Levántate, Juan, que se nos va enero, que ya cantó el gallo
de la Piluca. Ya sé que solo oyes lo que te interesa, camastrón. No querrás que
salte por encima de ti para levantarme, que para otras cosas bien que me
quieres arrinconada contra la pared, así que salta de la cama. Ve haciendo la
lumbre que en seguida preparo el desayuno para los críos. Menos mal que a la
Piluca le gusta criar gallos, y buen servicio que me hacen, porque las
campanadas del torreón solo se escuchan según la dirección del aire, y se ve
que esta mañana está de arriba, por lo que me huelo una buena helada, un día de
tapabocas.
Me viene a la mente el tiempo que estuve sin escuchar el
gallo de la Piluca. Lloraba como una Magdalena
cuando se lo robaron forzando la puerta del gallinero, porque desde que
murió el su José, a sus años, la pobre, el corral y sus gallinas son su vida y
consuelo. Recuerdo cuando me dijo la Priscila,” mira, Felisa, no se lo digas a
nadie, y menos a la Piluca, pero cuantos quebraderos de cabeza me dio aquel
gallo que guisé para los quintos. Uno me decía que era de su abuela, otro que
lo habían comprado, pero nada me cuadraba, y en seguida pensé en la
Piluca”. La Priscila que es más astuta que
una zorra, y que tiene más espolones que un gallo al mando de su cantina,
porque el su Zacarías es un pobre culeras, ya te lo digo yo, y solo le vale
para cuidar el rebaño de ovejas, pues bien puede darle las gracias a ella que
saca el negocio pa lante, te decía Juan, que la Priscila dio en el clavo con lo
del gallo, no se dejó engañar, y menos mal, por lo de los guardias.
Ahora me entra la risa, porque veo a la Priscila yendo de la
cocina al cuarto donde los mozos comían el gallo, bebían vino y gozaban a la
salud de la Piluca, y la Priscila temblando cuando vio llegar a la pareja de la
guardia civil con sus bicicletas, y al entrar en la tasca, como hacía frio, se
fueron directos a la cocina donde, por costumbre, la Priscila les ponía el café
de puchero, y ella: entren, entren, caliéntense, qué día más canalla, ¿verdad?,
este frio solo es bueno para encallar las carnes de la matanza, y hablando
alto, la muy cuca, para tapar el ruido que hacían los mozos, según me dijo,
porque el jolgorio, aunque tenía las puertas del cuarto y de la cocina cerradas,
le llegaba por estar la salita pegando a
la cocina, y ella, mientras engatusaba a los guardias, poniéndoles las sillas
cerca de la lumbre, les dijo que iba a por el azúcar y se presentó donde los
mozos y les dijo —parece que la estoy viendo, Juan, con ese aire tan suyo de
comedianta llorona: “ callar que la guardia civil está en la cocina”. Y al
parecer los mozos sí obedecieron, por la cuenta que les traía. Cuantos secretos
no tendrá en su buchaca, porque bien sabemos que para criar a tantos hijos hay que
ser más astuta que la zorra y más discreta que una santa. Pero mira, ahí la
tienes, engatusando a los guardias con su café de puchero, lo mismo que al
Toribio que se cree que porque esté jubilado y con buenas perras la va a
camelar y tocarle el culo, pero ella los torea a los cuatro de siempre con su
café de puchero en la cocina, les cuenta cuatro historias, muchas mentiras y
algún secreto que son enredos suyos, y siempre con su “ me han dicho, dicen que
fulano, ¿será verdad lo que me han dicho en esta cocina?”, pero nunca dice
quien ha dicho. Eso es una mujer sabia, Juan.
Anda, levántate que se nos va enero.
Hace cuatro días fue san Sebastián, por san Sebastián una
hora más, dice el refrán, otros dicen que por san Blas. Ya he oído el rebuzno
del burro del Castoro, que reclama su ración de cebada antes de las ocho. A mí
los animales me dan la hora, pero a ti te da igual que cante el gallo de la
Piluca, que rebuzne el burro del Castoro, que ladre el perro del cabrero cuando
va al corral, eres un camastrón, no hay quien te cambie. Orgulloso puedes estar
de haberte casado conmigo porque con la Petronila, con la que fuiste novio,
mira como domina al su Manuel, como a un corderito, claro que a él, como
siempre tiene una pinta de más, le da igual Juana que su hermana. Bien que te
riñó el otro día la Petronila por haber ayudado a Manuel a bajar de la mula.
“Déjalo que se descalabre de una vez, así dejo de padecer”, te decía, y yo
hubiera dicho lo mismo, porque si era
incapaz de bajar de la mula es porque ya había bebido lo suyo en la
bodega de Aldeadávila con el Miñambres, el vinatero. Dos damajuanas le duran
dieciséis días, lo tengo controlado. Así tiene de desatendido el ganado y las
fincas, y hace los surcos torcidos, que si no fuera por la mula que sabe más que
él y tira recto del arado, aquello sería la risión y el acabose, un carcamal es
lo que es.
Levántate, Juan, que se nos va enero.
La que ha tenido suerte con su marido es la cursi de Andrea.
Iba para vestir santos, pero su madre acertó al endiñarle al Carlitos. No me
dirás que no es mariquita, todos los peluqueros lo son, bueno, todos no, pero
casi. Es la profesión que lo requiere, porque tocar y tocar, ahora la orejita,
luego las patillas, después recortando las cejas, y el bigote, y toque va y
toque viene en el pescuezo, y en el hombro, con mucho disimulo, y las tijeras
tiqui, tiqui, tiqui, ese sonido de mariquita, no me digas que no, Juan. Mucho
me reí el día de su boda. Claro, eso le pasó por querer unos pantalones tan
ceñidos, bien ajustaditos al culito, no me digas que no Juan. Estaba cantado
que al agacharse para atar los zapatos pasara lo que pasó, la racha del culo se
abrió y en la puerta de la calle, los mirones y los chavales riéndose hasta
llorar. Qué apuro para su madre, tan orgullosa, la novia vestida de blanco, el
tamborilero tocando en la calle, los chavales esperando el cortejo, dos gallos
enzarzados escarbando en la tierra de la calle, peleándose y levantando polvo, y el padre de la novia con
una hoz que entregó a los muchachos para que les cortara el pescuezo a los
gallos alborotadores, la madre de Carlitos pidiendo una aguja a la vecina, porque no encontraba la suya,
para coser los pantalones que dejaban ver los calzoncillos que, según la Agustina, que está en todas, dijo
que no eran nuevos. Qué apuros, por eso siempre me gustaste tú, porque eres
flaco, pero con nervio, y te gusta la ropa amplia, o sea que de mariquita nada,
no te rías. No me dirás que no se le nota cuando camina, con esos pasitos
cortos tiqui, tiqui, tiqui, como con las tijeras, no será mañana que le venga
un hijo, porque ella, beata como es, seguro que se pasó la noche de bodas
rezando ,con el rosario entre las manos, en lugar de tenerlas ocupadas en otros
menesteres, como hice yo ¿o no te acuerdas ya cuando me decías “así ,así,
Felisa” no te rías, que bien generosa
que he sido en estos asuntos de entre sábanas, bien lo sabes, que no solo hay
que pedir, Juan, que también hay que dar, como buenos cristianos, métetelo en
la chinostra, otra palabreja que no le gusta a la del mariquita “ se dice
cabeza”, la cosa es presumir y creerse superior, la cursi.
Levántate Juan, que se nos va enero.
Luego mando a Marcelino a la tienda para que te compre las
hojas de afeitar Palmera Oro acanalada, de las que te gustan, aunque son algo más
caras, una siempre quiere lo mejor pa su marido, y bien poco me lo agradeces, y
que le llene el frasco de la brillantina que tanto te gusta, no te quejarás de
como gestiono las cuatro perras que ganamos con el ganado. Los corderos que
vendimos por Navidad dicen que los mandan pa San Sebastian, y Bilbao, cuidado
que come esa gente, pero nos los pagaron bien, no como el tratante de hace tres
años que estafó a todos del pueblo y se fue de rositas sin pagar , y dicen que
es insolvente y no paga, pero le ha abierto cuatro tiendas a los hijos, no hay
ley ni justicia, no me digas lo contrario, Juan, que tu con tal de que te dé
todo hecho esta, la Felisa, sí, lo demás
no te interesa. Sabes que dentro de cuatro días es el cumpleaños de Marcelino,
quien lo diría, diez años ya, mi niño, y no olvides que iba de dos meses
embarazada de él cuando nos casamos, sí, diez años, echa cuentas, nació en 1947
y estamos a enero del 57, como pasa el tiempo. No olvides de llevar las rejas
del arado a la fragua para que le saque temple y las aguce, que pronto tienes
que aricar las tierras de trigo, que una está en todas, Juan, otra mujer no se
ocuparía de eso, bien lo sabes. No salgo aun de mi asombro por la astucia de la
Dominga. Cuando la otra mañana la oí cantar a primera hora, así con una voz
empañada y no de leche merengada que es la suya propia, me dije, ¡tate!,
Felisa, ya ha empinado el codo otra vez. Y su marido, que es un calzonazos,
diciéndole al Andrés, que no le venda vino, pero él defiende el negocio de su
cantina, claro, como vive al lado, en un pispas llena la botella, la mete bajo
el refajo y nadie se entera, y su marido loco, busca que te busca la botella,
ni rastro en la casa. Nadie podía imaginar donde la escondía hasta que con las
lluvias, se atascó la cuneta junto a su casa, y al mirar debajo de la piedra
que cubre la alcantarilla para entrar en
casa dieron con el escondite, qué vergüenza, Juan, y tu reprochándome porque en
estas mañanas frías de enero me tomo una copita de anís del Mono, solo una
copita, Juan, para entrar en calor,
porque si no, ya me dirás con qué ganas anda una toda engarañada en la cocina,
“engarañada no se dice, sino aterida”, me suelta la cursi esa, la del
mariquita, de dónde sacará esas palabritas que nadie usa en esta aldea,”
aterida”, qué cursi, la cosa es presumir,
pero, en fin, así es la vida. Muévete, camastrón, no querrás que salte
por encima de ti.
Anda, levántate, Juan, que se nos va enero.
Félix Carreto
La Zarza de Pumareda 26 de enero de 2021
1 comentario:
Saludos,
-Manolo-
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