16 marzo 2012

Piedra soy,y zarceña.

Piedra soy, y por eso quiero contar mi vida; aunque la mía es ciertamente irrelevante. De modo que expresaré más bien el sentir general de mis hermanas.
Algunos dirán que las piedras, como las plantas y los animales, no hablan. Es cierto a medias, porque en nosotras también se ha labrado la historia, y hemos ayudado a desvelar muchos secretos. Y ustedes seguirán

argumentando que plantas y animales tienen vida y nosotras no, y que manifiestan sus sentimientos de una u otra forma y nosotras no, aunque también esto es una verdad a medias. Porque nosotras, las piedras, también sentimos a nuestra manera, incluso sufrimos cuando nos maltratan, y es que, aunque parezca exagerado lo que voy a decir, nosotras las piedras, también tenemos nuestra alma. Es cierto que permanecemos inertes pero no tanto como se cree. Porque cuando se creó el planeta Tierra sí que formamos una masa móvil, que se desplazaba hasta quedar definitivamente petrificada en el lugar que el destino eligió. A mi me tocó residir en el campo y pueblo que ahora se llama La Zarza de Pumareda. Aquí hemos permanecido desde siglos con otras hermanas menos numerosas como la pizarra y la cuarcita que aquí llamáis “rollo”.Yo al pertenecer a la familia del granito gris claro, me habéis elegido para formar parte de vuestra vida, y no me quejo, pues en general, hemos sido bien tratadas. De Las numerosas peñas que cubren parte de este territorio fuisteis entresacando las porciones de piedra que a la postre formarían vuestra vivienda, las paredes de las fincas, los corrales y tenadas, las cabañas, los edificios como la iglesia, el frontón de pelota, el Torreón, los pilares donde abrevaba el ganado y donde os abastecíais de agua, por eso yo me empeño en afirmar que también tenemos nuestra alma. Recuerdo cuando un grupo de personas localizaban una peña, le clavaban las cuñas de hierro y a fuerza de golpes, miles de golpes, obteníais el trozo deseado, algunas veces de varios centenares de kilos. Y aquellas moles las arrastrabais con caballerías o bueyes, y luego ya en su lugar de destino, el picapedrero le daba forma según que fuera para esquina de vivienda, para sillar del campanario, para pesebre del ganado, para cruz del calvario o para el potro de herrar y así podría seguir enumerando una lista casi interminable. Yo tuve suerte y me tocó coronar la espadaña de la iglesia. Y sentir en mis entrañas el sonido de las campanas y las explosiones de los cohetes al anunciar un día festivo, o al celebrar una boda, y el crotorar de las cigüeñas que me alegraban las horas, aunque también estaba expuesta a la ira de algún rayo cuando las tormentas planeaban sobre la torre. Pero en el fondo, cada cual asumimos nuestro destino con orgullo y serenidad. Entonces aquellas piedras antes de llegar a su destino fuimos pasando de mano en mano, y algún descuidado sufrió alguna lesión por una mala manipulación, lo cual lamento, pero en general os aplicasteis con gran esmero para que estuviéramos cómodas en nuestro aposento definitivo.
Sí, de mano en mano pasábamos, miles de piedras, quizás millones, para levantar las cercas de las fincas de cada cual, y nos colocabais y buscabais con esmero el encaje perfecto de unas sobre otras para que permaneciéramos unidas por muchos años, quizás siglos, y cada una de aquellos millones de piedras, año tras año, fuimos pasando por aquellas manos ilusionadas y sentimos el roce y la caricia de aquellos zarceños apasionados por la piedra. De la misma forma miles de veces el picapedrero pasaba su mano acariciando el ángulo que labraba hasta quedar definitivamente realizada la obra. Caricias, muchas caricias. Como caricias eran los pescuezos del ganado sobre el borde del pilar al abrevar, o en el pesebre, o las manos de las lavanderas frotando la ropa en el lavadero público: las “pozas”, donde revelaban no pocos secretos de alcoba, aunque algunas también despotricaban de lo lindo entre jabón y jabón. Caricias, cuando llegada la semana Santa algunas manos generosas acariciaban la cruz. Caricias, cuando al entrar en la iglesia cada cual rozaba el borde de la pila al tomar agua bendita. Caricias, llantos del recién nacido y alegría de los padrinos, cuando el sacerdote administraba el bautizo en la enorme pila de piedra. Caricias cuando levantabais una cabaña, piedra a piedra, que pasaba una vez más de mano en mano, a veces transportada a la espalda desde otro lugar. Y en aquella cabaña os cobijabais y sorteabais la lluvia, y el frío, y las tormentas, y nosotras silenciosas asistimos también a escenas amorosas. Por eso me gusta cuando decís:” mucho ojo, que las paredes oyen”, o” ¡ay si las paredes hablaran!”.Porque testigos mudos hemos sido de muchas caricias. Caricias, siempre caricias. Pero los tiempos cambian y ahora casi no hay bautizos, y la iglesia no es tan frecuentada, ni los abrevaderos; el potro de herrar desapareció, y las pozas de lavar quedaron sepultadas, y las cabañas abandonadas a su suerte, y para remate, aquellas que creíamos por derecho propio permanecer en nuestro pueblo nos expatrían al desmontar las cercas levantadas con tanto mimo, y esas piedras hermanas zarceñas irán a parar a no sé que lugares de España para adornar la fachada de los chalets de gente adinerada.¡Ay! si lo supieran aquellos que nos colocaron en sus fincas con tanto mimo creyendo que seria para siempre. Esto de emigrar a la fuerza es lo que menos me gusta porque pienso que deberíamos tener derecho a permanecer allí donde la naturaleza nos dejó. A pesar de todo, las piedras que han sido llevadas con afán de protagonismo a otros lugares, pienso y espero que también alguien sepa mirarlas, y acariciarlas, aunque nunca sus dueños sepan que ellas son piedras zarceñas.
Y volviendo a lo que afirmaba al principio, después de lo expuesto: ¿Alguien sigue pensando que las piedras zarceñas no tenemos nuestra alma? Félix.













Y despues de tanto amor,

la piedra floreció.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez más, Félix, tu sensibilidad aflora para aportarnos con tu agudeza temas con tanta enjundia como el sentir de la milenaria piedra que en tu lenguaje se hace entender con tanta facilidad, logrando despertar el interes de los demás en conocer lo que llevas dentro y de cuando en cuqndo nos transmites con esa perspicacia que te caracteriza, para hacernos sentir honrados con la calidad de tu estilo y tu pluma.
Lástima que los que tienen que escuchar, sólo escuchen a los que no tienen que escuchar; porque, si te escucharan a ti, otro gallo nos cantaría.
Estoy seguro de que con este tema, la Web de La Zarza, ha subido más de un peldaño. No lo dudes; pues, el mensaje, no puede ser más ilustrativo
Un abrzo, Félix.
Luis

Anónimo dijo...

Claro que tienen alma esas piedras de tu relato. Me gusta esa reflexión en la que apuntas que si supieran sus viejos dueños que irían a parar a otro lugar cuando creían que serían eternas en la pared levantada. Se extrañarían, seguro, del mismo modo que aceptarían el nuevo destino.
Desprende tu texto que todo evoluciona, hasta las piedras seculares son llevadas en una segunda juventud.
Si hablaran podrían contar tantas cosas, pero las piedras son dueñas del silencio y la discreción más rotunda.
De artista sin prejuicos, como debe ser, surrealista la foto donde germinan las flores.
Está visto que cuando permites que bulla la creatividad nada te frena. Un abrazo:Salva

Anónimo dijo...

Sabido es que los seres vivos tienen sentimientos, pero muchas otras cosas tienen propiedades parecidas, entre ellas las piedras, porque cuando te acercas a ellas traen muchos recuerdos.
(Paco

Manuel dijo...

“Si las piedras hablaran”… fue un programa de televisión con guión de Antonio Gala y presentado por Natalia Figueroa.
En aquel título el SI era condicional, hipotético; pero he aquí que en lo que se refiere a nuestras piedras, a las piedras zarceñas, es un , afirmativo, pues hablan, por arte y magia de Félix. Y cómo hablan, y parecían mudas, pero lo cierto es, y queda demostrado que no, y sordas tampoco. Tú, Félix, sigue, sigue tirándoles de la lengua que tienen mucho que contar. Y seguro que mucho que callar; pero eso nunca se lo sacarás. NO obstante, inténtalo, es posible que tú lo consigas; te conocen y saben que las tratas bien. Y tontas no son.
-Manolo-

Anónimo dijo...

Esta claro que aquello con lo que hemos compartido muchos momentos sean objetos inanimados,piedras ,coches ,motos, una cayada,la gorra etc, nos ha impregando y forma parte indisoluble de nosostros.Tú,Paco,lo demuestras muy bien con la historia de tu moto,yo tuve coches que le cogi cariño porque me ayudaron a descubrir lugares fantasticos.En fin ,es un tema conocido.Las piedras de la Zarza me gustaria conocerlas mejor pero necesitaria la información de gente de cien años o más que podria saber quien construyó tal o tal fachada.Se podria incluso hacer una descripción bastante fiel de las personas que las construyeron a traves de las piedras,algo asi como un mapa descriptivo sobre las costrucciones y es que las piedras nos dicen como eran aquellas gentes hace cien o doscientos años.Todavia quedan en pie al descubierto bastantes y no descarto estudiar este tema.Tiempo al tiempo. Félix

Anónimo dijo...

Que bonito relato sobre las piedras y que pena ver todas las paredes tiradas con el trabajo que algún día pusieron en colocarlas para hacer una buena pared, pero claro los tiempos cambian y nos tenemos que amoldar a ver las piedras tiradas de cualquier manera, pero nos quedan las peñas que son piedras también y las hay muy buenas y hasta diría yo que bonitas, como nuestra peña resbalina, que yo creo conocen todos los zarceños y los que no lo són también, las peñas seguirán, para siempre esas no se las pueden llevar nos podemos subir a ellas y desde arriba ver nuestra Zarza querida. Saludos Cari.

Anónimo dijo...

¡Felix que precioso relato de nuestras queridas piedras! Los comentarios también geniales. Rosa.