Hoy no es un dia cualquiera, hoy es el aniversario del fallecimiento que no de la muerte, porque su espíritu sigue más vivo que nunca entre nosotros, entre los amantes de la Naturaleza, de las aves, de los lobos y en general amantes del derecho que tienen a vivir en libertad, sin ser perseguidos, todos los animales que disfrutan de la vida como nosotros. Se trata de nuestro querido y siempre recordado: Félix Rodríguez de la Fuente.
En agradecimiento a todo cuanto nos enseñó y por lo mucho que nos hizo disfrutar, quiero dedicarle humildemente, el relato que presento para que desde el Cielo nos siga alentando a respetar y amar la Naturaleza.
El árbol que quiso ser pájaro.
Érase una vez un roble que había nacido en un prado cerca de la Peña Resbalina en nuestro pueblo de Zarza. Cuado era pequeño se libró de una limpia realizada por el dueño del prado que dejó solo varios grupos junto a las cercas para aprovechar mejor el pasto. Sin embargo, el azar quiso que él se quedara solo en medio del prado y creció libre de incordios. Sus frondosas ramas proporcionaban leña para el hogar cuando el dueño lo podaba periódicamente. Su espeso ramaje ofrecía morada a cuantas aves optaran por anidar o descansar allí. Las aves de paso copaban las ramas más altas antes de emprender de nuevo el vuelo y así un año y otro. Su tronco creció más que el de sus coetáneos y su silueta erguida y esbelta se lucia en medio del prado cuando llegada la primavera su deslumbrante verdor contrastaba con los distintos tonos del verde hierba que tapizaba el resto del prado.
Yo lo descubrí, cuando adolescente iba de prado en prado con el cordel a la cintura para descubrir un árbol que me proporcionara un haz de leña seca para cocinar y calentarnos. Ligero de peso gateaba hasta alcanzar las ramas centrales donde conseguía sin mucho esfuerzo tronchar con un golpe de pie las pequeñas ramas peladas y secas. Asi comenzó nuestra amistad pues yo le mondaba el interior manteniéndolo aseado y él me proporcionaba leña seca lista para quemar. Así fuimos creciendo los dos. Los avatares de la vida hizo que nos separásemos por un largo tiempo. Recientemente, recorriendo prados y caminos de mi infancia me topé de nuevo con él. Sé que era él porque recordaba su ubicación exacta pero estaba completamente irreconocible, casi moribundo. Me invadió una gran tristeza al comprobar cómo su vida se había acortado, cómo la suerte que le acompañó en sus primeros años lo había abandonado irremisiblemente. Permanecí un largo rato observándolo y recordando su esplendor juvenil, los ratos compartidos en silencio y la alegría indescriptible que me proporcionó cuando descubrí el nido de tórtola con sus polluelos, los cuales emprendieron el vuelo antes de que yo los secuestrara para tenerlos cerca de mi en una jaula. Ahora lo tenia ante mis ojos casi vencido y sin posibilidad de recuperarse.
Había perdido casi toda su corteza. Me acerqué y me abracé a él. Sentí unas vibraciones, quizás más imaginarias que reales. Permanecí un rato abrazado, con los ojos cerrados, y fue entonces cuando oí un murmullo que parecía muy lejano en el que una voz me decía: ”Te he reconocido a pesar de mi ánimo abatido y mi decrépita salud, y como sé que mi final se acerca y antes de desaparecer definitivamente, quiero pedirte un favor y quiero que lo sepas todo. Yo vivía alegre y feliz en medio de este prado, el dueño me realizaba una poda periódicamente y los dos nos beneficiábamos, pero no sé por qué, un día se ensañó conmigo y me desmochó, o mejor dicho, me decapitó y me dejó definitivamente crucificado, con los brazos en cruz como un Cristo y ahí comenzó mi particular calvario. Nadie quiso saber nada de mi y solamente algún ave de paso se posaba un instante para emprender de nuevo el vuelo hacia otros árboles frondosos y acogedores. Pocas energías me quedan y siento que el final se acerca, así que solo quiero que me concedas una última voluntad, pues sé que está en tus manos y una vez realizado este deseo ya podré morir en paz.
Quiero que para este último viaje que ya se acerca, me vistas de pájaro: quiero ser libre y volar como aquellos que tuve entre mis ramas cuando estaba lleno de vida. Será mi último deseo y mi primer vuelo”.
Una mañana calurosa del mes de junio, me presenté con todos los artilugios para acometer la tarea y vestirlo de pájaro para ese último viaje.
Creo que lo conseguí aunque sudé lo suyo, pues el sol, a media mañana picaba ya y la humedad del suelo se evaporaba arrancando a sudar más de lo previsto. Tuve la sensación de que me cercaba una insolación; no tenia agua para beber y no quería dejar la obra a medio terminar, de modo que exprimiendo la última gota de sudor, a duras penas terminé. Tomé apresurado unas fotos para el recuerdo y regresé a casa toda marcha. Cuando llegué estaba rojo como un tomate y con sintomas de un auténtico golpe de calor. Me di un baño de agua fría y permanecí descansando a la sombra. Habia calculado mal y un golpe de calor estuvo a punto de jugarme una mala pasada, pero quedé satisfecho por lo conseguido. Al poco tiempo vi como el dueño del prado lo habia cortado en trozos que, sin tardar, arderían en el fogón hogareño.
Fue entonces cuando transformado en humo, subió y subió, y voló alto, y planeó, y zigzagueó y se confundió con las aves de paso y finalmente se difuminó en el cielo ya para siempre libre.
Félix.
En agradecimiento a todo cuanto nos enseñó y por lo mucho que nos hizo disfrutar, quiero dedicarle humildemente, el relato que presento para que desde el Cielo nos siga alentando a respetar y amar la Naturaleza.
El árbol que quiso ser pájaro.
Érase una vez un roble que había nacido en un prado cerca de la Peña Resbalina en nuestro pueblo de Zarza. Cuado era pequeño se libró de una limpia realizada por el dueño del prado que dejó solo varios grupos junto a las cercas para aprovechar mejor el pasto. Sin embargo, el azar quiso que él se quedara solo en medio del prado y creció libre de incordios. Sus frondosas ramas proporcionaban leña para el hogar cuando el dueño lo podaba periódicamente. Su espeso ramaje ofrecía morada a cuantas aves optaran por anidar o descansar allí. Las aves de paso copaban las ramas más altas antes de emprender de nuevo el vuelo y así un año y otro. Su tronco creció más que el de sus coetáneos y su silueta erguida y esbelta se lucia en medio del prado cuando llegada la primavera su deslumbrante verdor contrastaba con los distintos tonos del verde hierba que tapizaba el resto del prado.
Yo lo descubrí, cuando adolescente iba de prado en prado con el cordel a la cintura para descubrir un árbol que me proporcionara un haz de leña seca para cocinar y calentarnos. Ligero de peso gateaba hasta alcanzar las ramas centrales donde conseguía sin mucho esfuerzo tronchar con un golpe de pie las pequeñas ramas peladas y secas. Asi comenzó nuestra amistad pues yo le mondaba el interior manteniéndolo aseado y él me proporcionaba leña seca lista para quemar. Así fuimos creciendo los dos. Los avatares de la vida hizo que nos separásemos por un largo tiempo. Recientemente, recorriendo prados y caminos de mi infancia me topé de nuevo con él. Sé que era él porque recordaba su ubicación exacta pero estaba completamente irreconocible, casi moribundo. Me invadió una gran tristeza al comprobar cómo su vida se había acortado, cómo la suerte que le acompañó en sus primeros años lo había abandonado irremisiblemente. Permanecí un largo rato observándolo y recordando su esplendor juvenil, los ratos compartidos en silencio y la alegría indescriptible que me proporcionó cuando descubrí el nido de tórtola con sus polluelos, los cuales emprendieron el vuelo antes de que yo los secuestrara para tenerlos cerca de mi en una jaula. Ahora lo tenia ante mis ojos casi vencido y sin posibilidad de recuperarse.
Había perdido casi toda su corteza. Me acerqué y me abracé a él. Sentí unas vibraciones, quizás más imaginarias que reales. Permanecí un rato abrazado, con los ojos cerrados, y fue entonces cuando oí un murmullo que parecía muy lejano en el que una voz me decía: ”Te he reconocido a pesar de mi ánimo abatido y mi decrépita salud, y como sé que mi final se acerca y antes de desaparecer definitivamente, quiero pedirte un favor y quiero que lo sepas todo. Yo vivía alegre y feliz en medio de este prado, el dueño me realizaba una poda periódicamente y los dos nos beneficiábamos, pero no sé por qué, un día se ensañó conmigo y me desmochó, o mejor dicho, me decapitó y me dejó definitivamente crucificado, con los brazos en cruz como un Cristo y ahí comenzó mi particular calvario. Nadie quiso saber nada de mi y solamente algún ave de paso se posaba un instante para emprender de nuevo el vuelo hacia otros árboles frondosos y acogedores. Pocas energías me quedan y siento que el final se acerca, así que solo quiero que me concedas una última voluntad, pues sé que está en tus manos y una vez realizado este deseo ya podré morir en paz.
Quiero que para este último viaje que ya se acerca, me vistas de pájaro: quiero ser libre y volar como aquellos que tuve entre mis ramas cuando estaba lleno de vida. Será mi último deseo y mi primer vuelo”.
Una mañana calurosa del mes de junio, me presenté con todos los artilugios para acometer la tarea y vestirlo de pájaro para ese último viaje.
Creo que lo conseguí aunque sudé lo suyo, pues el sol, a media mañana picaba ya y la humedad del suelo se evaporaba arrancando a sudar más de lo previsto. Tuve la sensación de que me cercaba una insolación; no tenia agua para beber y no quería dejar la obra a medio terminar, de modo que exprimiendo la última gota de sudor, a duras penas terminé. Tomé apresurado unas fotos para el recuerdo y regresé a casa toda marcha. Cuando llegué estaba rojo como un tomate y con sintomas de un auténtico golpe de calor. Me di un baño de agua fría y permanecí descansando a la sombra. Habia calculado mal y un golpe de calor estuvo a punto de jugarme una mala pasada, pero quedé satisfecho por lo conseguido. Al poco tiempo vi como el dueño del prado lo habia cortado en trozos que, sin tardar, arderían en el fogón hogareño.
Fue entonces cuando transformado en humo, subió y subió, y voló alto, y planeó, y zigzagueó y se confundió con las aves de paso y finalmente se difuminó en el cielo ya para siempre libre.
Félix.
3 comentarios:
¡Chapeau!, que diría uno de tus gabachos(digo yo que no será despectivo, si fuera así, retiro lo dicho). La narración podrá parecer previsible, esperada, más su nexo de unión, el tiempo, nos dice que nunca para. No es sensiblera, tien calado. Simple y clara, una hermosa relación entre vidas diferentes.
Félix, no hay jabón, ni adulación que valga. Has trenzado una buena historia, te felicito. Salva.
Huy! Huy!, menos mal Félix que no titulaste esta entrada: "El árbol que quiso ser cigüeña" ....
¿Qué pasa, que ya no vamos a poder usar la palabra cigüeña?...
Claro que sí, podemos, con todo el respeto a todo y a todos y con todo el humor del mundo. Como tu entrada anterior: Debate en el Paraiso o mismísimo Cielo, y los comentarios que le siguen: De fábula.
-Manolo-
Salva,por supuesto no es despectivo.Yo vivi dos etapas bien distintas, que son sin duda el reflejo de lo que soy:la infancia hasta casi los veinte años en La Zarza y veinticuatro en Paris,por consiguiente me considero ciudadano de ambos lugares,y los dos los defiendo con el mismo entusiasmo.Lo que ocurre es que Paris me lo dio todo a cambio de muy poco y alli aprendi el autentico significado de la Lieberté Egalité y Fraternité.Por todos esos valores es un pueblo que amo, porque me dieron la oportunidad de realizarme como individuo aunque no todo fuera un camino de rosas.Podria contar miles de anecdotas ,pero voy a dejarlo ahi.Tu opinion Salva,es muy gratificante porque sabes que siempre existe la duda cuando uno hace algo de si conecta o no con los demás,aunque a uno le guste lo que hace y crea que está bien hecho.
Y a Manolo,te digo,que si me vino a la mente ese título,solo pensando en lo humoristico por lo sucedido, pero siempre habria alguien que lo encontraría provocador,nada más lejos de mis intenciones.Por supuesto que se podrá seguir hablando de las cigüeñas sin complejo.El debate con respeto es lo más saludable y se aprende mucho,como ha quedado reflejado en los comentarios. Félix
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