04 abril 2009

El Paris que fue y que llevo dentro



Esta foto, aunque de escasa calidad, refleja un momento después de actuar en la sala Bataclan, tras ganar en 1973 el primer premio del primer Festival de la Canción del Emigrante en Europa. Soy el primero por la derecha, aunque no lo parezca ¡años ha!
Llegué a Paris en 1967, consciente de que aquello sería algo distinto a La Zarza, pero no me imaginaba el enorme contraste entre estos dos universos. En estos casos la necesidad te obliga a aguzar los cinco sentidos de modo que a marchas forzadas, como tantos otros, inicié el aprendizaje que con el paso del tiempo daría su fruto. Recuerdo cuando me topé por primera vez con un ascensor y hube de ingeniármelas para descubrir su funcionamiento. Es una simple anécdota de las innumerables que habría de sortear. París era un hervidero de gente. Cientos de de miles de inmigrantes contribuían con su trabajo a la gigantesca transformación del país y de la capital en este caso. Los obreros de las fábricas de automóviles eran todos extrajeros: magrebíes, españoles, yugoeslavos y en menor cantidad portugueses. En Francia habíamos censados algo más setecientos mil españoles, incluidos los refugiados de la Guerra Civil. La mayoría de los inmigrantes españoles teníamos entre dieciocho y treinta años. Se llegó a afirmar que en el distrito XVI, barrio eminentemente burgués, trabajaban unas cuarenta mil empleadas de hogar españolas. El español se escuchaba por doquier en este barrio; desde la torre Eiffel hasta el Arco de Triunfo. Los sábados y sobre todo los domingos por la mañana, las calles que confluían con la iglesia de la Misión Española, sita en la calle de La Pompe, se asemejaba a cualquier ciudad española por la cantidad de compatriotas que acudían; unos a misa, sobre todo las mujeres, mientras los hombres preferían el bar de enfrente para tomar el aperitivo, charlar con sus amigos y apostar a las carreras de caballos. El ambiente en los aledaños de la iglesia era típicamente español; saludos entusiastas por aquí, voces por allá, la calle era nuestra, tanto, que este comportamiento tan extrovertido exasperaba a las gentes del barrio que veían alterado su callado, rutinario y discreto deambular. A veces la policía, cuya comisaría estaba justo al lado, acudía para impedir que algunos grupos invadieran todo el espacio de la acera y dejaran libre el paso. Nuestro comportamiento podía parecer bullanguero, pero era simplemente, el compendio del hábito cultural de las distintas regiones españolas y el resultado de una juventud fogosa, entusiasta, vehemente que había encontrado la respuesta a los anhelos de progreso, para unos, primando lo económico, para otros, lo cultural o quizás los dos a la vez. Por las tarde solíamos acudir a la explanada de la plaza Trocadero, y si el tiempo lo permitía, nos sentábamos en la terraza de los bares donde la mayoría de clientes éramos españoles, creando siempre un ambiente de alborozo ante las miradas de los parisinos que seguía identificándonos con la paella, los toros y el flamenco. A mi me gustaba mezclarme con los grupos que merodeaban en la explanada del Palacio Chaillot, que es una especie de atalaya mirando a la Torre Eiffel. Siempre había algún joven con una guitarra que conseguía atraer numerosos curiosos para cantar todos el “Porompompero” o “Guantanamera”, temas de actualidad. Aquel ambiente me entusiasmaba y prometí comprarme una guitarra con mi primer salario. Con mis veinte años participé de todas las correrías posibles sin tregua para descansar, solo el sueño podía vencerme. Los emigrantes de cada región española habían creado su centro cultural donde se desarrollaban infinidad de actividades. París, como secular ciudad cultural, brindó a muchos emigrantes la posibilidad de realizarse como artistas y fueron muchos y muchas los/as autodidactas que expusieron sus obras de arte, esencialmente en la pintura. Yo también quise participar de aquella fiebre cultural con mi guitarra. Siendo poco más que un principiante, solicité participar en un concurso dentro de un espacio televisivo, destinado a ofrecer una oportunidad para descubrir nuevos talentos. Sorprendentemente me llamaron y sin ningún complejo me presenté en el estudio 205 de la Radio y Televisión Francesa, la famosa O.R.T.F. El edificio, era el más amplio de París en metros cuadrados. Su estructura circular resultaba curiosa. Los pasillos no tenían recovecos y avanzando sin parar llegabas al punto de partida. Otra de las curiosidades eran los setecientos relojes que adornaban los pasillos. Allí pues, con mi guitarra, ante la mirada de otros participantes, de un público donde había empresarios a la ”caza del talento”, interpreté la canción del “Abuelo Victor” de Víctor Manuel, y acompañado por el pianista del estudio, ”Todo tiene su fin” de Los Módulos. Fue una experiencia fantástica.
Al final creamos un grupo compuesto de tres guitarristas, un bailaor y bailaora. Nos presentamos en 1973 al primer festival de la canción para el emigrante español en Europa y ganamos el primer premio, donde recuerdo, participaba como miembro del jurado, el modisto español Paco Raban. Más tarde grabaríamos un “single“ en los estudios de Philips en París, dónde grababan entre otros Demis Roussos. A falta de mecenas y quizás por no estar muy convencidos de nuestro futuro en el mundo del espectáculo abandonamos aquella ilusionante etapa. Son algunos trazos de aquella época parisina de finales de los sesenta y principio de los setenta. El Mayo 68 pasó por nosotros y como aquellos líderes, hoy asentados, que pusieron en jaque con sus manifestaciones al mismísimo presidente Charles De Gaulle, los emigrantes que vivimos aquellos momentos mágicos creo que también nos hemos asentado con el paso del tiempo, como el vino que madura, y preservando, creo, el poso de lo que fue, ni mejor ni peor, simplemente; fue distinto, recordándolo, no obstante, como una época muy feliz, auque solo sea por aquello de: “juventud divino tesoro”. Félix

2 comentarios:

Salva dijo...

Por tus comentarios anteriores deduje que tuviste experiencia en el mundo de la farándula. Las canciones que menciones(viva la redundancia) son estilos muy diferentes. Victor Manuel con su voz peculiar, nada del otro mundo, sí en cambio el mensaje que transmitía en las letras. (Me quedo con aquella de ... "En la planta catorce del pozo minero" o a posteriori: "Soy un corazón tendido al sol".
En cuanto a Los Módulos, creo que fue un grupo que se adelantó a su tiempo. Hoy vemos muchas reminiscencias de su estilo en el "Último de la Fila", Reconocida esa influencia por le propio Manolo García.
Creo que fue la época más creativa en la historia de la música y, sin ninguna duda, aquellos peludos de Liverpool fueron quienes abrieron camino.
Hoy todo ha cambiado. Los grupos de baile son como un karaoke disfrazado. La comodidad y lo de siempre(El asqueroso dinero: mejor repartir para cinco que para ocho, secuenciamos violines y metales, sampleamos la voz si desafina y ponemos un par de gogós que enseñen cachas y con esta fórmula caerán contratos a mansalva)Ese es el pensamiento que impera en el espectáculo.
Por eso, lo bueno, nunca pasará al olvido y se seguirán haciendo versiones de canciones viejas.
Saludos. Salva

Manuel dijo...

Tú si que puedes decir que en mayo del 68 estuviste allí, en Paris, que lo viviste, como también el 69, 70, ...
Son muy interesantes tus experiencias en la France, que debes de intercalar de tanto en tanto en tus entradas. Y de paso sacar a la luz esas fotografías, que me consta, tienes de aquella época. -Manolo-