conocimiento estos hechos afín de actuar como procede…Atentamente.”
¿Quién ha dicho que no sirve de nada protestar? ¡Comodones!

En el 93 trabajaba en Salamanca. Me disponía a viajar hasta Ponferrada en un autobús de línea regular y antes de subir se me ocurrió comprobar el estado de los neumáticos. No creo que fuera por curiosidad, pues recuerdo que por aquel entonces hubo varios accidentes de autobuses, siempre con viajeros del Imserso, en todo caso jubilados: uno porque reventó un neumático, otro porque volcó en una curva, y en ese plan. Una de dos: o le ponían autobuses changados o chóferes zumbados. El caso es que muchos pobres jubilados dejaron de cobrar la pensión para siempre .

En mi ronda particular descubrí un neumático liso, completamente gastado, y los muy pillos lo habían colocado en la parte trasera donde lleva un par de ruedas de cada lado, pero en la parte interior para que no se viera. Reconozco que subí al autobús no sin canguelo y rogando a San Cristóbal. Esto no puede quedar así, me dije. Lo puse en conocimiento de la policía en Salamanca. A los pocos días me contestaron que el asunto estaba ya en manos de la Conserjería de Transporte de Castilla y León .Como pasaba, por razones de trabajo, delante de la estación de autobuses, pude comprobar con cierta alegría, pues conocía el número de la matricula, que habían cambiado la rueda peligrosa.
¿Que no merece la pena protestar? Comodones, que sois unos comodones, que no levantáis el culo del asiento así os congeléis, que protesten los demás, es más cómodo. Así nos luce el pelo.

Me libré del resfriado en el viaje Madrid -Salamanca pero a la vuelta ya no me escapé. El autobús de Vitigudino a Salamnca, a las cuatro de la tarde, hacia gala de su potente aire acondicionado. No le di mucha importancia. Me confié demasiado. Una hora después, en Salamanca empalmé con el enlace de Madrid. También me confié, pues ahora había previsto una chaquetilla, por si acaso, y no creí necesario protegerme. Craso error, pues hubo un momento en que sentía frio y vi como una señora de unos sesenta y muchos años se dirigía al conductor para advertirle del frío. ¡Menos mal! , ya somos dos a protestar. ¡Comodones!
Veo que andan por ahí los del 15 M; ¡indignez-vous ¡ Siempre vamos a la zaga de los gabachos. Nada, unos románticos que volverán a su guarida cuando llegue el invierno con el frío. A estos los políticos los torean bien.
Yo, en cambio, estoy más que indignado por el mal uso del aire acondicionado que te puede llevar a pasarlas canutas, como ahora que son ya las diez de la mañana y me quedaran tres o cuatro días ,como mínimo, para recuperar.
A pesar de estos calores, en lo sucesivo viajaré con la chaquetilla bajo el brazo para protegerme del frío en los autobuses, porque está claro que, lo primero es la salud. Félix.



4 comentarios:

Manuel dijo...

Sí, sí
"Comodones, que sois unos comodones, que no levantáis el culo del asiento así os congeléis, que protesten los demás, es más cómodo. Así nos luce el pelo."

Sobre todo por estas tierras nuestras se lleva mucho esa comodidad que describes. Mucho protestar de boquilla, pero luego pedir la hoja de reclamaciones, nada de nada. Me consta.
¿Nos veremos en S. Lorenzo, o estás en el hospital para que te curen ese catarrazo?- Espero que no haya llegado a tanto.
-Manolo-

Anónimo dijo...

Nos veremos,si todo gira como previsto,aunque solo sea para eliminar este catarrazo con productos naturales de la huerta y el aire puro que siempre corre por nuestro pueblo,y completar la terapia con una copita entre amigos de esas medicinales que sirve Sagrario en su bar,que la amistad tambien cura males. Félix.

Anónimo dijo...

Lo tengo claro. Todavía esta+ás impregnado de mayo del 68. ¡Cuidate! ahora el refriado... no hace mucho, el ojo. Me da que este año no está siendo todo lo bueno que esperabas. Ya ssabes cuál es la medicina adecuada: un paseo por los alrededores del huerto te pondrá de nuevo en forma. Un abrazo. Nos vemos si bajas. Salva

Anónimo dijo...

Amigo Salva.Lo del Mayo 68, creo que fui un afortunado poder vivirlo y participar modestamente en pleno corazon de Paris con veinte años.Fue una autentica revolucion estudiantil.Se consiguieron muchos avances y acabaron con la presidencia del general de Gaulle,todo un simbolo de la Fracia Libre. Aquellos "revoltosos" con el tiempo maduraron y hoy son abuelos muy tranquilos,pero ellos cumplieron con la historia.A cada generacion le toca dejar huella de sus veinte años.Desde entonces nos hemos vuelto muy COMODONES,y cuando le vemos las orejas al lobo echamos a correr;y el lobo ya ha enseñado la patita,pero ya hace mucho tiempo, mientras deisfrutabamos tumbados a la bartola.Afortunado el que se libre ahora de de él.Sobre la juventud se han escrito muchas frases.Yo me quedo con esta del escritor francés Pierre Benoit:"De mis disparates de juventud lo que más pena me da no es el haberlos cometido,sino el no poder volver a cometerlos." Un abrazo.Félix