Cada año la primavera parecía volver con más fuerza. Por eso siempre que puedo vuelvo para verte campo querido, para disfrutar de tus primaveras, de tus caminos, de tus fuentes, de tus cabañas, de tus pilares, de la arquitectura rural que dejaron mis abuelos y los de todos.
Retomo los caminos de antaño pero apenas se ve gente; no hay pastores, el campo se queda solo. Ya no se oye el canto del yuntero, ni el trino de los pájaros que le seguían cuando araba porque algunos ya no volvieron.
Recuerdo al tío Manuel con sus alforjas al hombro camino del río donde le esperaba el arado y un mulo que pastaba en un prado. Dos kilómetros andando, la alforja al hombro, la reja aguzada en la bolsa trasera y una piedra en la delantera para hacer contrapeso. Cuanto sacrificio. Cuantas toneladas a lo largo de su vida soportó su cuerpo por cada kilo de trigo nuevo.
Retomo los caminos de antaño pero apenas se ve gente; no hay pastores, el campo se queda solo. Ya no se oye el canto del yuntero, ni el trino de los pájaros que le seguían cuando araba porque algunos ya no volvieron.
Recuerdo al tío Manuel con sus alforjas al hombro camino del río donde le esperaba el arado y un mulo que pastaba en un prado. Dos kilómetros andando, la alforja al hombro, la reja aguzada en la bolsa trasera y una piedra en la delantera para hacer contrapeso. Cuanto sacrificio. Cuantas toneladas a lo largo de su vida soportó su cuerpo por cada kilo de trigo nuevo.
El tío Manuel cuado yo era un crío él era ya viejo. No conoció el tractor pero se ganó el cielo.
Ya queda lejos, muy lejos, el chirriar de los carros, el pregón de la alguacila, y el tañir de las campanas anunciando la hora del Ángelus, o de la Noche de Difuntos, o de la Resurrección y más cosas que el viento se llevó.
Pero yo siempre que puedo vuelvo ,porque el campo me espera y yo lo espero. Sus fuentes me ofrecen agua y yo la bebo. Sin prisa recorro los tesos cercanos al río. En mi transitar por el camino de la Peña la Vela, me paro a contemplar el roble rechoncho, solitario y aún frondoso, después de que cincuenta años atrás nos hubiera albergado entre su ramaje a Alejandro y a mi. Su corteza más arrugada como también mi piel, recordaba que el tiempo había pasado para los dos. Algun pequeño gajo anunciaba su declive. Me abracé a él recordando viejos tiempos. La rama más inferior ahora la tenía a mi alcance. Sin embargo, cuando mi cuerpo aun crecía, Alejandro me empinaba hasta alcanzarla para seguir gateando hasta llegar al nido de tórtola que cada año nos ofrecía la belleza y la fragilidad de sus pichones en cañones. Allí subidos con todo el horizonte para nosotros pasábamos largos ratos. Súbitamente, al recordar a Alejandro me invadió una profunda tristeza porque ya no estaba entre nosotros. Pensé que no era el momento de llorar porque Alejandro no lo hubiera consentido y para ello hubiera empleado el recurso de sus chistes, porque era un artista del humor y un poeta innato. Y estaba seguro que empezaría cantando una de las innumerables estrofas de su repertorio que decía:
“Esta es la jotita que bailan los perros,
levantan la pata y enseñan los güevos”…Y seguiría con otras a cual más hilarante hasta hacerme llorar de risa. Porque Alejandro disfrutaba haciendo reír a los demás. Fuimos uña y carne, pasamos juntos la infancia y lo compartimos todo .Dejó su rebaño de cabras para marcharse a la ciudad, como tantos, para labrarse un futuro mejor .Cumplió la mili en Salamanca donde coincidimos, y tras licenciarnos, nos despedimos con un efusivo abrazo sin saber que seria el último. Regresó a Madrid donde se casó, pero no tuvo tiempo de realizar sus sueños y falleció; joven, demasiado joven .En mi alma llevo su sonrisa que se fundió con la mía para nuca más separarnos.
Pensando en él me abracé por última vez al árbol para empaparme de su energía, de sus vibraciones, y emprendí de nuevo el camino. Volví la vista atrás para despedirme pero pensé que era estúpido porque los árboles no hablan. Sin embargo, al darle de nuevo la espalda, sentí que me decía:”Vuelve cuando quieras, sabes donde encontrarme. Mientras tanto, seguiré, como quizás tu también, aguantando el intenso calor del estío, las tormentas y el pedrisco, el acoso de algún rayo, la ventisca, el cierzo que soplará sin piedad, las nevadas efímeras, y las cencelladas que paralizan el campo, pero siempre volverá la primavera, y me cubriré de hojas ,y tendrás sombra, y volverá anidar la tórtola y así, hasta que ya un día, inexorablemente, los dos seamos pasto del tiempo.
Intenté sacudirme el letargo que me estaba invadiendo. Alce la vista para disfrutar del horizonte y proseguí el camino respirando profundamente los aromas que me ofrecía el manto primaveral. Entre valle y quebrada el canto monocorde del cuco rompía el silencio mientras otro le respondía a lo lejos. Intenté imitarlo para comunicarme con él pero no respondía como insinuando que en aquella sinfonía primaveral él era el director de orquesta y marcaba el ritmo a su antojo.
La suave brisa moldeaba los campos de centeno en cuyo oleaje se lucían los tonos verdes .Verde, todo verde. El verde que tan magistralmente describió mi primo Adolfo en sus relatos zarceños: verde roble, verde chopo, verde pino, verde escoba, verde helecho, verde lagarto, y más verdes que conforman el verde Zarza porque esos verdes son nuestros vedes. En medio del inmenso campo chispeaban como lentejuelas matojos de plantas aisladas que con sus coloridos engalanaban el paisaje:
Escobas rubias con su intenso amarillo oropéndola, amapolas de carmín veinteañero que se cimbreaban en los trigales en una danza ritmada por el viento suave entreverado de abajo y gallego; tomillos morados de Semana Santa cuyos pétalos se tornaban plateados con el reflejo del sol. Tomillos que con su sacrificio tapizarían las calles en la procesión del Corpus y que, tras ser recogidos, pasarían a ser pasto de las llamas en la hoguera de la Noche de San Juan cuyo humo, después de ofrecer sus propiedades curativas, se esfumaría en la oscuridad de la noche dejándonos el último suspiro de su aroma.
Escobas rubias, amapolas, tomillos, esencia de mi infancia, esencia de mi pueblo. Hermosa primavera la nuestra. Hermoso campo, nunca viejo, siempre nuevo.
Desde el Teso la Madera
oteo los campos de trigo,
el viento acaricia mi frente
como el arroyo al molino.
Viento que aventó en la era
centeno cebada y trigo,
viento que la veleta
anunciaba templado o frío.
Y el viento me trae el perfume,
de un matorral con tomillos,
de un prado con margaritas,
de un arroyo con espinos,
de un lanchal con piornos frescos,
de un exuberante pino.
El viento sortea quebradas
y con él hago camino,
para escuchar su murmullo
entre los juncos del río
y seguir así soñando
como cuando yo era un niño.
Mi pueblo, mi querido pueblo, mi Zarza querida; siempre te llevo dentro.
Félix.
Ya queda lejos, muy lejos, el chirriar de los carros, el pregón de la alguacila, y el tañir de las campanas anunciando la hora del Ángelus, o de la Noche de Difuntos, o de la Resurrección y más cosas que el viento se llevó.
Pero yo siempre que puedo vuelvo ,porque el campo me espera y yo lo espero. Sus fuentes me ofrecen agua y yo la bebo. Sin prisa recorro los tesos cercanos al río. En mi transitar por el camino de la Peña la Vela, me paro a contemplar el roble rechoncho, solitario y aún frondoso, después de que cincuenta años atrás nos hubiera albergado entre su ramaje a Alejandro y a mi. Su corteza más arrugada como también mi piel, recordaba que el tiempo había pasado para los dos. Algun pequeño gajo anunciaba su declive. Me abracé a él recordando viejos tiempos. La rama más inferior ahora la tenía a mi alcance. Sin embargo, cuando mi cuerpo aun crecía, Alejandro me empinaba hasta alcanzarla para seguir gateando hasta llegar al nido de tórtola que cada año nos ofrecía la belleza y la fragilidad de sus pichones en cañones. Allí subidos con todo el horizonte para nosotros pasábamos largos ratos. Súbitamente, al recordar a Alejandro me invadió una profunda tristeza porque ya no estaba entre nosotros. Pensé que no era el momento de llorar porque Alejandro no lo hubiera consentido y para ello hubiera empleado el recurso de sus chistes, porque era un artista del humor y un poeta innato. Y estaba seguro que empezaría cantando una de las innumerables estrofas de su repertorio que decía:
“Esta es la jotita que bailan los perros,
levantan la pata y enseñan los güevos”…Y seguiría con otras a cual más hilarante hasta hacerme llorar de risa. Porque Alejandro disfrutaba haciendo reír a los demás. Fuimos uña y carne, pasamos juntos la infancia y lo compartimos todo .Dejó su rebaño de cabras para marcharse a la ciudad, como tantos, para labrarse un futuro mejor .Cumplió la mili en Salamanca donde coincidimos, y tras licenciarnos, nos despedimos con un efusivo abrazo sin saber que seria el último. Regresó a Madrid donde se casó, pero no tuvo tiempo de realizar sus sueños y falleció; joven, demasiado joven .En mi alma llevo su sonrisa que se fundió con la mía para nuca más separarnos.
Pensando en él me abracé por última vez al árbol para empaparme de su energía, de sus vibraciones, y emprendí de nuevo el camino. Volví la vista atrás para despedirme pero pensé que era estúpido porque los árboles no hablan. Sin embargo, al darle de nuevo la espalda, sentí que me decía:”Vuelve cuando quieras, sabes donde encontrarme. Mientras tanto, seguiré, como quizás tu también, aguantando el intenso calor del estío, las tormentas y el pedrisco, el acoso de algún rayo, la ventisca, el cierzo que soplará sin piedad, las nevadas efímeras, y las cencelladas que paralizan el campo, pero siempre volverá la primavera, y me cubriré de hojas ,y tendrás sombra, y volverá anidar la tórtola y así, hasta que ya un día, inexorablemente, los dos seamos pasto del tiempo.
Intenté sacudirme el letargo que me estaba invadiendo. Alce la vista para disfrutar del horizonte y proseguí el camino respirando profundamente los aromas que me ofrecía el manto primaveral. Entre valle y quebrada el canto monocorde del cuco rompía el silencio mientras otro le respondía a lo lejos. Intenté imitarlo para comunicarme con él pero no respondía como insinuando que en aquella sinfonía primaveral él era el director de orquesta y marcaba el ritmo a su antojo.
La suave brisa moldeaba los campos de centeno en cuyo oleaje se lucían los tonos verdes .Verde, todo verde. El verde que tan magistralmente describió mi primo Adolfo en sus relatos zarceños: verde roble, verde chopo, verde pino, verde escoba, verde helecho, verde lagarto, y más verdes que conforman el verde Zarza porque esos verdes son nuestros vedes. En medio del inmenso campo chispeaban como lentejuelas matojos de plantas aisladas que con sus coloridos engalanaban el paisaje:
Escobas rubias con su intenso amarillo oropéndola, amapolas de carmín veinteañero que se cimbreaban en los trigales en una danza ritmada por el viento suave entreverado de abajo y gallego; tomillos morados de Semana Santa cuyos pétalos se tornaban plateados con el reflejo del sol. Tomillos que con su sacrificio tapizarían las calles en la procesión del Corpus y que, tras ser recogidos, pasarían a ser pasto de las llamas en la hoguera de la Noche de San Juan cuyo humo, después de ofrecer sus propiedades curativas, se esfumaría en la oscuridad de la noche dejándonos el último suspiro de su aroma.
Escobas rubias, amapolas, tomillos, esencia de mi infancia, esencia de mi pueblo. Hermosa primavera la nuestra. Hermoso campo, nunca viejo, siempre nuevo.
Desde el Teso la Madera
oteo los campos de trigo,
el viento acaricia mi frente
como el arroyo al molino.
Viento que aventó en la era
centeno cebada y trigo,
viento que la veleta
anunciaba templado o frío.
Y el viento me trae el perfume,
de un matorral con tomillos,
de un prado con margaritas,
de un arroyo con espinos,
de un lanchal con piornos frescos,
de un exuberante pino.
El viento sortea quebradas
y con él hago camino,
para escuchar su murmullo
entre los juncos del río
y seguir así soñando
como cuando yo era un niño.
Mi pueblo, mi querido pueblo, mi Zarza querida; siempre te llevo dentro.
Félix.
3 comentarios:
Félix, llevas el pueblo muy dentro. En todos tus relatos se manifiesta. Espero que algún día reconozcan tanta admiración. Salva
Amigo Salva.Tuve la suerte de vivir una época llena de matices,inmensamente rica en emociones,y en la Zarza he sentido ,respirado y disfrutado de las primaveras más hermosas que he conocido,porque el paisaje de aquella época era de lo más variado.Hoy ya no es lo que era, pues con la concentracion parcelaria ha perdido parte de su encanto,desapareciendo obras de arte de la arquitectura rural.En fin,asi se adereza el progreso por aqui y por allá.
Tengo asumido aquello de:"nadie es profeta en su tierra",y me quedo con la estrofa que me parece representar la total libertad del individuo,del Machado que tanto admiro:"A mi trabajo acudo,con mi dinero pago/el traje que me cubre y la mansion que habito/el pan que me alimenta y el lecho donde yago".
Solo aspiro a seguir caminando con libertad ,que no es poco. Félix
Que fotos y que texto Guau... que placer leer tu relato, precioso en todos los aspectos, en la descripción, en los sentimientos y emociones, en los recuerdo... para mí una auténtica gozada, lo he leido y he vuelto a releer con más tranquilidad para sacarle todo el jugo que lleva dentro.Gracias primo.
haber cuando empiezas a recopilarlo todo y escribir un libro...ah y otro de poemas porque se te da fabulosamente bien, desde mi humilde opinión a mí me trasmiten y me llegan.Gracias primo.
ROSARIO CARRETO.
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