La tan ansiada lluvia por fin llegó. El campo estaba seco y reseco, el ganado apuraba las últimas hierbas trillada de de puro seca. Tres meses largos sin caer una gota de agua es mucho para un campo como el nuestro donde la humedad desaparece rápidamente con los calores. Acabó el verano y dio paso al otoño, y aunque el cielo comenzó a nublarse, no parecía que iba en serio, porque nos había engañado varias veces. Pero se levantó el aire de abajo (Suroeste) y, como sabemos los del lugar, con él casi nunca falla el agua. Así que después del viento que arreció durante el día y se prolongó durante la noche, dio paso a la lluvia, y ahora si era de verdad. Más de lo que anunciaba el hombre o la mujer del tiempo, porque la borrasca se iba para volver sobre sus pasos y así llovió de lo lindo. La tierra absorbió toda la caída, era mucha la sed, se formaron algunos charcos en el cuenco de algún regato, pero cuando la abundante y generosa lluvia cesó después de varios días, el viento de arriba (Noreste) evaporó el sobrante, pero la tierra había administrado sabiamente tan valioso tesoro. Y para premiar la atención del cielo, la tierra lo agradeció con flores. Al verlas, dudé por un momento si era o no primavera, pero la hierba seca no engañaba: es el otoño. Y el campo comenzó a sustituir el ocre desteñido y roñoso por el verde refulgente de hierba otoñal que, junto con el maraojo, lo cubren ya todo. Félix
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