Aquella mañana de 31 de julio de 1974, se
presentaba como una de las más felices y ansiaba al ponerme al volante para iniciar
un viaje lleno de ilusión. A las seis de la mañana, tras colocar el equipaje y
asegurarme de que no olvidaba nada (pasaporte, dinero), salí de Paris
acompañado de mi hermano, dos años más
joven, (yo rondaría los veintiséis) camino del Mediterráneo. El plan del
itinerario consistía en visitar una compañera de trabajo en Beziers, y seguir bordeando
la costa por Narbona, Perpiñán, hasta hacer escala en Barcelona. Después rumbo
a mi pueblo querido. Me imaginaba ya atravesando Salamanca y el resto de pueblos con la capota plegada,
disfrutando del sol y del paisaje, las gentes mirando embobada un coche
extranjero, descapotable, nada menos, como los adinerados.
Tras escuchar un rato la radio metí una
cinta en el radiocasete para escuchar “A Hard Day´s Night “después “Can´t By Me
Love” y así una tras otra de toda la colección de los Beatles que tenía a
mano. El sol estaba presente y tras atravesar la verdeante campiña francesa
llegamos a Limoges. El tráfico por la carretera nacional de doble sentido era
intenso ya que nos cruzábamos los que salíamos y los que regresaban de vacaciones.
Hacia las dos aparqué el coche en una
explanada junto a la carretera y a la sombra de los árboles sacamos la merienda del bolso y nos
restauramos. Hacia mucho calor y la
humedad reinante en la zona hacia
presagiar la formación de alguna
tormenta.
Después de descansar un rato
proseguimos el viaje. Puse “Drive My Car”, después “Michelle” y con la compañía
de los Beatles iba desfilando el paisaje bajo una atmosfera cada vez más
bochornosa formándose nubes que
amenazaban lluvia.
Atravesamos Brive al cabo de un rato comenzó a llover levemente
volviéndose la calzada muy pringosa y resbaladiza. Con el
calor reinante el agua se evaporaba y la
sensación de calor era más intensa. Me paré junto a la carretera en una aldea
para comprar unas botellas de agua. Subí al coche y sonaba ahora “Hey Jude”, la
calzada estaba tremendamente resbaladiza y el tráfico era intenso. De repente a
la salida de la aldea, una señora mayor atravesaba la carretera. Estaba ya alcanzando
la orilla opuesta a la mía cuando enfrente apareció un coche tras superar un
cambio de rasante y frenó bruscamente
para evitar atropellarla. La frenada tan violenta no se justificaba pues
la señora había alcanzado ya la orilla.
Probablemente la chica que conducía iba medio dormida o despistada. El caso es
que el Opel Kadett rojo dio un bandazo
haciendo dos eses y parecía que iba a salirse de la carretera, primero hacia un
lado y después hacia el opuesto. Debido ,entre otras cosas a la calzada mojada, la chica había perdido el
control y se veía que iba a estrellarse inevitablemente. Primero en un giro
venia hacia mi después, volantazo y se iba hacia la otra orilla .Yo observaba
el coche que iba loco de una orilla a la otra. Sopesé salirme de la calzada
para eludir un posible choque pero había un pequeño desnivel y volcaría de modo
que cuando vi que irremisiblemente se me
echaba encima, en milésimas de segundo
pude tejer mi estrategia: cuando por fin en el ultimo bandazo el coche iba a
empotrarse en el lateral ,sobre mi puerta, y por consiguiente en el choque me sacaría
violentamente por la otra puerta y por supuesto
no llegaría a contarlo, entonces justo antes de chocar, giré el volante hacia
la izquierda para cambiar el ángulo del
impacto de modo que el ángulo delantero izquierdo de mi coche, que era muy sólido con la
esquina del parachoques de acero y el de la aleta podría amortiguar el choque.
Me preparé para recibir el topetazo enganchándome fuerte al volante pues carecía de cinturón de
seguridad porque no era obligatorio.
Y de repente irrumpió en el
habitáculo un estruendo como si mil truenos juntos se hubiesen abatido sobre mi
cabeza. Probablemente quedé unos segundos aturdido, pero las ganas de vivir eran tantas
que me rehice inmediatamente. “¡Estoy vivo!”, fue lo primero que me dije
sorprendido. Comencé a palparme las piernas. “No están rotas, que suerte!”.
Sangraba en abundancia por la frente. Pude moverme sin embargo y salir, aunque molido de dolores por los golpes, para ver donde estaba mi
hermano que había desaparecido de mi lado. Al salir lo vi venir hacia el coche
para ver si estaba con vida y nos fundimos en un abrazo interminable: habíamos
vuelto a nacer. Durante el choque salio despedido lesionándose el hombro al
caer, afortunadamente sobre un rellano con hierba. Los coches quedaron en medio
de la calzada provocando un atasco hasta que llegó la policía. Al producirse el accidente a la salida de la aldea inmediatamente
fuimos rodeados de curiosos. Como seguía sangrando le pregunté a un señor si tenia la cabeza abierta. “No
parece que el hueso esté roto, no se le ven los sesos, (no sé si lo dijo en
broma o en serio), y añadió: han tenido ustedes, visto los coches, una suerte
increíble: han vuelto a nacer. Era cierto. Mi coche se partió en el centro. La
chica del Opel permanecía aprisionada entre la puerta y el volante hasta que
llegó la ambulancia. Afortunadamente yo acababa de salir de la aldea y la
velocidad no superaría los sesenta por hora, pero el otro venia excesivamente rápido.
Tras la colisión los coches rodaron a la deriva de modo que parte el equipaje
al saltar por los aires quedó unos diez metros más atrás del coche, en el lugar
del impacto. En la cuneta estaban esparcidos enseres diversos: el bolso de la
merienda, botellas de zumo y agua, las cintas de música, el reloj de pulsera
que no me explico como saltó de la muñeca, la cámara de fotos etc. Conducía con
las gafas de sol y una gorra. Sufrí un profundo
corte en la frente, sin embargo las gafas no se rompieron y así un montón
de anécdotas inexplicables. Lo único que me preocupaba en aquel momento era que
el pantalón recién estrenado color oliva estaba manchado de sangre, como la
camiseta azul sin mangas que me importaba menos. Al recoger la cámara de fotos
inmortalicé el momento tomando varias fotos, totalmente tranquilo como si no
hubiera pasado nada, como si el asunto no fuera conmigo.
Llegó la policía para determinar la
responsabilidad que era del otro coche al invadir mi espacio de calzada. Los
coches quedaron destrozados y la grúa solo tuvo que empujarlos unos cincuenta
metros en un desguace junto a la
carretera.
Acudió la ambulancia haciéndose paso entre
el atasco .Salio la chica del Opel que apenas se tenía de pie doliéndose de la
cadera y se tumbó en la camilla. Subimos mi hermano y, él sentado como el
copiloto y yo tumbado en la camilla. La ambulancia era un Citroën DS 21 el que
llamaban “Tiburón”, muy rápido y confortable por su original suspensión.
La conductora de la ambulancia, una chica oronda de unos
treinta años, muy agradable al trato y a la vista, conducía como un piloto de
formula uno. Sorteaba los coches en la retención, adelantaba a los que iban más
lentos, tanto era el riesgo que asumían, que en una ocasión tuvo que frenar en
seco quedando pegada al coche delantero cuyo chofer asustado se bajó para ver
si le había rozado. Mi hermano me decía en español que no íbamos a llegar con
vida al hospital. Yo también lo pensaba visto el nervio de la chica al volante
en una calzada resbaladiza con un tráfico intenso.
Por fin, cuando llegamos al hospital de
Limoges, al bajar de la ambulancia, miré al cielo echando un largo suspiro de alivio por
considerarme de momento a salvo.
La
sala de espera en urgencias se iba llenando con más accidentados, pues no era
de extrañar con la densidad del tráfico, el bochorno insoportable y la tormenta
que lo complicaba todo. Nos hicieron primeramente unas radiografías. Mi hermano
no tenia el brazo roto pero tenia magulladuras y moratones por lo que le inmovilizaron
el hombro. Al parecer yo no tenia fracturas ni en el cráneo ni en las
cervicales, solo la herida frontal, por lo que no me colocaron collarín ya que
no estaba de moda por aquel entonces.
La chica del Opel Kadett tuvo una fractura
de cadera. Lo sentí por ella, y se lo dije, pero si yo no hubiera girado in extremis el volante el que tendría como
mínimo todos los huesos rotos seria yo. Esperamos en la sala para que me
atendieran. El personal sanitario estaba desbordado pues no habían reforzado los servicios para un día tan crítico,
al contrario, muchos habían tomado sus vacaciones ese día.
En el pasillo había un paciente que dormía
en una camilla. Súbitamente se dio media vuelta, y mientras se caía un celador
se engancho a él a medio camino entra la camilla y el suelo. No llegó a
golpearse la cabeza pero quedó retorcido como un estropajo entre el suelo y el
celador, pidiendo que lo dejaran tranquilo, que él no había hecho nada. Tres
enfermeras se reprochaban mutuamente la culpa de la vigilancia, pues acababan
de operarlo del apéndice. En medio de aquel
caos un hombre con greñas, desaliñado y medio borracho se puso a orinar en el
rincón de la sala .El pestazo que dejó ahuyentó a los que pudimos salir. Al
cabo de tres horas un residente (médico
en prácticas) me atendió .La herida se había enfriado y cuando hurgaba en ella
me hacía mucho daño. Después comenzó a suturarme sin anestesia; quince puntos.
“No merece la pena anestesiar, porque hay que pinchar varias veces lo que viene
a ser lo mismo que coser en frío”, dijo. Me acordé de su madre varias veces. “Aguante
que ya acabamos”, me decía el bueno de él.
Entretanto acudió una enfermera y me puso
una inyección en el muslo que debía de inyectar en tres tiempos durante al
menos media hora. Al poco rato llegó otra y me la retiró del muslo donde permanecía
pinchada. Al cabo de un cuarto de hora acudió la primera y me dijo: “¿Quien le
ha retirado la inyección contra el tétanos?” “Una colega suya”, le dije, Volvió con otra
inyección, me inyectó un tercio y dijo: “con esto ya está protegido contra el
tétanos” y se perdió por el pasillo. “Dos
mil veces protegido contra el tétanos” me dije. Puestos a sufrir ya me daba
igual lo que me echaran, lo que quería era terminar de una vez. El residente me
entregó un informe y me dijo:”Ya se pueden marchar ustedes”.
—¿Marchar
adónde?, le pregunté.
—Adonde se dirigieran ustedes.
—Pero si el coche ha quedado destrozado y
tenemos allí todo el equipaje y no podemos valernos para nada.
—Hagan lo que quieran, pero nuestra misión
ha terminado.
Me parecía una decisión
asombrosa. “ ¿Qué hago yo tullido de golpes y descalabrado, adonde quiere este
mendrugo que vaya así”. La chica de la ambulancia se había marchado pero
prometió volver. Esperamos un poco y llegó.
— ¿Que os ha dicho el médico?
—Que él ha terminado su trabajo y que
podemos seguir el viaje.
Hizo un mohín.
—Bueno, no os preocupéis. Yo os llevo a
casa de mi suegra que tiene un pequeño restaurante a siete kilómetros de aquí y
lo más prudente es que esperéis unos tres días para ver la evolución, de modo
que si entretanto ocurre algo yo os traigo en cinco minutos al hospital.
Así lo hicimos, entre otras cosas porque
el seguro de viaje Europe Assistance corría con todos los gastos.
Llegamos al hostal que era como una casa
rural en las afueras de una pedanía en un paraje frondoso y tranquilo. La
patrona, de unos cincuenta y tantos años, garbosa y afable nos atendió como si
nos conociéramos de toda la vida.
— Aquí van a estar ustedes de maravilla, no
les faltará de nada, tienen el teléfono a su disposición, comida a discreción, si
hay algún problema os llevamos rápido al hospital, además mi marido tiene un
taxi y mañana podéis ir al desguace para recuperar vuestro equipaje, dijo en un
tono paternalista.
Me di cuenta que el negocio lo tenían bien organizado y estábamos en buenas manos.
Además, añadió:
—Es conveniente que esperen tres días
porque estos golpes en la cabeza pueden ser muy traicioneros y, si en tres días
no ha ocurrido nada, lo normal es que ya no empeore. Le digo esto porque un
chico italiano se empeñó en marcharse al día siguiente con un golpe como el
suyo y al poco tiempo su familia me informó que al segundo día había fallecido
de una hemorragia cerebral.
No sé por qué me empezaron a temblar las
piernas.
—Tiene usted razón y más sentido común que el médico que me
atendió — le dije.
Subimos al primer piso y nos presentó la habitación amplia bajo
el techo, con dos camas individuales y una ventana que miraba al prado con una
pequeña charca y una frondosa arboleda. Me pareció un lugar idílico. Bajamos al
comedor.
—¿Que desean para cenar? —Mi hermano y yo
nos miramos pues mi estómago no me pedía nada, a él tampoco.
—No me digan que no van a cenar nada.
—No tenemos apetito. Extrañada nos propuso
zumos, leche…
—Bueno, yo tomaré un vaso de leche, le
dije.
—Bien, les preparo unos vasos de leche, zumo
y agua y un bocadillo por si le viene el hambre durante la noche. Y ante
cualquier problema que surja me llaman por el teléfono. Que pasen buena noche.
—Gracias, buenas noches. Subimos a la
habitación con el refrigerio, abrimos la ventana pues hacia un bochorno
insoportable y nos acostamos.
Estábamos abatidos y caímos
rendidos. Cuando nos despertamos el sol brillaba y un frescor agradable entraba
por el ventanal.
Mi hermano comenzó a rascarse y vio como su
cuerpo estaba acribillado por los mosquitos, sin embargo yo no tenía picaduras.
Supuse que el olor de los ungüentos de hospital que tenia en la cabeza y parte
del cuerpo los disuadió y se ensañaron con él. Sin embargo aparecieron
moratones por todo el cuerpo y me dolía todo como si hubiera rodado sobre un montón de piedras.
La patrona nos preparó un suculento
desayuno: leche, té, croissant, mantequilla, pan. Desayunamos ligero pues el
estómago no admitía nada y sobre todo comenzábamos a asimilar lo sucedido y la
moral estaba por los suelos.
—Qué poco comen ustedes, ¡caramba! —dijo
con intención de animarnos como si fuera nuestra madre.—.Cuando quieran llamo a
mi marido y os acompaña en el taxi para recoger los enseres.
Subimos al taxi, un elegante Mercedes, y
llegamos al desguace.
El
la calzada permanecían impresas las huellas del accidente cn surcos en el
asfalto y manchas del aceite del motor. Entramos en el desguace y avanzamos
hasta nuestro coche que estaba aun más destartalado y me preguntaba como
pudimos salir con vida. Justo al lado, el Opel
Kadett lo acompañaba en su destino matrimonial para la chatarra.
Sacamos del maletero todo el equipaje:
maletas, objetos sueltos, regalos, abandonando todo los utensilios de mecánica
y objetos pesados .Intenté extraer el radiocasete pero al agacharme me dolía la
cabeza, de modo que desistí, solo retiré las fundas color champán, no sé
porqué. El taxista se encargó de meter todo en su coche y parte en la vaca y
mientras iba y venia me quedé absorto mirando el coche de mis sueños
frustrados, pensando todos los fines de semana que le dediqué tumbado en el
suelo para dejar los bajos como una patena, tantos y tantos esfuerzos y sueños
esfumados. Comenzaron a humedecerse mis ojos y mi hermano se dio cuenta y me
cogió del brazo. “Vamos, no pienses más, ya no hay remedio”, me dijo en tono
resignado y triste, y nos subimos al taxi.
La patrona nos proporcionó unas cajas
grandes de cartón y en el garaje comenzamos a sacar todo de las maletas y colocarlo
en las cajas para facturarlas por el tren. Tardamos toda la mañana y parte de
la tarde pues mi hermano solo podía utilizar la mano izquierda y yo no podía
agachar la cabeza pues me dolía y parecía que me pesaba diez kilos, de modo que
en cuclillas iba moviéndome y colocando
las cosas. A mediodía no comimos, solo
tomamos zumos y agua. La señora se desvivía proponiéndonos si queríamos algo de
especial, pues estaba dispuesta a preparar lo que quisiéramos. Decidimos dar un
paseo por los caminos entre los prados y
el frescor de la arboleda para despejarnos, con los bocadillos y el agua bajo
el brazo. Nos sentamos a la sombra en la hierba y permanecimos media tarde sin
hablar, sin duda rumiando lo sucedido y escuchando
el silencio de la naturaleza que era lo
más reconfortante, silencio roto a veces por algunos pájaros cantarines.
Rematamos
por fin las cajas; yo colocaba las cuerdas y mi hermano las
apretaba con una mano, yo hacia el nudo
y el apretaba, y con la lentitud de dos inválidos que debíamos compaginar los movimientos,
concluimos la tarea. Seguíamos con dieta liquida. La segunda noche cerramos la
ventana a pesar del calor a causa de los mosquitos. Por la mañana el marido nos
acompañó a la comisaría para gestiones temas sobre el accidente y por la tarde
nos llevó a la estación para facturar
los paquetes. El tercer día comimos algo consistente, mi hermano más que yo.
Había perdido peso y se me caían los pantalones pues no llevaban cinturón y
tuve que sujetármelos disimuladamente con una cuerda. Al final, como al tercer día
seguía vivo, y mi cabeza me pesaba menos, nos dispusimos a emprender el viaje
al cuarto día. Le pagamos todas las facturas: viajes en taxi, teléfono estancia
de tres días. En las facturas de la comida le propuse que anotara menús
suculentos como si de un banquete
de boda se tratara, aunque no hubiéramos comido casi nada. Nos preparó unos apetitosos bocadillos
y bebida para el viaje .La patrona sentía que no hubiéramos degustado los
sabrosos menús locales. “Manden noticias suyas”, dijo al despedirnos. Llegamos
a la estación y nos despedimos del marido agradeciéndole tan buen trato. “Las
gentes del mundo rural suelen parecerse todas”, pensé por un momento.
Subimos al tren con las maletas casi
vacías y con el estuche de la guitarra destino Burdeos .Hicimos trasbordo
dirección Hendaya –Irun. Saqué la guitarra del estuche, pues el cuerpo me pedía
desahogarme con unas melodías melancólicas Dentro de la guitarra se había
introducido una bisagra de las tres que cerraba el estuche durante el accidente
sin que este se hubiera abierto. Un misterio más. Tras varios trasbordos
interminables
llegamos por fin al pueblo veinticuatro horas después. Cuando bajé del
coche de línea me tuve que sujetar de
nuevo los pantalones con la cuerda pues tres días a dieta liquida y con el
ánimo por los suelos se me había moldeado un cuerpo tipo maniquí con cintura de
avispa. Al entrar en la calle donde vivíamos, bordeada de prados, me invadió
una congoja al divisar la casa y el huerto. De repente desfilaron por mi mente
todas las peripecias, todas las ilusiones que me había fraguado; pasear a mis
padres y hermanos en el descapotable y no pude reprimir una lágrima. Al vernos
llegar sin el coche, uno con el brazo vendado sobre el pecho y yo con la cabeza
escalabrada, como dos supervivientes de una guerra, comprendieron que algo
grave había ocurrido. Su pena
contrastaba con nuestra felicidad al poder estar juntos por fin.
Después
de haber contado nuestra desventura y tomar lo que el estómago admitía pues
estaba ya acostumbrado a no pedir nada, entramos en la habitación más fresca,
nos acostamos y dormimos unas veinte horas.
Transcurridos unos días mi mente seguía cada vez más ausente y no me
concentraba, pero mi amigo Serapio, que una noche de domingo al regresar de una fiesta se estrelló contra
la iglesia, y al que el cura le reprocho
que además de no asistir a misa arremetía ahora contra las la piedras sagradas,
me comentó que él tampoco se concentraba durante varias semanas hasta que se le pasó el susto. Regresamos a
Paris con mi cuñado en su coche al que le gustaba correr y acabó reventando el
motor y evitando milagrosamente varias colisiones. En Tours, Europe Assistance nos puso otro coche con el que iba
a tope en la autopista mientras diluviaba. Cuando por fin me vi., en mi casa,
en Paris, di gracias a Dios por no haberme llamado tan pronto a su lado, pues
ocasiones tuvo. Al regresar a mi trabajo , Elis, que era griega y empleada del laboratorio de
sangre me dijo: “¿Eres creyente?”. Le dije que sí, que siempre me santiguaba y
rezaba tres avemarías antes de emprender un largo viaje.
—Pues eso te ha salvado —dijo
cariñosamente.
De modo que cuando salía de viaje seguía
santiguándome.
Un día viajaba uno de mis hermano al lado y al ver que me santiguaba me preguntó:
¿Tú crees que eso te sirve de algo?
—No lo sé, hermano, pero por si acaso.
Félix .
La Zarza de Pumareda, 2009
2 comentarios:
¿PA CUANDO, Félix ese libro de tu vida, que tendrá mucho de la nuestra, sobre todo lo relacionado con nuestro pueblecito?.
Con este exquisito aperitivo que nos regalas, se nos hace la boca agua y también se nos hará larga la espera.
ESE TU LIBRO, ¿PA CUANDO?
-Manolo-
Sin falta tiene que estar listo el año próximo. Después o casi al mismo tiempo saldrá el siguiente que es la continuación. Estoy en ello.
Félix
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