La parvas van desapareciendo en la era transformadas en paja y grano. Algunos rezagados trillan las últimas parvas mientras otros recogen el grano en la panera y la paja va llenando poco a poco el pajar para tener cama para el ganado en invierno, y alimento para las vacas y caballerías, cuando mezclada con el grano se le sirve en el pesebre, labrado a menudo en troncos de árboles, y algunas veces en piedra de granito.
Mi tío Agapito lanza la paja con la brienda por encima de los tableros del carro provisto de redes el la parte delantera y trasera para almacenar lo máximo posible de paja. Yo me cubro la espalda y la cabeza con un saco para evitar la paja que a menudo cae sobre mí. Cuando ya hay una buena cantidad dentro del carro, comienzo a encalcarla. Las personas con mucho peso la apretujan en un santiamén, pero los chavales estamos más ligeros y como monos en jaula saltamos sin parar hasta que las redes van hinchando su panza. Es una tarea muy desagradable porque debido al calor el polvo se pega en la cara sudorosa, y en los labios, y la nariz no puede filtrar todo y se traga bastante polvo, por eso se suele comenzar muy temprano, con la fresca y, antes de que el sol caliente como un condenado, ya hemos hecho media jera. Peor lo pasan los que están en el pajar donde no corre nada el aire y con el trasiego de la paja el polvo se pega hasta en las pestañas y cuando sales a respirar fuera pareces un deshollinador con una máscara ceniza. La tarea en el pajar siempre la realizan los adultos. Como mi abuelo tiene poca mies, en tres días hemos acabado la faena de la paja. En esta época del año; finales de julio y primeros de agosto, las lluvias son inexistentes, o casi. Rara vez llueve algo de tormenta, pero como es pasajero se extiende la paja y con el calor seca enseguida.
Cuando toda la paja está ya bajo techo en la pajera, me voy a dormir a la era con mi amigo Paco porque aun le queda una pequeña parva por trillar y tienen unos muelos de grano en la era de modo que tenemos previsto una cayada cada uno para ahuyentar a las caballerías que pudieran entrar durante la noche. Es la primera vez que voy a dormir al raso y por eso he aceptado la invitación de mi amigo porque además hace buena temperatura y tengo ganas de que llegue la noche. Después de cenar con la cayada en la mano nos dirigimos a la era. Tenemos que pasar delante del cementerio y eso siempre me da algo de repelús sobre todo esta noche que aún no ha salido luna. Al llegar a la altura del cementerio veo una cosa blanca en la puerta. A medida que avanzamos se aprecia mejor. Paco también la ha visto y me dice al oído: ¿Has visto eso?, es un fantasma. Yo aprieto fuerte la curva de la cayada por si acaso hay que defenderse. Paco tampoco deja de vista esa cosa blanca que está en medio de la puerta y no se mueve. Todo está en silencio. Nuestros pasos retumban. Mi corazón parece que se va a salir del pecho. No perdemos de vista lo que parece un fantasma que ahora se mueve y la cosa blanca parece que se quiere echar a volar y avanza hacia nosotros. Paco se para y me dice. Tranquilo, que como se acerque le pego un palo que lo meto otra vez en el cementerio. A mi me tiemblan las piernas y he levantado la cayada para defenderme. Avanza despacio hacia nosotros y como parece decidido a envolvernos en su manto, Paco levanta la cayada y suelta un vozarrón: Ven, fantasma, que te voy a partir la cabeza, y da unos pasos hacia él. En ese momento se descompone la sábana y se oye una voz que dice. ¡Quietos con los palos, coño, que soy Alejandro! y arrancamos a reír, soltando algún taco. Sabia que veníais a dormir a la era y quise meteros un susto, dijo Alejandro. Pues casi te llevas un palo en la cabeza dijo Paco. Anda, vente con nosotros a la era a dormir que ya tienes sábana, le dije yo. No puedo, me esperan en casa y como se entere mi hermana que he cogido una sábana del arca, me echará la bronca. Bueno, hasta mañana, que durmáis bien.
Adiós fantasma.
En la era desatamos varios manojos y preparamos un mullido como un colchón. Como hace algo de viento y aunque ahora no es frío, hacia la madrugada con el relente se notará el frescor y colocamos unos manojos como un muro para protegernos. Le digo a Paco que por qué no hacemos un túnel con los manojos, como una madriguera, y dice que es mejor ver las estrellas. A mi me gusta dormir recogido, como los reyes en su cama con techo y con cortinas, pero lo que más me gustaría es una cama dentro de un huevo a la medida ,cubierto de estrellas por dentro, como si estuviera viajando en el firmamento. De pronto veo a lo lejos junto a la cerca de piedra algo que se mueve como si fueran dos brazos que se balancean como cuando se despide a alguien. Me acerco a Paco y le digo al oído: ves aquello que se mueve, que parece que son dos brazos que nos dicen ¡hola muchachos! Si lo veo, pero como no hay luna es difícil saber qué es. Siguen los movimientos como dos brazos en alto que fingen dar una palmada, se separan vuelven a dar otra palmada, se separan y así. Estamos rodeados de fantasmas, dice Paco. ¿No será Alejandro que ha vuelto con otra de las suyas? le digo. No, puede que sea otro gracioso, o vete a saber qué es, pero no te preocupes, vamos a saberlo enseguida. Coge en una mano una piedra que llamamos rollo, que es muy dura y el maestro dice que es cuarcita, y en la otra la cayada. Yo cojo la mía .Le lanza el rollo que se estrella contra la pared haciendo saltar chispas. Salimos corriendo a la vez con las cayadas en alto hacia el fantasma y de repente se oye un rebuzno y un traqueteo raro. Cuando llegamos a la pared vemos que es el burro del Anastasio que siempre anda suelto de noche. Había olfateado el muelo de cebada y con sus grandes orejas daba palmas como diciendo ¡qué rica tiene que estar! Y volvimos riéndonos a nuestro refugio de paja.
Extendemos la manta sobre la paja y nos acostamos. Se respira un aire puro con olor a paja. Me gusta el olor a paja que es más denso por la mañana con la humedad de los huertos y se entremezcla con los aromas de las plantas que crecen junto al pilar que está cerca, y en el silencio se escucha el débil chorro del caño. Pasamos casi una hora charlando de nuestras cosas. Las estrellas relucen en el firmamento y de vez en cuando una estrella fugaz deja su llameante rastro en la oscuridad del cielo donde se aprecia con gran nitidez la Vía Láctea que mi abuela llama también el Camino de Santiago, porque se orienta hacia el oeste, y dice que ese rastro más luminoso es porque una cabra andando el camino iba derramando su leche. De pequeño yo me lo creía y me hacia soñar en un universo maravilloso pero ahora sé que es la Vía Láctea. Miro la Osa Mayor que llamamos el carro grande, porque hay otro pequeño y se desplaza según avanza la noche. El reloj da las doce, y vuelve el silencio.
De vez en cuando se oye el canto de la lechuza, que parece un grito de dolor y podría dar miedo en la oscuridad de la noche si no estuviéramos acostumbrados. Por la mañana, al despertar el sol, se oyen algunas esquilas y cencerros del ganado que se levanta como nosotros. He pasado una noche respirando el aire puro con olor a paja y volveré cuando pueda porque me ha gustado dormirme mirando las estrellas.
Al día siguiente le comento la experiencia nocturna a Pablito que es el hijo del médico y es de mi edad. En su mirada veo que le da envidia y me dice que qué suerte tenemos los pobres de poder dormir bajo las estrellas. Lo de pobres lo sabe porque un día le dije: que suerte tenéis los ricos que coméis a menudo perdices, no como nosotros los pobres, que tenemos que contentarnos con tocino y algunas veces sardinas contadas. Pero es un buen amigo, aunque su padre no lo deja jugar con nosotros más lejos del entorno de su casa porque dice que somos muy brutos y decimos palabrotas.
La recolección está a punto de terminar y volveré el año que viene a dormir en la era porque es como tener una cama en pleno campo, con el cielo por techo. Félix
Mi tío Agapito lanza la paja con la brienda por encima de los tableros del carro provisto de redes el la parte delantera y trasera para almacenar lo máximo posible de paja. Yo me cubro la espalda y la cabeza con un saco para evitar la paja que a menudo cae sobre mí. Cuando ya hay una buena cantidad dentro del carro, comienzo a encalcarla. Las personas con mucho peso la apretujan en un santiamén, pero los chavales estamos más ligeros y como monos en jaula saltamos sin parar hasta que las redes van hinchando su panza. Es una tarea muy desagradable porque debido al calor el polvo se pega en la cara sudorosa, y en los labios, y la nariz no puede filtrar todo y se traga bastante polvo, por eso se suele comenzar muy temprano, con la fresca y, antes de que el sol caliente como un condenado, ya hemos hecho media jera. Peor lo pasan los que están en el pajar donde no corre nada el aire y con el trasiego de la paja el polvo se pega hasta en las pestañas y cuando sales a respirar fuera pareces un deshollinador con una máscara ceniza. La tarea en el pajar siempre la realizan los adultos. Como mi abuelo tiene poca mies, en tres días hemos acabado la faena de la paja. En esta época del año; finales de julio y primeros de agosto, las lluvias son inexistentes, o casi. Rara vez llueve algo de tormenta, pero como es pasajero se extiende la paja y con el calor seca enseguida.
Cuando toda la paja está ya bajo techo en la pajera, me voy a dormir a la era con mi amigo Paco porque aun le queda una pequeña parva por trillar y tienen unos muelos de grano en la era de modo que tenemos previsto una cayada cada uno para ahuyentar a las caballerías que pudieran entrar durante la noche. Es la primera vez que voy a dormir al raso y por eso he aceptado la invitación de mi amigo porque además hace buena temperatura y tengo ganas de que llegue la noche. Después de cenar con la cayada en la mano nos dirigimos a la era. Tenemos que pasar delante del cementerio y eso siempre me da algo de repelús sobre todo esta noche que aún no ha salido luna. Al llegar a la altura del cementerio veo una cosa blanca en la puerta. A medida que avanzamos se aprecia mejor. Paco también la ha visto y me dice al oído: ¿Has visto eso?, es un fantasma. Yo aprieto fuerte la curva de la cayada por si acaso hay que defenderse. Paco tampoco deja de vista esa cosa blanca que está en medio de la puerta y no se mueve. Todo está en silencio. Nuestros pasos retumban. Mi corazón parece que se va a salir del pecho. No perdemos de vista lo que parece un fantasma que ahora se mueve y la cosa blanca parece que se quiere echar a volar y avanza hacia nosotros. Paco se para y me dice. Tranquilo, que como se acerque le pego un palo que lo meto otra vez en el cementerio. A mi me tiemblan las piernas y he levantado la cayada para defenderme. Avanza despacio hacia nosotros y como parece decidido a envolvernos en su manto, Paco levanta la cayada y suelta un vozarrón: Ven, fantasma, que te voy a partir la cabeza, y da unos pasos hacia él. En ese momento se descompone la sábana y se oye una voz que dice. ¡Quietos con los palos, coño, que soy Alejandro! y arrancamos a reír, soltando algún taco. Sabia que veníais a dormir a la era y quise meteros un susto, dijo Alejandro. Pues casi te llevas un palo en la cabeza dijo Paco. Anda, vente con nosotros a la era a dormir que ya tienes sábana, le dije yo. No puedo, me esperan en casa y como se entere mi hermana que he cogido una sábana del arca, me echará la bronca. Bueno, hasta mañana, que durmáis bien.
Adiós fantasma.
En la era desatamos varios manojos y preparamos un mullido como un colchón. Como hace algo de viento y aunque ahora no es frío, hacia la madrugada con el relente se notará el frescor y colocamos unos manojos como un muro para protegernos. Le digo a Paco que por qué no hacemos un túnel con los manojos, como una madriguera, y dice que es mejor ver las estrellas. A mi me gusta dormir recogido, como los reyes en su cama con techo y con cortinas, pero lo que más me gustaría es una cama dentro de un huevo a la medida ,cubierto de estrellas por dentro, como si estuviera viajando en el firmamento. De pronto veo a lo lejos junto a la cerca de piedra algo que se mueve como si fueran dos brazos que se balancean como cuando se despide a alguien. Me acerco a Paco y le digo al oído: ves aquello que se mueve, que parece que son dos brazos que nos dicen ¡hola muchachos! Si lo veo, pero como no hay luna es difícil saber qué es. Siguen los movimientos como dos brazos en alto que fingen dar una palmada, se separan vuelven a dar otra palmada, se separan y así. Estamos rodeados de fantasmas, dice Paco. ¿No será Alejandro que ha vuelto con otra de las suyas? le digo. No, puede que sea otro gracioso, o vete a saber qué es, pero no te preocupes, vamos a saberlo enseguida. Coge en una mano una piedra que llamamos rollo, que es muy dura y el maestro dice que es cuarcita, y en la otra la cayada. Yo cojo la mía .Le lanza el rollo que se estrella contra la pared haciendo saltar chispas. Salimos corriendo a la vez con las cayadas en alto hacia el fantasma y de repente se oye un rebuzno y un traqueteo raro. Cuando llegamos a la pared vemos que es el burro del Anastasio que siempre anda suelto de noche. Había olfateado el muelo de cebada y con sus grandes orejas daba palmas como diciendo ¡qué rica tiene que estar! Y volvimos riéndonos a nuestro refugio de paja.
Extendemos la manta sobre la paja y nos acostamos. Se respira un aire puro con olor a paja. Me gusta el olor a paja que es más denso por la mañana con la humedad de los huertos y se entremezcla con los aromas de las plantas que crecen junto al pilar que está cerca, y en el silencio se escucha el débil chorro del caño. Pasamos casi una hora charlando de nuestras cosas. Las estrellas relucen en el firmamento y de vez en cuando una estrella fugaz deja su llameante rastro en la oscuridad del cielo donde se aprecia con gran nitidez la Vía Láctea que mi abuela llama también el Camino de Santiago, porque se orienta hacia el oeste, y dice que ese rastro más luminoso es porque una cabra andando el camino iba derramando su leche. De pequeño yo me lo creía y me hacia soñar en un universo maravilloso pero ahora sé que es la Vía Láctea. Miro la Osa Mayor que llamamos el carro grande, porque hay otro pequeño y se desplaza según avanza la noche. El reloj da las doce, y vuelve el silencio.
De vez en cuando se oye el canto de la lechuza, que parece un grito de dolor y podría dar miedo en la oscuridad de la noche si no estuviéramos acostumbrados. Por la mañana, al despertar el sol, se oyen algunas esquilas y cencerros del ganado que se levanta como nosotros. He pasado una noche respirando el aire puro con olor a paja y volveré cuando pueda porque me ha gustado dormirme mirando las estrellas.
Al día siguiente le comento la experiencia nocturna a Pablito que es el hijo del médico y es de mi edad. En su mirada veo que le da envidia y me dice que qué suerte tenemos los pobres de poder dormir bajo las estrellas. Lo de pobres lo sabe porque un día le dije: que suerte tenéis los ricos que coméis a menudo perdices, no como nosotros los pobres, que tenemos que contentarnos con tocino y algunas veces sardinas contadas. Pero es un buen amigo, aunque su padre no lo deja jugar con nosotros más lejos del entorno de su casa porque dice que somos muy brutos y decimos palabrotas.
La recolección está a punto de terminar y volveré el año que viene a dormir en la era porque es como tener una cama en pleno campo, con el cielo por techo. Félix
4 comentarios:
La verdad, Félix, es que ya tienes escrito el libro de La Zarza; solo juntarlo y ordenarlo a gusto.
Vamos a adelantarnos un poco: ¿Qué título o títulos le pondrías? Hay que ir dando pasitos, pues los grandes pasos ya los tienes hechos.
Veo que sigues enlazando imágenes existentes en nuestra página, aunque esta de la pajera corresponde a La Zarza (Valladolid) donde acudimos unos cuantos zarceños al hermanamiendto de los dos pueblos y vimos en murales de pared magníficos dibujos-pinturas como este que embellecían el pueblo. También en nuestro pueblo en más de un caso la paja se lanzaba a traves de una ventana.
-Manolo-
No me canso de decir que eres el mejor director de orquesta,Manolo.
Aqui todos tocamos algun palo y la orqueta va que chuta,basta con ojear todos los rincones y no solo el bloguero.Es verdad que ya hay bastante material,pero no suficiente, para el libro que deseo tanto como tu se haga realidad un dia.¿El titulo?
,seguro que tu encontrarás uno bueno .Ya saldrá alguno sin esperarlo.Las imagenes enlazadas me gustan y como ves proceden de tu cosecha como pintor.Me gusta "robarlas" pues como dice aquel, todo que da en casa.Esta del pajar que sacas de tu cosecha es muy elocuente.Muchos pajares eran asi,con una unica ventana por donde se metia la paja,asi que el que estaba dentro"arrempujandola"
tenia su mérito. Félix
En un principio pensé que tu relato nos iba a ofrecer un pasaje de terror. Ya se sabe que el miedo es muy sugestivo y crea formas donde no hay nada. Alejandro quiso gastaros uns broma y a poco estuvo de cobrase un garrotazo.
Una vez dormi en la era. Si no recuerdo mal lo hacíamos para vigilar el grano. Fue una experiencia bonita y que recuerdo cada verano en las noches de calor intenso.Cuando estuve en el ejército, más de una vez me tocó dormir al raso durante las maniobras. Sin embargo, no tuve las mismas sensaciones que en la era de mi pueblo.
No pierdo la esperanza de repetir la experiencia de la era. No estarán las siluetas de las encinas (No sé si está bien escrito) que me recordaban las cabañas de los indígenas del amazonas. Ni tampoco disfrutaré de aquel café calentito que mi madre llevaba en la cesta a primera hora de la mañana. Lo que no habrá cambiado sera el imperturbable y grandioso espectáculo celeste. Un abrazo, Salva
¡AH!, me olvidé decir que la imagen, oportuna imagen que acompañas, es un momento mágico. Nada más y nada menos que la campana del Torreón metida en la luna. Buen fondo y muy sugerentes esas dos "pisadas" (¿luces de farolas?) enigmáticas, paseando en en cielo oscuro de la noche.
-Manolo-
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