06 agosto 2010

Escuchando la naturaleza


Un atardecer de julio cuando el crepúsculo avanzaba, decidí tomar el fresco en la terraza del huerto que está pegado a la casa de mis padres. La terraza se eleva casi dos metros sobre el nivel del suelo ofreciendo una excelente vista panorámica. De izquierda a derecha, entre las casas esparcidas y la terraza median unos prados que ofrecen su frescor y aroma. A mi izquierda un prado alberga un chopo solitario tan alto como la torre de la iglesia que se yergue ahora frondoso y recuperado tras sufrir el acoso de un rayo hace un tiempo. En el centro, nuestro huerto se prolonga hasta el prado contiguo. A mi derecha, en el huerto dejado de la mano de Dios por su dueño, crecen desordenadamente zarzales y todo tipo de maleza, dando cobijo a toda suerte de bichos. Un día entrada la noche, vi un erizo encaminarse hacia un matojo de lechugas. El año pasado, mientras mis padres descansaban en la terraza, los visitó una culebra bastarda que intentó huir por un agujero en la pared pero mi padre, a sus 88 años, antes de que se colara del todo, la enganchó por la cola y tirando con todas sus fuerzas se hizo con ella para darle su correctivo. Esta primavera otra culebra entró en la cocina sin ser invitada, así que mi padre cuando la vio, con la ayuda de mi hermano Chuchi, la despachó sin contemplaciones. Los japoneses la hubieran cocinado directamente.
Como se ve, esto si que es estar rodeado de la auténtica naturaleza.
Enfrente de mi, a unos cien metros, la silueta del torreón con su reloj se yergue majestuosa por encima de los tejados. La brisa agita las hojas del chopo que en su baile incesante reproducen un frufrú agradable y relajante en medio del silencio casi absoluto. La noche se ha adueñado del entorno. Las luces que enmarcan las ventanas parpadean de vez en cuando dejando adivinar el supuesto trasiego de la cocina al salón. La brisa es cada vez más fresca y en mis brazos aflora la carne de gallina. Los centenares de gorriones que se han refugiado en los zarzales del huerto abandonado han cesado su algarabía y duermen ya. El silencio va ganando terreno; solo me llega el eco lejano y entrecortado de unos chavales que juegan en el entorno del ayuntamiento. La brisa me trae bocanadas de fragancias refrescadas entre las parras y otros frutos del huerto. Una veintena de ovejas se han tumbado bajo el chopo, apretujadas, formando un circulo compacto para pasar la noche .Una tose de vez en cuando. Había olvidado ya que las ovejas también tosen. Después vuelve el silencio. Del laurel que tengo a diez pasos, dos ramas casi juntas despuntan en el centro por encima del resto ,cual dos brazos alzados con las manos abiertas que quisieran atrapar en su cuenco el lucero que brilla intensamente en el fondo. La luna que luce su escueto cuarto menguante se desliza lentamente hacia el horizonte entre el chopo y el laurel. Los chavales han callado. Contemplo por encima de mi cabeza la Osa Mayor, y más lejos la estrella Polar que cuando niño mi tío Indalecio me enseño a localizar. Las dos últimas ventanas que lucian se apagan .La gente duerme, los pardales también, y las ovejas, y la paloma que anida en el chopo; todo parece seguir el ritmo impuesto por la naturaleza como una sinfonía perfecta. La brisa no cede y solo el frufrú suave de las hojas acuna mi espíritu que sueña envuelto en la quietud de la noche. Hace media hora que el reloj dio las once; y dos que contemplo sentado en la terraza, mecido por la brisa y respirando las fragancias, la transición del crepúsculo a la noche cerrada, y creo que es hora de retirarme a mis aposentos como el resto. Pienso que si tuviera la cama al lado me dormiría al segundo. Recojo la silla y al mover una planta cercana me percato de que no todos los seres de mi entorno duermen, puesto que una luciérnaga ha encendido su lamparilla de noche de un blanco verdoso y parece feliz en su morada. La contemplo durante unos segundos para ver de donde saca esa luz tan intensa. Pero no descubro el misterio. Le deseo una feliz noche. Hincho los pulmones con el aroma fresco y me retiro para seguir el ritmo de la naturaleza y recordar por un instante que así lo hacían mis abuelos. Escucha la naturaleza, me decía mi abuelo, y es lo que he hecho durante estas dos horas en la terraza en esta noche fresca del mes de julio. La noche continúa cumpliendo con su función purificadora. Cuando despierte el alba todo será más puro y comenzará paulatinamente el trasiego de las gentes, el aire se contaminará de nuevo, pero siempre acudirá la noche con su tamiz purificador. Por eso siempre que puedo, en esta época veraniega, al caer la noche, procuro instalarme en la terraza para asistir a ese espectáculo lleno de penumbras, de aromas, de sonidos, y después de silencios cuando la noche lo ha cubierto todo con su manto y ya todo duerme en paz.
Camino de mi habitación canturreo mentalmente aquella melodía del incomparable Carlos Gardel:Silencio en la noche/ya todo está en calma/el músculo duerme /la pasión descansa. Descanse también en paz el gran Carlos.

Félix.

4 comentarios:

Manuel dijo...

Con tu relato, Félix, no necesitamos ir al pueblo para sentir esas sensaciones sentados a la fresca en una noche de verano; no es necesario estar allí. Desgranas una a una todas las sensaciones y percepciones que penetran por los sentidos todos: olores y perfumes, sonidos y ruidos, resplandores, visiones y luces (hasta las de las luciérnagas), tacto con piel de gallina por el fresco, repito, mejor que ir al pueblo es vivirlo en tu blog .
Bueno, bueno,… el que pueda y tenga la oportunidad de disfrutarlo allí, en directo, que lo viva; pero tiene que estar dispuesto en cuerpo y alma a sentir esas sensaciones desplegando para ello todas sus antenas sensoriales, o simplemente dejarse llevar por el momento.
Algunas de esas sensaciones aún son iguales a las de nuestra niñez; pero ¡ay!, otras muchas no son lo mismo, aunque lo parezcan; han sido contaminadas, alteradas por la “modernidad” y el “progreso” y no son como entonces. Nosotros tampoco, seguro. Pero si en algún lugar se pueden sentir, es en nuestro pueblo, como tan magistralmente describe Félix.

¡Ah! Tanto la imagen de la Torre (anterior), como esta del Torreón, magníficas. Hay que estar allí en ese momento, verlo, captarlo y luego compartirlo, mostrarlo. Gracias.

Anónimo dijo...

Este comentario lo estoy escribiendo desde mi habitación en Zarza y las sensaciones que describes no he podido disfrutarlas, pero si las he vivido en veranos pasados.
Sucede que, después del jaleo de la ciudad allá en Cataluña, uno acude con la ilusión puesta en olvidar obligaciones y ocios, todo sea dicho, para dedicarse exclusivamente a la diversión bullanguera y al encuentro de los nuevos y viejos amigos.
Sin embargo, por lo que a mi respecta, tengo la impresión de que las moscas también vienen los mismos días que yo y son un incordio horroroso a la hora de descansar. Tienen la costumbre de hacerme notar su presencia bien cerquita del oido cuando el sueño inicia su entrada. Tal vez porque no quieren que me pierda ni un solo segundo de estancia y con su molesto zumbido fustigan mi mal entendida, por su parte, vagancia.
Aún así, las ignoro y noto sus patitas, ahora en el cuello luego en la espalda, alguna se atreve a oradar en mi nariz. Mas no las hago caso y duermo. Entonces buscan un aliado, el calor lacerante que no descansa ni de noche ni de día y empapa la almohada de sudor.
Menos mal que la ducha es reconfortante y calma el desasosiego aunque la batalla continúe y los rigores de la canícula no vaticinen tregua alguna.
Es entonces cuando uno tira de modernidad para llenarse de aire fresco limpio no exento de calor. Subo en mi moto a hora temprana mientras la familia duerme y me pierdo por la carretera para sentir la brisa mañanera y sí, es reconfortante pero...la naturaleza tiene incontables armas y un sicario, un kamikaze de los arbustos me espera camuflado en la orilla de la carretera para darme una lección y recordarme que no todo el campo es orégano y que son necesarias unas mínimas normas para disfrutar de los paisajes que ellos crean y mantienen. Noto un aguijonazo profundo en el empeine, disminuyo la velocidad y busco entre las correas de la sandalia al artifice del dolor, no hay cardo, ni pincho, ni nada. Detengo la moto en la orilla de la carretera y veo dos diminutos puntos rojos y pienso que alguien decidió fastidiarme la mañana, una avispa,o un abejorro con muy mala leche se ensañó en mi pie y al instante percibí que mi tobillo engordaba acompañado de un liviano dolor.
En conclusión, amigo Félix, la naturaleza esta vez me recordó que para disfrutarla recomienda unos mínimos de prudencia y que no puede llegar un urbanita con bermudas y los pies semidescalzos cabalgando una montura ruidosa y metálica dispuesto a sorber todas esas cosas buenas y placenteras que con buen tino siempre realtas. Un abrazo. Salva.

Anónimo dijo...
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Félix dijo...

Cierto es que ni el campo ni el pueblo ni nosotros somos lo que éramos porque todo cambia, como pudimos observar en el documental "super 8":el pueblo, el campo y sus gentes " que vimos en la "peña";documental viejo de 33años.Y cómo el amigo Salva rápidamente resaltó la "linea" con dieta o sin ella , de la que hacian gala las personas de aquel entonces;o sea :menos barrigas y más tiesos que ahora.Hoy pasas por quirófano y te quitan los kilos que quieras.Antes se quitaban en las eras y bailando al son de la flauta y el tamboril.

Las moscas,esas pesadas moscas,Salva son compañeras de vacaciones y participan a su modo.Tienes suerte poder dormir en su presencia.Yo cuando me acosté habia 8 o 10 en el dormitorio y lo que hice fue eliminarlas,pues eran jóvenes y caian con facilidad.Despues dormi sin problemas y cuando desperté habia una superviviente en la almohada, pero como no me molestó la deje´.Todo requiere un apredizaje,tambien para zafarse de ellas.Salir en moto como haces conlleva su riesgo.Hay que ir protejido,compañero, aunque haga calor, o si no a pie.
No sabia que tenias moto.Ahora comprendo el ritmo que llevabas bailando en la plaza.Afloja la marcha y ahorra gasolina ,anda.Un abrazo .Félix