En mi calle, que reunía todos los ingredientes para ser feliz cuando éramos chavales, la hoguera de San Juan cumplía con el ritual en el que participábamos todos los del barrio. Como es sabido, los tomillos que tapizaban las calles al paso de la procesión el jueves de Corpus, (porque cada fiesta se celebraba en su día, no como ahora que se ciñe más a la rentabilidad o no del festivo, en numerosos casos), los tomillos, decía, transcurrida la procesión, bendecidos por el sacerdote, se recogían y se guardaban hasta la noche de San Juan para ser pasto de las llamas. Para mí, el día de San Juan representaba otro de esos días mágicos; bastaba escuchar a las abuelas para convencerse de ello.
La víspera, mi abuela Pepa que era muy devota, me había advertido:”Si quieres ver bailar al sol maña tendrás que madrugar mucho, yo te acompañaré y el sol bailará para nosotros dos.”Tanta fue la ilusión que despertó en mi tal acontecimiento que fui corriendo a contárselo a mi madre.
-“Madre, mañana me despierta a las seis”
-¿Para qué quieres madrugar tanto?
-Para ver bailar el sol porque abuela me ha dicho que solo baila el día de San Juan, y este año no me lo quiero perder.
-Te llamaré, pero estoy segura que te darás media vuelta en la cama y te olvidarás del baile, como el año pasado.
-No, esta vez se lo he prometido a la abuela y lo cumpliré.
Al día siguiente mi madre me llamó pero el sueño me pudo y di media vuelta en la cama.
-Venga, desperézate, que es la última vez que te llamo, insistió. Hice un esfuerzo para incorporarme. Permanecí sentado al borde de la cama con los ojos cerrados, pero esta vez no podía decepcionar a mi abuela, así que tras frotarme los ojos me levanté de un salto. Me lavé la cara en la palangana, y ya refrescada la mente también, emprendí el camino hasta el Cotorro donde vivía mi abuela y por donde precisamente salía el sol.
Debía de ser en torno a las seis y media. La agradable temperatura permitía llevar solo camisa. Respiraba profundo la pureza de los aromas que destilaban a mi paso las plantas y flores de los huertos. Los gallos ya hacia rato que lanzaban sus quiquiriquís anunciando el día mágico. Las calles estaban desiertas y solo algún pastor salía camino del aprisco con su cayada bajo el brazo y una lata con el canil para el perro. “Qué bonita y qué limpia es la mañana antes de que salga el sol”, me dije saboreando el entorno.
-“Creí que no vendrías, el sol está ya a punto de salir”, dijo mi abuela dándome la mano para subir los cincuenta metros de la loma desde donde se avistaba la salida.
-Apenas aparezca en el horizonte hay que mirarlo fijamente y cuando haya salido del todo, unos segundos después, hay que dejarlo de mirar porque daña a la vista, me dijo mientras lo esperábamos.
Asomó la cresta, gigante como nunca lo habia visto y rojo como la yema de un huevo. Me centré en él, sin hablar, sin pestañear, casi sin respirar, para verlo subir despacito mientras se iba tornando dorado, y cuando ya apareció redondo como una oblea entonces empezó a bailar. Eran un temblor que se percibía muy nítidamente. Ese temblor era el baile. Me abracé a mi abuela y le di un beso por haberme hecho descubrir tamaña maravilla. Tanto me cautivó aquel fenómeno, que pasé un largo tiempo preguntándome el porqué, hasta que con los años descubrí que la ilusión se producía al mirarlo fijamente en una atmósfera determinada.
Hacia las diez de la noche, en el centro de la calle se amontonaron los tomillos para la hoguera.
-Sabes, Alejandro, esta mañana he visto bailar el sol, ¡qué botes pegaba, macho!
-¿De verdad?, ¿como Emiliano cuando baila la jota?
-Más que él, te lo juro, no sabes lo que te has perdido.
Todos los chavales revoloteábamos como enjambre revuelto en torno al montón de tomillos esperando que prendieran la hoguera. Las personas mayores; la tía Salvadora, la Emilia, la María, todas esperaban ansiosas, incluso la tía Manuela y su marido el tío José el “Matorro” con sus setenta años a cuestas, comenzaba a desenrollarse los dos metros de faja que siempre llevaba liada a su cintura, para combatir el dolor de riñones y el reuma o la reuma como él decía.
Santiago, el “herrero”, prendió la hoguera y el humo denso comenzó a elevarse perfumando toda la calle. El tío” Matorro” entregó la faja a su mujer y puso los riñones frente a la hoguera, pero el humo se iba para la otra orilla. Cambió de sitio y el humo también, así por tres veces mientras los chavales nos reíamos por la burla del humo. Al final, no se movió más y por fin le llegó el humo que invadió todo su cuerpo, tanto, que su mujer tuvo que tirarle del brazo por temor a que se asfixiara.
-A ver, ese que tiene almorranas, que se baje los pantalones para que le de el humo, lanzó Marcelo con guasa, haciendo estallar un gran jolgorio.
-Tú, me dijo la señora Manuela, rocíate de humo, anda.
-A mi no me duele nada, le dije.
-Pues bien que llorabas el otro día del dolor de muelas.
-Es verdad, pero esto no quita el dolor de muelas y es muy difícil meter el humo en la boca.
-Pues pon solo la cara, y ten fe, ya verás como hace efecto.
Los comentarios sobre las propiedades curativas del humo no cesaban y cada cual intentaba impregnarse de él hasta el año siguiente. Los chavales en fila india, cuado ya solo quedaba el rescoldo, íbamos saltándolo para terminar la fiesta. Alguien dijo que las cenizas también tenían propiedades curativas, así que llegó María con una caldereta y el badil para recogerlas y esparcirlas entre las lechugas del huerto.
Así terminó el día de San Juan y su hoguera. Cuando me acosté, recé las oraciones que me había encomendado mi abuela para dar gracias a Dios por haberme permitido disfrutar plenamente de ese día tan mágico, y fue así que me quedé placenteramente dormido.
Félix.
La víspera, mi abuela Pepa que era muy devota, me había advertido:”Si quieres ver bailar al sol maña tendrás que madrugar mucho, yo te acompañaré y el sol bailará para nosotros dos.”Tanta fue la ilusión que despertó en mi tal acontecimiento que fui corriendo a contárselo a mi madre.
-“Madre, mañana me despierta a las seis”
-¿Para qué quieres madrugar tanto?
-Para ver bailar el sol porque abuela me ha dicho que solo baila el día de San Juan, y este año no me lo quiero perder.
-Te llamaré, pero estoy segura que te darás media vuelta en la cama y te olvidarás del baile, como el año pasado.
-No, esta vez se lo he prometido a la abuela y lo cumpliré.
Al día siguiente mi madre me llamó pero el sueño me pudo y di media vuelta en la cama.
-Venga, desperézate, que es la última vez que te llamo, insistió. Hice un esfuerzo para incorporarme. Permanecí sentado al borde de la cama con los ojos cerrados, pero esta vez no podía decepcionar a mi abuela, así que tras frotarme los ojos me levanté de un salto. Me lavé la cara en la palangana, y ya refrescada la mente también, emprendí el camino hasta el Cotorro donde vivía mi abuela y por donde precisamente salía el sol.
Debía de ser en torno a las seis y media. La agradable temperatura permitía llevar solo camisa. Respiraba profundo la pureza de los aromas que destilaban a mi paso las plantas y flores de los huertos. Los gallos ya hacia rato que lanzaban sus quiquiriquís anunciando el día mágico. Las calles estaban desiertas y solo algún pastor salía camino del aprisco con su cayada bajo el brazo y una lata con el canil para el perro. “Qué bonita y qué limpia es la mañana antes de que salga el sol”, me dije saboreando el entorno.
-“Creí que no vendrías, el sol está ya a punto de salir”, dijo mi abuela dándome la mano para subir los cincuenta metros de la loma desde donde se avistaba la salida.
-Apenas aparezca en el horizonte hay que mirarlo fijamente y cuando haya salido del todo, unos segundos después, hay que dejarlo de mirar porque daña a la vista, me dijo mientras lo esperábamos.
Asomó la cresta, gigante como nunca lo habia visto y rojo como la yema de un huevo. Me centré en él, sin hablar, sin pestañear, casi sin respirar, para verlo subir despacito mientras se iba tornando dorado, y cuando ya apareció redondo como una oblea entonces empezó a bailar. Eran un temblor que se percibía muy nítidamente. Ese temblor era el baile. Me abracé a mi abuela y le di un beso por haberme hecho descubrir tamaña maravilla. Tanto me cautivó aquel fenómeno, que pasé un largo tiempo preguntándome el porqué, hasta que con los años descubrí que la ilusión se producía al mirarlo fijamente en una atmósfera determinada.
Hacia las diez de la noche, en el centro de la calle se amontonaron los tomillos para la hoguera.
-Sabes, Alejandro, esta mañana he visto bailar el sol, ¡qué botes pegaba, macho!
-¿De verdad?, ¿como Emiliano cuando baila la jota?
-Más que él, te lo juro, no sabes lo que te has perdido.
Todos los chavales revoloteábamos como enjambre revuelto en torno al montón de tomillos esperando que prendieran la hoguera. Las personas mayores; la tía Salvadora, la Emilia, la María, todas esperaban ansiosas, incluso la tía Manuela y su marido el tío José el “Matorro” con sus setenta años a cuestas, comenzaba a desenrollarse los dos metros de faja que siempre llevaba liada a su cintura, para combatir el dolor de riñones y el reuma o la reuma como él decía.
Santiago, el “herrero”, prendió la hoguera y el humo denso comenzó a elevarse perfumando toda la calle. El tío” Matorro” entregó la faja a su mujer y puso los riñones frente a la hoguera, pero el humo se iba para la otra orilla. Cambió de sitio y el humo también, así por tres veces mientras los chavales nos reíamos por la burla del humo. Al final, no se movió más y por fin le llegó el humo que invadió todo su cuerpo, tanto, que su mujer tuvo que tirarle del brazo por temor a que se asfixiara.
-A ver, ese que tiene almorranas, que se baje los pantalones para que le de el humo, lanzó Marcelo con guasa, haciendo estallar un gran jolgorio.
-Tú, me dijo la señora Manuela, rocíate de humo, anda.
-A mi no me duele nada, le dije.
-Pues bien que llorabas el otro día del dolor de muelas.
-Es verdad, pero esto no quita el dolor de muelas y es muy difícil meter el humo en la boca.
-Pues pon solo la cara, y ten fe, ya verás como hace efecto.
Los comentarios sobre las propiedades curativas del humo no cesaban y cada cual intentaba impregnarse de él hasta el año siguiente. Los chavales en fila india, cuado ya solo quedaba el rescoldo, íbamos saltándolo para terminar la fiesta. Alguien dijo que las cenizas también tenían propiedades curativas, así que llegó María con una caldereta y el badil para recogerlas y esparcirlas entre las lechugas del huerto.
Así terminó el día de San Juan y su hoguera. Cuando me acosté, recé las oraciones que me había encomendado mi abuela para dar gracias a Dios por haberme permitido disfrutar plenamente de ese día tan mágico, y fue así que me quedé placenteramente dormido.
Félix.
6 comentarios:
Félix. El humo de la fe es el que hace que se curen todos los males y dolencias que,como tú bien sabes, la mayoría son psicosomáticas y se curan con esa medicina.
Qué maravilla de recuerdos los de aquél entonces que siguen consevandose durante toda la vida y aflorando a nuestro pensamiento en el momemto más inesperado. Y, qué olor al tomillo del pueblo que parece que lo estemos reviviendo cada vez que nos acordamos de aquelos momentos tan cautivadorers en la infancia.Y, sobre todo qué momento el vivido junto a tu abulea en ese amanecer que tanto te ha marcado y tan grato ha sido para tí.
Gracias a ellos, la ilusión pervive en nuestro recuerdo.
Un cordial saludo, Félix.
Luis
Bonita historía la del sol, yo creo que todas las abuelas nos han contado la misma historía, yo nunca llegué a comprobarlo, pero siempre me quedaba la duda ¿y si es verdad? pero a esas horas podía más el sueño y cuando me levantaba ya estaba el sol fuera.
Pero si te voy a contar algo de los altares que se ponian el día de Corpus que se tiraban tantísimos tomillos por las calles y el pueblo entero olia a tomillo y romero que también se tiraba, y como tu mismo dices se quema la noche de san Juan.
En la procesión de Corpus ponían muchos altares por las calles y un año yo participe en uno de ellos.Mi tía Visita la del tío Santiago (electricista) siempre los hacía muy bien, vivian donde vive mi tia Eulalia pero entonces la casa de Otilia no estaba como ahora y allí había un rincón, pues en ese rincón hacía el altar, ellos eran mis padrinos de bautizo, y un año me vistió de Virgen y otros niños de pastorcitos y ovejas ramas, bueno que no faltaba ni un detalle, y yo allí arriba como en un árbol con mi vestido de Primera Comunión hice de Virgen de Fátima, te aseguro que era muy bonito y muy bien echo, y yo me sentí virgen por un día. Saludos Cari.
Saludos
-Manolo-
Buen relato. Esa memoria tuya tan precisa aparte de entretenerlos hace que aprendamos de tus experiencias.
Ameno y entretenido como siempre. Un abrazo Salva.
¡Otro preciosísimo relato de lo que ya podia llamarse ¡MEMORIAS DEL NIÑO FELIX¡ Es impresionante poder recordar todo tan bien a pesar del largo tiempo transcurrido. También Luis viene pegando fuerte en su blog recordando tantas cosas , siendo pequeño cuando se marchó. Memorias privilegiadas. Saludos. Rosa.
Gracias a todos y a Rosa que, como pensaba, iba a regalarme su comentario como siempre que afloran recuerdos de la niñez y que nos son tan familiares.Pero lo que más me ha gustado es el titulo que has propuesto;me llega al alma, y me proyecta a un tiempo de luces y sombras pero¡qué luces!La pureza de la infancia con la experiencia adquirida seria lo idóneo pero siempre se va perdiendo una parte en favor de la otra.Pero al final, siempre nos quedará el recuerdo zarceño.
Un saludo .Félix
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