01 mayo 2010

Recordando...o simplemente caminando (2ª parte)














…¡Quedaos en la cama, ha nevado! Era la voz de mi padre que nos anunciaba un día feliz a las ocho de la mañana.
Brincos en la cama, jolgorio incontrolado. Éramos felices porque ese día no iríamos a la escuela. A pesar del cobertizo, la ventisca había arremolinado la nieve contra la entrada y cubría de casi un metro el quicio de la puerta.
Amaneció. La luz difusa se colaba por el único ventanuco de la casa y alumbraba los recovecos que otros días permanecían oscuros. Afuera, un resplandor uniforme fundía el cielo con la tierra y en esa metamorfosis desaparecía la perspectiva de horizonte. Blanco, todo cubierto de un manto blanco. La miseria estaba cubierta de blanco, la riqueza también. Los muladares se habían vestido de blanco. Los tejados eran todos iguales: blancos. Sin embargo, había tejados de ricos y de pobres. Los unos cubiertos de tejas nuevas o en buen estado, bien alienadas, sin goteras; los otros, con goteras, con tejas viejas, malheridas, con musgo y suciedad. Pero surgió el milagro de la nieve. Ese día todos eran iguales, de un blanco deslumbrante, de una belleza conmovedora.
El campo también se vistió de blanco, y las fincas de los ricos se fundieron con las del resto, y desapareció la propiedad privada por un día, o dos.
Y los que vivían absortos en su riqueza fueron transformados por la nieve. Los soberbios aplacaron su altanería .La pureza de la nieve iluminó sus rostros, también su mentes, y en un alarde de solidaridad se unieron al resto empuñando la pala para abrir caminos en la nieve para acceder a los corrales, a cada vivienda, a las tiendas, a la panadería, a la iglesia y fue entonces cuando surgió lo mejor de cada cual. Mientras tanto, algunos mozos se atrevían a salir al campo armados con palos para cazar conejos, pues estos al aventurarse a salir de la madriguera, dejaban en la nieve el rastro que los delataba convirtiéndolos en presa fácil.
Pero lo nuestro era jugar, crecer jugando. La nieve nos había proporcionado el elemento tan deseado. Entonces, Ventura, Paco y Alejandro, junto con otros chavales más pequeños del barrio, salíamos a la calle calzados con las botas de goma que apenas sobrepasaban los tobillos, frías como la misma nieve, vestidos con el tradicional pantalón corto de pana, con el jersey que el viento calaba a su antojo y con las manos desnudas, nos lanzábamos calle arriba y calle abajo empujando la bola de nieve que se hacia cada vez mas pesada. Al final, en medio de la calle quedaba ubicada la primera pieza del muñeco. Después las otras dos darían forma definitiva a nuestra estatua adornada con un palo de escoba y un sombrero viejo.
Aquel juego tenia su dosis de sufrimiento. Al principio las manos se quedaban congeladas. Después, debido al ejercicio se producía un intenso dolor previo al calentamiento, para permanecer después a una temperatura estable .Los pies no se calentaban y los sabañones se desarrollaban alegremente, sobre todo el dedo pequeño que era el que más sufría.
Los sabañones dormían durante el día, pero despertaban rabiosos al acostarte cuando colocabas los pies sobre el ladrillo o teja bien calientes, colocados en el fondo de la cama. Al calentarse los pies se producía un picor insufrible. Al rascarte tenias la sensación de alivio, pero el picor aumentaba de intensidad después de rascarte, de modo que pasabas un largo rato peleándote con ellos hasta que por fin, con los pies ya calientes, el picor cesaba paulatinamente y comenzaba entonces un delicioso sueño.
Eran tiempos de posguerra, de juego, de ilusiones y de sueños.
La vida es sueño, pero también juego, o debiera serlo. Crecíamos jugando, soñando, cantando. El yuntero cantaba arando, con su rebaño el pastor, en la taberna los mozos y sobre todo los quintos, y en la iglesia las mujeres. Yo también cantaba en la iglesia cuando era monaguillo, y aprendí a cantar el dies irae, y el pater noster, y más cosas en latín, porque lo importante era cantar, aunque muchas veces desconociera el significado de la letra. Y como el cura estimaba que cantaba bien, me propuso para cantar la misa de difuntos y sustituir a un compañero que según él, más que cantar una misa de difuntos entonaba una melopea de moscardón. El cura me pagaba gustoso un porcentaje de lo que cobraba por la misa, de modo que yo me embolsaba religiosamente tres pesetas y los dos tan contentos; o como solía decir él:”Aquí paz y después gloria”.
Pero también cantábamos en la escuela. La tabla de multiplicar la aprendíamos cantando. Después del cante retornábamos al juego en el recreo. Hacia 1957 llegó la ayuda estadounidense y con ella la leche en polvo, el queso de bola y más cosas útiles. La leche la preparábamos durante el recreo. El maestro colocaba un gran recipiente en medio del patio o jardín, añadía el agua y la leche correspondiente. Entonces, nosotros jugando como siempre, empuñábamos las batidoras, y dale que te pego hasta que la espuma se hinchaba, y subía y subía hasta desbordar, lo que celebrábamos con una algazara impresionante. El maestro alertado por la bulla acudía enfurecido y al primero que entallaba la endiñaba un pescozón. Calmados ya los ánimos, y en fila india, acudíamos unos con el vasito de plástico y otros de cristal para tomar la ración, pero siempre sobraba y muchos repetían.
Bienvenida fue aquella leche en tiempos de posguerra, de ilusiones y de juego.
Finalmente, cantando nos despedíamos de la jornada escolar, cuando a las cinco, el maestro nos hacia levantar y con el brazo en alto entonábamos el “Cara al Sol”.Todos ignorábamos el significado del saludo fascista. Lo mismo del contenido ideológico. Aquella secuencia suponía simplemente para nosotros el fin de la jornada escolar y la recuperación de la libertad en la calle, en nuestro espacio de juego.
Gracias al esfuerzo de nuestros padres, pudimos asistir a clase con cierta regularidad para sentar las bases de nuestro futuro.
Habíamos cumplido una etapa. Nos acercábamos al mundo laboral. Y como las cigüeñas seguían trayendo niños, y nuestro querido campo no podía alimentar más gente, comenzó el éxodo inevitable para intentar medrar en las grandes ciudades o en el extranjero. Todos, o casi todos regresamos en algún momento. Nuestro querido pueblo, como todos, se fue transformando .Las yuntas de bueyes fueron sustituidas por maquinaria agrícola. El ruido del tractor se hacia un eco en el campo. Era el progreso.
El progreso también lo encarnaban; los chicos con el pelo largo, las chicas con minifalda o pantalón, las canciones en ingles, la llegada al hogar de la lavadora, de la nevera, del televisor y muchas más cosas.
La juventud se marchaba, las fiestas perdían auge y algunas desaparecían.
Tan brusco fue el cambio que hasta el cura viendo peligrar los intereses de su parroquia, no tardó en manifestarse con su sonado lamento:”Si la juventud se marcha, no sé de que va a vivir la Iglesia; se acabarán las bodas, no habrá bautizos y, menos mal que me quedan, gracias a Dios, las misas de difuntos y los entierros, porque viejos aun quedan unos cuantos, ¡por ahora!”.Era sincero. Sabido es que por cada acto que oficiaba cobraba su minuta, lo que le permitía pagarnos una perra gorda a la semana a los monaguillos y el resto emplearlo en cosas divinas.
Al sacerdote entrado en años y con precaria salud, le llegó el relevo. Fue don Miguel quien lo sustituyó aportando un aire fresco y un nuevo concepto sobre la liturgia religiosa emanada del Concilio Vaticano II.
Don Miguel, vestido de paisano, muchas veces solo identificable por su alzacuello, dinamizó la vida social sobre todo en el ámbito juvenil, desarrollando con muy pocos medios pero con mucha ilusión, actividades culturales en la antigua casa del cura transformada en teleclub.
Dichas actividades alcanzaban su apogeo el día de San Lorenzo, cuando todas las manifestaciones culturales y lúdicas (salvo el grupo que amenizaba el baile) eran protagonizadas por gente del pueblo.
Los cambios iniciados por el nuevo párroco levantó no pocas suspicacias en algunas señoras muy mayores que consideraban extraño que no aplicara los mismos estipendios que su predecesor.”A la voluntad, señora María, a voluntad”, decía don Miguel. Pero la señora María, que por experiencia sabia que en la vida todo tiene un precio, no se fiaba demasiado, y seguía ofreciendo la limosna de siempre, a fin de asegurase que los responsos llegaran a su destino, considerando que para ello se hacia inevitable pagar un peaje.
Todo acabó normalizándose y el cambio concluyó cuando se consideró normal que el sacerdote acudiera al bar para tomar unas copas con los mozos, algo que hubiera sido un sacrilegio unos años antes.

El progreso seguía su curso, solo el campo permanecía inalterable, o casi… Félix

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya memoria que tienes compañero. Sorprende lo gravadas que tienes esas experiencias de juventud. Desde aquí te animo a que hurgues en ese baúl de experiencias y le des forma a esa novela que tienes como proyecto.
Félix, tu relato es muy ameno y real. Me ha entretenido. No es necesario esforzarse para leerlo, porque te va llevando hasta un final diferente. Empezamos con la nieve que equipara todas las castas sociales, con cierto aire reinvindicativo, y nos deja abocados a la reforma eclesiástica rural. Como diría un flamenco, tocas todos los palos. Un abrazo, Salva.

Anónimo dijo...

Amigo Salva.Tomo nota de tus consejos y sugerencias y me alegro que hayas pasado un rato ameno con esta historia que es el camino que hemos ido recorriendo de forma muy similar los chavales de sin tele y sin yogur,pero con toda la naturaleza para nuestro disfrute.
Asi que ,ya lanzado en esta aventura ,habrá que seguir como diria el castizo:"hasta que el cuerpo aguante".Un abrazo.Félix.

Manuel dijo...

¿Y quién no va a pasar un buen rato leyendo y reeleyendo estos temas que nos regalas, Félix? Son también nuestra vida, nuestros recuerdos, para los que por edad vivimos en aquellos años y en aquellas circunstancias.
¿Son anticipos estos relatos del proyecto de novela que tienes en mente, Félix?. A ver si te llega pronto la jubilación y con todo el tiempo que necesites por delante acometes esos proyectos. Pero ojito con abandonar tu blog. Avisado quedas...
-Manolo-

Anónimo dijo...

En La Zarza de los años 60 y su entorno hay materia para escribir una buena historia aunque lo dificil es narrarlo bien.Lo intentaremos aunque solo quede para el recuerdo.En cuanto al blog,Manolo ,como decia nuestro querido Adolfo,hay cosas de las que no te puedes desprender porque forman ya parte de uno,
como es mi caso con el blog.A ver si el Sr Zapatero nos jubila pronto.Félix

Anónimo dijo...

Retorno a tu infancia,y en cierto modo a la infancia de quienes la pasamos en aquellos pueblos más o menos similar a la tuya.Reitero el comentario de SALVA, muy ameno y muy real, de verdad que te hace revivir el tiempo pasado.QUE TE VOY A DECIR , QUE ME ENCANTA.
Rosario Carreto.