Aromas que van
y vienen, que se fueron y vuelven, aromas navideños que en mi alma llevo,
fragancias de mi pueblo, cuando el pueblo era pueblo, de gallinas picoteando en
la calle, de perros buscando una guarida en un rincón para escapar del cierzo
que soplaba arisco en una noche de perros, en aquellas noches de diciembre y
enero, de ventisca y escarcha, de cálida Navidad y dorados Reyes.
Todo lo
envolvían los aromas en aquellos días de escaso dinero, de ilusiones
permanentes, de sueños repetidos, algunos muchas veces, pero al despertar del
sueño tantas veces empeñado en hacerlo
realidad, se esfumaba la ilusión vivida durante la quimera que tan feliz me
hacía, en aquella noches gélidas con el embozo de la sábana y mantas cubriendo
la cabeza al calor de algún hermano, acurrucados como cachorros, feliz después
de encontrar una moneda en el camino que me llevaba a casa,
y después otra, y más adelante otra, y pensaba que alguien las había perdido, o
tal vez no, y sospechaba que quizás la
tía Ramona, regordeta y de tez lechosa, viuda y con muchas perritas, las iba
dejando caer para que yo, que la quería mucho, las fuese recogiendo, y al final
del camino estaba ella con su vejez a cuestas su sayal hasta los tobillos y la
faltriquera a la cintura y me preguntaba
otra vez : “¿Cómo te llamas?”, ella sabía cómo me llamaba pero en eso consistía
el juego, y el sueño, el suyo y el mío, y cuando le decía mi nombre ,yo añadía: “ para
servir a Dios y a usted”,—era lo que esperaba oír—. Entonces ella remataba la actuación diciendo
por mí: “Y si tiene una perrita que me la dé”. Metía la mano en la faltriquera
y me daba una perra gorda, 20 céntimos de aluminio, oro sin embargo para mí.
Ese era el
juego navideño de la tía Ramona, que viví primero, y que perduró en tantas
noches de felices sueños, juego que duró siempre mientras yo fui un niño y ella
viuda adinerada: sueño del dar y recibir, hecho sueño en la realidad de un
tiempo de estrecheces. Ella olía a requesón y a dinero, porque sus perritas llevaban
la esencia del sueño navideño.
Recordando
aquellos días, aquellas fragancias y sueños repetidos, me he ido a cantarle a
los que fueron, también a la tía Ramona, a uno de los tantos chozos de piedra
de mi infancia. Allí, recogido en aquel refugio cálido y pétreo, esperaba
entorno a la hoguera con Pacho (que era pastor de ovejas con sesenta años y el
zurrón a cuestas), que amainase la
lluvia, y él, bromista y bonachón, me decía cuando comenzaba a escampar: “Anda,
sal afuera a ver si me mojo yo”, y reía , y yo ,un chiquillo, salía y le decía:
“Creo que ya no se va a mojar”.
Para todos
ellos que acunaron mi infancia, también para mis amistades y gente de buena
voluntad, mi canción con aroma navideño.
2 comentarios:
Dejar ahora escritos tus relatos, vivos recuerdos de Pacho, tía Ramona, … tienen la importancia y ventaja que quedarán, perdurarán siempre. Ahí quedan escritos. Tenemos suerte que un gran cronista como tú deje constancia escrita de aquellos tiempos vividos, por muchos de nosotros de edad avanzada, que distan mucho de los de ahora, que si no se explican y documentan, la juventud actual, no creería que fueran así. Sigue recordando, Félix; sigue escribiendo y recreando.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
-Manolo-
Gracias, Manolo. Lo intentaremos.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
Félix.
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