Ya de pequeño me gustaba la música y el cante y siempre soñaba con tener una guitarra, pero había otras necesidades básicas que atender en tiempos de posguerra. Cuando llegué a Paris con veinte años, seguía con esa idea y, a la par que ayudaba a mi familia,c omo todos los emigrantes, conseguí unos pequeños ahorros, de modo que cuando regresé de vacaciones , por fin, la guitarra tan añorada pude comprarla en Salamanca, donde eran más baratas que en Paris.
Pensaba aprender a tocarla solo o con ayuda de amigos pero el progreso era lento, de modo que decidí inscribirme en un conservatorio municipal asequible a todos los bolsillos, cerca de mi lugar de trabajo.
El profesor de guitarra, un enamorado de España, casado con una española, por cierto, me dijo que tenia que aprender solfeo; dos días a la semana de solfeo y uno de guitarra. Trabajaba entonces en un pequeño centro hospitalario, en el área de quirófano, donde además de la jornada diurna hacia guardias de noche tres días a la semana y aprovechaba la excelente sonoridad del quirófano para trabajar los ejercicios, lo que hizo reír a grandes carcajadas al profesor cuando se lo dije. A los dos años abandoné(craso error que lamento), ya que consideraba tener suficiente base para bandearme solo o con algún grupo.
En la sala de esterilización del material, entre dos quirófanos, escuchaba música en el radio-cassette, lo que no era del agrado del cirujano jefe, un puritano del oficio a la antigua usanza, o sea, un semi-dios; pero con la ayuda de su instrumentista, conseguí con paciencia, que las melodías suaves se expandieran en el silencio del quirófano mientras se operaba.
Cambié de centro para hacer unas practicas en el hospital Corentin Celtón, siempre en Paris. Se realizaba poca cirugía alli. La inmensa mayoría de los servicios lo ocupaban personas mayores con pocos recursos o sin familia. Habia por tanto muchas actividades culturales para entretener a las personas válidas. Aparte de las pequeñas actividades, celebraban una gran fiesta anual, a la cual ,sabiendo que tocaba la guitarra fui invitado previo pago por la actuación. En un gran espacio acondicionado al aire libre participamos, un grupo de folclore rumano, un cantante con su piano electrónico y yo con mi guitarra, entre otros. Canté unas canciones en español, otras en francés y algún solo de guitarra como la ”malagueña” de Lecuona. Al final las felicitaciones y los parabienes se sucedían en un ambiente distendido, casi familiar. Se acercó a mi un señor de unos setenta años, con buen aspecto físico, elegantemente vestido, y tras felicitarme me dijo con su acento andaluz: ”Soy de Granada, exiliado de la Guerra Civil y no he vuelto a España. No tengo familia y terminaré mi vida en este hospital. Cuando escuché la ”malagueña” reviví mis años joven, volví a sentir el aroma de Granada, a sentir en mi piel el cante jondo, la soleá, la seguiriya, a saborear un manzanilla con los amigos; tantas y tantas cosas pasaron por mi mente que me emocioné y no pude menos de llorar. Se lo digo para agradecerle de todo corazón este gran momento”. Aquellas palabras me emocionaron porque yo también sabía lo que se siente al estar lejos de los tuyos, de tu tierra, aunque mi situación no fuera la misma. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos deseándonos suerte mutuamente.
La música a través de mi guitarra, sería para mi definitivamente un medio de comunicación extraordinario que me procuró momentos inolvidables.
Tiempo después trabajé en el hospital Foch, en turno de noche, pues me gustaba el ambiente nocturno por el silencio y la calma que se respiraba.
Una vez más la guitarra fue mi aliada, pues siempre que celebrábamos los cumpleaños del equipo, a eso de las diez, cuando los pacientes dormían tranquilamente, en la sala donde nos servían la cena, esta se alargaba entre pasteles, una gotita de champán y melodías discretas que reforzaban la unión del equipo y donde siempre participaban las dos supervisoras.
Tenia como compañero un enfermero alemán, gran melómano, que despertaba a los pacientes cantando. Un día me sugirió que llevase la guitarra para despertarlos con música, en lugar de entrar bruscamente en la habitación y decirle en voz alta ”venga, arriba, hay que despertar, se acabó la noche, vamos, vamos…”. El servicio lo ocupaban personas mayores con patologías propias de la edad: parkinson etc, y había que estimularlas para que reaccionaran y se levantaran. Me presenté pues con la guitarra y cuando habíamos terminado el trabajo, a eso de las siete y media, esperando el relevo, me sentaba en una silla en el pasillo y comenzaba a tocar unas melodías, siempre apropiadas y suaves, que se expandían por lo pasillos largos y de techo alto, amplificando el sonido como por encanto.
Los pacientes reaccionaron bien. Pero un buen día, la supervisora del turno de mañana llegó antes de lo previsto y nos sorprendió con nuestro invento. Apareció en el fondo del pasillo, acelerando el paso, dirigiéndose hacia nosotros excitada, con los brazos en alto, haciendo aspavientos. Comprendimos que no le agradaba. Cesó la música, pero ella, a lo lejos, seguía vociferando: ” ¿Os creéis que esto es el Rastro?, qué respeto es este a los pacientes… si queréis tocar la guitarra iros al metro…” y furiosa desapareció camino de su despacho. Alli acabó nuestro empeño en ofrecer a los pacientes el despertar de un nuevo día con música.
La pobre desconocía los beneficios de la música, y como tantas otras personas viven ancladas en la rutina del día a día que, además, pretenden imponer al resto.
Muchos años después regresé a España y estuve trabajando en un hospital, en Madrid, en el área de quirófano una vez más. Me llevé una grata sorpresa al ver que un equipo de cirugia cardiaca operaba escuchando la música elegida por el cirujano jefe.
Pero lo más curioso era otro equipo de cirugia máxilofacial, que realizaba grandes intervenciones de cirugia reparadora en la cara y cuello tras extirpar tumores, etc ,cirugía que requería muchísimas horas. Cuando se vislumbraba el final de la intervención, algunos miembros del equipo comenzaban a cantar a pleno pulmón, a veces temas de ópera, para liberarse de la gran tensión y estrés acumulados. Cuando los oíamos cantar desde nuestra sala sabiamos que la intervención tocaba a su fin y acudiamos entonces para recoger el material. Pero estas prácticas tan saludables no eran lo más habitual. Aunque en algunos hospitales, en España, en determinados servicios, se aplica ya la musicoterapia, pero la evolución es muy lenta y queda aún mucho terreno por andar.
Sin embargo el momento que más me conmovió lo viví en mi última etapa parisina, en el hospital Foch, citado anteriormente.
Dentro del hospital había un anejo recién construido para dedicarlo al tratamiento oncológico. Los afectados de cáncer acudían allí después de haber fracasado en otros hospitales la quimioterapia convencional, para someterse a un tratamiento novedoso puesto a punto por el profesor y director del servicio. Las curaciones completas eran escasas, pero las hubo, y los pacientes acudían como último recurso para intentar salvar la vida.
Muchos pacientes, en su mayoría menores de cincuenta años, acudían el fin de semana para someterse a un ciclo de tratamiento de dos o tres días.
En el servicio reinaba una calma que contrastaba con el drama que cada cual vivía. Todo estaba estudiado para conferir ese sosiego: la luminosidad, los tonos de la pintura, las plantas que decoraban los pasillos, el decorado en general, el conjunto armonioso de la arquitectura, todo inspiraba paz y quietud. Como trabajaba en turno de noche, por los motivos ya explicados, pensé que encajaría bien con el silencio reinante en los pasillos tan acogedores unas melodías de guitarra como ”María Elena” entre otras.
Un domingo esperando el relevo a las siete y media de la mañana, me senté con mi guitarra en una especie de mini hall al lado de unas plantas. Comencé a tocar la guitarra, como de costumbre, melodías suaves. La pureza del sonido parecía irreal al propagarse en aquel silencio. Sonó un timbre y la auxiliar de enfermería acudió a la habitación. De regreso se dirigió a mi.”Un paciente me ha preguntado que si es posible hablar con el músico”. Por supuesto, le dije, mientras acudía a la habitación con mi guitarra. Estoy escuchando su música y es una maravilla, me dijo entusiasmado el paciente; un señor de unos cincuenta años, elegante sereno, nada en su aspecto externo dejaba entrever el estadio terminal de su enfermedad.
¿Conoce usted la “malagueña”?, preguntó.
A la “malagueña salerosa” se refiere, le dije
Si, exactamente, esa misma. ¿Y me la podría cantar usted?
Cómo no, la tengo en mi repertorio y es una de mis favoritas. Me concentré y como si estuviera en un escenario se la canté.
¿Desea escuchar alguna más?, le propuse al terminar.
No, es suficiente.
Estaba visiblemente emocionado y esperé que volviera a la convesación. Soy ejecutivo de una empresa y he viajado mucho por Latinoamérica, dijo. Hablo algo de español y siempre cuando acudía a cenar en algún restaurante típico con mi mujer y amistades, pedía a los músicos esta canción… Observé que de repente sus ojos se humedecieron. Se hizo un silencio. Y tras una breve pausa prosiguió… Estoy aquí este fin de semana para someterme a los ciclos pero sé que mis días están contados; por eso quiero agradecerle este momento que acaba de regalarme y puedo decirle que he vuelto a ser inmensamente feliz gracia a usted. Nos despedimos con un apretón de manos prolongado mientras seguía agradeciéndome con una voz entrecortada por la emoción. Salí de la habitación apenado porque aquella despedida suponía, probablemente para él, sin temor a equivocarme, el adiós a la felicidad en este mundo.
Regresé a casa, desayuné como de costumbre y me acosté para descansar. Por mi mente desfiló de nuevo aquel momento tenso, profundamente emotivo.
Y con el alma ya serena me dormí en paz, sabiendo que una persona poco antes de morir, gracias a la música, había vuelto a ser feliz. Félix
6 comentarios:
Ya sabes Félix el dicho ese: "la música amansa las fieras". Por tu relato podría decirse que estimula o alienta a los enfermos.
Es evidente que cualquier melodía tiene un efecto directo sobre nosotros, a veces euforiza, o entristece si esa melodia nos recuerda algún momento triste. Aunque normalmente, la música es alegría y para aquellos que se apañan trasteando algún instrumento, como haces tu, puro placer. Saludos Salva
Como decías Félix, en el comentario del blog de Manolo, la nostalgia presente en los recuerdos... Leyendo tu relato, recordaba mi niñez (cuando estudiaba guitarra 2 veces por semana en Goyena), los 5 años que cursé -entre solfeo, teoría y guitarra-.
Quiero agradecerte por tu saludo, desde aquí, tu blog, y hacerte saber que compartiremos esas nostalgias.
Saludos desde Argentina
Qué buen rollo se respira en este rincón bloguero. Y con él la página ya va sola; os bastais solitos para mantanerla viva.
Unos dias que he estado apartado de todo esto y observo que hasta funciona mejor... Que ya os conocéis con Anabel...
Lo dicho, qué buen rollo, ¡Qué bien!
Vuestros relatos, Félix y Salva, van de música... ¿telepatía?
Cierto como decís que la MUSICA, es, además de muchas otras cosas, medicina (musicoterapia); con muy buenos resultados como tú Félix has comprobado y experimentado. ¿Recuerdas cuando D. Leopoldo nos decía que cantar es rezar dos veces?
Bonito lugar el que elegiste para la foto con tu guitarra...ssss., ssss, oigo, precisamente en este momento, en la emisora que tengo sintonizada:... ¿por qué la noche es tan larga, guitarra dímelo tú...
-Manolo-
Bravo Felix, saludarte decirte que ya me enuentro en Madrid, donde tengo el ordenador.
Ya me he leido todos tus Blogs, y como todos agradecerte estos hermosos ratos que nos haces pasar,
haciendo fabulas de nuesta realidad
con la sequía, los fuesgos y la más triste enfermedad.
Un saludo pariente.
Ya ves, Macario, que movidita está esta página de La Zarza y su "Rincón bloguero".
Te vi en fotos de la fiesta y como siempre danzando para que la tradición no decaiga. Ya veremos con estos jóvenes que parece que no están por coger el testigo. Confío que vayas aleccionando a alguno para que en su día te sustituya; mientras, sigue para bien de la fiesta, la tradición y nuestro folclore.
-Manolo-
Amigo Macario.Es un placer estar de nuevo en contacto.Debo decir que el mejor momento que he vivido est verano fue aquel improvisado,cuando casualmente nos encontramos en Mieza y me invitaste a visitar el local (casa antigua)que restaurabais para la "peña".¡Y qué peña!Acto seguido llegó el banquete en aquella larga mesa donde habia de todo de la tierra:vino aceitunas embutidos queso y olvido algo.Y para remetar las canciones, algunas picaronas, que llegaron después.Eso no se paga con dinero y solo esta al alcance de unos cuantos con humor y talento como todo el grupo.Son esos momentos que con el tiempo transcurrido dices que la vida merece la pena,saboreádola asi.Realmente daria para una crónica fantástica.Solo queda repetirla el próximo año.
Un saludo .Felix
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