El día de los Reyes Magos era para nuestra infancia, allá por los años cincuenta, un día realmente mágico. Soñar era quizás una necesidad vital para paliar la escasez, la penuria y a veces la miseria que nos rodeaba en aquellos años en las postrimerías del pétreo y gigantesco cañón del Duero que nos separaba de Portugal, refugio y protección de contrabandistas y de sueños tejidos en la mera supervivencia.
Y cada año el día de Reyes atizaba la ilusión y la esperanza para crecer soñando porque eso es lo propio de la infancia.
Mi abuela Pepa, como tantas abuelas, poseía ese don para encandilar con historias de las andanzas de los Reyes Magos, y yo la escuchaba sin pestañear y me deleitaba con sus argumentos convencido de que sus propósitos se cumplirían.
“Tú pon el primero los zapatos en el ventanuco, anda, que aunque este año los reyes son pobres algo te dejarán”, me decía entusiasmada.
Me has quitado el sitio, me decía un hermano. Y ¿donde los pongo yo? , protestaba el segundo. ¡Qué listos!, y yo que me quede sin Reyes, ¿verdad? insistía el tercero.
Aquel ventanuco no daba asiento para tantos zapatos, de modo que mi abuela para evitar discordias el siguiente año, me sugirió que los colocara en el canto de la lumbre donde se apoya la leña en la chimenea, “pero a la chita callando”, me susurró al oído, y una vez más, aquella complicidad me colmaba de felicidad.
-Pero abuela, aquí no podrán dejarme regalo alguno.
Sí, entrarán por la chimenea.
-Pero el camello no cabe por la chimenea.
-No, el camello lo arriman a la pared y como es muy alto se suben al tejado y con una cuerda bajan por la chimenea.
“Tiene razón abuela, porque la chimenea es muy ancha, abajo casi tanto como la barriga de un camello”, me dije convencido.
-Y si pongo las botas de goma que son más grandes, ¿me dejarán más regalos, abuela?
-No, te dejarán los mismos.
-Bueno, pues yo dejo de todos modos las botas por si acaso.
Llegada la noche, esperé que el rescoldo se consumiera para colocar los zapatos sobre la piedra sin que mis cuatro hermanos pequeños se percataran y me acosté.
Al despertarme corrí hacia la chimenea y había una naranja en una bota. Las puse bocabajo pero dentro no había nada más.
-Abuela, solo me han dejado una naranja.
-¿Sabes lo que ha ocurrido, hijo?
¿Qué?
-Que al camello del rey Baltasar que traía los juguetes se le rompió una pata en la Fuente de la Arena, antes de entrar al pueblo por el Cotorro, y no pudo dejarte nada, pero no te preocupes que el año próximo ya me encargaré yo que esta vez te traigan algo que te va a sorprender.
Ningún año me habían dejado juguetes, solo caramelos, un mazapán peladillas y este, una naranja que me dejó algo desconsolado. Así que salí a la calle donde los amigos del barrio estaban reunidos y con gran jolgorio mostraban ufanos sus regalos. José me dejaba tocar su moto de latón, Alejandro acariciaba su pelota de goma para jugar en el frontón. Le pedí a Juan que me dejara soplar en su armónica y me dijo que solo un minuto. Aquella melodía mágica que sonaba solo con soplar representó el minuto más feliz de mi infancia. Las chicas hacían grupo aparte con sus muñecas de cartón, o su cuerda de jugar a la comba, o su juego de cocina en miniatura. Poco importaba que lloviera, nevara o que el hielo endureciera la tierra de las calles; nada podía con el fuego de la ilusión.
Así año tras año, en el día de Reyes se reproducían las mismas secuencias de alegría y profunda felicidad, y así crecíamos alternando sueños y desilusiones.
Rondaba los diez años cuando ya convencido que los Reyes eran nuestros padres, mi abuela insistió para que colocara los zapatos en la chimenea.
-Verás como este año te premiarán por ser tan aplicado con el catecismo, dijo con afán de levantarme el ánimo.
-Ya no creo en los Reyes, abuela, son los padres los Reyes, pero colocaré los zapatos del día de mi Primera Comunión que tanto le gustan para que no se enfade.
Se despidió con un beso. Aquella noche de Reyes me acosté sin la ilusión de antaño porque sabia que los regalos al representar un esfuerzo económico (una naranja o el mazapán lo eran) serian para los hermanos más pequeños.
Amanecía cuando desperté. Animado por no sé que ilusión me dirigí hacia la chimenea. Ya habían cortado la luz, pues solo funcionaba durante la noche, pero la luminosidad que se colaba por la chimenea hacia resaltar el pañuelo blanco, como si fuera una lámpara, dentro de un zapato. “Han venido los Reyes” me dije. Escéptico me acerqué al zapato y me percaté que el pañuelo envolvía algo. Lo tomé cautelosamente entre mis manos y desenvolví el contenido. Apareció reluciente como un lucero la armónica de mis sueños. “Si, los Reyes existen” me dije conteniendo la emoción.
En aquella cocina lóbrega, porque la luz solo se colaba por la boca de la chimenea, proporcionaba sin embargo la atmosfera ideal para disfrutar del fulgor de las tapas cromadas de la armónica adornada con la palabra Hohner. Respirando el olor a hollín y a costilla de cerdo adobada que pendía sobre mi cabeza, soplé en la armónica suavemente y una melodía celestial se expandió hasta el vasar del fondo. Salí a la calle donde ya todos los pequeños del barrio mostraban sus regalos, pero esta vez sin esconder mi orgullo. Era el mejor regalo de todo el barrio.
-Déjame ver tu armónica, me pidió José. Se la entregué.
¡Jobar! ¡si es una alemana, la mejor que hay! dijo tan ilusionado como yo.
-¿Me la dejas probar?
-Solo un minuto, le dije, como si por instinto supiera que todo en la vida tenía un precio, y la felicidad a veces también.
Pero lo que más me interesaba era saber como había llegado hasta allí aquella maravillosa armónica.
Corría el año 58 cuando en aquel indómito cañón del Duero se levantaba la presa que trasformaría el cauce del río y por ende culminaría con la central hidroeléctrica más importante de Europa. Cientos de obreros de los pueblos limítrofes buscaban allí un salario que, aunque insuficiente, permitía al menos aliviar las deudas y mejorar la calidad de vida. Del otro lado del río, los portugueses más pobres aún que nosotros, sobrevivían desde siempre gracias al “contrabando”, (palabra que aquí perdía su sentido ilícito porque nada había más lícito que luchar contra la miseria y el hambre) vendiendo o trocando por otros artículos café, bacalao, y más cosas, aunque ahora debían hacerlo con más discreción por la mayor vigilancia. Fue con uno de ellos que mi padre regateó el precio de la armónica, imposible de pagar en el mercado español.
Y así, con ella entre mis manos, día tras día, conseguí entonar la canción de moda:”Doce cascabeles lleva mi caballo/por la carretera…”.
Y así, por las calles de mi pueblo, y por el campo, en el aire se expandían aquellas notas y melodías de contrabando, y aquella felicidad de contrabando duró hasta que la harmónica se hizo también vieja, en aquel tiempo de contrabando.
Y los Reyes Magos siguieron regalándome muchas cosas a lo largo de la vida.
Por eso, aunque parezca ingenuo reconocerlo, yo quiero seguir creyendo en ellos. Félix
Y cada año el día de Reyes atizaba la ilusión y la esperanza para crecer soñando porque eso es lo propio de la infancia.
Mi abuela Pepa, como tantas abuelas, poseía ese don para encandilar con historias de las andanzas de los Reyes Magos, y yo la escuchaba sin pestañear y me deleitaba con sus argumentos convencido de que sus propósitos se cumplirían.
“Tú pon el primero los zapatos en el ventanuco, anda, que aunque este año los reyes son pobres algo te dejarán”, me decía entusiasmada.
Me has quitado el sitio, me decía un hermano. Y ¿donde los pongo yo? , protestaba el segundo. ¡Qué listos!, y yo que me quede sin Reyes, ¿verdad? insistía el tercero.
Aquel ventanuco no daba asiento para tantos zapatos, de modo que mi abuela para evitar discordias el siguiente año, me sugirió que los colocara en el canto de la lumbre donde se apoya la leña en la chimenea, “pero a la chita callando”, me susurró al oído, y una vez más, aquella complicidad me colmaba de felicidad.
-Pero abuela, aquí no podrán dejarme regalo alguno.
Sí, entrarán por la chimenea.
-Pero el camello no cabe por la chimenea.
-No, el camello lo arriman a la pared y como es muy alto se suben al tejado y con una cuerda bajan por la chimenea.
“Tiene razón abuela, porque la chimenea es muy ancha, abajo casi tanto como la barriga de un camello”, me dije convencido.
-Y si pongo las botas de goma que son más grandes, ¿me dejarán más regalos, abuela?
-No, te dejarán los mismos.
-Bueno, pues yo dejo de todos modos las botas por si acaso.
Llegada la noche, esperé que el rescoldo se consumiera para colocar los zapatos sobre la piedra sin que mis cuatro hermanos pequeños se percataran y me acosté.
Al despertarme corrí hacia la chimenea y había una naranja en una bota. Las puse bocabajo pero dentro no había nada más.
-Abuela, solo me han dejado una naranja.
-¿Sabes lo que ha ocurrido, hijo?
¿Qué?
-Que al camello del rey Baltasar que traía los juguetes se le rompió una pata en la Fuente de la Arena, antes de entrar al pueblo por el Cotorro, y no pudo dejarte nada, pero no te preocupes que el año próximo ya me encargaré yo que esta vez te traigan algo que te va a sorprender.
Ningún año me habían dejado juguetes, solo caramelos, un mazapán peladillas y este, una naranja que me dejó algo desconsolado. Así que salí a la calle donde los amigos del barrio estaban reunidos y con gran jolgorio mostraban ufanos sus regalos. José me dejaba tocar su moto de latón, Alejandro acariciaba su pelota de goma para jugar en el frontón. Le pedí a Juan que me dejara soplar en su armónica y me dijo que solo un minuto. Aquella melodía mágica que sonaba solo con soplar representó el minuto más feliz de mi infancia. Las chicas hacían grupo aparte con sus muñecas de cartón, o su cuerda de jugar a la comba, o su juego de cocina en miniatura. Poco importaba que lloviera, nevara o que el hielo endureciera la tierra de las calles; nada podía con el fuego de la ilusión.
Así año tras año, en el día de Reyes se reproducían las mismas secuencias de alegría y profunda felicidad, y así crecíamos alternando sueños y desilusiones.
Rondaba los diez años cuando ya convencido que los Reyes eran nuestros padres, mi abuela insistió para que colocara los zapatos en la chimenea.
-Verás como este año te premiarán por ser tan aplicado con el catecismo, dijo con afán de levantarme el ánimo.
-Ya no creo en los Reyes, abuela, son los padres los Reyes, pero colocaré los zapatos del día de mi Primera Comunión que tanto le gustan para que no se enfade.
Se despidió con un beso. Aquella noche de Reyes me acosté sin la ilusión de antaño porque sabia que los regalos al representar un esfuerzo económico (una naranja o el mazapán lo eran) serian para los hermanos más pequeños.
Amanecía cuando desperté. Animado por no sé que ilusión me dirigí hacia la chimenea. Ya habían cortado la luz, pues solo funcionaba durante la noche, pero la luminosidad que se colaba por la chimenea hacia resaltar el pañuelo blanco, como si fuera una lámpara, dentro de un zapato. “Han venido los Reyes” me dije. Escéptico me acerqué al zapato y me percaté que el pañuelo envolvía algo. Lo tomé cautelosamente entre mis manos y desenvolví el contenido. Apareció reluciente como un lucero la armónica de mis sueños. “Si, los Reyes existen” me dije conteniendo la emoción.
En aquella cocina lóbrega, porque la luz solo se colaba por la boca de la chimenea, proporcionaba sin embargo la atmosfera ideal para disfrutar del fulgor de las tapas cromadas de la armónica adornada con la palabra Hohner. Respirando el olor a hollín y a costilla de cerdo adobada que pendía sobre mi cabeza, soplé en la armónica suavemente y una melodía celestial se expandió hasta el vasar del fondo. Salí a la calle donde ya todos los pequeños del barrio mostraban sus regalos, pero esta vez sin esconder mi orgullo. Era el mejor regalo de todo el barrio.
-Déjame ver tu armónica, me pidió José. Se la entregué.
¡Jobar! ¡si es una alemana, la mejor que hay! dijo tan ilusionado como yo.
-¿Me la dejas probar?
-Solo un minuto, le dije, como si por instinto supiera que todo en la vida tenía un precio, y la felicidad a veces también.
Pero lo que más me interesaba era saber como había llegado hasta allí aquella maravillosa armónica.
Corría el año 58 cuando en aquel indómito cañón del Duero se levantaba la presa que trasformaría el cauce del río y por ende culminaría con la central hidroeléctrica más importante de Europa. Cientos de obreros de los pueblos limítrofes buscaban allí un salario que, aunque insuficiente, permitía al menos aliviar las deudas y mejorar la calidad de vida. Del otro lado del río, los portugueses más pobres aún que nosotros, sobrevivían desde siempre gracias al “contrabando”, (palabra que aquí perdía su sentido ilícito porque nada había más lícito que luchar contra la miseria y el hambre) vendiendo o trocando por otros artículos café, bacalao, y más cosas, aunque ahora debían hacerlo con más discreción por la mayor vigilancia. Fue con uno de ellos que mi padre regateó el precio de la armónica, imposible de pagar en el mercado español.
Y así, con ella entre mis manos, día tras día, conseguí entonar la canción de moda:”Doce cascabeles lleva mi caballo/por la carretera…”.
Y así, por las calles de mi pueblo, y por el campo, en el aire se expandían aquellas notas y melodías de contrabando, y aquella felicidad de contrabando duró hasta que la harmónica se hizo también vieja, en aquel tiempo de contrabando.
Y los Reyes Magos siguieron regalándome muchas cosas a lo largo de la vida.
Por eso, aunque parezca ingenuo reconocerlo, yo quiero seguir creyendo en ellos. Félix
7 comentarios:
Hola Félix, entrañable relato. Me ha gustado, como todos, pero ya desde el título se muestra sugerente. (por cierto,¿va con h,o no? creo que no)
Me gustan esos diáologos, lo hacen más real.
Sobre esa festividad, los reyes magos, pronto supe que era un camelo, vi como mi madre guardaba lo que tenían que traer los reyes.
Sin embargo, cuando mis hijas pasaban por esa época yo disfrutaba tanto o más que ellas. Esa inocencia y espontaneidad, sus razonamientos y suposiciones sobre todo lo que envuelve la llegada de los reyes eran caldo de conversación donde tenían cabida las más insólitas fantasías. Además, también servían para corregir comportamientos que pudieran molestar a los Reyes Magos.
Ayer fui a ver la cabalgata, no por ver las carrozas, disfruto más con ese inquieto nerviosimo de los niños.
Tu escrito narra que aunque pase el tiempo la ilusión sigue siendo la misma. Un abrazo. Salva
Vuestros relatos, vuestros recuerdos afloran los nuestros con aquella ilusión infantil que vuelve a tomar vida como si fuera hoy y han pasado más de sesenta años.
Que ese niño que todos llevamos dentro, nunca nos abandone y siempre espere, crea y confíe en los Reyes Magos de por vida.
Lo mejor de las cabalgatas de Reyes, son las caritas de los niños con su asombro, emoción, ilusión, nerviosismo,… ahí está el verdadero espectáculo, mucho más que en las más bonitas carrozas.
-Manolo-
Siempre es de agradecer los comentarios porque siempre se extrae algo interesante,cosas que uno no ve y los demás sí.En cuanto a la "h" que comentas ,supongo que te refieres a la armónica.Pues parece que lo usual es el adjetivo y los que mandan en estas cosas lo escriben sin h.En francés se escribe con h "harmónica".Supongo que tiran de logica, pues al derivar del latin "harmónicus" parece más logico escribirlo con h.De todos modos como es sabido ;"doctores tiene la Iglesia"
También en cuanto a la marca "Honer" la he visto escrita con h intercalada y sin ella,¡pero la música es la misma!Hay que darle un poco de humor.Mucho me temo que esta fiesta tan nuestra a la vuelta de una generación o poco más la habrá zampado el Papá Noël o el Santa Klaus.Siempre nos dejamos comer la merienda por lo que viene de fuera.Claro que , como los temas religiosos aqui están de moda mirarlos con cierta sorna o desprecio porque eso es más proooogre ,pues nada ,adelante con los faroles.Y no es que yo defienda nada,cada cual que sea lo que le de la gana siempre que no impongan nada a los demás.Deberiamos aplicar aquí más la máxima que tanto utilizan los franceses por si algun despistado no se ha enterado todavía:"La libertad del otro termina donde empieza la mia".Un abrazo.Félix
Esto de la ortografía cada día es más lioso y complicado. Navegando por aquí por Internet, te ves cada cosa que al final ya no sabes por donde andas. No os preocupéis demasiado. Lo importante es lo que se dicey claro si se dice de manera correcta, mejor que mejor.
Jaimito: Tienes que cuidar más tu ortografía: -Hoy se escribe con "h" y ayer sin ella.-
-¿Y por qué cambia tanto la ortografía de un dia para otro?-
-Manolo-
Félix. La infancia dura todo lo que nosotros queramos que dure. La ilusión es lo que cuenta. El recuerdo de los Reyes Magos, durará también lo que queramos nosotros. En todos nosotros habrá siempre el niño que alberga los maravilloso e inolvidables recuerdos de la infancia que lo hicieron feliz; y, nosotros, seremos todo lo felices que queramos ser si la sinrazón no nos produce ceguera.
Todos nosotros albergamos en nuestro fuero interno el más grato recuerdo de nuestra dulce niñez y, uno de los inolvidbles recuerdos son los del día de Reyes; la esperanza e impaciencia conque ansiábamos que llegara ese día, y, ahora, un poquitín mayores, nos deleitamos con los relatos que tú nos haces con tan explendida amenidad , que nos haces volver, o mejor estar en el pasado, recorriendo las calles de nuestro pueblo enrollados en las gruesas bufandas haciendo los comentarios de los regalos que tan bien nos relatas en la narración con que nos premias. Espero poder seguir deleitándome con ellos y disfrutar de la compañía de tu presencia. aunque sea virtual.
Un abrazo.
Luis
No pdía ser de otra manera,
que, félix y su Lucera,
una lección nos diera
de cordura y sensatez.
La vida, es tal cual es
y, seguirá siendo igual,
pues, para bien o para mal
habrá y lobos y luceras,
cabras locas y tiernas corderas
y explotadores sin piedad.
Sí señor, sí señor...
¡Bravo por tu genialidad.! No es Lucera una oveja cualquiera, ni una oveja modorra, es más astuta que la zorra explorando un gallinero.
Félix: Cuando le eché un ojo a tu blog, me dije muy seriamente: este paisano es buena gente, inteligente y genial, pues, tienes el don de explicar con amenidad sin par, aquello que a los demás, no nos resulta corriente. ¿Será que eres diferente, o solamente Excepcional...?
Ahora comprendo el porqué del lenguaje de las ovejas no está a la altura de los demás y el motivo por el que a tí, te resulta fácil hablar con Lucera y entenderte con su especial dialogar, imposible para otra gente.
Cuida bien a Lucera que, tendrá que darnos más alegrías para ayudarnos a pasar esta puñetera crisis que, a unos de una manera y, a otros de otra, a todos nos trae por la calle de la amargura. Cuídate tú tambiém y cura el resfriado.
Un abrazo, Féliz. Hasta luego.
Luis
Muy bonita la historia de la armonica, alguien cercano tiene una así, un poco mas vieja que la de la foto y creo que con una historia parecida, la guarda como un tesoro, quizas por todos los recuerdos que encierra. Feliz Año.Rosa.
Publicar un comentario