07 agosto 2020

VIAJE ESTELAR

 

                                                   





Anoche di una vuelta por el mundo. Fue bastante divertido porque era festivo pero el lugar de encuentro era un laberinto de salas pequeñas, forradas de terciopelo granate, a algunas se accedía por unas escaleras, luego bajabas a otras, unas con las puertas cerradas que costaba abrir, a otras se pasaba directamente, dos las abrían porteros elegantes, bien vestidos. Todo el mundo estaba endomingado, el ambiente se prestaba a pasar de una sala a otra. Muchas caras conocidas, amistades antiguas de trabajo, y en ese ambiente fue transcurriendo el tiempo nocturno.

Había un negro congolés, o del Zaire, no muy negro, joven, se llamaba Choa, afable y educado, compañero de pupitre en la escuela parisina de enfermería, nos sorprendimos al vernos de nuevo, él no había cambiado, yo tampoco, estaba con dos amigas, negras claras también, vestidas de gala, se besaban y cuanto más las miraba yo más se besaban, también en la boca, y me aparté de ellas porque no llevaban mascarilla. Miré detrás y en una pequeña grada para unas diez personas, estaba mi padre, le dije que acababa de ver a los ingenieros del Salto de Aldeadávila, don Diego y don Emilio. Sí, me dijo mi padre, tuve mucha amistad con ellos, recuerdo cuando la riada allá por enero del 61 ( aclaro que esto ocurrió de verdad), cuando el agua subió por encima de la presa en construcción, y la riada se llevó por delante los ocupantes de una balsa rudimentaria que volteó la corriente ahogándose tres o cuatro de los obreros y se salvaron dos o tres que no sabían nadar, y luego se presentó un señor, alto, elegante con un bigotín a lo Clark Gable, preguntando a la guardia civil que qué había pasado con los ahogados, y parece ser que dijeron que nada, son gajes del oficio, siempre hay gente que muere en estas obras, pero hay que buscarlos por encima de todo, y encontrarlos, dijo el señor, no creo que lo hagan, dijo el guardia, entonces el señor de unos cincuenta años, sacó del bolsillo  interior de la americana una cartera y les mostró su documentación: Almirante de marina, leyeron los guardias, entonces se cuadraron, pidieron perdón y llamaron a los ingenieros jefes que se presentaron volando, pidieron disculpas, uno de los ahogados es mi hijo, dijo el señor, y hay que encontrarlo, y los otros también, y fue entonces cuando todo se revolucionó, y vinieron buzos de lejos, y tras arduas tareas de rastreo los hallaron aguas abajo atrapados entre arbustos, y gracias al señor las víctimas mortales hallaron sepultura digna y sus familiares la indemnización correspondiente, así es la vida, me dijo mi padre.

 

Luego no sé cómo, me colé en una sala donde había un matrimonio japonés vestidos con atuendos festivos color crema y me dijeron que cómo estaba allí, que ellos querían tranquilidad para jugar al billar, y me fui, subí unas escalera y en otra sala me topé con una enfermera que escribía novelas y reconocí su cara, y otro chico que también escribía y me dijo, tú también escribes, te he visto en Facebook y en más sitios, sí, le dije, “ Lágrimas por Estrella” es mi novela, y desaparecieron. En una sala había un gel, me eché en las manos, pero la izquierda se quedó muy pastosa y cuanto más agua pasaba más se inflaba el gel y me costó deshacerme de esa porquería, y ya eran las cuatro de la madrugada y quería marcharme, pero el ambiente era muy bueno y luego llegó una pareja de amigos de Madrid, ¿estarán tristes?, me pregunté al saludarlos, porque hacía poco más de un año que se le murió una hija de veinte años, pero me sonrieron, y querían darme la mano y abrazarme,  le dije que no, que anda por ahí el virus, pero a la gente le daba igual, se besaban se achuchaban, yo que sé, eso no me gustó, pero estos amigos tomaban una copa y se divertían ,porque la vida, a pesar de las tragedias hay que seguirla viviendo con el ritmo natural de la vida: comer y beber, cantar y bailar, reír, así debe ser aunque en algunos casos la sonrisa se marchitara para siempre tras una pérdida dolorosa, es comprensible y humano.

Son las cuatro y tienes que dormir, me dije, así que me preparé para salir, y me pareció que para andar más de cinco kilómetros hasta llegar a casa en dicha ciudad mejor llevar calzado apropiado  (porque no había taxis), y no los zapatos habituales, así que en un rincón de una sala hallé una caja con calzado variopinto, usado, todo me quedaba grande, pero había unas deportivas en buen estado, parecían botas de futbolista, a lo mejor las de Ronaldo, porque tiene el pie más grande que Messi, pensé,  color crema, las probé y me quedaban algo grandes, pero de ancho me iban bien, así que me puse un calcetín verde, espeso, y en el otro pie los dos negros de hilo que llevaba con los zapatos y estos los metí en una caja. Salí a la calle, eché mano a la cartera y creí que me habían robado, pero no, encontré los billetes bien doblados en la otra parte de la cartera y me alegré.

 

 Cuando me levante, no me voy a acordar de esta fiesta tan extraña, me dije medio despierto, así que escribí estas notas a las tres de la mañana, con un ojo cerrado y con letra somnolienta, embarullada, pero lo suficiente como para poder plasmar parte de ese viaje por el mundo. Qué cosas ocurren. ¿somos realmente lo que vemos con nuestros ojos y hacemos con nuestras manos, o somos sobre todo lo que soñamos? Ahí lo dejo.

1 comentario:

Manuel dijo...

Un sueño muy real. Así parece.
Hiciste bien tomar notas, pues a menudo
pasa eso, que luego se desvanece lo vivido
en los sueños y hasta es difícil recordar,
como si no hubiera pasado nada.
Y vaya si pasa. Si el sueño tiene tintes de pesadilla,
qué alivio al despertar. Y si al contrario, el sueño
es maravilloso y lo estás pasando bien, qué
decepción volver a la realidad.
¡Felices sueños!