25 diciembre 2017

Aromas de mis recuerdos navideños

                   
 
Aromas que van y vienen, que se fueron y vuelven, aromas navideños que en mi alma llevo, fragancias de mi pueblo, cuando el pueblo era pueblo, de gallinas picoteando en la calle, de perros buscando una guarida en un rincón para escapar del cierzo que soplaba arisco en una noche de perros, en aquellas noches de diciembre y enero, de ventisca y escarcha, de cálida Navidad y dorados Reyes.
Todo lo envolvían los aromas en aquellos días de escaso dinero, de ilusiones permanentes, de sueños repetidos, algunos muchas veces, pero al despertar del sueño tantas veces empeñado  en hacerlo realidad, se esfumaba la ilusión vivida durante la quimera que tan feliz me hacía, en aquella noches gélidas con el embozo de la sábana y mantas cubriendo la cabeza al calor de algún hermano, acurrucados como cachorros, feliz después de  encontrar  una moneda en el camino que me llevaba a casa, y después otra, y más adelante otra, y pensaba que alguien las había perdido, o tal vez no, y sospechaba que  quizás la tía Ramona, regordeta y de tez lechosa, viuda y con muchas perritas, las iba dejando caer para que yo, que la quería mucho, las fuese recogiendo, y al final del camino estaba ella con su vejez a cuestas su sayal hasta los tobillos y la faltriquera  a la cintura y me preguntaba otra vez : “¿Cómo te llamas?”, ella sabía cómo me llamaba pero en eso consistía el juego, y el sueño, el suyo y el mío,  y cuando le decía mi nombre ,yo añadía: “ para servir a Dios y a usted”,—era lo que esperaba oír—.  Entonces ella remataba la actuación diciendo por mí: “Y si tiene una perrita que me la dé”. Metía la mano en la faltriquera y me daba una perra gorda, 20 céntimos de aluminio, oro sin embargo para mí.
Ese era el juego navideño de la tía Ramona, que viví primero, y que perduró en tantas noches de felices sueños, juego que duró siempre mientras yo fui un niño y ella viuda adinerada: sueño del dar y recibir, hecho sueño en la realidad de un tiempo de estrecheces. Ella olía a requesón y a dinero, porque sus perritas llevaban la esencia del sueño navideño.
 
Recordando aquellos días, aquellas fragancias y sueños repetidos, me he ido a cantarle a los que fueron, también a la tía Ramona, a uno de los tantos chozos de piedra de mi infancia. Allí, recogido en aquel refugio cálido y pétreo, esperaba entorno a la hoguera con Pacho (que era pastor de ovejas con sesenta años y el zurrón a cuestas),  que amainase la lluvia, y él, bromista y bonachón, me decía cuando comenzaba a escampar: “Anda, sal afuera a ver si me mojo yo”, y reía , y yo ,un chiquillo, salía y le decía: “Creo que ya no se va a mojar”.
Para todos ellos que acunaron mi infancia, también para mis amistades y gente de buena voluntad, mi canción  con aroma navideño.

 

2 comentarios:

Manuel dijo...

Dejar ahora escritos tus relatos, vivos recuerdos de Pacho, tía Ramona, … tienen la importancia y ventaja que quedarán, perdurarán siempre. Ahí quedan escritos. Tenemos suerte que un gran cronista como tú deje constancia escrita de aquellos tiempos vividos, por muchos de nosotros de edad avanzada, que distan mucho de los de ahora, que si no se explican y documentan, la juventud actual, no creería que fueran así. Sigue recordando, Félix; sigue escribiendo y recreando.
¡FELIZ AÑO NUEVO!

-Manolo-

Anónimo dijo...

Gracias, Manolo. Lo intentaremos.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Félix.