Eran casi las doce de la noche de un domingo más de principios de junio, cuando con toda la parsimonia, ordenaba los libros utilizados, los recortes de periódicos, apagaba el televisor, el ordenador y el transistor, pues a veces funcinan, quizás por rutina, simultáneamente. Satisfecho de haber aprovechado el día entré en mi dormitorio para acostarme. Encendi la lámpara de la mesilla y descubrí en la tenue luminosidad un mosquito que planeaba alegremente en la atmósfera como si de un microscópico helicóptero se tratara. Tenía las alas mucho más grandes que su cuerpo y en eso se asemejaba más bien a una mariposa. Planeaba a un metro del suelo, sobrevolando la cama, el estuche de la cámara fotográfica, a ras del suelo sobre las deportivas y rozando el armario como un kamikaze. En la suave luminosidad que facilitaba seguir sus movimientos, me llamó la atención el cambio de ritmo en su vuelo; a veces ondulado, a veces a trompicones, subiendo y bajando, como si estuviera borracho, o más bien, como si danzara a la vez con ritmo de vals, tango y pasodoble simultaneamente, tan pronto avanzando, girando, acelerando o haciendo una leve pausa. Pensé que este sería el baile del mosquito, al menos el de esta especie y me sentí afortunado por descubrirlo de esta manera. No se trataba de un mosquito de los que al menor descuido te clavan la puya para chupar la sangre. No, era un mosquito juerguista. Quizás para él fuera también domingo y de ahí su ademán festivo y, al contrario de los humanos, el comienzo de la noche para él fuera el comiendo de la jornada pero en la oscuridad y la penumbra nocturnas.
Debo confesar que su visita me alegró y no pude menos de lanzarle un: ¡hombre, qué haces por aquí a estas horas! Él siguió con su danza zigzagueante y alegre como si nada… Me acosté y permanecí un rato con la luz encendida para disfrutar de sus vaivenes. Me sentí acompañado por un ser que, aunque diminuto, disfrutaba de la vida como cualquier otro. Comencé entonces a elucubrar sobre su existencia. ¿Su longevidad sería de días, de meses, quizás de un año o más? Poca cosa comparado con la nuestra que puede superar los cien años, aunque pensándolo bien, lo nuestro también es un soplo, como cantaba Carlos Gardel. ¿Y cuales serían sus horarios para alimentarse? O quizás simplemente no tuviera horarios fijos? ¿Y cuánto tiempo aguantaría sin alimentarse? ¿Y adonde se alojaría pasada la agradable temperatura primaveral? ¿O es que simplemente su vida concluía con el verano y por consiguiente desconocía el frío invernal?
Mientras tanto él seguía tan feliz danzando en la atmósfera de la habitación sin preocuparse del mañana como yo. Pues si no tiene preocupaciones es que lo tiene todo resuelto, pensaba yo, porque es un ser vivo y necesitará sustento ¿Había llegado a mi habitación por simple azar o atraído por algo especial? porque yo lo veía feliz, y seguro que lo era. Sin embargo, su vida pendía de un hilo. Hubiera bastado una simple caza a mano, o con una toalla aprisionarlo irremediablemente y su vida habría terminado. Yo era un depredador potencial y solo dependía de mi voluntad, pero mi voluntad era que siguiera viviendo, disfrutando con su ritmo; quizás él lo presintiera y por eso estaba allí. Comencé entonces a elucubrar y especular sobre la posible existencia de unas vibraciones, imperceptibles para nosotros, a las que posiblemente obedezcamos unos y otros y que guían nuestros impulsos vitales, y así unos y otros vivimos inmersos en esas ondas, o vibraciones cósmicas, o como se quiera llamar, que guían, en particular, a estos diminutos seres en su universo. Observádolo, por un momento me indujo a pensar que todos los seres vivos tenemos un ritmo predeterminado que va marcando el reloj del tiempo, y por eso me acuesto para descansar para poder seguir ese ritmo mañana. Y el insecto que me visitó también seguirá el suyo y así hasta el último ser vivo del último rincón del Planeta.
Gracias al mosquito, concebí entonces la importancia de no alterar ese ritmo. Quizás ahí esté unos de los puntos centrales de la sabiduría: encontrar ese punto exacto del ritmo como el de una sinfonía donde todo tiene que cuadrar perfectamente, al segundo, a la décima de segundo para que cada nota, cada silencio, cada suspiro adquiera el valor exacto para que la obra consiga transmitir el sentimiento deseado por el autor. Ritmo, armonía, tiempo. Cuán pequeño resulta ser el insecto comparado con nuestro entorno, pero qué grande es su existencia, tanto como la nuestra. Supongo que él tendrá su universo como nosotros el nuestro. Lo sigo mirando y deduzco que todo transcurre en un movimiento perpetuo, del cual participamos cada ser vivo probablemente sin haberlo elegido, como él. El insecto seguirá su rumbo, saldrá de mi habitación igual que entró, se colará quizás en otra, volará por la ciudad y también tendrá que descansar. Le deseo suerte en su viaje, le agradezco su visita y apago la luz para dormir porque así lo decido yo… o quizás no.
Félix
Debo confesar que su visita me alegró y no pude menos de lanzarle un: ¡hombre, qué haces por aquí a estas horas! Él siguió con su danza zigzagueante y alegre como si nada… Me acosté y permanecí un rato con la luz encendida para disfrutar de sus vaivenes. Me sentí acompañado por un ser que, aunque diminuto, disfrutaba de la vida como cualquier otro. Comencé entonces a elucubrar sobre su existencia. ¿Su longevidad sería de días, de meses, quizás de un año o más? Poca cosa comparado con la nuestra que puede superar los cien años, aunque pensándolo bien, lo nuestro también es un soplo, como cantaba Carlos Gardel. ¿Y cuales serían sus horarios para alimentarse? O quizás simplemente no tuviera horarios fijos? ¿Y cuánto tiempo aguantaría sin alimentarse? ¿Y adonde se alojaría pasada la agradable temperatura primaveral? ¿O es que simplemente su vida concluía con el verano y por consiguiente desconocía el frío invernal?
Mientras tanto él seguía tan feliz danzando en la atmósfera de la habitación sin preocuparse del mañana como yo. Pues si no tiene preocupaciones es que lo tiene todo resuelto, pensaba yo, porque es un ser vivo y necesitará sustento ¿Había llegado a mi habitación por simple azar o atraído por algo especial? porque yo lo veía feliz, y seguro que lo era. Sin embargo, su vida pendía de un hilo. Hubiera bastado una simple caza a mano, o con una toalla aprisionarlo irremediablemente y su vida habría terminado. Yo era un depredador potencial y solo dependía de mi voluntad, pero mi voluntad era que siguiera viviendo, disfrutando con su ritmo; quizás él lo presintiera y por eso estaba allí. Comencé entonces a elucubrar y especular sobre la posible existencia de unas vibraciones, imperceptibles para nosotros, a las que posiblemente obedezcamos unos y otros y que guían nuestros impulsos vitales, y así unos y otros vivimos inmersos en esas ondas, o vibraciones cósmicas, o como se quiera llamar, que guían, en particular, a estos diminutos seres en su universo. Observádolo, por un momento me indujo a pensar que todos los seres vivos tenemos un ritmo predeterminado que va marcando el reloj del tiempo, y por eso me acuesto para descansar para poder seguir ese ritmo mañana. Y el insecto que me visitó también seguirá el suyo y así hasta el último ser vivo del último rincón del Planeta.
Gracias al mosquito, concebí entonces la importancia de no alterar ese ritmo. Quizás ahí esté unos de los puntos centrales de la sabiduría: encontrar ese punto exacto del ritmo como el de una sinfonía donde todo tiene que cuadrar perfectamente, al segundo, a la décima de segundo para que cada nota, cada silencio, cada suspiro adquiera el valor exacto para que la obra consiga transmitir el sentimiento deseado por el autor. Ritmo, armonía, tiempo. Cuán pequeño resulta ser el insecto comparado con nuestro entorno, pero qué grande es su existencia, tanto como la nuestra. Supongo que él tendrá su universo como nosotros el nuestro. Lo sigo mirando y deduzco que todo transcurre en un movimiento perpetuo, del cual participamos cada ser vivo probablemente sin haberlo elegido, como él. El insecto seguirá su rumbo, saldrá de mi habitación igual que entró, se colará quizás en otra, volará por la ciudad y también tendrá que descansar. Le deseo suerte en su viaje, le agradezco su visita y apago la luz para dormir porque así lo decido yo… o quizás no.
Félix
3 comentarios:
Hay que ver, Félix, la que montas con un simple mosquito. Aunque, leído tu relato, creo que no era un simple mosquito; se trataba de un mosquito especial: Algo vio en ti, en tu habitación, en tus cosas sobre las que volaba y observaba. Algo viste especial tú también en él, en su comportamiento, para dedicarle tanto tiempo en su observación y después relato.
¿Ha vuelto a visitarte? ¿Viste si era el mismo? No sería difícil distinguirlo, era un ejemplar especial y lo habrías reconocido. Y si no ha vuelto… ¿”ande andará”?
Si es que lo más pequeño y simple no deja de tener su encanto, emoción, vida...
Observar a una simple (¿simple?) hormiga cómo arrastra su carga, sorteando mil obstáculos en su camino, es todo un espectáculo. Y así tantas y tantas cosas que a menudo nos pasan desapercibidas.
Saludos, -Manolo-
Como bien dice Manolo: vaya jugo que le sacaste al insecto, pues tal vez fue una mosquita(que mal suena)quien por esas vibraciones sabía que visitando tu alcoba podía entrar en tus sueños y perpetuarse en ese relato.
También yo me quedo observando el carril de hormigas, cómo chocan, son muchas y suelen trabajar en solitario, aunque a veces colaboran unas con otras, o tal vez quieren arrebatarse el botín que arrastran y no se ven. No deja de resultar curioso esa organización con que trabajan. Mi vecino de la parcela me aseguró que cuando andan tan afanosas es porque se acerca la lluvia. Trataré de comprobarlo.
El otro día vi una luciérnaga, su puntito amarillo brillaba entre la maleza y estuve un rato contemplándola pues hacía muchos años que no las veía.
Tengo que arrancar las hierbas de ese lugar, sólo espero que cuando lo haga se haya ido ya. Y si esta noche continúa allí pospondremos la tarea, sabe Dios, a lo mejor algún día me lo recuerda. Si te vuelve a visitar el mosquito, o mosquita, nos cuentas de nuevo tus reflexiones. saludos. Salva
Seguro que si lohubierais visto vosotros,el mosquito juguetón os hubiera cautivado como a mi.¿Y como podrian interpretar esta visita los que creen en la reencanación?No descarto nada.
La organización de las hormigas es simplemente fabulosa.A mi las que más me sorprenden son las hormigas argentinas;me resultan tambien muy simpáticas.Tu amigo Salva,el de la parcela,lleva razón.Me paré un dia para fotografiar una choza de troncos y ramas,junto a la carretera ,donde un señor pasaba el tiempo a la sombra,y tras un rato de charla me dijo:"se avecina la tormenta,porque las hormigas están muy excitadas".Me quedé observandolas y las veia, en efecto, muy aceleradas sobre un tronco tumbado ,y por supuesto la tormenta no falló .Lo he podido comprobar más veces.Falta saber el porqué.Esos seres diminutos saben muy bien lo que tienen que hacer en cada caso y en cada momento.les basta con eso para sobrevivir millones de años.La gente del campo sabe mucho de estos fenómenos.Cuando conduces en la ciudad,hay dias que la gente está mas excitada o nerviosa que otros,es facil de observar,y esos dias hay más accidentes.Esto daria para un larguisimo debate.Lo retomaremos despues de las vacaciones. Saludos. Félix.
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