Había un negro congolés, o del
Zaire, no muy negro, joven, se llamaba Choa, afable y educado, compañero de
pupitre en la escuela parisina de enfermería, nos sorprendimos al vernos de
nuevo, él no había cambiado, yo tampoco, estaba con dos amigas, negras claras
también, vestidas de gala, se besaban y cuanto más las miraba yo más se
besaban, también en la boca, y me aparté de ellas porque no llevaban
mascarilla. Miré detrás y en una pequeña grada para unas diez personas, estaba
mi padre, le dije que acababa de ver a los ingenieros del Salto de Aldeadávila,
don Diego y don Emilio. Sí, me dijo mi padre, tuve mucha amistad con ellos,
recuerdo cuando la riada allá por enero del 61 ( aclaro que esto ocurrió de
verdad), cuando el agua subió por encima de la presa en construcción, y la
riada se llevó por delante los ocupantes de una balsa rudimentaria que volteó
la corriente ahogándose tres o cuatro de los obreros y se salvaron dos o tres
que no sabían nadar, y luego se presentó un señor, alto, elegante con un
bigotín a lo Clark Gable, preguntando a la guardia civil que qué había pasado
con los ahogados, y parece ser que dijeron que nada, son gajes del oficio,
siempre hay gente que muere en estas obras, pero hay que buscarlos por encima
de todo, y encontrarlos, dijo el señor, no creo que lo hagan, dijo el guardia,
entonces el señor de unos cincuenta años, sacó del bolsillo interior de la americana una cartera y les
mostró su documentación: Almirante de marina, leyeron los guardias, entonces se
cuadraron, pidieron perdón y llamaron a los ingenieros jefes que se presentaron
volando, pidieron disculpas, uno de los ahogados es mi hijo, dijo el señor, y
hay que encontrarlo, y los otros también, y fue entonces cuando todo se
revolucionó, y vinieron buzos de lejos, y tras arduas tareas de rastreo los
hallaron aguas abajo atrapados entre arbustos, y gracias al señor las víctimas
mortales hallaron sepultura digna y sus familiares la indemnización
correspondiente, así es la vida, me dijo mi padre.
Luego no sé cómo, me colé en una
sala donde había un matrimonio japonés vestidos con atuendos festivos color
crema y me dijeron que cómo estaba allí, que ellos querían tranquilidad para
jugar al billar, y me fui, subí unas escalera y en otra sala me topé con una
enfermera que escribía novelas y reconocí su cara, y otro chico que también
escribía y me dijo, tú también escribes, te he visto en Facebook y en más
sitios, sí, le dije, “ Lágrimas por Estrella” es mi novela, y desaparecieron. En
una sala había un gel, me eché en las manos, pero la izquierda se quedó muy
pastosa y cuanto más agua pasaba más se inflaba el gel y me costó deshacerme de
esa porquería, y ya eran las cuatro de la madrugada y quería marcharme, pero el
ambiente era muy bueno y luego llegó una pareja de amigos de Madrid, ¿estarán
tristes?, me pregunté al saludarlos, porque hacía poco más de un año que se le
murió una hija de veinte años, pero me sonrieron, y querían darme la mano y
abrazarme, le dije que no, que anda por
ahí el virus, pero a la gente le daba igual, se besaban se achuchaban, yo que
sé, eso no me gustó, pero estos amigos tomaban una copa y se divertían ,porque
la vida, a pesar de las tragedias hay que seguirla viviendo con el ritmo
natural de la vida: comer y beber, cantar y bailar, reír, así debe ser aunque
en algunos casos la sonrisa se marchitara para siempre tras una pérdida
dolorosa, es comprensible y humano.
Son las cuatro y tienes que
dormir, me dije, así que me preparé para salir, y me pareció que para andar más
de cinco kilómetros hasta llegar a casa en dicha ciudad mejor llevar calzado
apropiado (porque no había taxis), y no
los zapatos habituales, así que en un rincón de una sala hallé una caja con
calzado variopinto, usado, todo me quedaba grande, pero había unas deportivas
en buen estado, parecían botas de futbolista, a lo mejor las de Ronaldo, porque
tiene el pie más grande que Messi, pensé,
color crema, las probé y me quedaban algo grandes, pero de ancho me iban
bien, así que me puse un calcetín verde, espeso, y en el otro pie los dos negros
de hilo que llevaba con los zapatos y estos los metí en una caja. Salí a la
calle, eché mano a la cartera y creí que me habían robado, pero no, encontré
los billetes bien doblados en la otra parte de la cartera y me alegré.
Cuando me levante, no
me voy a acordar de esta fiesta tan extraña, me dije medio despierto, así que
escribí estas notas a las tres de la mañana, con un ojo cerrado y con letra somnolienta,
embarullada, pero lo suficiente como para poder plasmar parte de ese viaje por
el mundo. Qué cosas ocurren. ¿somos realmente lo que vemos con nuestros ojos y
hacemos con nuestras manos, o somos sobre todo lo que soñamos? Ahí lo dejo.
1 comentario:
Un sueño muy real. Así parece.
Hiciste bien tomar notas, pues a menudo
pasa eso, que luego se desvanece lo vivido
en los sueños y hasta es difícil recordar,
como si no hubiera pasado nada.
Y vaya si pasa. Si el sueño tiene tintes de pesadilla,
qué alivio al despertar. Y si al contrario, el sueño
es maravilloso y lo estás pasando bien, qué
decepción volver a la realidad.
¡Felices sueños!
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